martes, 24 de marzo de 2015
INEVITABLE: CAPITULO 3
Paula observó al guapo espécimen que se detuvo a su lado, mirando expectante la silla vacía al otro lado de la mesa. Su boca se congeló cuando su mirada conectó con unos profundos azules que enviaron electricidad por todo su cuerpo.
—Ehmm… sí, no, es decir… está libre, puedes usarla —dijo cuando finalmente recuperó su voz y la capacidad de usarla.
—Gracias—respondió él con una sonrisa.
Ella pensó que tomaría la silla y la llevaría a otra mesa, en cambio se sentó frente a ella. Él era alto y atlético, su espalda ancha y brazos duros estaban enfundados en una camiseta negra que le marcaba todos los músculos. Su piel era de un ligero color bronce y sus ojos sonreían divertidos mientras la miraba.
¿Qué es lo que encuentra tan gracioso?, pensó Paula.
Su nariz era recta y sus labios eran tan besables que a Paula se le hizo agua la boca. El labio inferior ligeramente más grueso que el superior, carnoso, sexy. Mientras ella lo observaba, su boca se curvó en una media sonrisa que le recordaba a alguien. Trató de hacer memoria pero nada venía a su mente.
Él se apoyó en la mesa para estar más cerca.
—¿Cómo te llamas? —preguntó él.
—¿Uhmm? —Paula estaba algo atontada ahora.
—Tu nombre —insistió sonriendo—. Después de ese repaso merezco al menos saber tu nombre—le guiñó un ojo.
Ella sintió los colores subir a su rostro. Justo en ese momento la camarera se acercó a su mesa con el resto de su desayuno.
—Aquí está su orden, señorita Chaves —le dijo la chica mientras colocaba sus waffles belgas con fresas y crema batida junto con su jugo de naranja sobre la mesa.
—Un avance, señorita Chaves —se burló el hombre—. Pero aún no se tu nombre, y me atrevería a apostar que ya sabes hasta la talla de mi camiseta.
A Paula se le escapó una carcajada mientras sentía que su rostro iba de rosa a rojo en segundos.
—Paula —respondió ella finalmente—. Mi nombre es Paula.
—Bien, Paula Chaves, mi nombre es Pedro —le dijo él—. Y creo que eres la chica más guapa que he visto en mi vida.
Una línea cliché, se reprendió Paula. No deberías estar prestándole atención a este tipo que seguramente será igual o peor que Sergio.
—¿Sigues ahí? —preguntó Pedro agitando una mano frente a los ojos de Paula—. Perdón si te estoy molestando…
Ella parpadeó rápidamente y se centró en el monumento masculino frente a ella. Nunca fue muy hábil encajando los cumplidos, y en ese momento no sabía que responder. Su mente estaba totalmente en blanco.
—Será mejor que me vaya —dijo él antes de que Paula dijera algo—. Ha sido un placer conocerte, Paula Chaves.
Pedro se levantó de la mesa arrastrando la silla hacia atrás. Hizo señas a la camarera, que se acercó rápidamente, y le pidió prestado un bolígrafo. Ella se lo tendió curiosa, entonces Pedro tomó una servilleta y apuntó un número telefónico.
—Espero volver a verte, señorita Chaves —dijo antes de alejarse de su mesa y salir de la cafetería.
INEVITABLE: CAPITULO 2
—Necesitas unas vacaciones
Con esa frase Victoria Newmann recibió a Paula en su oficina.
—De todas las personas en el mundo, eres la última de quien pensé escuchar eso —
respondió ella —. Buenos días por cierto.
—Bueno, puedo ser algo exigente a veces, sí —admitió Vicky encogiéndose de hombros y señalándole una silla para que tomara asiento—. Pero necesitas un descanso y buscar la conexión con tu historia en otra parte.
—Y ahí estás tú de nuevo —se burló Paula—. Estoy bien, solo necesito… —suspiró cansada—. No sé qué rayos necesito. Un milagro, posiblemente.
—Oye, yo solo me preocupo por ti... y por tu deadline, claro —respondió la editora—. La gerencia está presionándome y debo entregarles algo antes de terminar el año. Una de las autoras está fuera de la pauta porque acaba de dar a luz, digamos que... necesitamos que salga. No solo tu carrera está en riesgo, sino también la mía.
—Hace dos meses que solo escribo porquería, Vicky.
—Envíamela —pidió—. Envíame esa porquería. Lo haremos funcionar, te lo prometo —entonces le tendió un sobre amarillo—. Pero toma esas vacaciones, Lucy. Allí está la información de un crucero por el Caribe que reservé para ti. La salida es en un par de días y dejé la cuenta abierta para cualquier cambio que desees… no sé, más tiempo en el spa, bebidas, ropa nueva… lo que sea. Al menos dime que lo pensarás.
