martes, 21 de noviembre de 2017

MI UNICO AMOR: CAPITULO 20





A su regreso a la casa, Pedro descansaba en el sofá con las piernas apoyadas en una mesa de ónix de poca altura. Leía un libro de bolsillo.


—Estoy segura de que lo sabías, a juzgar por tu expresión complaciente, ¿por qué no me lo dijiste? —exclamó al entrar en la habitación.


—¿Me habrías creído? Dudo que hubieras aceptado mi palabra, aunque yo te dijera que lo escuché en las noticias locales. Conociéndote de todas maneras te habrías ido —se encogió de hombros, dejó el libro sobre la mesa y bajó las piernas al suelo—. Por lo general la carretera está despejada hasta que el río se desborda. Pensé que era mejor que tú sola lo averiguaras.


—¡Qué amable! —comentó con los labios tiesos—. Gracias a ti estoy empapada.


Se quitó la chaqueta y la dejó caer sobre el respaldo de una silla; luego, con disgusto, tocó los húmedos pliegues de su falda color vino.


—Acércate al fuego y echa un poco de vapor.


Se puso de pie.


Paula estuvo tentada a ignorar cualquier sugerencia que él le hiciera, pero las llamas color naranja la invitaban con su calor y no pudo dominarse. Se despejó los mechones mojados de las mejillas y se paró frente al fuego con las manos extendidas.


—No te habría hecho daño haberte ido antes de que se iniciara la inundación, tal como lo haría un caballero —comentó con amargura.


—¿Por qué habría de irme de mi propia casa?


—¿Tuya? —lo miró conmocionada—. Pero Adrian dijo…


—Compartimos el uso de ella —respondió con indiferencia, y Paula apretó la mandíbula. —Supongo que la cabaña de pesca, junto al lago, también es tuya —calló—. Aunque no comprendo por qué tuviste que romper la puerta.


—Había olvidado mi llave —respondió.


—Lástima que no olvidaste la llave de esta cabaña. Y no sé por qué no puedo disfrutar de un poco de aislamiento si fue Adrian quien me la ofreció.


—Prefiero vigilar lo que ocurre —la observó ceñudo.


—Nada ocurre —refutó con tono acelerado—. ¿No te lo he dicho varias veces?


—Mi hermana piensa lo contrario.


—¿Tu hermana? —Paula se le quedó mirando intrigada—. Tendrás que explicármelo… No comprendo.


—La esposa de Adrian —señaló—. Hablamos de Emma, mi hermana —sus ojos azules se enfrentaron con dureza a la mirada de ella—. Por ese motivo, y no por otro, haré todo lo que pueda para asegúrame de que tu sórdida aventura no prosiga. No tengo intenciones de mantenerme al margen, mientras una trampa mortal para los hombres como tú, lastima a Emma.


Paula quedó atónita. Las palabras la hirieron más de lo que pudo imaginar. ¿Qué clase de persona creía Pedro que era ella? ¿Realmente pensaba que tenía intenciones de destrozar un matrimonio? Era insostenible que él la culpara por los problemas de otros.


—¿Cómo sabes que Emma sospechaba que yo soy la raíz de sus problemas? —preguntó furiosa—. Quizá se sentía infeliz y tú diste con cinco al sumar dos mas dos. No veo por qué crees que yo tengo algo que ver en ese asunto.


—Confío en lo que ella me dijo. ¿No es evidente el motivo por el cual ella te señala? Antes hubo algo más que amistad entre tú y Adrian.


Paula abrió la boca para negarlo, pero él no la dejó hablar.


—Y a últimamente los dos siempre estáis juntos; ella casi no lo ve…


—Es porque Adrian trabaja mucho —espetó Paula—. ¿Por qué tengo que ser yo la culpable de sus dificultades? ¿Por qué siempre me adjudican el papel de pecaminosa?


Pedro torció los labios en un gesto desdeñoso y Paula lo odió aún más por eso.


—No tengo nada que ver con sus problemas —continuó—. Tu hermana debería buscar la respuesta en otro lado y quizás así aclararía la situación. Para comenzar, debería hablar con Adrian en vez de contarte sus angustias.


—Quizá eso hizo, pero al toparse con el muro de ladrillos recurrió a mí. Nuestros padres viven lejos, ella los ve pocas veces al año, pero yo estoy cerca y la escuchó. Siempre me hizo confidencias para que la ayude.


—No te imagino en el papel de tía agonía —repuso Paula.


Él suponía que ella era culpable, daba por hecho que ella era el meollo del asunto y eso le dejó un sabor amargo en la boca.


