domingo, 22 de julio de 2018

CONVIVENCIA: CAPITULO 26




A la mañana siguiente, Paula se despertó muy contenta, rejuvenecida. El sol le parecía más brillante, el aire más fresco. Entró radiante a despertar a los niños.


—Levantaos, levantaos, dormilones. Es hora, es hora… ¡Fuera de la cama!


Sol se despertó y extendió los brazos hacia ella.


—Me gusta esa canción, Paula. ¿Te la has inventado?


—Supongo que sí —dijo ella. Ni siquiera se había dado cuenta de que estaba cantando. Entonces, abrazó a la niña e hizo cosquillas a Octavio.


—Me gusta cuando cantas —dijo la niña—. Me hace sentir muy bien.


—A mí también —afirmó Octavio, muerto de risa.


—A mí también —añadió Paula.


Después de lo de la noche anterior, se sentía como si hubiera salido de su escondrijo. Podría relajarse y ser ella misma. Sin embargo, lo que más le alegraba era el modo en el que Pedro había reaccionado. Para él fregar el suelo no era una deshonra sino algo práctico e ingenioso. Recordó lo que le había dicho. «Eres toda una mujer».


¡Y eso después del modo tan despectivo en que ella le había hablado a él! Para él, el proceso de CTI solo había sido rutina. Como él le había señalado, no tenía nada que ver con el trabajo que ella desempeñaba. No debería haber sido tan desagradable con él…


Sin embargo, a Pedro no parecía haberle importado. Parecía que la entendía. Por eso, ella se había sentido tan cómoda contándoselo todo. 


Lo que había parecido una terrible pesadilla se había convertido en una divertida aventura cuando se lo estaba contando, algo sobre lo que se podía bromear. A Paula le gustaba la forma en que él reía, de un modo tan profundo, y los ojos se le entornaban de aquella manera tan especial…


—¡Paula! ¡No le puedo poner el zapato a Octavio!


—Te has equivocado de zapato, Sol —dijo ella, volviendo a la realidad—. Ese es para el pie derecho. Prueba con este… Eres una niña tan buena, ayudando a tu hermano —añadió, «mientras yo me quedo como una zombie, pensando en tu padre…»—, Gracias, Sol. Veamos, esta camiseta está al revés. Ahora ve por el cepillo para que te pueda peinar.


Le resultó difícil no pensar en él constantemente, dado que Pedro parecía pasar más tiempo en la casa que nunca. Salía cada vez menos de viaje e iba casi todos los días a cenar… Incluso telefoneaba cuando no podía hacerlo.


Tenerle cerca era bueno para los niños. Paula estaba segura de que estaban formando una relación muy íntima. Jugaba con ellos, les contaba cuentos y les regañaba de una forma muy civilizada, O tal vez era que ellos se tomaban muy bien lo que él les decía. A sus ojos, Pedro nunca se equivocaba.


Además, parecía preocuparse mucho por ellos, incluso se tomaba tiempo libre por ellos. Se los llevaba de picnic al parque, iban al circo… 


Cuando Paula llevó a Sol al dentista, él las acompañó. Era un padre bueno y comprensivo… Seguro que se los iba a quedar.


¡Paula no podía creer que aquel mismo hombre les hubiera abandonado a ellos y a su madre! 


Bueno, seguramente había tenido una buena razón para hacerlo. No era ese tipo de hombre…


Fuera cual fuera la situación, los niños no deberían volver a separarse de él. Pedro estaba soltero y no sería fácil, pero si encontraba una buena ama de llaves…


Aquello no era asunto suyo. Ella se iría a otro trabajo. Ya tenía un par de entrevistas en Los Ángeles…


Sin embargo, ¿por qué le entristecía aquella perspectiva? Sabía perfectamente por qué, pero no quería admitirlo. Le estaba gustando demasiado aquel trabajo temporal… a los niños y, como los niños, a…


¡No! Aquello era imposible. No podía estar empezando a sentir nada por él… Sin embargo, ¿por qué diablos no dejaba de pensar en él? En lo que decía, en lo que hacía e incluso en la tonta sonrisa que se le ponía en el rostro cuando ganaba a las cartas.


