viernes, 29 de abril de 2016

MI CANCION: CAPITULO 15





–Oye, dormilona, hemos llegado a casa –Pedro trató de despertar a Paula, pues se había quedado dormida durante el viaje de regreso a casa.


Agarrándola del brazo, la sacudió suavemente. Ella no tardó en abrir esos ojos hermosos y grandes que tenía.


–¿Me he dormido? Supongo que sí porque el viaje se me ha pasado volando.


Sacudiendo la cabeza, se desabrochó el cinturón de seguridad y se incorporó.


–Bueno, hemos llegado a casa y tienes que irte directamente a la cama. Dame las llaves. Te abriré la puerta.


El frío aire nocturno le golpeó en cuanto salió del coche. Eso era justo lo que necesitaba, no obstante, para bajar un poco la temperatura de su cuerpo. Metió la llave en la cerradura rápidamente, abrió la puerta principal y esperó a que ella entrara. Nada más hacerlo, se volvió hacia él. Se había puesto la chaqueta sobre los hombros y en ese momento se la cerró un poco más. Pedro, sin embargo, tuvo tiempo de volver a verle el escote de refilón. Era hora de marcharse.


–Gracias por una velada estupenda –le dijo ella de repente, acercándose un poco–. Y también por el detalle de comprarme la ropa y todo lo demás. Me has hecho sentir como una princesa y nadie había hecho eso por mí jamás.


–No ha sido difícil, Paula. A mis ojos, eres una princesa.


Pedro no fue capaz de resistirse más y la estrechó entre sus brazos. La besó con una pasión que ya no podía contener y el deseo irrefrenable que le consumía estalló en llamas como un hilo de pólvora. Paula apartó los labios y entonces pudo ver algo cercano a un anhelo en su rostro.


Con el corazón retumbando, Pedro la soltó.


–Creo que es hora de decir buenas noches, ¿no crees? Ha sido un día muy largo para los dos y estamos a un par de días del primer concierto de la banda. Tenemos que descansar y estar en forma para lo que se avecina.


–Sé que tienes razón, pero…


Antes de que terminara la frase, Pedro había salido y se dirigía al coche.




MI CANCION: CAPITULO 14





Pedro estaba sentado frente a Paula en el suntuoso local de un exclusivo club de jazz, frecuentado no solo por aficionados al género, sino también por celebridades del mundo de la música y del cine. Ronnie la había ayudado a escoger el conjunto idóneo para la velada. Las posibilidades de un vestidito negro eran ilimitadas y Pedro se había quedado sin aliento al verla dentro de ese sencillo traje que la estilista había seleccionado para ella. El escote era más que atrevido y el satén negro se ceñía a su piel como un guante. Las gloriosas curvas que tanto se esforzaba en esconder estaban expuestas al mundo esa noche.


El gerente del local, un francés con mucho estilo que se había llamar Dion, le había recibido con gran efusividad. Hacía mucho tiempo que no pasaba por allí. De hecho, la última vez que recordaba haber pisado el pequeño club de jazz había sido antes de que su ex hiciera esas declaraciones tan nefastas. Dion, sin embargo, le había reconocido sin vacilar, a pesar todo el tiempo que llevaba retirado de la vida pública.


–Me alegro mucho de verle de nuevo por aquí, señor Alfonso. Ha pasado mucho tiempo –se volvió hacia Paula–. Por este local pasan muchas mujeres hermosas, pero usted ma chère… ¡Me deja sin aliento!


Aunque el género musical predominante en el local era el jazz, esa noche estaba dedicada al burlesque, y por eso precisamente la había llevado allí esa noche.


–Vaya. Este sitio es increíble –comentó Paula.


–Y tú acabas de llevarlo a un nivel superior –le dijo él, sonriendo.


Paula bebió un sorbo del margarita que había pedido.


–Me siento tan culpable bebiéndome esto mientras tú te bebes ese refresco de lima.


–No tienes por qué. Hoy no tengo ganas de beber alcohol, sobre todo porque tengo que cuidar de algo muy preciado.


Pedro suponía que era inevitable que se sonrojara, pero aun así experimentó un gran placer al ver cómo se le coloreaban las mejillas.


–He oído hablar del burlesque, pero no sé mucho sobre ello. ¿Es un tipo de espectáculo de variedades?


–Puede ser eso. Pero el burlesque es en realidad un tipo de arte… que celebra la belleza de las formas femeninas.