—¿Qué esperas que haga? —preguntó mirándola con desagrado—. Aunque Emma es una mujer madura, en el fondo sigue siendo mi hermanita menor y sufre mucho. ¿Querrías que yo no le hiciera caso?


Paula soltó con lentitud el aire contenido. Por supuesto que Pedro no debía hacer eso. Emma lo incitaba dado su estado emocional nervioso, era lógico que él quisiera ayudarla. Su integridad innata del signo de Júpiter lo obligaba.


—Lo lamento. Tienes razón, pero sigo pensando que debes tratar de creer lo que te digo.


—¿Debo hacerlo? Entonces, ¿en dónde encaja este acogedor arreglo que hiciste con Adrian para pasar juntos el fin de semana?


—No encaja —dijo cansada—. No quedamos en eso, pero no pretendo que aceptes mi palabra. Eso sería pedir demasiado —su mirada se nubló—. Vine sola para poder meditar acerca de algo y la única relación que tengo con Adrian es con respecto a los negocios.


Pedro la observó escéptico y Paula se volvió apesadumbrada porque sabía que él nunca le creería. Estaba cansada y no deseaba seguir con esa discusión. 


Distraída, se frotó los brazos para alejar el frío que le calaba los huesos.


—Más te vale quitarte la ropa mojada —sugirió Pedro.


—Yo decidiré qué debo hacer —masculló y lo ignoró.


—Como quieras —murmuró—. Pero no te vayas a desmayar en mi presencia, por favor. Bastante difícil es tratar contigo cuando estás normal a medias. Temo pensar cómo serías en estado delirante —la miró—. Además, no objeto a que gotees sobre la alfombra. Te favorece estar empapada.


Luego de ver la sonrisa de Pedro comprendió horrorizada que la ropa se le adhería al cuerpo y emitió un gemido de angustia. El hombre era un monstruo.


—Iré a acostarme —murmuró y se volvió para que él no pudiera ver el rubor en sus mejillas. Tomó su chaqueta de la silla—. ¿Hay una ducha o bañera que pueda usar?


—Arriba, la primera puerta a tu izquierda —habló en tono divertido—. Creo que eres sensata porque una ducha caliente quizás obre maravillas en tus nervios.


Diablos. Se dominó para mantenerse calmada, a pesar de las carnadas que él le arrojaba.


—¿Qué habitación ocuparé? —preguntó Paula.


Casi pudo verle los dientes de tiburón. Dios la guardara de errar el camino y entrar en sus aguas territoriales. Tenía el presentimiento de que Pedro se la tragaría en caso de que ella agitara, aunque fuera levemente, la superficie. Al día siguiente, después de haber dormido bien estaría más capacitada para lidiar con él. Esa noche estaba muy nerviosa por los problemas y ya no toleraba más insinuaciones molestas. Esperaba tener otra perspectiva de la situación por la mañana.


—La segunda a la derecha. Estoy seguro de que te será cómoda, pero si necesitas algo durante la noche, házmelo saber. Haré todo lo posible por complacerte.


Ella lo observó con detenimiento, pero le fue imposible descifrar su expresión.


—Me las arreglaré —respondió, y en el vestíbulo levantó su maleta.




MI UNICO AMOR: CAPITULO 19





Afuera, la lluvia caía con fuerza. Antes de correr al coche Paula se arropó con su chaqueta para protegerse del fuerte viento. ¿Qué clase de clima era ese? De por sí tenía bastantes problemas. Pedro había planeado ese molesto episodio. Como siempre, él pensaba que podía hacer lo que se le antojara, sin tomar en cuenta las consecuencias. Era el colmo, ¿por qué siempre tenía ella que cruzar espaldas con ese hombre perverso?


Se deslizó al asiento del conductor, cerró la puerta de golpe e introdujo la llave para poner en marcha el motor y pisó el acelerador para que el rugido le hiciera eco a su frustración contenida. Se dijo que Pedro no saldría impune. Si él pensaba que podía manipularla, pronto se daría cuenta de que sus esfuerzos eran inútiles. El viaje de él había sido del todo innecesario. De cualquier manera, ¿por qué tenía esa obsesión en cuanto a ella y Adrian? ¿Por qué siempre llegaba a conclusiones erróneas? Nada de lo que ella dijera cambiaría algo. Él pensaba que lo sabía todo y por eso mismo fracasaría. Pedro tendría que esperar hasta que Paula volviera a ver a Adrian. Ella aclararía las cosas.