Sí… Era hora de marcharse… Además, uno de los trabajos de Los Ángeles parecía muy prometedor…




CONVIVENCIA: CAPITULO 25




Pedro se dio cuenta del sufrimiento que ella tenía. Por eso no le había dicho nada. Sin embargo, llegó un momento en el que ya no pudo contener más su curiosidad.


No le cuadraba que ella estuviera limpiando casas. Su abuelo había sido el respetado director de un colegio y ella…


Aquel día, en el ascensor, tenía la actitud y el modo de comportarse de una mujer que formara parte de aquel mundo. Y, si se paraba a pensarlo, también lo de mostraba en la conversación.


¿Qué le habría pasado? Ya no pudo contenerse más. Tenía que saberlo.


—Paula, ¿te podría hacer una pregunta?


—Claro —respondió ella, sin levantar la vista del cazo que estaba fregando.


—¿Qué hacías antes de dedicarte a esto?


—¿Hacer? ¿Qué quiere decir con esto? —preguntó ella, después de una larga pausa.


—¿Qué clase de trabajo?


—Limpiaba casas. Eso ya lo sabe. Trabajé para la señora Dunn, su vecina y ella…


—No, antes de eso.


—¿Por qué? —replicó ella, dejando el cazo en el fregadero y volviéndose para mirarlo.


—Tengo curiosidad. Creo… sé que te he visto antes.


—¿Si?


—En un ascensor. Te bajaste en la planta de CTI, y no estabas allí para limpiar los despachos. No con aquellos zapatos de tacón y con ese traje. Y creo que llevabas el mismo maletín con el que te he visto aquí.


—No te andas por las ramas, ¿verdad? De acuerdo, trabajaba allí.


—Eso me parecía, pero, ¿cómo es que nunca te vi después de aquel día?


—Porque fue el último día que fui a CTI.


—Entiendo —dijo él, preguntándose el por qué del desprecio que se había reflejado en los ojos de Paula—. ¿Es que decidiste cambiar?


—No, me despidieron. Gracias a un pez gordo de Nueva York que tenía como misión encargarse de la absorción.


—¿Y? —preguntó él, entendiendo que aquel desprecio iba dirigido a él.


—¡No le preocupaba más que el mercado de valores!


—Eso es siempre lo primero en este tipo de operaciones. El beneficio es el rey del juego.


—Oh, claro. ¡Recortar empleados y aumentar el beneficio!


—Seamos más claros —requirió él, imaginándose ya lo que había pasado—. ¿Qué tiene eso que ver contigo?


—¡Los mandos intermedios son los primeros que desaparecen!


—Así que ese era tu nivel. ¿En qué área?


—En investigación y desarrollo.


—Esa es la principal característica de CTI y la razón por la que queríamos la fusión.


—Y conseguisteis lo que queríais. Lawson Enterprises tiene esa reputación.


—No nos eches a nosotros la culpa. Nosotros no te despedimos.


—Reducir la mano de obra es la terminología más adecuada. Si tú no lo hiciste directamente, tú…


—¡De acuerdo, de acuerdo! Tú te llevaste la peor parte. Las nuevas tecnologías… un giro en la economía y… Tu experiencia y estudios deben ser muy útiles para cualquier empresa. No entiendo por qué diablos tuviste que recurrir a limpiar casas.


—A otras empresas también les ha dado por reducir empleados. Al menos en esta zona.


—¿Y querías quedarte aquí? —preguntó él. Ella asintió—. Por tus abuelos —añadió él. Paula volvió a asentir—. Probablemente no te dieron mucho dinero de compensación, pero siempre hay alguna gratificación que…


—¿Después de llevar solo un año y un día trabajando?


