martes, 21 de noviembre de 2017

MI UNICO AMOR: CAPITULO 18






El pulso de Paula se aceleró.


—Tenía entendido que no habría nadie aquí —tronó—. ¿Por qué volviste a aparecer como una moneda falsa?


—Veo que mi presencia te conmocionó y pido disculpas por eso.


Sus ojos brillaron, pero la mandíbula permaneció firme y Paula se dio cuenta de que él no estaba arrepentido.


El resentimiento la hizo bullir. ¿Por qué la inquietaba tanto Pedro? Todo su metabolismo se aceleraba cuando él estaba cerca. ¿Qué tenía que siempre la agitaba?


Lo miró con rebeldía. Él no se movió, su cuerpo alto y esbelto no revelaba preocupación y la ropa que vestía sólo enfatizaba su arrogancia. El pantalón negro de mezclilla le moldeaba los músculos de las piernas y el suéter negro delineaba la anchura de sus hombros. Paula fijó la vista en la esbelta cintura.


Sin prisa, Pedro comenzó a acercársele y ella se tensó. 


Odiaba su demoníaco aire de seguridad. Era un macho soberbio, estaba acostumbrado a encantar a las mujeres con su magia misteriosa, pero ella no sería una de tantas. No permitiría que la llevara hacia el destino oscuro que él tenía en mente. Pedro era peligroso, era un animal rapaz que amenazaba su sistema nervioso con sólo estar en la misma habitación.


—¿Por qué no fuiste a la planta Brooskby? —exigió saber.


Él había ido ahí para irritarla; ese era el meollo del asunto. 


Estaba decidido a atormentarla a como diera lugar.


—Descubrí que mi presencia allá no era necesaria —respondió severo—. ¿No es eso afortunado?


—¿Quieres decir que volviste a cambiar de opinión para provocarme de nuevo? —estalló—. Parece que eso es un tedioso hábito tuyo.


Pedro sonrió y ella vio brillar la blanca y perfecta dentadura, pero decidió que no la perturbaría. Cualquier plan que él hubiera urdido en su engañoso cerebro estaba predestinado a fracasar.


—No tienes motivos para estar aquí —le informó dominándose—. Sugiero que te vayas en este instante.


—Quieres que desaparezca antes de que llegue Adrian. Con razón estás inquieta —murmuró—. Un trío no era lo que tenías en mente, ¿verdad?


—Sal de aquí, Alfonso —gruñó—. Y llévate tus insinuaciones desagradables.


—¿Y dejarte sola? —cruzó los brazos al frente—. ¿En esta casa aislada mientras los elementos rugen afuera y las ventanas rechinan por el esfuerzo? ¿No tendrás miedo en tanto esperas sentada mucho tiempo?


—De ninguna manera —declaró con firmeza—. Soy más fuerte que eso. Además, el odio que te tengo me mantendrá muy alerta. ¿Qué te parece pensar que tendré una larga espera?


—Intuición —respondió satisfecho y eso la hizo desear golpearlo—. Supongo que te habría agradado venir con él, pero desde luego, primero tuvo que llevar a Emma a casa de su prima de modo que habrá una demora —hizo una pausa y la observo con detenimiento—. Desafortunadamente, algo se presentó: Una misión delicada que requiere los especiales talentos diplomáticos de Adrian y temo que estará muy ocupado la mayor parte del fin de semana. Espero que eso no sea muy decepcionante para ti.


La evidente falta de sinceridad la enfureció y su temperatura se elevó unos grados.


—Imagino que tú fuiste el responsable de esa supuesta misión. No se te ocurrió dejar a Adrian en paz para que tuviera un descanso bien merecido este fin de semana. Todo es un engaño, una invención tuya —expresó enfadada—. ¿No crees que es hora de que dejes de interferir en asuntos que no te conciernen?


—Estás molesta —la miró con cinismo pero habló calmado—. Por supuesto, eso imaginé. No aceptas el hecho de que tu agradable encuentro se truncó, pero míralo desde el punto de vista optimista. Al menos yo estoy aquí para acompañarte. No estarás sola.


—¿Crees que pasaré el fin de semana con un tarambana como tú, un tenorio que se deja llevar por la corriente y aprovecha las oportunidades de donde vengan? Vete, Alfonso, ve a jugar con los relámpagos.


—¡Qué criatura tan salvaje! ¿Siempre eres tan vengativa? ¿Te es natural?


—Sólo cuando estoy contigo. Eres la única persona cuyo prematuro fin me causaría mucho placer. Si no quieres que planee ese fin, ¿por qué no te vas antes de que sea tarde?


—¿Cómo te entretendrás varada aquí, entre cuatro paredes y sin tener quien te haga olvidar la lluvia? —preguntó impasible—. La lluvia no cesará. No será divertido caminar hacia la playa, a menos de que disfrutes luchar contra la tormenta. Deberías darme las gracias por ser tan considerado.