Aguzó la vista a través del parabrisas, hacia la negrura espectral de la sinuosa carretera. La lluvia silbaba contra los neumáticos y el ritmo de los limpiadores se convirtió en algo casi hipnótico. ¿Cuánto tendría que recorrer antes de llegar a la carretera principal? Debió fijarse mejor durante el trayecto de llegada. Tenía los nervios destrozados y ese era precisamente el problema. Con una y otra cosa necesitaba descansar de todo.


¿En dónde estaba la vuelta? Debía estar por ahí. Las luces delanteras iluminaron el letrero y ella viró hacia la derecha para tomar el angosto sendero que indicaba. Ya no podía estar lejos, quizá unos dos kilómetros. Vio otro letrero y disminuyó la velocidad. La congoja la atacó al leer el letrero. Inundaciones. Debió imaginarlo. ¿No sería el típico final de un día terrible?


Detuvo el coche junto a la orilla con hierba, se apoyó en el volante y descansó la cabeza en las manos. ¿Qué hacer? 


Parecía que todo conspiraba contra ella. No podía seguir adelante porque le sería difícil encontrar otro sendero en ese panorama oscuro y lluvioso. Además, Adrian le había dicho que para regresar a la carretera principal tenía que tomar una larga desviación en caso de que la senda primera quedara intransitable.


Levantó la cabeza, miró a su alrededor y suspiró. Con razón Pedro no trató de detenerla. Debió saber que ella se toparía con ese obstáculo. Tamborileó sobre el volante y pensó en las opciones que tenía. No le agradó la posibilidad de pasar la noche dentro del coche. La lluvia le había traspasado la chaqueta y tenía mojada la blusa así que podría terminar con una pulmonía o algo parecido.


La única alternativa que le quedaba era regresar a la cabaña y Pedro lo sabía. Hizo una mueca, volvió a poner en marcha el motor y viró. Desgraciado. Si ella pescaba un resfriado él tendría la culpa. Y si ella le estornudaba en la cara bien merecido se lo tendría.



MI UNICO AMOR: CAPITULO 18






El pulso de Paula se aceleró.


—Tenía entendido que no habría nadie aquí —tronó—. ¿Por qué volviste a aparecer como una moneda falsa?


—Veo que mi presencia te conmocionó y pido disculpas por eso.


Sus ojos brillaron, pero la mandíbula permaneció firme y Paula se dio cuenta de que él no estaba arrepentido.


El resentimiento la hizo bullir. ¿Por qué la inquietaba tanto Pedro? Todo su metabolismo se aceleraba cuando él estaba cerca. ¿Qué tenía que siempre la agitaba?


Lo miró con rebeldía. Él no se movió, su cuerpo alto y esbelto no revelaba preocupación y la ropa que vestía sólo enfatizaba su arrogancia. El pantalón negro de mezclilla le moldeaba los músculos de las piernas y el suéter negro delineaba la anchura de sus hombros. Paula fijó la vista en la esbelta cintura.


Sin prisa, Pedro comenzó a acercársele y ella se tensó. 


Odiaba su demoníaco aire de seguridad. Era un macho soberbio, estaba acostumbrado a encantar a las mujeres con su magia misteriosa, pero ella no sería una de tantas. No permitiría que la llevara hacia el destino oscuro que él tenía en mente. Pedro era peligroso, era un animal rapaz que amenazaba su sistema nervioso con sólo estar en la misma habitación.


—¿Por qué no fuiste a la planta Brooskby? —exigió saber.


Él había ido ahí para irritarla; ese era el meollo del asunto. 


Estaba decidido a atormentarla a como diera lugar.


—Descubrí que mi presencia allá no era necesaria —respondió severo—. ¿No es eso afortunado?


—¿Quieres decir que volviste a cambiar de opinión para provocarme de nuevo? —estalló—. Parece que eso es un tedioso hábito tuyo.


Pedro sonrió y ella vio brillar la blanca y perfecta dentadura, pero decidió que no la perturbaría. Cualquier plan que él hubiera urdido en su engañoso cerebro estaba predestinado a fracasar.


—No tienes motivos para estar aquí —le informó dominándose—. Sugiero que te vayas en este instante.


—Quieres que desaparezca antes de que llegue Adrian. Con razón estás inquieta —murmuró—. Un trío no era lo que tenías en mente, ¿verdad?


—Sal de aquí, Alfonso —gruñó—. Y llévate tus insinuaciones desagradables.