—Oh, bueno, está el subsidio de desempleo…


—Algo insignificante, temporal y lleno de burocracia. ¿Has estado alguna vez en las filas de los que esperan para cobrar? Y si tienes necesidad de dinero… ¡De acuerdo, soy una manirrota! —añadió ella, al ver cómo él la miraba.


—Lo sé.


—¡Tú no sabes nada sobre mí!


—Sé que has conseguido amueblar esta casa con lo que compraste solo para un pequeño apartamento.


—¡Era un apartamento muy grande!


—Del que estabas a punto de que te echaran.


—¡Eso no es cierto! Todavía tenía el dinero que me dieron de compensación.


—Así que seguiste pagando el alquiler… que seguramente no era nada barato, junto con los plazos de los muebles, supongo. Y… tus abuelos. La residencia en la que viven parece muy elegante. ¿Se la estás pagando tú también?


—¡Claro que no! Yo solo… Mis gastos no son asunto tuyo.


—No, claro que no, pero debes de haber estado limpiando casas como loca hasta que… Negociaste muy bien conmigo este engaño.


—¡Este engaño! Creo que tú te estás beneficiando más que nadie y pagando menos dinero. No tienes derecho a quejarte.


—¡Y no me estoy quejando! Es por beneficio mutuo, como tú has dicho. Venga —dijo él, riendo—. No te enfades conmigo. Estoy contigo y te admiro por lo que has hecho. Hiciste lo que tenías que hacer y lo haces de buena gana. Tenerte aquí es como una bocanada de aire fresco. Ven y siéntate conmigo. Vamos a hablar.


Paula se sentó. Se sentía algo mareada. ¿Qué era lo que estaba haciendo? ¿Alabándola?


—Eres toda una mujer, Paula —prosiguió él—. Te mereces mucho más que… que esto —comentó, señalando la cocina—. Iré a por más café y decidiremos lo que vamos a hacer a partir de ahora.


—¿Vamos? No sé tú, pero yo estoy capacitada para cuidarme de mí misma.


—Y lo has demostrado —replicó él, poniéndole delante una taza de café—. No hay nada malo en hacer planes. Los dos sabemos que esto es solo temporal y, además, tú estás cualificada para hacer un trabajo mucho más lucrativo e interesante. Tal vez yo podría ofrecerte algo.


—No, gracias. ¡No en CTI, que, por cierto, estás pensando en desmantelar!


—Y que, además, hay que subir en ascensor hasta el piso cuarenta y tres —bromeó él, riendo.


—No me lo recuerdes —respondió ella, sonrojándose—. Me comporté como una idiota, ¿verdad?


—Bueno, digamos que no como el tipo de mujer que has demostrado ser, Paula —respondió él, con admiración reflejada en los ojos—. Seguramente no estabas acostumbrada a este tipo de trabajo y, sin embargo, consigues que parezca fácil…


—¿Tú crees? ¡Ja! Deberías haberme visto el primer día —replicó ella, riendo—. Si no hubiera sido por Julieta…


Pedro se echó a reír cuando ella le contó cómo Julieta le había explicado lo que había que hacer y le había dado excelentes consejos. Resultó muy divertido compartir aquella experiencia con alguien, bromear sobre ello. Se lo pasaron tan bien que se olvidaron de los niños. Cuando se acordaron, los encontraron a los dos dormidos en el suelo mientras una vieja película resonaba en la televisión.


CONVIVENCIA: CAPITULO 24




Cómo había podido pasársele? No era difícil. 


Era una mujer completamente diferente. En aquel ascensor había sido una mujer con aspecto elegante y profesional. Se había bajado en aquella planta como si aquel fuera su lugar natural. Pedro había pensado…


—El siempre estuvo a mi lado, ayudándome y ahora yo no puedo ayudarle a él.


—Eso no es cierto.


—¿Cómo dice?


—Esta mañana. Hiciste lo que tenías que hacer.


