domingo, 24 de febrero de 2019
PAR PERFECTO: CAPITULO 44
Paula atacó la lechuga con venganza, esperando que sus nervios desapareciesen.
Pedro había intentado calmarla durante cuarenta minutos, antes de que llegase Damian, con sus besos.
—¡Vaya! ¡El amor es un asco! —exclamó Damian al verlos, pero ellos no se podían separar tan rápido—. Por eso no quería venir, no por consideración ni nada parecido. ¿Quién necesita ver unas demostraciones afectivas tan asquerosas? ¡Puaj! —le pasó una botella de vino a Paula—. Para ti, preciosa.
Ella se marchó a la cocina a preparar lo que quedaba por hacer de la cena, y los chicos, a pesar de sus protestas, habían insistido en ayudarla. Hasta ahora su labor había consistido en comerse la mitad de los tomatitos y el pepino que debía ir en la ensalada, pero lo cierto era que le gustaba tener a Pedro cerca.
—¿Qué hay para cenar? —preguntó Damian, con la boca llena.
—Se supone que es una sorpresa, pero si no os quitáis de en medio, la estropearéis —lo cierto era que la lasaña que esperaba en la nevera tampoco era para tanto.
La otra sorpresa la preocupaba más. Había empezado a tener el presentimiento de que había hecho mal, y por la tarde había intentado llamar al número que Jonathan le había dado, pero había contestado una operadora diciendo que el número no existía.
No quería ni pensar que le hubiera dado un número falso. En cualquier caso, ya no había marcha atrás.
Lo bueno era que todo el mundo estaba contento. Pensó en cómo sería tener a otro hombre sentado a la mesa, bromeando con los chicos, riéndose aún más... Tal vez todo fuera bien. Y ella sería parte de aquello. Intentó quedarse con ese pensamiento para controlar los nervios que estaban aferrados a su estómago.
—Si has hecho algo italiano, te prometo lo que quieras —dijo Damian—. Probablemente seas igual de poco innovadora que el resto de las mujeres y me pedirás mi cuerpo.
—Oye —dijo Pedro—. Cuidadito.
—Yo tuve una cita con esta chavalita anoche. Ella era mía primero y estoy empezando a creer que me la robaste —se levantó y tomó una escoba de la cocina—. Te reto en duelo por el amor de la bella Paula.
Pedro pareció no hacer caso, pero diez segundos después agarró una mopa y la blandió en el aire.
—Prepárate para morder el polvo. El perdedor, morirá.
Los hermanos batallaron en su pequeña batalla mientras Paula temía por sus lámparas y sus cuadros, pero no pudo evitar reír cuando Pedro acorraló a Damian contra una esquina y gritó:
—¡Estás acabado! ¡Ella es mía!
—No os molestéis en mataros el uno al otro por mí —dijo Paula, muy atareada con la lechuga—. Además, no me gustan los Alfonso; tendré que buscar a mi príncipe azul en otro...
Pero no pudo decir más porque la lengua de Pedro vino a detener a la suya y ella quedó tan sorprendida que estuvo a punto de caerse de espaldas. Pedro la sujetó en sus brazos y cuando por fin retiró los labios, dijo:
—Dale a este Alfonso una oportunidad —después volvió a besarla y ella olvidó todo cuanto la rodeaba. Al menos hasta el gemido de Damian.
—¡Noo! Otra vez no. Tendré suerte si comemos en algún momento esta noche. Está claro que tres son multitud, así que me largo de aquí.
Ella no pudo evitar reírse y notó que él también sonreía.
—Ya he salido —dijo Damian—. Me voy a dar una vuelta a la manzana para que vosotros podáis montároslo en el suelo, pero cuando vuelva espero que la comida esté lis...
Damian se interrumpió de golpe y Pedro levantó la vista, intrigado. ¿Qué ocurría? ¿Había alguien en la entrada?
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