—Lo pensaré —prometió Paula, pero sin demasiado entusiasmo. Tomó el sobre y la miró—. ¿Algo más?
—Eso era todo.
Paula se levantó de su asiento, se despidió y salió de la oficina de su Victoria. En el camino de regreso a casa hizo una parada en una cafetería. Pero no cualquier cafetería, sino una que era muy especial para ella.
Con las prisas por llegar a tiempo a su reunión no tuvo oportunidad de tomar su desayuno.
Ni siquiera pudo prepararse un café.
Entró en el pequeño local y se acercó a la barra para hacer su pedido. Tomó el café que le sirvió la encargada y luego se sentó en una de las mesas que tenía vistas hacia la calle.
Mientras tomaba su café observaba a la gente pasar. Niños con sus padres, adultos paseando a sus mascotas, parejas enamoradas que cruzaban la calle. La escena era tan idílica que parecía una película romántica.
—Claro, porque vivo en Hollywood —se burló—. Todo tiene que ser tan perfecto como en el cine, ¿no?
Pero ella sabía que la vida real no era así. Su vida real no era así, porque la de sus personajes era otra cosa.
Ella conoció a Sergio cuando eran adolescentes. Él era un deportista popular y ella se sentía feliz de tenerlo a su lado. Se hicieron adultos, fueron a la universidad y la relación siguió. Ya tenían 7 años juntos y ella imaginó, como era lógico, que su relación debía ir más allá.
Pero ellos no estaban en la misma página.
—Esta no es una de tus novelas, Pau —la acusó él—. Soy muy joven para una relación así.
Paula se había burlado del comentario. Una relación de 7 años ¿y él se sentía demasiado joven para la formalidad?
—Pero hemos estado juntos por años —le había dicho ella entonces.
—Yo no puedo seguir con alguien que solo va por allí escribiendo sobre hombres perfectos… es como si te burlaras de mí todo el tiempo —respondió Sergio—. Estoy lejos de ser así de perfecto… ¿cómo quieres que me sienta?
Ella estuvo tentada a decirle que todos sus personajes masculinos se basaban en él, en la forma en que ella lo veía, pero...
—Yo no puedo seguir encadenado en esto —siguió Sergio—. No es lo que quiero.
—Sergio, yo...
—Es lo mejor, Paula. Después me lo agradecerás.
Y allí fue donde él intentó hacer su salida de héroe sacrificado, como en las novelas que tanto le desagradaban. Pero justo sonó el teléfono de la casa y saltó al contestador automático. Una voz femenina saludó al aparato.
—Sergio, cariño, ¿ya lo hiciste? —Preguntó la voz—. Estaré en casa esperándote con las bragas nuevas que...
El mensaje fue interrumpido repentinamente y él tuvo la decencia de parecer avergonzado.
—Bien, yo… lo siento, no tenías que escuchar eso.
La furia de mil ejércitos invadió a Paula, a quien le faltó poco romper los jarrones de la casa contra la cabeza de su novio. Ahora ex.
—Fuera de mi casa, Sergio —le pidió ella—. Y tienes razón. No eres como los hombres en mis libros. Jamás habría sido capaz de escribir a un idiota como tú.
Ella había llorado esa noche, lanzado los cojines contra la pared y comido cantidades indecentes de helado mientras veía una versión de Cumbres Borrascosas en la televisión.
—Disculpa, ¿este asiento está ocupado? —una voz masculina la trajo de vuelta a la realidad.
INEVITABLE: CAPITULO 1
Paula se quedó en blanco frente al ordenador. Miró el reloj. Eran las 2 am. Ya tenía exactamente 12 horas tratando de darle forma a la idea que tenía en su block de notas y nada funcionaba. Cada 400 palabras revisaba el archivo solo para darse cuenta de que estaba escribiendo porquería.
—Genial —se dijo—. Un bloqueo… como si no fuera suficiente tortura tener a Vicky acosándome por el estúpido manuscrito —suspiró.
Junto al escritorio, ella tenía una pequeña pizarra llena con fotografías de las personas que habían inspirado sus personajes a lo largo de los años. Figuras recurrentes. Conocidas.
Seguras. Ella necesitaba esa seguridad ahora que todo en su vida parecía irse por la borda.
Seguras. Ella necesitaba esa seguridad ahora que todo en su vida parecía irse por la borda.
Se fijó en una foto donde aparecía su actor favorito sonriendo. Él tenía esa expresión pícara, como de saber algo que el resto del mundo ignora y que esa información es tan jugosa que…
—Vamos Tom, ayúdame un poco ¿sí? —le rogó. Como si la foto fuese a responder.
—Estúpido Sergio Cardenas —suspiró dejando caer su frente contra el teclado—. ¿Por qué esto tiene que pasarme a mí? —lloriqueó golpeando el puño contra la mesa.