–Oh. ¿Entonces lleva un striptease y cosas así?


–Es mucho más que eso. A veces lo único que hace una chica es quitarse los guantes. Pero lo que lo convierte en un arte es cómo lo hacen. Además, los trajes que llevan y la forma en que se mueven es parte del espectáculo. Solo quiero que te acomodes bien y que disfrutes de ello… y que te sientas orgullosa de ser una mujer.


–¿Por eso me has traído aquí? ¿Para enseñarme que las mujeres pueden sentirse seguras de sí mismas mientras exhiben sus cuerpos en público? ¿Para que no sienta tanta vergüenza cuando actúe con el grupo?


–Sí. Ya te vas a hacer dueña del escenario con esa voz increíble que tienes, pero no quiero que te sientas insegura de tu imagen. Quiero que disfrutes de cada segundo cuando te subas a un escenario.


Para sorpresa de Pedro, Paula se bebió lo que le quedaba del margarita de un trago y después se relamió los labios.


–En ese caso, creo que voy a necesitar otra copa. No me vendrá mal sacar un poco de coraje de la botella esta vez. ¿Te importa?


–¿Lo dices en serio? –Pedro se inclinó hacia ella y le tocó la mejilla con la yema del pulgar–. ¿Tienes idea de lo peligrosamente sexy que resultas con ese vestido? Si me pidieras la luna, haría lo que fuera para conseguirla.


–Oh, yo no esperaría tantas molestias.


Contento de ver que Paula comenzaba a disfrutar de la velada, Pedro le hizo señas a una camarera para que les tomara nota. En ese momento dejó de sonar el sugerente saxo que salía de los altavoces y la intensidad de las luces disminuyó. Todas las miradas se volvieron hacia el escenario.


El espectáculo fue extraordinario. Paula quedó maravillada con el exuberante despliegue de baile y movimiento de todas esas mujeres tan voluptuosas, con sus trajes rutilantes y maquillaje exagerado.






MI CANCION: CAPITULO 13





Pedro no recordaba la última vez que se lo había pasado tan bien. Y tampoco recordaba haber sufrido una tortura tan grande. La asistente, una pelirroja pequeña y delgada, le había hecho sentarse en una cómoda silla para que disfrutara del desfile mientras Ronnie, la estilista, seleccionaba las prendas de una percha móvil y se las entregaba a Paula para que se las probara.


Ella entraba y salía de los probadores una y otra vez, con vestidos diferentes y con cara de pocos amigos. Lo gracioso era, sin embargo, que incluso aunque le mirara como si quisiera estrangularle, era más sexy y hermosa que todas las mujeres a las que había conocido en su vida.


–No me habías dicho que este iba a ser uno de los encargos más divertidos que me has hecho jamás. Es una gozada vestir a esta chica, Pedro.


La estilista, elegante y con un corte de pelo a lo garçon, se sentó junto a Pedro, satisfecha.


–He vestido a las mejores artistas del mundo, pero si el talento vocal de esta chica es tan bueno como su aspecto…


–Sí. Lo es. Ya seas productor o mánager de una banda, las cantantes como Paula no aparecen más que una vez en la vida… si tienes suerte.


–Hay una cosa que está bien clara, amigo mío –le dijo Ronnie, dándole un golpecito en la rodilla–, la industria de la música se va a echar a temblar porque esta muchacha que has encontrado te va a devolver al sitio que mereces… a golpe de bombo y platillo.


Paula abrió la cortina del probador en ese preciso instante. Llevaba unos vaqueros de polipiel con una blusa blanca de gasa más que reveladora.


–Espero que estéis satisfechos. En mi opinión, estoy ridícula con este traje –Paula se echó el pelo hacia atrás, malhumorada. Tenía las mejillas en llamas.


Ronnie hizo ademán de ir hacia ella, pero Pedro se puso en pie rápidamente.


–Créeme –le dijo, bajando la voz–. No estás ridícula.


–Bueno, no me voy a subir a un escenario con esta ropa. No me he puesto a cantar para que la gente me coma con los ojos. Si te gusta tanto, ¿por qué no te lo pones tú?


Fue hacia Pedro como si quisiera borrarle esa sonrisa de la cara a golpe de bofetada.


Él cubrió la distancia que le separaba de ella y respiró profundamente.