—¿Y dejarte sola? —cruzó los brazos al frente—. ¿En esta casa aislada mientras los elementos rugen afuera y las ventanas rechinan por el esfuerzo? ¿No tendrás miedo en tanto esperas sentada mucho tiempo?


—De ninguna manera —declaró con firmeza—. Soy más fuerte que eso. Además, el odio que te tengo me mantendrá muy alerta. ¿Qué te parece pensar que tendré una larga espera?


—Intuición —respondió satisfecho y eso la hizo desear golpearlo—. Supongo que te habría agradado venir con él, pero desde luego, primero tuvo que llevar a Emma a casa de su prima de modo que habrá una demora —hizo una pausa y la observo con detenimiento—. Desafortunadamente, algo se presentó: Una misión delicada que requiere los especiales talentos diplomáticos de Adrian y temo que estará muy ocupado la mayor parte del fin de semana. Espero que eso no sea muy decepcionante para ti.


La evidente falta de sinceridad la enfureció y su temperatura se elevó unos grados.


—Imagino que tú fuiste el responsable de esa supuesta misión. No se te ocurrió dejar a Adrian en paz para que tuviera un descanso bien merecido este fin de semana. Todo es un engaño, una invención tuya —expresó enfadada—. ¿No crees que es hora de que dejes de interferir en asuntos que no te conciernen?


—Estás molesta —la miró con cinismo pero habló calmado—. Por supuesto, eso imaginé. No aceptas el hecho de que tu agradable encuentro se truncó, pero míralo desde el punto de vista optimista. Al menos yo estoy aquí para acompañarte. No estarás sola.


—¿Crees que pasaré el fin de semana con un tarambana como tú, un tenorio que se deja llevar por la corriente y aprovecha las oportunidades de donde vengan? Vete, Alfonso, ve a jugar con los relámpagos.


—¡Qué criatura tan salvaje! ¿Siempre eres tan vengativa? ¿Te es natural?


—Sólo cuando estoy contigo. Eres la única persona cuyo prematuro fin me causaría mucho placer. Si no quieres que planee ese fin, ¿por qué no te vas antes de que sea tarde?


—¿Cómo te entretendrás varada aquí, entre cuatro paredes y sin tener quien te haga olvidar la lluvia? —preguntó impasible—. La lluvia no cesará. No será divertido caminar hacia la playa, a menos de que disfrutes luchar contra la tormenta. Deberías darme las gracias por ser tan considerado.


—¡Regresa a Eastlake y concéntrate en tus propios asuntos! —exclamó y un grito se le atoró en los labios—. De hecho, se me ocurre una idea estupenda. ¿Por qué no vas a ver a Rebecca? Estoy segura de que le dará mucho gusto verte.


—Rebecca está ocupada este fin de semana. Estoy a tu entera disposición.


—No me tientes —se estremeció—. Disponer de ti es algo con lo que podría soñar —se obligó a sonreír y sus labios formaron una línea delgada—. Como ves, aquí no se te desea. Soy capaz de organizar mis actividades sin necesidad de que me las sugieras.


Él la miró de reojo.


—¿Estás segura de eso? ¿No sería más interesante un juego de ajedrez que estar sola? ¿Quizás un juego de naipes?


Ella no se molestó en contestar, lo observaba con furia, pero él continuó:


—Supongo que también podríamos sacar el tablero de Scrabble. ¿Tienes buen vocabulario? No, no me lo digas… ¿No dijiste arrogante, machista? —pareció meditar—. Parece que tienes un dominio adecuado del idioma. Estoy seguro de que juegas bastante bien.


—Haces esto con premeditación —Paula rechinó los dientes—. Planeaste todo esto para molestarme. Pues bien, permite que te diga…


—Ahora comprendo —comentó asintiendo satisfecho—. Preferirías pasar todo el fin de semana riñendo, ¿no? —contempló sus facciones—. Sí, veo que eso harías con gusto. Lo comprendo por la forma en que me miras, como un gato rojiverde. Supongo que por dentro siempre deseas pelear —se encogió de hombros—. No importa, puedo tolerarlo. Me agrada una buena riña, sobre todo si tú eres mi contrincante, así la vida deja de ser aburrida. Además, me agrada ganar.


Hizo una mueca diabólica.


—Por favor, no te sumes a otra de tus fantasías —le aconsejó Paula, no mordería el anzuelo. Pedro disfrutaba verla incómoda y ya era hora de que ella le minara su seguridad—. Tratándose de ti ya aprendí la lección. Créeme, tengo mejores cosas que hacer que desperdiciar mi aliento discutiendo contigo.