Paula se irguió sobre su asiento, convencida de que nada iba a salirle bien, y cerró el documento casi en blanco, mandándolo a la papelera de reciclaje igual que los demás.
Guardó su pequeña libreta negra en una gaveta de su escritorio y la aseguró con llave. No es que recibiera muchas visitas en ese lugar, pero nunca estaba demás tomar precauciones. Apagó el ordenador, echó una última mirada a Tom Hardy en su pizarra.
Guardó su pequeña libreta negra en una gaveta de su escritorio y la aseguró con llave. No es que recibiera muchas visitas en ese lugar, pero nunca estaba demás tomar precauciones. Apagó el ordenador, echó una última mirada a Tom Hardy en su pizarra.
—Buenas noches, cariño —susurró y apagó la luz.
Paula juró que la imagen le guiñó un ojo, por lo que sonrió y agitó la cabeza. Necesitaba dormir, y dejar de tomar tanto café. Ya estaba alucinando.
Fue apagando las pocas luces que quedaban encendidas entre su pequeña biblioteca y la habitación. Cruzó el umbral y una extraña sensación de calidez la envolvió.Paula aseguró las ventanas y bajó la persiana que la cubría, desconectó la alarma que estaba en su mesita de noche y se arrojó a los brazos de Morfeo.
Las sábanas de seda se sentían tibias contra su piel. Usualmente Paula no se fijaría en cosas tan prosaicas pero por alguna razón eso se sentía importante en ese momento. Ella sintió el peso de un cuerpo que se posaba tras el suyo y la envolvía; manos fuertes y seguras acariciaban sus piernas sobre la delicada tela de sus sábanas, haciéndola estremecer. Él tomó el control de la situación y la hizo girar para enfrentarlo. Paula sonrió de la misma manera que Tom Hardy en la foto de su pizarra. Justo como él sonreía ahora.
Hombros anchos, brazos duros como la piedra y tatuajes cubriendo su piel. Un vello oscuro y suave que salpicaba su pecho y disminuía a medida que bajaba por su abdomen, hasta perderse en la cinturilla de su ropa interior. Paula quería acariciar la piel bronceada de su estómago. Quería trazar esa línea de vellos con su lengua mientras aquellos músculos firmes temblaban bajo su toque...
La sonrisa de Tom se hizo más amplia. Él también lo deseaba. Mientras Paula lo miraba, él se excitó, y ella dejó de preocuparse por sus abdominales para concentrarse en algo más.
Tenía un miembro largo y grueso que se alzaba bajo sus bóxers. En un parpadeo Tom estaba totalmente desnudo. Eso era lo bueno de los sueños, solo tenía que desear algo y lo tenía.
Tenía un miembro largo y grueso que se alzaba bajo sus bóxers. En un parpadeo Tom estaba totalmente desnudo. Eso era lo bueno de los sueños, solo tenía que desear algo y lo tenía.
Él recorrió los brazos de Paula con la punta de sus dedos, haciendo erizar su piel. Tomó ambas muñecas y las llevó a su boca, depositando delicados besos en las palmas de sus manos antes de elevarlas sobre su cabeza. Entonces separó las piernas de Paula usando una de sus rodillas. Ella podía sentir la humedad en sus braguitas, y estaba segura de que él también podía hacerlo ahora que tentaba su parte más sensible con la rodilla. Paula dejó escapar un gemido que parecía complacer al actor, y él se inclinó para susurrar en su oído.
—¿Estás preparada, Paula? —le pidió—. Esta noche es solo para nosotros. ¿Vas a complacerme?
Ella asintió, enloquecida por el deseo. Ya había tenido suficiente de los preliminares. Su cuerpo estaba a punto de ser consumido por las llamas y dudaba mucho que los bomberos lo consideraran una emergencia.
—Solo para nosotros,Pau —insistió Tom.
—Solo nosotros… —respondió ella. Su voz era demasiado ronca, demasiado necesitada.
—Sujétate del cabecero de la cama —le exigió él—. Y no te sueltes, o me detendré.
—No me soltaré —aseguró Paula.
Tom bajó por su cuerpo, plantando un reguero de besos mientras se deshacía de su ropa.
Subió la camiseta y solo le permitió separar las manos del cabecero para despojarla de la horrorosa pieza.Paula hizo una nota mental para dormir con ropa interior sexy la próxima vez que Tom la visitara. El pensamiento la hizo reír.
Subió la camiseta y solo le permitió separar las manos del cabecero para despojarla de la horrorosa pieza.Paula hizo una nota mental para dormir con ropa interior sexy la próxima vez que Tom la visitara. El pensamiento la hizo reír.
—Concéntrate —la reprendió.
