lunes, 25 de febrero de 2019
PAR PERFECTO: CAPITULO 47
Paula cerró la puerta tras él con tanta fuerza que tembló todo el suelo. Se acarició la mejilla sin pensar y Pedro sintió náuseas. Como le empezaban a fallar las rodillas, consiguió llegar hasta el sofá y se sentó. Allí vio cómo ella y Damian se miraban.
—¿Qué...? —empezó a preguntar Damian.
—No lo sabía, no sabía cómo estaban las cosas. Ni siquiera sabía que...
—Que estaba vivo —acabó Damian por ella—. Creo que entiendo lo que has intentado hacer. Habías supuesto que esa historia no era cierta y fuiste a buscarlo. ¿Fuiste hasta Connecticut?
—¡No! Yo no lo busqué. Pensaba que estaba muerto... no hubiera adivinada que era...
«Una mentira», completó Pedro en su mente.
Hubiera deseado que fuera realidad.
—Él me encontró, es decir, os encontró a vosotros. Esta mañana, en el vestíbulo, os estaba buscando. Sabía que Pedro vivía aquí y me dijo que os echaba de menos y que os habíais escapado de casa. ¿Es eso cierto?
—Sí —dijo Damian.
—Pero Pedro me dijo que estaba muerto. Se lo dije a Jonathan. Al principio pensé que me mentía, que era alguien a quien Pedro había metido en la cárcel, pero al mostrarme las fotos de Pedro y de ti...
—Pedro os está escuchando —dijo él por fin —. Y ahora tiene que hablar con Paula de unas cuantas cosas, si Damian nos lo permite.
—Lo siento. Parecía que no nos estabas escuchando —dijo Damian.
—Claro que lo hacía. ¿Cómo no iba a escuchar a m... a Paula explicar por qué lo invitó?
—Tenéis que hablar —Damian cruzó la sala, como si fuera a abrazarla, pero no lo hizo.
—Lo siento —suplicó ella, y él asintió y le dio una palmada en el hombro.
Cuando se hubo marchado, Paula y Pedro se quedaron mirándose mientras escuchaban los pasos extrañamente lentos de Damian al alejarse.
—¿Estás bien? —ella lo miró, extrañada de oírlo decir eso—. La cara.
—No me pasa nada —dijo ella, levantando la mano hasta la mejilla—. Sólo siento un poco de calor, pero no me duele.
—No me refiero a eso. Te he pegado.
—No seas ridículo. Ha sido un accidente, no pasa nada.
—Claro que pasa, lo que pasa es que no te das cuenta —las ideas se le agolpaban en la cabeza—. ¿Por qué lo trajiste aquí? ¿Qué fotos te enseñó?
—Yo no sabía ni que estuviera vivo. Me enseñó fotos tuyas y de Damian. No me hubiera perdonado si hubiera sido tu padre que quería volver a abrazarte y yo lo hubiera echado de aquí.
—¿Entonces lo creíste? ¿Antes que a mí? ¿Pensaste que te había mentido?
—No ha sido una mentira, sino una verdad a medias. Imaginaba que tenía que haber una razón para que me dijeras algo así. Después él dijo que os escapasteis después de la muerte de vuestra madre. ¿Ella está muerta o está viva también?
—Está muerta —Pedro sintió que le hervía la sangre y se puso rojo—. ¿Cómo te atreves a pensar que...?
—¡No he pensado nada! —gritó Paula—. Lo único que estoy haciendo es intentar armar el puzzle. Está claro que no me has contado toda la verdad de tu pasado, por lo que sea. No me importa, pero tú tienes que comprender por qué he metido la pata, y ha sido porque no sabía la verdad. Pensaba que estaba uniendo una familia separada por un malentendido, pero hay mucho más que eso. Pedro, él te pegaba, ¿verdad? Te hacía daño física y psicológicamente. Y Damian y tú os marchasteis después de la muerte de vuestra madre... —Pedro no dijo nada. Quería marchar se, pero sus piernas sólo describían círculos en la salita—. Por eso estabas tan disgustado la otra noche después del veredicto. Ganaste el caso, pero te diste cuenta de que no puedes hacer desaparecer tu pasado —dijo Paula.
Pedro seguía dando vueltas por el cuarto con la mente totalmente embarullada.
—No voy a hablar una palabra de eso —dijo tras detenerse.