—Pero me hizo pedazos por dentro. Y esto es solo el principio. El médico ha dicho que no va a mejorar sino a empeorar —explicó ella. Entonces, los ojos se le llenaron de lágrimas—. ¡Y yo encima…!


—Te mereces llorar para desahogarte un poco. Hazlo.


Después, ella lo recordó todo. Él la comprendía. 


Toda la ira, la furia que estaba explotando dentro de ella. Cuando ella se tranquilizó, él dijo que la sopa se le había enfriado y pidió que la calentaran.


Aquella sopa caliente le dio la fuerza que necesitaba. La sopa, sus brazos, tal vez incluso lo que le había dicho. Paula consiguió tranquilizarse. A pesar de todo, él no permitió que ella condujera.


Cuando regresaron a la casa, Octavio y Sol se lanzaron a los brazos de Paula.


—¡Paula! ¡Has regresado! —exclamaron los dos niños. Tal vez habían pensado que se había ido para siempre. Estuvo tranquilizándolos mientras Pedro pagaba a la señora Bronson y se marchaba rápidamente. Cuando la puerta se cerró, Mae Bronson miró a Paula.


—Veo que te ha contratado con horario completo, ¿eh? Supongo que ha aceptado que los dos niños se le han ido de las manos. Todos esos gritos y carreras. Casi no podía oír la tele. Y siguen igual de picajosos. No han tocado ni un trozo de esa pizza que les pedí para comer. Es una Especial, de quince dólares. ¡Vaya, se me ha olvidado decírselo! ¿Tienes ese dinero encima? Gracias, ya te la pagará él a ti. Me marcharé en cuanto acabe mi serie. Está a punto de empezar —dijo la mujer, sentándose delante de la televisión—. ¡Oh, no tires esa pizza! No se la van a comer. Yo podría llevármela a casa.


Nada había cambiado. Paula se puso a entretener a los niños con una historia mientras limpiaba la cocina. ¿Cómo se había podido acumular tanto desorden en solo una mañana?


A medida que los días fueron pasando, la casa y los niños le evitaban pensar demasiado en un problema sobre el que no podía hace nada. El médico de la residencia tenía razón cuando les había pedido a Paula y a su abuela que volvieran a la rutina de siempre. Era mejor para todos. La abuela, con sus partidas de bridge y la compañía de sus amigas parecía estar adaptándose.


El abuelo estaba mejor bajo atención especializada. La abuela podía ir a visitarlo cuando quería y Paula lo hacía dos veces por semana, llevándose a los niños con ella cuando Pedro no estaba disponible. El abuelo, unas veces estaba mejor y otras peor, pero parecía estar contento. Y ella tendría que conformarse con eso.


Mientras tanto, se recordó que el señor Alfonso había sido mucho más que amable con ella. Le había indicado que fuera a ver a sus abuelos con tanta frecuencia como quisiera y él mismo les enviaba regalos con frecuencia. Sin embargo, Paula no podía olvidar que aquella situación era solo temporal. Tendría que encontrar otro trabajo. Y pronto. Solo esperaba que no estuviera demasiado lejos de Sacramento.




sábado, 21 de julio de 2018

CONVIVENCIA: CAPITULO 23




Pedro vio el dolor reflejado en el rostro de Paula.


¿Qué podía hacer él? Sin embargo, vio que Paula se recuperaba y hablaba con seguridad a su abuela.


—Venga, venga, no puede ser tan malo como tú te imaginas. Llamaré al señor McDougal y… Espera. Nos estamos olvidando de los buenos modales. Abuela, este es el señor Alfonso… mi jefe. Y esta es mi abuela, la señora Wilcox.


Las palabras de Paula parecieron conseguir que la mujer recordara sus modales y se volviera a saludarle.