Paula asintió, incapaz de hilar un pensamiento coherente cuando él deslizó la lengua sobre su vientre, hacia el sur y de regreso a su ombligo. Su cuerpo dolía de necesidad. Tom cruzó su mirada con la de ella mientras se incorporaba entre sus piernas y sujetaba su miembro con ambas manos, tentando su entrada. Sentía la ligera presión que hacía su pene sobre ella, como pidiendo permiso para entrar. Ella gimió y arqueó su cuerpo en invitación. Un brillo travieso brilló en sus ojos cuando dejó caer su peso sobre una de sus manos, mientras que con la otra seguía sujetando la base de su pene.
—Sí, hazlo —suplicó Paula apremiándolo.
Tom se mordió el labio inferior mientras empezaba a empujar contra ella. Se sentía deliciosamente dolorida en los sitios correctos mientras se expandía para él.
—Quédate quieta —le pidió entonces. Y ella obedeció.
Entonces un zumbido empezó desconcentrarla.
—Ignóralo… no quiero que te vayas, Pau ¿de verdad quieres perderte esto? —se burló él, empujando un poco más, haciéndola gemir, para luego salir completamente de ella.
—Yo no… —pero ahí estaba nuevamente ese molesto zumbido, y luego el molesto repique de su celular. Entonces Tom había desaparecido completamente.
Con el corazón retumbando a toda velocidad contra su pecho, Paula se incorporó en la cama y respiró profundamente para intentar calmarse. Allí estaba otra vez. Zumbido y repique. Ella cogió su celular de la mesita de noche y tuvo que arquear una ceja al ver el
nombre en el identificador de llamadas. Era Vicky, su editora.
—Más te vale que llames por una emergencia del tipo “estamos siendo invadidos por extraterrestres y tienes que evacuar tu casa” —se quejó Paula.
—Oh querida —suspiró Vicky—. No sabía que te interesaba la ciencia ficción, pero apostaría que puedes hacer una historia sexy en el espacio ¿no es así?
—Tú no llamaste para hablar de sexo en el espacio a esta hora de la madrugada, Vicky —le respondió—. ¿Qué rayos sucede?
—En primer lugar —empezó a decir su editora como si le hablara a una niña pequeña—. Son las 7 de la mañana y deberías estar levantada, preparándote para nuestra reunión de las 8… por cierto, esa es la razón por la que llamo. Tengo un par de ideas para resolver tu pequeño bloqueo.
¿Pequeño bloqueo?
Para Paula no tenía nada de pequeño o insignificante. Pero concentrándose en algo más importante… ella no podía creer que ya fueran las 7.
¿Tan rápido pasa el tiempo cuando sueñas con cosas agradables? Y ni siquiera tuvo el final feliz de ese sueño.
Era totalmente injusto.
—¿Paula? —la voz de su editora la trajo de vuelta a la realidad.
—Allí estaré —respondió secamente antes de terminar la llamada y dejarse caer nuevamente contra el colchón.
—Eso estuvo cerca —se dijo—. Pero no taaaan cerca.
La llamada telefónica había apagado totalmente su excitación, pero eso no quería decir que no siguiera frustrada. Habían pasado dos meses desde que terminó con Sergio. Dos meses sin sexo. Una temporada de sequía que amenazaba con extenderse, no solo en el dormitorio sino también frente al ordenador.
Desde que Paula descubrió que Sergio Cardenas, su novio de la secundaria y con quien se había comprometido, era un imbécil, ella lo había echado de su apartamento y de su vida.
Todo bien hasta allí. A la gente estúpida hay que apartarla antes de que te contagie. El problema empezó cuando, un día después de la discusión con él y de la subsecuente separación, ella no pudo escribir más de 80 palabras seguidas sin que sintiera que estaba escribiendo mierda. ¿Estresada? Quizás… pero el cuadro se repitió el día siguiente, y el siguiente a ese… y todos los demás hasta el presente.
Ahora no solo tenía una vida sexual frustrada, sino que su vida profesional estaba seriamente amenazada por la sombra de Sergio.
—Tengo que hacer algo —se dijo Paula—. Aunque eso signifique seguir las ideas maravillosas de Vicky.
Ella no pudo endulzar el sarcasmo en ese pensamiento, pero no tenía alternativas. Era confiar en que el plan de su editora funcionara o no lograr completar el manuscrito antes de la fecha. Lo segundo no era siquiera una posibilidad.
No iba a darle el gusto a Sergio de arruinar su carrera.
—Oh querida —suspiró Vicky—. No sabía que te interesaba la ciencia ficción, pero apostaría que puedes hacer una historia sexy en el espacio ¿no es así?
—Tú no llamaste para hablar de sexo en el espacio a esta hora de la madrugada, Vicky —le respondió—. ¿Qué rayos sucede?