—Así habla una chica sensata —su voz fue enfurecedoramente tranquila—. Sabía que finalmente entrarías en razón. ¿Por qué reñir si podríamos relajamos para disfrutar de la situación?


Caminó hacia un mueble de caoba pulida y comenzó a revisar una colección de discos de larga duración.


—¿Qué tipo de música te agrada? —preguntó distraído—. ¿Strauss? ¿Brahms? ¿Otra cosa? ¿No te parece que la música sería un agradable acompañamiento para nuestra comida? —levantó un disco y leyó lo escrito en el sobre—. Sé que Adrian tuvo la precaución de ordenar bastantes alimentos. Tendré que buscar una botella de vino que vaya con la comida.


—No pienso sentarme a comer contigo —replicó—. Ni…


—Después del trayecto tan largo debes de tener hambre —insistió y dejó el disco—. Por la forma en que se trastornaron los nuevos planes, sólo puedo compensarte en parte y ayudarte a que te adaptes a las circunstancias con más ánimos.


—No puedes hacer nada para que me sienta bien —replicó.


—¿Nada? —torció la boca—. ¿Estás segura de eso? Creo recordar que la otra velada…


—Fue una aberración —lo interrumpió—. Y lo sabes. Tuve un momento de inestabilidad mental y fuiste lo bastante falto de escrúpulos como para aprovecharte de mí. De ninguna manera se repetirá.


—Por supuesto que no —aceptó en tono suave—. No se me ocurriría agregar algo a tu psicosis —con interés percibió el rubor en las mejillas de Paula—. Eso no sería jugar de acuerdo con las reglas, ¿verdad?


—¿Te irás? —preguntó muy digna.


—No. ¿Sabes que este lugar es extraordinariamente cómodo?


Paula se dijo que algún día encontraría la manera de sacarlo de acción de una buena vez. Mientras tanto, como no podía echarlo físicamente encontraría otro sitio donde pasar la noche.


—Entonces me retiro. Puedes saquear la despensa y la bodega de vinos hasta hartarte. Estoy segura de que estaré mucho más cómoda en un hotel.


—Lo que te sea grato —levantó la ceja y habló en tono burlón—. Huye, si tienes que hacerlo porque parece que te causa desasosiego pasar una noche aquí conmigo. Es evidente que no tienes la seguridad que aparentas.  Descubrirás que el hotel más cercano queda a unos ocho o nueve kilómetros de aquí por la carretera principal. La cabaña está bastante aislada. Es agradable si se busca paz y tranquilidad, pero tiene sus desventajas.


—Muchas gracias por la información —habló con cortesía y esbozó una sonrisa—. Estoy segura de que lo encontraré. Te deseo un buen fin de semana




lunes, 20 de noviembre de 2017

MI UNICO AMOR: CAPITULO 17




El cielo se había oscurecido notablemente cuando Paula emprendió camino hacia la costa, pero el mal clima no le preocupaba. Incluso, cuando los relámpagos iluminaron el cielo y las nubes se abrieron, faltándole unos treinta kilómetros para llegar.


Paula se limitó a accionar los limpiadores del coche y a mirar la carretera, iluminada por los faros delanteros. Adrian le había dicho que un tramo cerca de la costa, solía inundarse, pero no permitió que eso la alterara. No llovía tanto como para que el nivel del agua fuera peligroso y aunque no había dejado de llover desde media semana, estaba segura de que llegaría a la cabaña mucho antes de que la posible inundación pudiera ser una realidad. El MG funcionaba muy bien y recorría la distancia sin problemas.


La densa oscuridad no le permitía ver la cabaña cuando finalmente llegó y de todos modos, no quiso mojarse más de la cuenta mirando a su alrededor mientras sacaba su maleta. 


Deprisa le puso la llave al coche. Había un pequeño jardín frente a la casa y caminó rápido por el sendero que la llevaría a la terraza del frente.


Dejó la maleta en el suelo del vestíbulo y suspiró de alivio al sacudirse las gotas de lluvia del cabello. Se quitó la chaqueta, la colgó en el perchero y entró en la sala.


Dos lámparas de pared, emitían una luz tenue y Paula se les quedó mirando como tonta; sus pensamientos vagaban y se sentía desorientada. Deslizó la vista y la fijó con total claridad sobre el hombre que extendió sus largas piernas del mullido sillón antes de ponerse de pie.


—Hola, Paula —murmuró Pedro—. ¿Tuviste buen viaje?





