martes, 21 de noviembre de 2017

MI UNICO AMOR: CAPITULO 19





Afuera, la lluvia caía con fuerza. Antes de correr al coche Paula se arropó con su chaqueta para protegerse del fuerte viento. ¿Qué clase de clima era ese? De por sí tenía bastantes problemas. Pedro había planeado ese molesto episodio. Como siempre, él pensaba que podía hacer lo que se le antojara, sin tomar en cuenta las consecuencias. Era el colmo, ¿por qué siempre tenía ella que cruzar espaldas con ese hombre perverso?


Se deslizó al asiento del conductor, cerró la puerta de golpe e introdujo la llave para poner en marcha el motor y pisó el acelerador para que el rugido le hiciera eco a su frustración contenida. Se dijo que Pedro no saldría impune. Si él pensaba que podía manipularla, pronto se daría cuenta de que sus esfuerzos eran inútiles. El viaje de él había sido del todo innecesario. De cualquier manera, ¿por qué tenía esa obsesión en cuanto a ella y Adrian? ¿Por qué siempre llegaba a conclusiones erróneas? Nada de lo que ella dijera cambiaría algo. Él pensaba que lo sabía todo y por eso mismo fracasaría. Pedro tendría que esperar hasta que Paula volviera a ver a Adrian. Ella aclararía las cosas.


Aguzó la vista a través del parabrisas, hacia la negrura espectral de la sinuosa carretera. La lluvia silbaba contra los neumáticos y el ritmo de los limpiadores se convirtió en algo casi hipnótico. ¿Cuánto tendría que recorrer antes de llegar a la carretera principal? Debió fijarse mejor durante el trayecto de llegada. Tenía los nervios destrozados y ese era precisamente el problema. Con una y otra cosa necesitaba descansar de todo.


¿En dónde estaba la vuelta? Debía estar por ahí. Las luces delanteras iluminaron el letrero y ella viró hacia la derecha para tomar el angosto sendero que indicaba. Ya no podía estar lejos, quizá unos dos kilómetros. Vio otro letrero y disminuyó la velocidad. La congoja la atacó al leer el letrero. Inundaciones. Debió imaginarlo. ¿No sería el típico final de un día terrible?


Detuvo el coche junto a la orilla con hierba, se apoyó en el volante y descansó la cabeza en las manos. ¿Qué hacer? 


Parecía que todo conspiraba contra ella. No podía seguir adelante porque le sería difícil encontrar otro sendero en ese panorama oscuro y lluvioso. Además, Adrian le había dicho que para regresar a la carretera principal tenía que tomar una larga desviación en caso de que la senda primera quedara intransitable.


Levantó la cabeza, miró a su alrededor y suspiró. Con razón Pedro no trató de detenerla. Debió saber que ella se toparía con ese obstáculo. Tamborileó sobre el volante y pensó en las opciones que tenía. No le agradó la posibilidad de pasar la noche dentro del coche. La lluvia le había traspasado la chaqueta y tenía mojada la blusa así que podría terminar con una pulmonía o algo parecido.


La única alternativa que le quedaba era regresar a la cabaña y Pedro lo sabía. Hizo una mueca, volvió a poner en marcha el motor y viró. Desgraciado. Si ella pescaba un resfriado él tendría la culpa. Y si ella le estornudaba en la cara bien merecido se lo tendría.



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