—En primer lugar —empezó a decir su editora como si le hablara a una niña pequeña—. Son las 7 de la mañana y deberías estar levantada, preparándote para nuestra reunión de las 8… por cierto, esa es la razón por la que llamo. Tengo un par de ideas para resolver tu pequeño bloqueo.
¿Pequeño bloqueo?
Para Paula no tenía nada de pequeño o insignificante. Pero concentrándose en algo más importante… ella no podía creer que ya fueran las 7.
¿Tan rápido pasa el tiempo cuando sueñas con cosas agradables? Y ni siquiera tuvo el final feliz de ese sueño.
Era totalmente injusto.
—¿Paula? —la voz de su editora la trajo de vuelta a la realidad.
—Allí estaré —respondió secamente antes de terminar la llamada y dejarse caer nuevamente contra el colchón.
—Eso estuvo cerca —se dijo—. Pero no taaaan cerca.
La llamada telefónica había apagado totalmente su excitación, pero eso no quería decir que no siguiera frustrada. Habían pasado dos meses desde que terminó con Sergio. Dos meses sin sexo. Una temporada de sequía que amenazaba con extenderse, no solo en el dormitorio sino también frente al ordenador.
Desde que Paula descubrió que Sergio Cardenas, su novio de la secundaria y con quien se había comprometido, era un imbécil, ella lo había echado de su apartamento y de su vida.
Todo bien hasta allí. A la gente estúpida hay que apartarla antes de que te contagie. El problema empezó cuando, un día después de la discusión con él y de la subsecuente separación, ella no pudo escribir más de 80 palabras seguidas sin que sintiera que estaba escribiendo mierda. ¿Estresada? Quizás… pero el cuadro se repitió el día siguiente, y el siguiente a ese… y todos los demás hasta el presente.
Ahora no solo tenía una vida sexual frustrada, sino que su vida profesional estaba seriamente amenazada por la sombra de Sergio.
—Tengo que hacer algo —se dijo Paula—. Aunque eso signifique seguir las ideas maravillosas de Vicky.
Ella no pudo endulzar el sarcasmo en ese pensamiento, pero no tenía alternativas. Era confiar en que el plan de su editora funcionara o no lograr completar el manuscrito antes de la fecha. Lo segundo no era siquiera una posibilidad.
No iba a darle el gusto a Sergio de arruinar su carrera.
lunes, 23 de marzo de 2015
DELICIAS DE AMOR: EPILOGO
Bueno, chicas, creo que podemos apuntarnos un nuevo éxito —les susurró Maria a Teresa y a Cecilia.
Las tres mujeres estaban sentadas juntas en el tercer banco de la iglesia de St. Elizabeth Ann Seton. Habían pasado seis meses desde la Feria de Adopción del refugio de animales, que había dado lugar a más de un final feliz.
Maria sonrió con orgullo mientras observaba al joven que había ante el altar. Estaba de cara hacia la entrada de la iglesia, esperando con ansiedad a que se abrieran las puertas y diera comienzo el resto de su vida.
El esmoquin le sentaba bien. Estaba guapísimo.
Teresa se llevó un pañuelo a los ojos. Fuera a las bodas que fuera, y en los últimos años habían sido muchas, oír los acordes de la Marcha nupcial siempre conseguía que las lágrimas afloraran a sus ojos.
—Francisca tendría que estar aquí —le dijo a sus amigas con añoranza.
Cecilia se acercó un poco para que tanto Teresa como Maria pudieran oírla.
—¿Qué te hace pensar que no lo está? —inquirió con expresión seria.
Ninguna de sus amigas cuestionó la pregunta. La idea de que su amiga observara con aprobación a su hijo, desde arriba, les pareció reconfortante.
—Oh, ¿no está espectacularmente guapa? —se admiró Teresa mientras Paula caminaba lentamente hacia el altar, acercándose con cada paso al hombre con quien iba a compartir el resto de su vida.
—Todas las novias están guapas —susurró Maria.
—Pero algunas lo están más que otras —reiteró Teresa con tozudez. En el último año, Paula se había convertido en alguien muy especial para ella.
—¿Creéis que llegó a descubrir cómo apareció Jonathan en su puerta aquella mañana? —preguntó Cecilia a las otras.
—Estoy bastante segura de que ella no. Pero creo que Pedro podría tener sus sospechas al respecto —susurró Maria, recordando la visita improvisada que le había hecho. Al fin y al cabo, era un joven muy inteligente.
—Ya te dije que no tendrías que haber utilizado un perro de la camada de Princesa —le recordó Cecilia.
—Eso ya es agua pasada —Maria se encogió de hombros—. Además, el truco funcionó, ¿no? —dijo, esbozando lo que sus amigas denominaban «su sonrisa traviesa».