–Cálmate. Te estás sofocando por nada. Ronnie y yo queremos probar diferentes estilos, pero eso no quiere decir que te tengas que poner algo que no te guste. Al final es tu decisión.


Paula se tranquilizó un poco al oír sus palabras.


–No me gusta llevar esta clase de ropa que enseña tanto. Es que no me siento cómoda exhibiendo tanto mi cuerpo –admitió.


Pedro no dejaba de mirarla ni un segundo.


–¿Por qué? –le preguntó, sacudiendo la cabeza–. Dime qué tienes en la cabeza que te hace sentir tanta vergüenza de enseñar algo tan hermoso. Porque eso es lo que es, Paula, ni más ni menos.


Pedro miró a Ronnie un instante. La estilista esperaba pacientemente a que se decidieran antes de dar su opinión.


–No es fácil de explicar –dijo Paula.


Pedro se volvió hacia ella y le dedicó toda su atención.


–Eres preciosa, Paula. Si te doy un saco de patatas para que te lo pongas, seguirás siendo preciosa. ¿Por qué no disfrutas de tu juventud sin más? ¿Por qué no te permites disfrutar de la libertad de vestir de una manera un poquito provocativa?


–Bueno, es normal que un hombre diga algo así, ¿no? –Paula se sujetó un mechón de pelo detrás de la oreja. Estaba furiosa–. Las mujeres no dejan a los hombres solo porque se hacen mayores. Parece que somos muy modernos hoy en día, pero en el fondo las cosas siguen siendo como siempre. Los hombres mayores se vuelven «interesantes» y «experimentados», pero cuando se trata de una mujer las etiquetas son todo lo contrario.


Una media sonrisa asomó en la comisura de los labios de Pedro.


Paula hizo una pausa. A lo mejor estaba exagerando un poco, pero lo que decía era innegable.


–No nos metas a todos dentro del mismo saco, Paula –extendiendo la mano, liberó el mechón de pelo que ella se había sujetado detrás de la oreja–. De verdad espero no ser tan superficial como pareces creer que soy. La atracción física es algo real, pero también hace falta algo más profundo para que ambas partes sigan interesadas en una relación. Si yo encontrara a una mujer con la que quisiera pasar el resto de mi vida, jamás la abandonaría, pasara lo que pasara.


Sus ojos azules la taladraban con tanta intensidad que Paula sintió cómo resonaban las palabras en su interior.


–Este es el último conjunto que me dio Ronnie. Creo que voy a cambiarme ya. De repente tengo mucho frío.


Dio media vuelta y se frotó los brazos, pero él la agarró y la hizo volverse una vez más.


–Ese primer conjunto que te probaste… el top morado de terciopelo y la falda larga negra con el cinturón… Era muy bonito. ¿Empezamos con ese?


Paula vio cómo se contraía un músculo en su mandíbula. 


Ese también había sido uno de los conjuntos que más le había gustado.


–Muy bien.


–Y, por cierto, no nos vamos a casa ahora. Vamos a ir a casa de Ronnie y después te voy a llevar a un sitio. Cenaremos allí y disfrutaremos de la música.


¿Iba a llevarla a un sitio de conciertos?


–¿Por qué no me lo dijiste antes? ¿Qué clase de sitio es?


La expresión de Pedro permaneció tan hermética como de costumbre. Había, sin embargo, un brillo especial en su mirada. Paula se preguntó qué se traía entre manos.


–Quería que fuera una sorpresa, una sorpresa que te iba a gustar mucho.


–No estoy vestida como para salir por la noche… y mucho menos de fiesta. ¿No podemos dejarlo para otro día?


Pedro apretó la mandíbula y sacudió la cabeza.


–Lo siento, pero no te vas a librar de esta. Confía en mí. 
Esta noche va a ser justo lo que necesitas. Y en cuanto a lo de no tener la ropa adecuada, ¿por qué no escoges uno de los conjuntos que te has estado probando? Puedes prepararte en casa de Ronnie.


–¡Pero estos trajes son carísimos, Pedro! No puedo permitirme…


–Invito yo. Puedes escoger lo que quieras, cualquier cosa. Tómatelo como un regalo.


Paula se quedó sorprendida ante tanta generosidad inesperada.


–Bueno… quiero decir que eres muy amable, pero… ¿A qué clase de sitio me vas a llevar?


Él esbozó una de sus sonrisas más arrebatadoras.