—Señor Alfonso, siento mucho haber llamado evitando que Paula fuera a trabajar a su despacho, pero… bueno, tenemos una pequeña emergencia. Oh, estas son mis vecinas…


Pedro respondió cortésmente, pero ni siquiera entendió los nombres de las dos mujeres. Estas se fueron en seguida, ya que ellos habían llegado.


Estaba empezando a darse cuenta de que la situación era peor de lo que se había imaginado y pensando cómo diablos se había metido él en eso cuando recordó.


¿Qué diablos había querido decir la anciana con lo de evitar que Paula fuera a trabajar a su despacho?


—Intente hacer que se tome esto —dijo Paula, dándole una pequeña copa de coñac—. Tengo que ir a hacer una llamada…


Pedro hizo lo que ella le había pedido mientras Paula hablaba por teléfono. Se sentó en el sofá al lado de la anciana y estuvo intentando animarla hasta que Paula colgó el teléfono.


—Abuela —dijo ella—. Lo principal es que el abuelo ha regresado sano y salvo. Ahora, vamos a ir a verlo y estoy segura de que no le gustará verte tan preocupada. Ve a lavarte la cara y a pintarte un poco los labios. Venga… —cuando salió su abuela, añadió—: Lo siento, señor Alfonso, necesito ver exactamente cómo… cómo están las cosas. Tal vez tenga que quedarme. No estoy segura de cuánto tiempo.


—Tal vez no sea tan grave como te imaginas —respondió él—. Esperaré mientras vas a ver.


—Pero ya se ha tomando tantas molestias.


—Y estoy aquí. Un poco más no va a suponerme mucho.


—Oh, bueno, no debería llevamos mucho tiempo. Si no le importa…


—Claro que no me importa.


—Tarda todo lo que necesites —respondió Pedro. Ya no podía dejarla allí sola. Decidió llamar a Sam para que fuera en su nombre a la reunión.


—Eso está mucho mejor —exclamó Paula, al ver a su abuela—. Déjame que te peine un poco antes de marcharnos. Quiero pedirle un desayuno al señor Alfonso. Todavía es hora y la comida aquí es muy buena —le dijo antes de marcharse escaleras abajo.


Efectivamente, la comida era muy buena y estaba muy elegantemente servida. Todavía estaba sentado, disfrutando de la conversación con las dos ancianas que había en su mesa, cuando Paula apareció.


—Aprecio mucho que haya esperado. Voy a poder marcharme con usted —explicó Paula—. Solo tengo que rellenar algunos papeles, dejar instalada a mi abuela y volveré enseguida.


Pedro observó cómo volvía a salir, con la cabeza bien alta, la espalda recta, sonriendo y saludando a todos los demás. Era el ejemplo perfecto de la calma. Había pensado… Bueno, estaba equivocado. Ella no lo necesitaba en absoluto.


Cuando ella regresó, ya estaban limpiando las mesas. Insistió en que no tenía hambre.


—Así llegaremos a tiempo de su reunión —dijo ella, rápidamente, mientras regresaban al aparcamiento.


Ella se puso detrás del volante como había prometido y al salir por la verja, se despidió de George. Aparentemente, la situación no era tan grave como ella se había imaginado. Sin embargo, a los pocos metros, ella detuvo el coche al lado del bordillo.


—¿Qué pasa? —preguntó él.


—Nada. Solo necesito…


La voz se convirtió en un hilo de voz. Tenía el volante fuertemente agarrado y parecía estar conteniendo el aliento. Pedro extendió una mano, apagó el motor y agarró la llave. 


Entonces, salió del coche y se dirigió a la puerta del conductor.


—Estoy bien —susurró ella—. Puedo conducir.


—Claro, pero primero es mejor que nos tomemos un respiro —dijo él. En realidad había decidido conducir pero, al salir del coche, había visto un pequeño café y decidió que a Paula le sentaría bien comer algo.


En cuanto entraron, Pedro pidió un plato de sopa caliente para los dos.


—Ha sido una mañana muy larga. Te sentirás mejor si comes algo.