MI UNICO AMOR: CAPITULO 16





Al acercarse más a la sala iluminada con calidez escuchó el murmullo de las conversaciones y el leve tintineo de una copa que colocaron sobre una mesa. Se detuvo en momento al evocar el vino tinto derramado, rojo como la sangre y los fragmentos de cristal crueles y brillantes. De manera maligna aquello era algo simbólico, ejecutado para atemorizarla.


—¿Qué te pasa, Paula? —Adrian se detuvo y la observó—. Te pusiste pálida, ¿te sientes mal? No debes permitir que Pedro te altere. Sus cambios de estado de ánimo generalmente se deben al proyecto que lo ocupa. No quiere dar a entender nada en especial, pero sucede que descarga sus frustraciones embotelladas, en la persona que tenga cerca. Y hoy fuiste tú.


—No es por eso. Quizá sólo estoy cansada. Ha sido un día largo, pasé varias horas preparando un programa nuevo. Me sentiré mejor después de un buen descanso.


Frunció la frente al tratar de desalojar la duda que le atacaba la cabeza. ¿Qué segura estaría en su apartamento si algún loco estaba empecinado en pescarla? Se estremeció y Adrian le rodeó los hombros con un brazo.


—Quizá has trabajado más de la cuenta —comentó, mirándola con detenimiento—. Necesitas tomarte un fin de semana para alejarte de todo lo que se relacione con las computadoras y la logística —pensó un momento y agregó—: Por supuesto, ¿por qué no se me ocurrió antes? En la costa tengo una cabañita que no se usará este fin de semana. ¿Por qué no vas allá y disfrutas de un par de días de sol y mar? Bueno, quizá no de sol, si nos fiamos del pronóstico del tiempo, pero al menos sería un cambio de ambiente para ti.


Paula pensó en la idea un rato. Eso podría darle una perspectiva mejor de lo ocurrido. Debía irse de inmediato y quedarse allí unos días. Podría pensar con más claridad si se alejaba de Eastlake y quizás hallaría la respuesta en cuanto a quién podía ser la persona que le enviaba las amenazas.


—¿Estás seguro de que podré hacerlo? —preguntó—. ¿Qué me dices de Emma? A lo mejor se le antoja ir allá.


—No lo hará —respondió confiado—. No te preocupes por eso. Emma quedó en pasar el fin de semana con una prima, de modo que no hay posibilidad de que te molesten. Prepara tu maleta, métela en tu coche y deja que yo me ocupe de lo demás. Puedo llamar por teléfono para que tengas suficientes provisiones hasta el lunes.


—Me agradaría —asintió despacio.


—¿Planeas ausentarte este fin de semana, Paula? —interrumpió la voz de Pedro, áspera y grave.


La inesperada intrusión sobresaltó a Paula.


—Hace mucho tiempo que no voy a la cabaña —comentó Adrian—. Allá siempre me siento muy bien. Debe ser por el cambio de aire.


—¿Es allí a donde irás? —preguntó Pedro mirando a Paula.


—Sí —respondió ella en tono severo—. ¿Tienes alguna objeción?


—Ninguna. Quizá obre maravillas en tu temperamento.


—Estoy segura de que así será —murmuró—. Alejarme de ti tiene que ejercer un efecto positivo.


—Lástima que este fin de semana tenga que ir a la planta Brooksby. La idea de ir a la costa es mucho más tentadora.


Caminó frente a ella.


—¡El cielo no lo permita!


Paula se estremeció.


—Creo que tú y él, debéis resolver algunos problemas —observó Adrian.




MI UNICO AMOR: CAPITULO 15




El anexo era un ala pequeña que salía del fondo de la casa. 


Pedro abrió la puerta de roble y al entrar, encendió la luz. Al seguirlo, Paula notó que era una habitación de trabajo.


—Nunca me dices la verdad —dijo molesta—. Siempre me ocultas algo.


—No me preguntas —repuso—. ¿Qué más quieres saber? Las sábanas son de seda y en la primavera son frescas, no uso…


—Cállate —gimió y con un gesto infantil se cubrió las orejas—. No quiero saberlo. ¿Por qué sigues atormentándome? Sabes muy bien a qué me refería.


—¿Lo sé? —sus ojos azules brillaron con burla—. Supongo que podría tratar de adivinarlo. Eres una mezcla extraña, Paula, una combinación intrigante de inocencia y sensualidad.


—No cambies de tema —se quejó frustrada—. Eres un hombre irritante, Pedro Alfonso. No sé por qué permito que me enfurezcas de esta manera.


—Estás furiosa porque no puedes aceptar que disfrutaste mis besos —murmuró.


