domingo, 22 de julio de 2018

CONVIVENCIA: CAPITULO 24




Cómo había podido pasársele? No era difícil. 


Era una mujer completamente diferente. En aquel ascensor había sido una mujer con aspecto elegante y profesional. Se había bajado en aquella planta como si aquel fuera su lugar natural. Pedro había pensado…


—El siempre estuvo a mi lado, ayudándome y ahora yo no puedo ayudarle a él.


—Eso no es cierto.


—¿Cómo dice?


—Esta mañana. Hiciste lo que tenías que hacer.


—Pero me hizo pedazos por dentro. Y esto es solo el principio. El médico ha dicho que no va a mejorar sino a empeorar —explicó ella. Entonces, los ojos se le llenaron de lágrimas—. ¡Y yo encima…!


—Te mereces llorar para desahogarte un poco. Hazlo.


Después, ella lo recordó todo. Él la comprendía. 


Toda la ira, la furia que estaba explotando dentro de ella. Cuando ella se tranquilizó, él dijo que la sopa se le había enfriado y pidió que la calentaran.


Aquella sopa caliente le dio la fuerza que necesitaba. La sopa, sus brazos, tal vez incluso lo que le había dicho. Paula consiguió tranquilizarse. A pesar de todo, él no permitió que ella condujera.


Cuando regresaron a la casa, Octavio y Sol se lanzaron a los brazos de Paula.


—¡Paula! ¡Has regresado! —exclamaron los dos niños. Tal vez habían pensado que se había ido para siempre. Estuvo tranquilizándolos mientras Pedro pagaba a la señora Bronson y se marchaba rápidamente. Cuando la puerta se cerró, Mae Bronson miró a Paula.


—Veo que te ha contratado con horario completo, ¿eh? Supongo que ha aceptado que los dos niños se le han ido de las manos. Todos esos gritos y carreras. Casi no podía oír la tele. Y siguen igual de picajosos. No han tocado ni un trozo de esa pizza que les pedí para comer. Es una Especial, de quince dólares. ¡Vaya, se me ha olvidado decírselo! ¿Tienes ese dinero encima? Gracias, ya te la pagará él a ti. Me marcharé en cuanto acabe mi serie. Está a punto de empezar —dijo la mujer, sentándose delante de la televisión—. ¡Oh, no tires esa pizza! No se la van a comer. Yo podría llevármela a casa.


Nada había cambiado. Paula se puso a entretener a los niños con una historia mientras limpiaba la cocina. ¿Cómo se había podido acumular tanto desorden en solo una mañana?


A medida que los días fueron pasando, la casa y los niños le evitaban pensar demasiado en un problema sobre el que no podía hace nada. El médico de la residencia tenía razón cuando les había pedido a Paula y a su abuela que volvieran a la rutina de siempre. Era mejor para todos. La abuela, con sus partidas de bridge y la compañía de sus amigas parecía estar adaptándose.


El abuelo estaba mejor bajo atención especializada. La abuela podía ir a visitarlo cuando quería y Paula lo hacía dos veces por semana, llevándose a los niños con ella cuando Pedro no estaba disponible. El abuelo, unas veces estaba mejor y otras peor, pero parecía estar contento. Y ella tendría que conformarse con eso.


Mientras tanto, se recordó que el señor Alfonso había sido mucho más que amable con ella. Le había indicado que fuera a ver a sus abuelos con tanta frecuencia como quisiera y él mismo les enviaba regalos con frecuencia. Sin embargo, Paula no podía olvidar que aquella situación era solo temporal. Tendría que encontrar otro trabajo. Y pronto. Solo esperaba que no estuviera demasiado lejos de Sacramento.




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