sábado, 21 de julio de 2018

CONVIVENCIA: CAPITULO 22




Pedro oyó que alguien llamaba en su puerta. 


Enseguida miró a Octavio y vio que todavía estaba dormido. Se puso la bata y abrió la puerta.


—¡Paula! —exclamó. Se fijo en el corto camisón que ella llevaba puesto, tan provocativo…


—Tengo que marcharme —dijo ella.


—¿Adónde? —preguntó Pedro, muy preocupado, a pesar del impulso erótico que se había apoderado de él.


—A Sacramento. Enseguida.


—¿Por qué? —preguntó Pedro, que nunca la había visto tan nerviosa.


A duras penas, consiguió interpretar la casi ininteligible explicación. Su abuelo había desaparecido aquella mañana temprano o por la noche.


—Como mucho han sido unas pocas horas —le dijo—. Probablemente había alguna razón para que…


—No lo entiende, yo… Tengo que ir a vestirme. Solo quería que supiera que me había marchado. Los niños…


Pedro no entendía nada. Solo entendía que ella no estaba en condiciones de conducir. Había más de cien kilómetros a Sacramento. ¿Podría él llegar a tiempo para la reunión que tenía a mediodía? Mientras se vestía, sintió el peso de la responsabilidad. ¿Cómo se había metido en aquel lío? ¿Ella era solo una señora de la limpieza que no había conocido hasta… hacía tres, cuatro semanas?


Cuando ella estaba a punto de bajar las escaleras, él la agarró por el brazo.


—Te llevo yo.


—¿Cómo?


—No estás en condiciones de conducir.


—Claro que puedo.


—No si te pones detrás del volante en este estado. Estás medio despierta, medio vestida y muy disgustada —dijo él, mirando la blusa que llevaba a medio abrochar—. Tal vez necesites quedarte allí por la noche. Deberías llevarte algunas cosas, ir preparada por si acaso.


—Sí, no me había parado a pensar. Es mejor que lo haga así —respondió ella, dirigiéndose otra vez a su dormitorio.


Entonces, Pedro fue a la cocina y llamó a Nanny Inc.


Después, preparó la cafetera. Cuando ella bajó, no dejó de hacer llamadas a su abuela, poniéndose cada vez más nerviosa. Cuando llegó la señora Bronson y ellos se marcharon, Pedro le quitó el teléfono.


—Creo que tantas llamadas están preocupando más a tu abuela. Vamos a llegar muy pronto.


—Sí —dijo ella. Entonces, siguió explicando, probablemente más para ella que para el propio Pedro—. No presté mucha atención. Mi abuela no hacía más que decir que mi abuelo ya no era el de antes, pero yo creí que se equivocaba. Al menos cada vez que yo lo veía. Jugamos al Scrabble y bueno… me ganó. Cada vez, como siempre. Debería haber hecho algo, pero pensé que mi abuela estaba exagerando.


—Tal vez estés exagerando ahora —respondió él, poniendo la mano sobre la de ella—. Puede que tu abuelo tenga una razón perfectamente coherente para haberse marchado, y tal vez tú estás preocupándote mucho por nada.


—Sí, puede ser.


Después de eso, permaneció en silencio y se quedó dormida. Él tuvo que despertarla al llegar a Sacramento para que le indicara cómo llegar a la residencia.


El guardia que había en la puerta saludó a Lisa con familiaridad.


—Buenos días, señorita Chaves. Sabría que vendría, pero todo se ha solucionado. Su abuelo llegó hace veinte minutos.


—¡Estupendo! Gracias por decírmelo, George. Estaba tan preocupada… Me alegro mucho —añadió, volviéndose a mirar a Pedro—, pero también estoy muy enfadada. ¿Por qué no pudo dejar una nota? Y así usted no hubiera tenido que… pero gracias. Ha sido muy amable por traerme aquí.


—Solo pensaba en mí mismo. No quería que me procesaran a mí porque te hubieras chocado con algo.


—¡Por el amor de Dios! Eso ocurre solo si se permite conducir a una persona ebria… Bueno, supongo que yo estaba algo alterada.


—Así era.


—Bueno, es que pensé que… No importa. Solo he exagerado, como mi abuela. ¡Es aquí! —Exclamó ella, señalando un imponente edificio—. Puede aparcar ahí. Subiré y… Venga a conocer a mis abuelos. Vamos a ver qué diablos fue lo que llevó a mi abuelo a marcharse tan temprano esta mañana. A la vuelta, conduciré yo, ¿de acuerdo?


—Me parece bien. Así podré dormir un poco y llegar a tiempo para mi reunión —dijo él, mientras atravesaban el lujoso vestíbulo.


Cuando los niños le habían hablado de su visita, se había imaginado una modesta residencia de ancianos, no aquel lujo y aquella gente tan elegante. Los abuelos de su ama de llaves debían de estar en mejor situación económica que ella y, aparentemente, en buena forma, pensó Pedro, cuando ella lo llevó por unas escaleras que conducían al segundo piso. 


Habían ido tan precipitadamente por algo sin importancia.


Sin embargo, cuando llegaron al apartamento, ya no estuvo tan seguro. Las tres ancianas que había en el pequeño salón parecían muy preocupadas. Una de ellas, muy menuda y con el pelo gris, se lanzó a los brazos de Paula.


—¡Oh Paula! ¡Me alegro tanto de que hayas venido!


—¡Venga, venga! ¡Ya se ha solucionado todo!


—¡No! Cuando le trajeron…


—¿Que le han traído? —preguntó Paula, perpleja. Había dado por sentado que su abuelo había vuelto solo.


—¡Oh Paula! Se lo han llevado… Le tienen en algún lugar. Dicen que es por seguridad, como si aquí no estuviera bien y ellos fueran responsables. ¡Paula tienes que hacer algo!




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