—¡Regresa a Eastlake y concéntrate en tus propios asuntos! —exclamó y un grito se le atoró en los labios—. De hecho, se me ocurre una idea estupenda. ¿Por qué no vas a ver a Rebecca? Estoy segura de que le dará mucho gusto verte.


—Rebecca está ocupada este fin de semana. Estoy a tu entera disposición.


—No me tientes —se estremeció—. Disponer de ti es algo con lo que podría soñar —se obligó a sonreír y sus labios formaron una línea delgada—. Como ves, aquí no se te desea. Soy capaz de organizar mis actividades sin necesidad de que me las sugieras.


Él la miró de reojo.


—¿Estás segura de eso? ¿No sería más interesante un juego de ajedrez que estar sola? ¿Quizás un juego de naipes?


Ella no se molestó en contestar, lo observaba con furia, pero él continuó:


—Supongo que también podríamos sacar el tablero de Scrabble. ¿Tienes buen vocabulario? No, no me lo digas… ¿No dijiste arrogante, machista? —pareció meditar—. Parece que tienes un dominio adecuado del idioma. Estoy seguro de que juegas bastante bien.


—Haces esto con premeditación —Paula rechinó los dientes—. Planeaste todo esto para molestarme. Pues bien, permite que te diga…


—Ahora comprendo —comentó asintiendo satisfecho—. Preferirías pasar todo el fin de semana riñendo, ¿no? —contempló sus facciones—. Sí, veo que eso harías con gusto. Lo comprendo por la forma en que me miras, como un gato rojiverde. Supongo que por dentro siempre deseas pelear —se encogió de hombros—. No importa, puedo tolerarlo. Me agrada una buena riña, sobre todo si tú eres mi contrincante, así la vida deja de ser aburrida. Además, me agrada ganar.


Hizo una mueca diabólica.


—Por favor, no te sumes a otra de tus fantasías —le aconsejó Paula, no mordería el anzuelo. Pedro disfrutaba verla incómoda y ya era hora de que ella le minara su seguridad—. Tratándose de ti ya aprendí la lección. Créeme, tengo mejores cosas que hacer que desperdiciar mi aliento discutiendo contigo.


—Así habla una chica sensata —su voz fue enfurecedoramente tranquila—. Sabía que finalmente entrarías en razón. ¿Por qué reñir si podríamos relajamos para disfrutar de la situación?


Caminó hacia un mueble de caoba pulida y comenzó a revisar una colección de discos de larga duración.


—¿Qué tipo de música te agrada? —preguntó distraído—. ¿Strauss? ¿Brahms? ¿Otra cosa? ¿No te parece que la música sería un agradable acompañamiento para nuestra comida? —levantó un disco y leyó lo escrito en el sobre—. Sé que Adrian tuvo la precaución de ordenar bastantes alimentos. Tendré que buscar una botella de vino que vaya con la comida.


—No pienso sentarme a comer contigo —replicó—. Ni…


—Después del trayecto tan largo debes de tener hambre —insistió y dejó el disco—. Por la forma en que se trastornaron los nuevos planes, sólo puedo compensarte en parte y ayudarte a que te adaptes a las circunstancias con más ánimos.


—No puedes hacer nada para que me sienta bien —replicó.


—¿Nada? —torció la boca—. ¿Estás segura de eso? Creo recordar que la otra velada…


—Fue una aberración —lo interrumpió—. Y lo sabes. Tuve un momento de inestabilidad mental y fuiste lo bastante falto de escrúpulos como para aprovecharte de mí. De ninguna manera se repetirá.


—Por supuesto que no —aceptó en tono suave—. No se me ocurriría agregar algo a tu psicosis —con interés percibió el rubor en las mejillas de Paula—. Eso no sería jugar de acuerdo con las reglas, ¿verdad?


—¿Te irás? —preguntó muy digna.


—No. ¿Sabes que este lugar es extraordinariamente cómodo?


Paula se dijo que algún día encontraría la manera de sacarlo de acción de una buena vez. Mientras tanto, como no podía echarlo físicamente encontraría otro sitio donde pasar la noche.


—Entonces me retiro. Puedes saquear la despensa y la bodega de vinos hasta hartarte. Estoy segura de que estaré mucho más cómoda en un hotel.


—Lo que te sea grato —levantó la ceja y habló en tono burlón—. Huye, si tienes que hacerlo porque parece que te causa desasosiego pasar una noche aquí conmigo. Es evidente que no tienes la seguridad que aparentas.  Descubrirás que el hotel más cercano queda a unos ocho o nueve kilómetros de aquí por la carretera principal. La cabaña está bastante aislada. Es agradable si se busca paz y tranquilidad, pero tiene sus desventajas.


—Muchas gracias por la información —habló con cortesía y esbozó una sonrisa—. Estoy segura de que lo encontraré. Te deseo un buen fin de semana




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