martes, 21 de noviembre de 2017
MI UNICO AMOR: CAPITULO 20
A su regreso a la casa, Pedro descansaba en el sofá con las piernas apoyadas en una mesa de ónix de poca altura. Leía un libro de bolsillo.
—Estoy segura de que lo sabías, a juzgar por tu expresión complaciente, ¿por qué no me lo dijiste? —exclamó al entrar en la habitación.
—¿Me habrías creído? Dudo que hubieras aceptado mi palabra, aunque yo te dijera que lo escuché en las noticias locales. Conociéndote de todas maneras te habrías ido —se encogió de hombros, dejó el libro sobre la mesa y bajó las piernas al suelo—. Por lo general la carretera está despejada hasta que el río se desborda. Pensé que era mejor que tú sola lo averiguaras.
—¡Qué amable! —comentó con los labios tiesos—. Gracias a ti estoy empapada.
Se quitó la chaqueta y la dejó caer sobre el respaldo de una silla; luego, con disgusto, tocó los húmedos pliegues de su falda color vino.
—Acércate al fuego y echa un poco de vapor.
Se puso de pie.
Paula estuvo tentada a ignorar cualquier sugerencia que él le hiciera, pero las llamas color naranja la invitaban con su calor y no pudo dominarse. Se despejó los mechones mojados de las mejillas y se paró frente al fuego con las manos extendidas.
—No te habría hecho daño haberte ido antes de que se iniciara la inundación, tal como lo haría un caballero —comentó con amargura.
—¿Por qué habría de irme de mi propia casa?
—¿Tuya? —lo miró conmocionada—. Pero Adrian dijo…
—Compartimos el uso de ella —respondió con indiferencia, y Paula apretó la mandíbula. —Supongo que la cabaña de pesca, junto al lago, también es tuya —calló—. Aunque no comprendo por qué tuviste que romper la puerta.
—Había olvidado mi llave —respondió.
—Lástima que no olvidaste la llave de esta cabaña. Y no sé por qué no puedo disfrutar de un poco de aislamiento si fue Adrian quien me la ofreció.
—Prefiero vigilar lo que ocurre —la observó ceñudo.
—Nada ocurre —refutó con tono acelerado—. ¿No te lo he dicho varias veces?
—Mi hermana piensa lo contrario.
—¿Tu hermana? —Paula se le quedó mirando intrigada—. Tendrás que explicármelo… No comprendo.
—La esposa de Adrian —señaló—. Hablamos de Emma, mi hermana —sus ojos azules se enfrentaron con dureza a la mirada de ella—. Por ese motivo, y no por otro, haré todo lo que pueda para asegúrame de que tu sórdida aventura no prosiga. No tengo intenciones de mantenerme al margen, mientras una trampa mortal para los hombres como tú, lastima a Emma.
Paula quedó atónita. Las palabras la hirieron más de lo que pudo imaginar. ¿Qué clase de persona creía Pedro que era ella? ¿Realmente pensaba que tenía intenciones de destrozar un matrimonio? Era insostenible que él la culpara por los problemas de otros.
—¿Cómo sabes que Emma sospechaba que yo soy la raíz de sus problemas? —preguntó furiosa—. Quizá se sentía infeliz y tú diste con cinco al sumar dos mas dos. No veo por qué crees que yo tengo algo que ver en ese asunto.
—Confío en lo que ella me dijo. ¿No es evidente el motivo por el cual ella te señala? Antes hubo algo más que amistad entre tú y Adrian.
Paula abrió la boca para negarlo, pero él no la dejó hablar.
—Y a últimamente los dos siempre estáis juntos; ella casi no lo ve…
—Es porque Adrian trabaja mucho —espetó Paula—. ¿Por qué tengo que ser yo la culpable de sus dificultades? ¿Por qué siempre me adjudican el papel de pecaminosa?
Pedro torció los labios en un gesto desdeñoso y Paula lo odió aún más por eso.