—Shh, está a punto de empezar —Teresa agitó la mano para silenciarlas e inclinó la cabeza hacia el sacerdote, que ya se encontraba ante el altar.
—Aún no —contradijo Maria, mirando por encima del hombro hacia la entrada de la iglesia. Antes de que se cerraran las puertas del todo, tenía que hacer su entrada otro participante en la boda.
Se oyó un rumor en la iglesia y los invitados empezaron a darse codazos, volviéndose para mirar al último miembro del cortejo nupcial.
—Vaya, mira eso.
—Desde luego, no es lo típico en una boda, ¿eh?
—¿No les da miedo que se trague los anillos?
La pregunta la realizó el hombre que estaba sentado justo delante del trío de amigas.
Incapaz de contenerse, Maria le dio un golpecito en el hombro. Cuando volvió la cabeza para mirarla, le explicó la situación.
—No les preocupan los anillos porque es el perro de la novia, y el novio lo ha adiestrado de maravilla. Además, si se fija bien, verá que los anillos están sujetos a la almohadilla de satén que lleva en la boca.
—¿Y por qué han incluido a un perro en su boda? —inquirió otra persona.
—Por lo que he oído, si no hubiera sido por ese perro, nunca se habrían conocido ni habrían acabado juntos —contestó el hombre que tenía al lado, como si lo supiera de muy buena tinta.
—Imagínate —murmuró Maria.
Miró de reojo a Teresa y a Cecilia, con ojos chispeantes de humor. Lo que el hombre había dicho expresaba la visión que Paula y Pedro podrían haber tenido sobre cómo se había producido su encuentro, pero Teresa, Cecilia y ella conocían toda la historia.
Maria se recostó en el banco y prestó toda su atención a lo que decía la pareja ante el altar. Nunca se cansaba de escuchar el intercambio de votos, que sellaba el compromiso entre dos personas.
«Esta, Francisca, va por ti», declaró Maria en silencio.
Entonces, igual que a sus dos amigas, se le llenaron los ojos de lágrimas.
DELICIAS DE AMOR: CAPITULO 24
Cuando Teresa se lo dijo, la reacción instintiva de Paula fue escabullirse. Sabía que, si le daba alguna excusa que justificara que no podía ir a servir las pastas en el evento, la mujer la aceptaría.
Pero eso habría supuesto mentirle a una mujer que era como una segunda madre para ella. Además, supondría un problema para Teresa, que le había dicho que andaba escasa de ayuda. Por lo visto, en el último momento, dos de las camareras se habían puesto enfermas y no iban a poder ir a trabajar.
A Paula no le importaba trabajar, y menos estar rodeada de gente que alababa sus postres. Pero ese evento en concreto era una feria de adopción de animales abandonados, que organizaba el refugio de la localidad. Y eso significaba que Pedro podría estar allí.
Sabía que ofrecía sus servicios voluntarios periódicamente, e iba al refugio a tratar a los que estaban enfermos. Era curioso que lo mismo que la había llevado a adorarlo, en ese momento la inquietara.
Habían pasado más de dos semanas desde que había salido de su casa sin intención de volver. Dos semanas en las que había funcionado, más o menos, como si careciera de corazón. No había contestado a ninguna de sus llamadas desde entonces.
Aquella noche había empezado siendo una de las mejores de su vida para convertirse en una de las peores poco después.
Durante un momento, breve y luminoso, había creído encontrar al hombre que había buscado toda su vida.
Pedro y ella parecían almas gemelas respecto a muchas cosas.
Había terminado corriendo hacia él, cuando debería haber caminado lentamente. Muy despacio, hasta conocerlo bien.
Pero había corrido y, de repente, una bomba había caído sobre su mundo, devastándolo.
Además de no decirle que había estado comprometido, había sido él quien había roto el compromiso, y hacía muy poco tiempo. Eso implicaba que se comprometía con seriedad. Si podía romper un compromiso una vez, era muy capaz de volver a hacerlo. La llevaría a las cumbres del paraíso para luego dejarla caer en el abismo de la amargura. Incluso si él podía olvidar dejar el pasado atrás y cambiar, requería tiempo. No podía estar preparado para algo sólido tan poco tiempo después de romper su compromiso. Antes o después, Pedro se daría cuenta de eso, y cuando lo hiciera se alejaría de ella por su propio pie.
No estaba dispuesta a correr ese riesgo. A arriesgarse a que le arrancara el corazón del pecho y la dejara hundirse en la soledad y la desesperanza. Sencillamente, no podía.
Prefería no soñar a ver cómo sus sueños se rasgaban para convertirse en jirones.
En ese momento sentía dolor, pero habría sentido mucho más si seguía viendo a Pedro, seguía amándolo, para acabar siendo abandonada.