–Es un sitio muy elegante, con mucha clase. Eso es todo lo que tienes que saber.


–Déjame ayudarte a escoger el conjunto. Pedro me ha dicho adónde vais, y sé cuál es el traje perfecto. También necesitarás zapatos y accesorios para completar el look.


Solícita y entusiasmada, Ronnie se detuvo a su lado de repente y Paula supo que era inútil seguir con las objeciones. Tenía sus reservas respecto a esa noche, pero todo intento de escapada sería una pérdida de tiempo.



jueves, 28 de abril de 2016

MI CANCION: CAPITULO 12



–Oye, eso ha estado muy bien. ¿Dónde has aprendido a tocar así?


Mauro Casey estaba sentado en el suelo del salón con las piernas cruzadas, descalzo y con el pelo alborotado. Tenía la guitarra apoyada sobre los muslos y observaba a Paula con admiración. Ella acababa de ofrecerle una versión muy personal de una conocida canción. Había hecho todos los cambios de acordes más complejos y también había introducido algunos propios. Se preguntaba si Pedro o Raul la habrían oído tocar…


Paula no solo tocaba «un poco», tal y como había dicho durante la prueba, sino que sabía tocar el instrumento con la soltura de alguien para quien la guitarra era una extensión de sus brazos.


Dejando el instrumento a un lado para beber un sorbo de la bebida que le había dado Mauro, Paula contestó a su pregunta.


–Fui a clases cuando era pequeña. Le di la lata a mi madre hasta que se cansó de oírme y me dejó ir a clase de guitarra. En realidad quería que aprendiera a tocar el piano,
así que yo me comprometí a aprender a tocarlo también –sonrió de oreja a oreja–. Después de un tiempo dejé de ir a clase y seguí aprendiendo yo sola.


Se encogió de hombros. No quería alardear de su habilidad. 


Había aprendido a tocar ambos instrumentos porque había querido. Lo cierto era que la música y los libros se habían convertido en un refugio en el que perderse cuando la vida se complicaba. Gracias a ellos había sobrevivido a momentos tan difíciles como la marcha de sus padres.


Su hermano Daniel siempre había sido el hijo predilecto, el que nunca se equivocaba. Paula apretó los labios y reprimió esa punzada de resentimiento que tan familiar le resultaba ya. Entonces se había sentido abandonada y la música había sido su único anclaje en un mundo en el que todo había perdido el sentido. Muchas veces se había preguntado si había terminado con Sean por ese motivo. Él había entrado en su vida en un momento en el que era especialmente vulnerable y la había engatusado con su sonrisa de niño, sus bromas divertidas y su actitud rebelde.


Mauro se quedó pensativo. Estaba realmente entusiasmado con Paula y todo lo que podía aportar al grupo.


–Lo que acabas de hacer ha estado más que bien, Paula. Sabes tocar muy bien.


–Gracias –la sonrisa de Paula fue tímida, pero agradecida.


Después del humillante incidente que había vivido con Pedro la noche anterior, definitivamente necesitaba ese elogio.


¿Cómo había podido hacer el ridículo de esa manera? Su corazón empezó a latir más lentamente a medida que llegaban los recuerdos. Había sido un error dejarle ver cuánto le deseaba.


–¿Has tenido oportunidad de aprenderte las dos nuevas canciones que te di? –le preguntó Mauro, recorriéndola con la mirada rápidamente.


–Cuando me fui a casa después del concierto, me puse a mirarlas –le dijo ella, reprimiendo un bostezo. Sacó un papel doblado del bolsillo de sus vaqueros desgastados–. ¿Quieres probarlas?


–Sí. Claro. Eso estaría genial –agarró su guitarra de nuevo y comenzó a afinar.


De repente sonó el timbre de la puerta. Mauro se puso en pie de un salto y fue a abrir. Durante su ausencia, Paula aprovechó para recostarse un poco en el butacón donde estaba sentada y estiró un poco las piernas. Sus dedos jugaban de manera inconsciente con las cuerdas y los ojos se le cerraban lentamente. Se preguntaba cómo iba a aguantar durante el resto el día sin…


De pronto sintió que alguien la observaba. Abrió los ojos y ahí estaba Pedro.


Se incorporó de un salto y asió la guitarra como si fuera un escudo.


–Hola.


–Esta tarde no vamos a ensayar. Vamos a salir.


–¿Ah, sí?