—No es cierto —sus mejillas se encendieron—. Estoy molesta porque piensas que puedes agregarme a una fila larga de mujeres que tienes atadas al cinto. Tu "ego" se alimenta al flirtear conmigo, ¿no? Así puedes decirte que me arrebataste de los brazos de otro —respiró profundo—. Y eso es otra cosa —continuó incitada por la indignación—. Te colocaste como juez y jurado, pero ¿quién eres para decidir cualquier cosa, cuando te pasaste la velada galanteando a tu secretaria?


—No fue toda la velada, Paula —contradijo quedo y las mejillas de ella, de por sí encendidas, se acaloraron más. Él la observó interesado—. ¿Te molesta mi relación… Con mi secretaria?


—De ninguna manera —rechazó de inmediato—. Haz lo que quieras cuando quieras, siempre que te mantengas alejado de mí. Pero me sorprendió ver que alguien que asegura ser muy moral, flirtee con una mujer casada. Noté que ella usa anillo de matrimonio.


—Rebecca hace años que se ha divorciado —explicó él—. No hay razón para que se quite el anillo. Creo que ella siente que le da cierta posición y que la protege.


—Es evidente que no la protege de ti —replicó, y Pedro esbozó una sonrisa.


—¿Qué encubres con ese enfado? Si no se relaciona con lo que siente por mí, ¿qué otra cosa tratas de evitar? Desde luego, me dijiste muy claramente que yo no había perturbado una cita amorosa cuando estuvimos en el lago. Por lo mismo, tengo curiosidad por saber qué te hizo correr tan agitada.


Paula frunció la frente. Había olvidado eso y debió saber que Pedro lo mencionaría en algún momento; era muy perceptivo. Tendría que ser más cuidadosa y dominar mejor su lengua.


—Un ataque de melancolía —respondió con cierta timidez—. Me ocurre a veces y no siempre por algún motivo en especial.


—Lo dudo —la miró de manera especulativa—. Algo te tenía perturbada la primera vez que nos vimos y también ocultaste el motivo. Supongo que pudo ser que pensabas en Adrian, pero comienzo a creer que hay algo más que eso.


—Te agradecería que olvidaras el asunto porque nada tienes que ver en ello.


—No dudo que eso te agradaría —sonrió sin diversión—. Eres una damita misteriosa, llena de secretos que esperan ser descubiertos, pero eso no es problema. Encontraré la llave, sólo es cuestión de tiempo.


—¿Para qué molestarse con eso?


La calma de Pedro la ponía más nerviosa, pero le dio gusto haber podido hablar tranquila.


—Siempre me han intrigado los misterios —declaró, sin dejar de observarla.


Paula se volvió y corroboró el hecho de que estaban en una habitación de trabajo. No tan definida como la oficina de Pedro, más bien era como un estudio con escritorio, archivador, un librero en la pared… Y debajo de una gran ventana, había una tabla repleta de diferentes piezas. Se acercó para verlos mejor, contenta de tener la oportunidad de alejarse un poco de la perturbadora presencia de ese hombre.


Vio un surtido de equipo y reconoció algunas piezas; un teclado unido a una impresora captó su atención y lo observó pensativa.


—¿Es algún tipo de amplificador? —preguntó mientras lo examinaba con cuidado—. No sabía que Lynx vendiera esta clase de equipo.


—Por lo general, no. Lo desarrollo por interés personal.


—Muéstrame cómo funciona —exigió.


—Primero tienes que ponerte esto —dijo, señalando unos audífonos.


Paula obedeció y marcó unas palabras en el teclado. Hubo una pausa pequeña, luego oyó la oración que había mecanografiado, en el auricular derecho. Parpadeó sorprendida y con lentitud colocó los audífonos sobre la mesa.


—La diseñé para que los ciegos puedan usarla —explicó—. Está ligada a una cinta magnetofónica que llega a través del auricular izquierdo y el sonido del ordenador está conectado al otro.


—¿Tú diseñaste esto?


Abrió enormes los ojos.


Él asintió distraído porque estaba atento a las palabras impresas.


—¿Y éste? —preguntó Paula, al ver otro aparato.


Señaló otro teclado conectado a un artefacto hecho de palancas y poleas.


—Es sólo un modelo —presionó un botón sobre el cojinete con teclas que desencadenó varios movimientos sincronizados—. El aparato verdadero es mucho más grande. Espero que ayude a las personas incapacitadas a salir del baño sin tener que depender del apoyo de otra persona.


Pasmada, Paula movió la cabeza y extendió la palma para señalar todo el equipo.


