domingo, 24 de febrero de 2019

PAR PERFECTO: CAPITULO 45




Paula miró al reloj de la cocina. No tenía ni idea de que su sorpresa la tomaría también a ella por sorpresa llegando media hora antes de lo acordado.


Ella llegó hasta donde estaba Damian y le puso una mano sobre el hombro. Se colocó entre él y su último invitado y no supo qué decir. A Jonathan le brillaban los ojos, pero no era por lágrimas, como creía Paula que sucedería. .. parecía más bien un gesto de triunfo.


Damian seguía boquiabierto, con el pomo de la puerta de la entrada aún en la mano, pero al cabo de un momento, se recompuso y miró a su padre a los ojos. No habló ni pareció que fuera hacerlo.


Paula quiso romper la tensión, pero ¿cómo? ¿Presentarlos?


—¿Qué demonios está pasando aquí?


Paula se dio cuenta de que la pregunta de Damian iba dirigida a ella.


—Es... es una sorpresa —murmuró, dándose cuenta de la debilidad de sus palabras, de lo estúpido de su idea y de la tensión entre aquellos hombres.


—¿Lo has invitado tú? —dijo Damian, parpadeando y dando un paso atrás.


—Pues sí —dijo Jonathan con una voz muy distinta de la que había usado por la mañana—. ¿Puedo entrar?


Paula no sabía qué hacer, pero Damian se hizo a un lado y lo invitó con un gesto de la mano.
Jonathan dejó caer el cigarrillo que tenía en la mano en la moqueta del pasillo y lo apagó con el tacón. Entró en la casa y se dirigió al sofá, mirando hacia la puerta de la cocina. Ella siguió su mirada y vio a Pedro.


Tenía la mano aferrada al marco de la puerta y su pecho subía y bajaba a toda velocidad. 


Estaba pálido y recorría la sala con la mirada como buscando un escondite. Paula lo vio por primera vez como si fuera un niño pequeño. No podía estar más claro. Tenía miedo de aquel hombre.


—Hola, hijos —dijo Jonathan poniendo más énfasis en la última palabra, como burlándose de ellos—. ¿Habéis echado de menos a vuestro viejo?


El silencio fue lo único que obtuvo como respuesta.


—No te molestes en ponerte cómodo —dijo Damian—. No te vas a quedar.


—No seas maleducado, hijo —replicó Jonathan, pero no se sentó en el sofá. Se acercó un paso más a Damian y Paula vio que era más alto que sus hijos—. Éste es el piso de la señorita y es ella la que debe decidir si me quedo o si me marcho, ¿verdad, cariño?


Paula tenía el corazón acelerado. Estaba en estado de shock por la transformación del padre triste que había visto por la mañana al hombre frío que estaba frente a ella. No sabía que iba a decir cuando Jonathan llagara, pero aquello le daba demasiado miedo. Especialmente al ver a Pedro junto a la puerta de la cocina. Deseaba ir junto a él, pero la tensión no la dejaba moverse.


—Dinos a qué has venido —dijo Damian, con un tono mucho más desagradable que de costumbre —. Desde luego, no será porque lamentas nuestra desaparición después de todo este tiempo. ¿Qué tienes que decir? ¿Qué quieres? Dilo ya para que puedas marcharte al diablo y salir de nuestras vidas otra vez cuanto antes.


—Eres un chico duro, por lo que veo. Qué bonito hablarle así a tu padre —Jonathan levantó la barbilla y miró a Damian desde arriba—. ¿Sabes qué me pasaba a mí cuando le hablaba así a mi padre? Me llevaba la paliza del siglo, así que ve con cuidado.


Damian no se movió, pero su presencia se hizo más amenazadora.


—Tú no eres nuestro padre.


—Eso no es cierto. No confundamos a la señorita. ¿Sabes por qué sé que soy vuestro padre? Porque me partí la espalda para criaros. A los dos —señaló hacia la puerta de la cocina y Pedro se arrugó aún más—. Y ahora que sois mayores, es el momento de estarle agradecido a vuestro padre por asegurarse de que teníais un techo toda vuestra vida. Cuando llegó el momento de devolverle el favor, os marchasteis como unos malcriados. Ahora espero que mis hijos adultos se hayan dado cuenta de los sacrificios que tiene que hacer un hombre cuando tiene hijos.


—¿Y a ti qué demonios te pasa? —gritó de repente—. Pedro, ¿no tienes nada que decirme? ¿Nada? ¿Eres un abogado que se cree importante y te quedas ahí parado?


A cada pregunta Pedro se estremecía y una gota de sudor empezó a correrle por la frente.


—Déjalo en paz —dijo Damian.


—¿Aún sigues defendiéndolo? —Jonathan seguía mirando a su hijo menor—. Tendrá cerca de treinta años y aún necesita que su hermano mayor lo proteja. Hay cosas que no cambian. ¿A qué te dedicas? —dijo, volviéndose a Damian, que no respondió—. He preguntado qué haces. Contéstame.


Damian empezó a sacudir la cabeza, lentamente al principio y después con más rapidez.


—Vienes a pedir dinero. No lo puedo creer. Quieres dinero. ¿Te han despedido?


—Cuidado con el tono que empleas conmigo —dijo Jonathan, avanzando un paso.


—Ha sido eso —Damian soltó una carcajada—. Te han dado la patada. Tenía que haberlo sabido en cuanto vi tu cara. Bueno, pues no vas a conseguirlo, «papá». Estoy estudiando y debo más dinero del que imaginas. Es hora de que saques tu trasero de aquí.


—Qué pena me das. ¿Y el ricachón de tu hermanito qué me dice?


—No es ningún ricachón.


—Es más rico que tú y que yo, y apuesto a que lo comparte contigo —Damian no respondió y Jonathan se volvió de nuevo hacia Pedro—. ¿O no? Seguro que tienes suficiente como para repartir. Creo que es hora de que hablemos de negocios, de hombre a hombre. Al menos, eso creo que eres.


Paula se puso frente a Pedro y levantó la mano.


—Señor Simmons, esta mañana hemos tenido un malentendido. Creo que es hora de que se marche. Ahora mismo.


—Oh, Paula, no te lo tomes así. Ya sabes cómo son las familias. Hemos pasado momentos duros, pero nos queremos mucho, ¿verdad, Pedro?


Pedro abrió los ojos aún más cuando su padre se le acercó.


—Vamos, Pedro. Tu novia pensó que sería una buena idea reunimos esta noche. Lo menos que puedes hacer es darle gusto a una chica tan dulce y guapa.


Y le rodeó los hombros a Paula con el brazo, atrayéndola hacia sí.


Pedro reaccionó.




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