Mauro había regresado al salón. La mirada de Paula se dirigió hacia el guitarrista y después hacia Pedro.


–Mauro no –dijo Pedro con rotundidad–. Solo tú y yo. Te voy a llevar de compras.


–Pero no quiero ir de compras.


–Bueno, esto sí que es increíble. ¿Una chica que no quiere ir de compras? ¿Pero dónde has estado durante toda mi vida? –le preguntó Mauro, bromeando.


Pedro no pareció hacerle gracia la broma.


–Ve a por tu abrigo –dijo, con cara de pocos amigos.


Paula se puso tensa.


–Pero Mauro y yo…


–Me da igual. Solo quiero que busques tu abrigo y que te des prisa, por favor. No quiero que tardemos más tiempo del necesario en esto.


Paula no daba crédito a lo que estaba oyendo. La noche anterior él mismo le había sugerido que practicara un poco con la guitarra y por eso había ido a ver a Mauro.


–No puedes entrar aquí sin más y decirme lo que tengo que hacer.


El guitarrista de Blue Sky bajó la vista de repente como si sus zapatos se hubieran convertido en la cosa más interesante del mundo en cuestión de segundos.


–Bueno, pues eso es lo que acabo de hacer –Pedro arqueó una ceja con desparpajo–. Bueno, y ahora, si quieres seguir en esta banda, te aconsejo que hagas lo que se te dice y que lo hagas rápido. Vamos en coche a Londres y a este paso no llegaremos antes de la una. No tendremos tiempo suficiente.


–Tiempo suficiente… ¿Para qué?


Claramente furiosa, Paula se puso en pie por fin, asiendo su preciada guitarra por el mástil como si fuera el cuello de Pedro. Tenía las mejillas rojas y sus ojos verdes parecían en llamas.


Pedro sabía que se estaba comportando así con ella porque estaba enfadado consigo mismo por desearla tanto. La vida podía llegar a ser muy dura. Si hubiera tenido alguna posibilidad de encontrar a una cantante incluso la mitad de buena, se hubiera planteado seriamente la posibilidad de prescindir de ella. Raul y los miembros de la banda sin duda hubieran puesto el grito en el cielo, pero tener que enfrentarse a ellos siempre era mejor que perder el juicio por una mujer.


–¿Pedro?


No contestó de inmediato, sino que la atravesó con la mirada, como si quisiera lanzarle una advertencia. ¿Por qué estaba tan furioso con ella? ¿Qué había hecho para merecer tanta hostilidad?


–Necesitas algo de ropa. Ropa de trabajo. La banda tiene el primer concierto en Londres la próxima semana y tenemos que dejar resuelto este tema. He quedado con una estilista con la que llevo años trabajando… alguien en quien confío mucho. Se llama Ronnie. Raul se ha ido al norte a resolver unas cosas, así que hoy es un buen día para ocuparnos de eso. Y ahora, ve a por tu abrigo, por favor…


Mesándose el cabello, Pedro bajó la mirada un momento. 


Parecía que se le estaba agotando la paciencia. La mente de Paula corría a toda velocidad. ¿Iba a llevarla a comprar ropa?


Si era así, entonces tendría que desfilar ante él, y también ante la estilista. Tendría que cambiarse de ropa una y otra vez en probadores diminutos y acabaría sintiéndose culpable cuando las prendas no le quedaran bien.


¿Era estrictamente necesario que fuera con ella? 


¿Realmente necesitaba una estilista profesional para comprar ropa adecuada? ¿Por qué no confiaba en su propio criterio para elegir el vestuario?


Bastó con mirarle a los ojos durante un instante y enseguida obtuvo la respuesta a todas sus preguntas. Su rostro era pura arrogancia.


Podía quedarse allí de pie, discutiendo con él hasta que se hicieran viejos, pero él seguiría insistiendo en acompañarla.


–Odio ir de compras –le dijo. Dio media vuelta y tomó su abrigo del respaldo del butacón–. Y si piensas que voy a meterme en uno de esos trajes horribles de gata, entonces es que andas muy desencaminado –añadió, y pasó por su lado con indiferencia.



MI CANCION: CAPITULO 11





No había nadie en toda la sala cuyos ojos no estuvieran puestos en la cantante sexy que se paseaba por el escenario. Era una rubia pequeña y con curvas, con unos ojos azules cautivadores a rebosar de perfilador negro. Nikki Drake sostenía el micrófono con fuerza y se hacía dueña del pequeño escenario elevado a golpe de caderas, pero su voz, grave y algo ronca, tampoco dejaba indiferente.