—Por favor, por favor, háblame de ello. ¿Tu madre enfermó? Esas cosas son muy duras para las familias. Tal vez eso...
—¡He dicho que no voy a hablar de ese tema! —rugió Pedro—. No lo hablaré con nadie y menos contigo.
Paula no se inmutó, y Pedro pensó que era tonta por no hacerlo.
—¿Por qué? Somos amigos, eres mí... mi...
—¿Qué demonios sabes tú de esas cosas? Tienes los padres perfectos que te quieren, el hogar perfecto. No puedes entenderlo.
—Prueba.
—No, no haré pruebas contigo. Ya lo he intentado y eres... no puedo estar contigo. ¿No te das cuenta?
—¿Por lo que he hecho?
—Por lo que soy yo.
—Pensaba que sabía quién eras.
—Pues no es así. No deberías haberme dejado entrar en tu...
—¿En mi cama?
—¡En tu vida!
Paula pareció asombrada.
—¿Cómo puedes decirme eso? ¿Cómo puedes decir eso de ti mismo? ¿Es que lo que ha pasado entre nosotros no significa nada?
—Todo lo contrario.
—Entonces hablemos para arreglar las cosas.
—Yo no voy a cambiar. Hablar no me cambiará.
—¡No quiero que cambies! —gritó ella—. ¡Te quiero!
Él se quedó helado y durante un rato largo no pudo decir nada.
—¿No me has oído? ¡He dicho que te quiero! —con la cara roja, ella lo miró a los ojos hasta que él bajó la vista al suelo. Después volvió a hablar en voz más baja—. ¿Por qué no puedes confiar en mí y decirme la verdad?
—¿Por qué —respondió él en voz muy baja— no pudiste confiar en mi mentira?
—Pero no puedes seguir toda la vida mintiendo.
—Tienes razón —dijo él mirándola a los ojos, y se marchó hacia la puerta.
—¿Adonde vas? ¿Te marchas?
—Tienes razón, no puedo seguir mintiendo toda la vida. No puedo estar contigo, aunque intentara engañarme a mí mismo.
—Por favor, Pedro, perdóname —los ojos de Paula se llenaron de lágrimas en el mismo instante que se dio cuenta de que él se marchaba—. Lo siento, me he equivocado.
—No, cariño, no has sido tú —Pedro controló su deseo de acariciarla y enjugar las lágrimas que le rodaban por las mejillas—. No ha sido nada que hayas hecho ti. Yo lo he estropeado todo. Era tan maravilloso estar contigo que me obligué a creer que todo iría bien. Pero no fue así. Te mereces al hombre perfecto, que te dé una familia y te haga feliz, pero ese hombre no soy yo.
—¿Porqué?
—Ya has visto lo que ha pasado. ¿Puedes imaginarte vivir con algo así toda la vida? Tendrías que hacerlo, pero yo no puedo forzarte a algo así, ¿lo entiendes?
—¿Por qué iba a tener que vivir con eso? No es con tu padre con quien quiero vivir, sino contigo.
—¡Pero es a mi padre a quien tendrías!
—¿Qué? —Pedro vio en sus ojos húmedos que aquello no era una pregunta, sino que lo había entendido todo. Y estaba bien porque no podía decir nada más.
—Lo siento... lo siento, pero no podemos estar juntos. No tiene nada que ver contigo, así que no te culpes.
Paula respiraba con dificultad
—¿Ni siquiera vas a dar a lo nuestro una oportunidad? ¿Ni siquiera sabiendo lo bien que estamos juntos, cómo nos entendemos el uno al otro? ¿Crees que eres un producto de tus genes? Pues no es así. Eres una persona distinta. Eres cariñoso, atento, compasivo y maravilloso... —Pedro le dio la espalda y tomó el pomo de la puerta—. Si huyes de lo nuestro serás algo peor de lo que creías. Serás un cobarde.
Pedro dejó caer los hombros al oír su afilado tono de voz.
—Puedes enfadarte conmigo si eso te facilita las cosas —murmuró—. Puedes odiarme por dejarte así, pero probablemente es mejor así a que te arruine toda la vida.
—Maldita sea, ya me la has arruinado —dijo entre sollozos, y salió corriendo hacia su habitación.
Pedro dudó un segundo antes de marcharse en silencio del piso.
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