—Es fantástico. ¿Por qué no los pones a la venta?


—Todavía necesitan una que otra modificación.


—Pero funcionan perfectamente.


—No tanto como podrían hacerlo.


Ella lo miró anonadada. El hombre tenía unos inventos maravillosos en las manos, pero no estaba listo para darlos a conocer. Pedro se tomaba su tiempo mientras ideaba más operaciones, a pesar de que lo que ya había creado era estupendo.


La mente que había ideado esos diseños tenía que ser genial, a pesar de ser molesta, engañosa y tendiente a las fantasías.


—¿Sabes que estos diseños podrían valer miles de libras esterlinas?


—Es posible —se encogió de hombros—. El dinero no es importante. Vivo cómodo y Lynx está a la vanguardia de sus competidores. No veo la necesidad de apresurar las cosas.



Paula parpadeó varias veces seguidas. ¿Cuántas capas tenía ese hombre? Cada vez ella se veía obligada a cambiar de opinión con respecto a él. Cada vez que creyó haberlo comprendido, él resultaba ser tan nebuloso como la bruma marina. Era evidente que Neptuno trabajaba horas extras con ese ciudadano de las profundidades.


—Creo que hay motivos para darlos a conocer lo antes posible insistió—. No debes ocultar algo tan importante.


—Puesto que no participaste en este proyecto, no tienes que preocuparte por él —murmuró tensó.


A Paula le dolió ese rechazo, sin embargo contempló los documentos esparcidos a lo largo de la mesa de trabajo.


—¿No debe archivarse todo eso? —preguntó—. Si tuvieras todo en orden llegarías a la etapa de la producción con más rapidez.


—Es posible que a ti te agrade esa clase de trabajo —dijo bastante irritado—, pero yo tengo asuntos más importantes, que ordenar unos papeles.


—¿Sugieres que yo lo haga? —preguntó con voz dulce.


—No necesito tu interferencia —masculló—. Sé muy bien dónde está todo y puedo trabajar a la perfección sin que alguien meta su cuchara.


Paula miró las tazas usadas que estaban sobre la mesa y respiró con disgusto.


—Un lavavajillas sería útil. ¿Nunca lavas tus tazas?


—Olvido hacerlo —la miró distraído—. Es más fácil tomar una limpia y dedicarme a lavarlas todas durante el fin de semana.


—Imaginé que eso pensarías —frunció la nariz con disgusto y mentalmente contó las tazas—. Por lo que veo, eres adicto al café.


—Me mantiene alerta —respondió—. Y me ayuda a pensar mejor.


—Hay otras maneras —le informó con vigor espartano—. Como caminar rápido o nadar. También estarías en mejor condición física.


En silencio aceptó que su musculoso cuerpo no daba muestras de debilidad alguna. El hombre estaba preparado como un atleta.


—¿Eso haces tú? —preguntó pensativo—. ¿Haces ejercicio cada mañana? —la observó despacio y después asintió como si acabara de tomar una decisión—. Supongo que podríamos intentarlo juntos. La idea conjura algunas connotaciones interesantes.


Pedro —Paula soltó el aire—. No tengo intenciones en participar contigo en ninguna clase de deporte.


—Me decepcionas, Paula —sonrió burlón—. ¿Tú único vicio son los hombres casados?


—Sumergirte en aceite hirviendo podría convertirse en otro vicio.


Pedro mostró los dientes. El ambiente era tenso, mientras ambos se valoraban. De pronto se escuchó el inconfundible sonido de una tosecita. Se volvieron y vieron que Adrian se asomaba a la puerta.


—¿Interrumpo una riña? —preguntó interesado—. ¿Hay posibilidad de que me siente cerca del cuadrilátero?


Paula no comprendió por qué Pedro gruñía, pero Adrian lo aceptó de buen talante.


—¿No? —murmuró Adrian—. Entonces, será en otra ocasión. De hecho, Becky preguntó por ti, Pedro. Parece que ofreciste llevarla a su casa y ella le prometió a la cuidadora de su criatura, que regresaría a una hora razonable. Además, ya monopolizaste bastante tiempo a Paula —sonrió—. Parece que necesita una compañía más agradable, por ejemplo, la mía.


Paula esbozó una sonrisa y permitió que Adrian la tomara de la mano y la condujera fuera de la habitación. Mientras regresaban a la parte principal de la casa, Paula se dijo que no se había equivocado en cuanto a Rebecca y Pedro. Eran algo más que secretaria y jefe, pero ¿hasta qué grado?