—Eres mi salvavidas —estaba diciendo Teresa, saboteando con su elogio cualquier excusa para escabullirse—. Tengo tan poco personal para este evento, que es posible que tenga que llamar a mis hijos para que vengan a echar una mano. Esta Feria de Adopción promete ser monumental —Teresa miró de reojo a su protegida—. No te molesta hacer esto, ¿verdad, Paula?
Paula se obligó a sonreír. No iba a fallarle a Teresa, incluso si tenía que pasarse toda la velada mirando por encima del hombro para evitar un encuentro indeseado.
—No, claro que no.
—Es por una buena causa —le recordó Teresa—. Pero no hace falta que te lo diga. Una vez que acoges a una mascota en tu casa y le abres tu corazón, empiezas a ver a todos los animales sin hogar de forma diferente —Teresa miró las cajas de pastas, listas para su transporte—. Por cierto, has vuelto a superarte a ti misma. Todo huele divino, incluso embalado —sonrió de oreja a oreja—. ¿Estás lista?
—¿Para irnos? Claro —respondió Paula, saliendo de su ensimismamiento.
Estaba lista para transportar las pastas que había hecho, lista para hacer su trabajo. Pero, de ninguna manera, estaba lista para volver a ver a Pedro.
Solo podía desear que no apareciera. Al fin y al cabo, no iba a haber animales enfermos en el evento. El objetivo de la feria era conseguir tantas adopciones como fuera posible.
Eso casi garantizaba que solo estarían en exposición los animales más sanos.
Era muy probable que Pedro no estuviera allí.
Paula seguía repitiéndose eso mismo más de una hora después.
La feria de adopciones estaba en marcha, y al menos una cuarta parte de los habitantes de Brandon habían ido a echar un vistazo a los animales disponibles y, también, a probar la comida.
Sus pastas estaban desapareciendo a toda velocidad. Tenía la esperanza de que los que se las estaban comiendo también estuvieran planteándose adoptar a uno de los gatos, perros, conejos o hámsteres que había en la exposición.
—Está claro que tus pastas son una de las mayores atracciones —dijo Teresa, acercándose a la mesa en la que estaba Paula—. Creo que para el final del día, tu «contribución», será la que haya recaudado más dinero para el refugio —comentó Teresa con aprobación. En honor al carácter benéfico del evento, Teresa solo había cobrado la mitad de su tarifa habitual—. Deberías estar muy orgullosa de ti misma.
Aunque a Paula le gustaba recibir elogios, siempre hacían que se sintiera un poco incómoda. Nunca sabía qué decir ni cómo responder, así que solía limitarse a sonreír. Esa vez hizo lo mismo. Después, Paula simuló observar a un grupo de niños que estaban jugando con una camada de gatitos, mezcla de siamés y birmano. Por lo visto, la madre había llegado al refugio ya embarazada.
Teresa le dio una palmadita en la mano y, tras murmurar que iba a ver cómo iban los demás, se perdió entre la multitud.
Acababa de irse cuando Paula oyó una voz a su espalda.
—¿Cuánto cuesta esa pasta de frambuesa?
Paula se puso rígida. Habría reconocido esa voz en cualquier sitio. Era la voz que oía en sueños casi todas las noches. La voz que hacía que se despertara al borde de las lágrimas casi todas las mañanas.
—Dos dólares —contestó con formalidad.
—Un precio muy razonable —Pedro rodeó la mesa para situarse frente a ella. Él le dio dos billetes de dólar y ella empujó un plato con la pasta de frambuesa hacia él.
Pedro alzó los ojos hacia ella—. ¿Cuánto cuestan cinco minutos de tu tiempo?
—No tienes tanto dinero —replicó ella con voz tersa.
Deseaba, más que nada, irse de allí, marcharse y dejarlo atrás. Pero no había nadie que pudiera sustituirla y no podía fallarle a Teresa tras haber accedido a estar allí.
Iba a tener que sobrellevar la situación de la mejor manera posible.
—Te he llamado a diario, Paula —dijo él en voz baja, para que nadie más lo oyera—. No has devuelto una sola de mis llamadas.
Ella lo miró con fijeza. Ignorar las llamadas había supuesto una agonía, sobre todo cuando estaba en casa. El sonido de su voz dejando un mensaje en el contestador llenaba la casa. Le llenaba la cabeza. Hacía que fuera muy difícil mantenerse firme en su postura.
—No veía ningún sentido a hacerlo, Pedro. No habría funcionado. Por favor, acéptalo —le dijo, con tanta calma como pudo.
Pedro no estaba dispuesto a dejar que se le escapara la oportunidad de convencerla.
—Paula, siento no haberte dicho lo de Irene, sobre todo porque es bastante reciente. Tienes todo el derecho a estar enfadada por eso. No debería habértelo ocultado.
—No estoy enfadada porque no me lo dijeras. No niego que me doliera, descubrirlo así, pero esa no es la razón de que no haya devuelto tus llamadas.