Su cuerpo esbelto y escultural estaba perfectamente dibujado por un vestido de satén negro y ceñido acompañado por un cinturón ancho de color rojo alrededor de su cinturilla de avispa. Sus pechos, grandes y turgentes, estaban bien sujetos por un sostén tipo pushup.


La actuación resultó ser extraordinaria. Mientras la música vibraba a su alrededor, Paula experimentó una descarga de adrenalina increíble, algo que nunca había sentido en un concierto. ¿Era eso lo que Pedro quería para ella? ¿Quería que fuera sexy, enérgica, que llevara ropa ceñida y provocativa?


Tenía la garganta seca y un sudor caliente le corría por la piel. Había demasiada gente en aquel local diminuto. 


Mientras bebía un sorbo del ron con cola que había pedido, Paula se sobresaltó. Pedro acababa de moverse a sus espaldas. De repente le sintió demasiado cerca, pegado a su espalda. Su aliento caliente, con sabor a bourbon, le llegaba desde atrás.


–¿Qué te parece? –le preguntó.


–¿Qué? –Paula fue capaz de pronunciar las palabras a duras penas.


–Nikki y la banda. Claro. ¿A qué creías que me refería?


Paula casi pudo ver la sonrisa de Pedro, aunque no le tuviera delante. Se lo estaba pasando muy bien a su costa.


–Es muy buena. Todos tienen mucho talento. Estoy disfrutando mucho de la música.


–Sin duda alguna, tú cantas mucho mejor. Lo único que tenemos que hacer ahora es encontrar la imagen adecuada para ti.


–Siempre y cuando no tengas pensado meterme en un vestido de esos, no hay problema. Ahí están mis límites, me parece.


Para hacer acopio de coraje, Paula levantó su copa y se bebió lo que le quedaba. La cabeza le dio algunas vueltas en cuanto el alcohol hizo efecto, pero eso no era nada
comparado con la inquietud que sentía ante la creciente cercanía de Pedro.


–Creo que deberíamos buscar algo con un poco más de clase. Sexy… pero con clase.


Paula sintió su mano cerca de la cadera y después sobre la cintura. Sus dedos se deslizaban suavemente sobre la fina seda del vestido blanco que se había puesto. Contuvo la respiración y levantó la mano con la intención de apartar la de él, pero fue en vano. Pedro atrapó sus dedos rápidamente y los sujetó con fuerza. Las palabras que estaba a punto de decir no llegaron a salir de su boca. Cerró los ojos y le sintió acercarse un poco más. Un estremecimiento sutil la recorrió de pies a cabeza cuando él le apartó el cabello para darle un beso en la base del cuello.


La caricia, inesperada, desencadenó emociones que la atravesaron de pies a cabeza y casi la hicieron gemir de placer. Los pezones se le endurecieron y un deseo impaciente comenzó a gestarse en su interior.


Empeñada en recuperar la compostura, no obstante, Paula se puso erguida y se dio la vuelta hacia él.


–No. Por favor, no.


Mientras pronunciaba las palabras, pensó que no tenían sentido. Nada de lo que hacía tenía sentido. El susurro se perdió en el ritmo de la música pulsante y también entre las risas de la pareja que estaba situada junto a ellos.


–¿A qué te refieres? –le preguntó Pedro, tirándole de la mano y atrayéndola aún más hacia él.


La miró a los ojos y todo se desvaneció a su alrededor; la vibración de la música, las ovaciones del público, el tintineo de los vasos de cristal proveniente de la barra… Todo desapareció. En ese momento solo quería hacerle el amor y olvidarse de todo lo demás, pero sabía que eso solo iba a llevarle al desastre. Además, aún no estaba listo para volver a confiar en una mujer, no después de lo que Juliana le había hecho.


Haciendo acopio de todo el autocontrol que fue capaz de encontrar dentro de sí mismo, Pedro deslizó las manos hasta los hombros de Paula y las mantuvo ahí durante unos segundos.


–No quiero hacerte daño –le dijo.


Sorprendida, Paula se mordió el labio e inclinó la cabeza, asintiendo. Se volvió hacia la banda y cruzó los brazos como si quisiera protegerse