—Sí —respondió ella, haciendo un valiente esfuerzo. Sin embargo, cuando trató de comer, la cuchara se le caía de los dedos.


Estaba allí, muy rígida, sin poder contener las lágrimas. Era como Sol cuando llegaron al hotel y se había empeñado en proteger tanto a su hermano. Paula hacía lo mismo por sus abuelos y trataba igualmente de ocultar su propia desesperación. Por eso, Pedro rodeó la mesa y se sentó a su lado, como había hecho con Sol, y la tomó entre sus brazos.


—Venga, venga…


—Mi abuelo —dijo ella, a duras penas—. Dios, no podía creérmelo. Es como un niño pequeño… No… Esta mañana… pensó que… Se levantó, se vistió con su traje y su corbata… Creía que tenía una reunión. El colegio estaba cerrado y…


Con aquellas frases inconexas, Pedro dedujo que el abuelo de Paula tenía Alzheimer.


—Mi abuela no hacía más que decírmelo —añadió ella—. Yo no la creí… debería…


—¡Calla! —dijo él—. No hay nada que pudieras haber hecho.


—Claro que lo hay. Mi abuelo y yo siempre hemos estado muy unidos y yo creo que si…


—¡Basta! Te pareces a mí…


—¿A usted?


—Cuando mi madre murió. También estábamos muy unidos. A mí se me metió en la cabeza que yo tenía la culpa de que le hubiera dado un ataque al corazón. Ella no quería que yo me marchara a la universidad. Y entonces, cuando mi trabajo me llevó aún más lejos y yo casi nunca estaba en casa… Nunca nos gusta cuando algo malo que ocurre a alguien que amamos, pero no podemos cargar con la culpa solo por eso. La vida no es perfecta.


—Lo sé. Tiene razón. Es que… ver a mi abuelo así, saber que no puedo ayudarle… ¡Tengo tanto miedo!


Pedro la miró fijamente. Había conseguido recordar. Aquella cabeza contra su hombro, el terror reflejado en aquellos hermosos ojos…


Lo había visto antes… ¡En un ascensor!



CONVIVENCIA: CAPITULO 22




Pedro oyó que alguien llamaba en su puerta. 


Enseguida miró a Octavio y vio que todavía estaba dormido. Se puso la bata y abrió la puerta.


—¡Paula! —exclamó. Se fijo en el corto camisón que ella llevaba puesto, tan provocativo…


—Tengo que marcharme —dijo ella.


—¿Adónde? —preguntó Pedro, muy preocupado, a pesar del impulso erótico que se había apoderado de él.


—A Sacramento. Enseguida.


—¿Por qué? —preguntó Pedro, que nunca la había visto tan nerviosa.


A duras penas, consiguió interpretar la casi ininteligible explicación. Su abuelo había desaparecido aquella mañana temprano o por la noche.


—Como mucho han sido unas pocas horas —le dijo—. Probablemente había alguna razón para que…


—No lo entiende, yo… Tengo que ir a vestirme. Solo quería que supiera que me había marchado. Los niños…


Pedro no entendía nada. Solo entendía que ella no estaba en condiciones de conducir. Había más de cien kilómetros a Sacramento. ¿Podría él llegar a tiempo para la reunión que tenía a mediodía? Mientras se vestía, sintió el peso de la responsabilidad. ¿Cómo se había metido en aquel lío? ¿Ella era solo una señora de la limpieza que no había conocido hasta… hacía tres, cuatro semanas?


Cuando ella estaba a punto de bajar las escaleras, él la agarró por el brazo.


—Te llevo yo.


—¿Cómo?


—No estás en condiciones de conducir.


—Claro que puedo.


—No si te pones detrás del volante en este estado. Estás medio despierta, medio vestida y muy disgustada —dijo él, mirando la blusa que llevaba a medio abrochar—. Tal vez necesites quedarte allí por la noche. Deberías llevarte algunas cosas, ir preparada por si acaso.