—Entonces, no lo entiendo —confesó, con expresión de sentirse perdido.
—Fuiste tú quien rompió el compromiso. ¿Cómo podías estar listo para tener otra relación? —le preguntó—. Te comprometiste, Pedro. Un compromiso para toda la vida —recalcó—. Y luego lo rompiste sin más. De repente, aparezco yo. ¿Quién me dice que no me dejarías a mí también, sin más? —chasqueó los dedos para dar fuerza a su argumento.
Incapaz de seguir junto a Pedro más tiempo, alzó las manos con gesto de desesperación y empezó a alejarse. Pero él tenía la zancada más larga, y si no echaba a correr, la alcanzaría en seguida. No quería montar una escena, así que dejó de andar. Tal vez, si escuchaba lo que tenía que decirle, la dejaría en paz.
—No fue así, «sin más» —contradijo Pedro, enfadado y frustrado por la acusación—. No me diste oportunidad de explicar lo que ocurrió. No estuve comprometido con Irene un día, ni una semana, fueron cinco meses. Durante ese periodo, la persona con la que creía que iba a casarme, empezó a transformarse en una mujer completamente distinta. No solo eso, también me dejó claro que esperaba que yo cambiase, que me transformara en lo que ella y su familia consideraban la pareja apropiada en su mundo.
»Comprendí que nuestro matrimonio no iba a ser feliz. Lo que había creído que sería nuestra vida juntos, simplemente no iba a ser. Irene quería que renunciara a ser veterinario y empezara a trabajar para la empresa financiera de su padre. Resumiendo, quería que renunciara a ser quien soy. Así que rompí el compromiso, contraté a una empresa de mudanzas y volví al sitio que siempre he considerado mi hogar.
Con los ojos fijos en los de ella, Pedro agarró su mano, en parte para intentar conectar, en parte para evitar que saliera corriendo antes de que él terminara de hablar. No la conocía lo bastante bien para saber lo que era capaz de hacer en un momento de tensión.
—Tras la ruptura, lo último que quería era involucrarme en otra relación, pero no había contado con conocer a alguien tan especial como tú. Hiciste resurgir todas las cosas
buenas que me esforzaba por enterrar —confesó—. Hiciste que me sintiera útil y entero, y también que deseara protegerte.
Tenía que conseguir que Paula lo entendiera, abrirle su alma para que viera lo mucho que ella significaba para él.
—Estaba seguro de nunca podría volver a sentirme tan vivo como ahora, pero ocurrió gracias a ti. Sé lo que siento por ti. No quiero volver a la oscuridad, Paula. Por favor, no me obligues a hacerlo —aumentó un poco la presión de sus manos y lo alivió ver que ella no las apartaba—. No he podido concentrarme, ni pensar a derechas, desde que te marchaste aquella mañana. De hecho —añadió con expresión solemne—, los animales están empezando a darse cuenta de que me pasa algo.
Eso hizo reír a Paula. Y se dio cuenta de que era la primera vez que se reía desde antes de haber huido de la casa de Pedro.
—Digamos, solo por hablar —puntualizó—, que te creo…
—¿Vas a darme una segunda oportunidad? —se adelantó él, interrumpiéndola.
—Si tuvieras una segunda oportunidad en esta relación, ¿qué harías con ella?
—Te pediría que te casaras conmigo —dijo él sin el menor titubeo, sin concederse siquiera un instante para pensarlo.
Estaba seguro de lo que quería.
Ella alzó la barbilla. Pedro conocía el gesto: se preparaba para una confrontación.
—Igual que se lo pediste a Irene —dijo ella.
—No, porque ahora sé que hay que evitar a las Irenes de este mundo en la medida de lo posible —afirmó él—. No quieren un esposo, quieren un proyecto de bricolaje. Yo quiero a alguien que me quiera, a quien le guste por lo que soy y lo que tengo que ofrecer. Más que eso —la sinceridad de sus ojos era tanta que a Paula le llegó al alma—. Te quiero a ti.
—¿Durante cuánto tiempo? —lo retó ella, aunque estaba perdiendo toda capacidad de resistencia.
—No tengo ni idea de cuánto viviré —dijo él, sin recurrir a frases poéticas—, pero sea el tiempo que sea, quiero poder abrir los ojos cada mañana y verte a mi lado. Estas dos semanas sin ti han sido un infierno y estoy dispuesto a hacer cualquier cosa, lo que sea, por una segunda oportunidad.
—¿Cualquier cosa? —preguntó ella, ladeando la cabeza.
—Lo que sea —repitió él con sentimiento.
—Bueno —hizo una pausa—, podrías empezar por besarme.
—¡Hecho! —exclamó él, rodeándola con los brazos.
Y la besó
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