—No tengo nada que ver con sus problemas —continuó—. Tu hermana debería buscar la respuesta en otro lado y quizás así aclararía la situación. Para comenzar, debería hablar con Adrian en vez de contarte sus angustias.
—Quizá eso hizo, pero al toparse con el muro de ladrillos recurrió a mí. Nuestros padres viven lejos, ella los ve pocas veces al año, pero yo estoy cerca y la escuchó. Siempre me hizo confidencias para que la ayude.
—No te imagino en el papel de tía agonía —repuso Paula.
Él suponía que ella era culpable, daba por hecho que ella era el meollo del asunto y eso le dejó un sabor amargo en la boca.
—¿Qué esperas que haga? —preguntó mirándola con desagrado—. Aunque Emma es una mujer madura, en el fondo sigue siendo mi hermanita menor y sufre mucho. ¿Querrías que yo no le hiciera caso?
Paula soltó con lentitud el aire contenido. Por supuesto que Pedro no debía hacer eso. Emma lo incitaba dado su estado emocional nervioso, era lógico que él quisiera ayudarla. Su integridad innata del signo de Júpiter lo obligaba.
—Lo lamento. Tienes razón, pero sigo pensando que debes tratar de creer lo que te digo.
—¿Debo hacerlo? Entonces, ¿en dónde encaja este acogedor arreglo que hiciste con Adrian para pasar juntos el fin de semana?
—No encaja —dijo cansada—. No quedamos en eso, pero no pretendo que aceptes mi palabra. Eso sería pedir demasiado —su mirada se nubló—. Vine sola para poder meditar acerca de algo y la única relación que tengo con Adrian es con respecto a los negocios.
Pedro la observó escéptico y Paula se volvió apesadumbrada porque sabía que él nunca le creería. Estaba cansada y no deseaba seguir con esa discusión.
Distraída, se frotó los brazos para alejar el frío que le calaba los huesos.
—Más te vale quitarte la ropa mojada —sugirió Pedro.
—Yo decidiré qué debo hacer —masculló y lo ignoró.
—Como quieras —murmuró—. Pero no te vayas a desmayar en mi presencia, por favor. Bastante difícil es tratar contigo cuando estás normal a medias. Temo pensar cómo serías en estado delirante —la miró—. Además, no objeto a que gotees sobre la alfombra. Te favorece estar empapada.
Luego de ver la sonrisa de Pedro comprendió horrorizada que la ropa se le adhería al cuerpo y emitió un gemido de angustia. El hombre era un monstruo.
—Iré a acostarme —murmuró y se volvió para que él no pudiera ver el rubor en sus mejillas. Tomó su chaqueta de la silla—. ¿Hay una ducha o bañera que pueda usar?
—Arriba, la primera puerta a tu izquierda —habló en tono divertido—. Creo que eres sensata porque una ducha caliente quizás obre maravillas en tus nervios.
Diablos. Se dominó para mantenerse calmada, a pesar de las carnadas que él le arrojaba.
—¿Qué habitación ocuparé? —preguntó Paula.
Casi pudo verle los dientes de tiburón. Dios la guardara de errar el camino y entrar en sus aguas territoriales. Tenía el presentimiento de que Pedro se la tragaría en caso de que ella agitara, aunque fuera levemente, la superficie. Al día siguiente, después de haber dormido bien estaría más capacitada para lidiar con él. Esa noche estaba muy nerviosa por los problemas y ya no toleraba más insinuaciones molestas. Esperaba tener otra perspectiva de la situación por la mañana.
—La segunda a la derecha. Estoy seguro de que te será cómoda, pero si necesitas algo durante la noche, házmelo saber. Haré todo lo posible por complacerte.
Ella lo observó con detenimiento, pero le fue imposible descifrar su expresión.
—Me las arreglaré —respondió, y en el vestíbulo levantó su maleta.
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Wowwwww qué buenos los 3 caps. Cada vez me gusta más esta historia
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