—Sí, no me había parado a pensar. Es mejor que lo haga así —respondió ella, dirigiéndose otra vez a su dormitorio.


Entonces, Pedro fue a la cocina y llamó a Nanny Inc.


Después, preparó la cafetera. Cuando ella bajó, no dejó de hacer llamadas a su abuela, poniéndose cada vez más nerviosa. Cuando llegó la señora Bronson y ellos se marcharon, Pedro le quitó el teléfono.


—Creo que tantas llamadas están preocupando más a tu abuela. Vamos a llegar muy pronto.


—Sí —dijo ella. Entonces, siguió explicando, probablemente más para ella que para el propio Pedro—. No presté mucha atención. Mi abuela no hacía más que decir que mi abuelo ya no era el de antes, pero yo creí que se equivocaba. Al menos cada vez que yo lo veía. Jugamos al Scrabble y bueno… me ganó. Cada vez, como siempre. Debería haber hecho algo, pero pensé que mi abuela estaba exagerando.


—Tal vez estés exagerando ahora —respondió él, poniendo la mano sobre la de ella—. Puede que tu abuelo tenga una razón perfectamente coherente para haberse marchado, y tal vez tú estás preocupándote mucho por nada.


—Sí, puede ser.


Después de eso, permaneció en silencio y se quedó dormida. Él tuvo que despertarla al llegar a Sacramento para que le indicara cómo llegar a la residencia.


El guardia que había en la puerta saludó a Lisa con familiaridad.


—Buenos días, señorita Chaves. Sabría que vendría, pero todo se ha solucionado. Su abuelo llegó hace veinte minutos.


—¡Estupendo! Gracias por decírmelo, George. Estaba tan preocupada… Me alegro mucho —añadió, volviéndose a mirar a Pedro—, pero también estoy muy enfadada. ¿Por qué no pudo dejar una nota? Y así usted no hubiera tenido que… pero gracias. Ha sido muy amable por traerme aquí.


—Solo pensaba en mí mismo. No quería que me procesaran a mí porque te hubieras chocado con algo.


—¡Por el amor de Dios! Eso ocurre solo si se permite conducir a una persona ebria… Bueno, supongo que yo estaba algo alterada.


—Así era.


—Bueno, es que pensé que… No importa. Solo he exagerado, como mi abuela. ¡Es aquí! —Exclamó ella, señalando un imponente edificio—. Puede aparcar ahí. Subiré y… Venga a conocer a mis abuelos. Vamos a ver qué diablos fue lo que llevó a mi abuelo a marcharse tan temprano esta mañana. A la vuelta, conduciré yo, ¿de acuerdo?


—Me parece bien. Así podré dormir un poco y llegar a tiempo para mi reunión —dijo él, mientras atravesaban el lujoso vestíbulo.


Cuando los niños le habían hablado de su visita, se había imaginado una modesta residencia de ancianos, no aquel lujo y aquella gente tan elegante. Los abuelos de su ama de llaves debían de estar en mejor situación económica que ella y, aparentemente, en buena forma, pensó Pedro, cuando ella lo llevó por unas escaleras que conducían al segundo piso. 


Habían ido tan precipitadamente por algo sin importancia.


Sin embargo, cuando llegaron al apartamento, ya no estuvo tan seguro. Las tres ancianas que había en el pequeño salón parecían muy preocupadas. Una de ellas, muy menuda y con el pelo gris, se lanzó a los brazos de Paula.


—¡Oh Paula! ¡Me alegro tanto de que hayas venido!


—¡Venga, venga! ¡Ya se ha solucionado todo!


—¡No! Cuando le trajeron…


—¿Que le han traído? —preguntó Paula, perpleja. Había dado por sentado que su abuelo había vuelto solo.


—¡Oh Paula! Se lo han llevado… Le tienen en algún lugar. Dicen que es por seguridad, como si aquí no estuviera bien y ellos fueran responsables. ¡Paula tienes que hacer algo!