martes, 24 de marzo de 2015

INEVITABLE: CAPITULO 1






Paula se quedó en blanco frente al ordenador. Miró el reloj. Eran las 2 am. Ya tenía exactamente 12 horas tratando de darle forma a la idea que tenía en su block de notas y nada funcionaba. Cada 400 palabras revisaba el archivo solo para darse cuenta de que estaba escribiendo porquería.


—Genial —se dijo—. Un bloqueo… como si no fuera suficiente tortura tener a Vicky acosándome por el estúpido manuscrito —suspiró.


Junto al escritorio, ella tenía una pequeña pizarra llena con fotografías de las personas que habían inspirado sus personajes a lo largo de los años. Figuras recurrentes. Conocidas. 
Seguras. Ella necesitaba esa seguridad ahora que todo en su vida parecía irse por la borda.


Se fijó en una foto donde aparecía su actor favorito sonriendo. Él tenía esa expresión pícara, como de saber algo que el resto del mundo ignora y que esa información es tan jugosa que…

—Vamos Tom, ayúdame un poco ¿sí? —le rogó. Como si la foto fuese a responder.


—Estúpido Sergio Cardenas —suspiró dejando caer su frente contra el teclado—. ¿Por qué esto tiene que pasarme a mí? —lloriqueó golpeando el puño contra la mesa.


Paula se irguió sobre su asiento, convencida de que nada iba a salirle bien, y cerró el documento casi en blanco, mandándolo a la papelera de reciclaje igual que los demás. 


Guardó su pequeña libreta negra en una gaveta de su escritorio y la aseguró con llave. No es que recibiera muchas visitas en ese lugar, pero nunca estaba demás tomar precauciones. Apagó el ordenador, echó una última mirada a Tom Hardy en su pizarra.


—Buenas noches, cariño —susurró y apagó la luz.


Paula  juró que la imagen le guiñó un ojo, por lo que sonrió y agitó la cabeza. Necesitaba dormir, y dejar de tomar tanto café. Ya estaba alucinando.


Fue apagando las pocas luces que quedaban encendidas entre su pequeña biblioteca y la habitación. Cruzó el umbral y una extraña sensación de calidez la envolvió.Paula aseguró las ventanas y bajó la persiana que la cubría, desconectó la alarma que estaba en su mesita de noche y se arrojó a los brazos de Morfeo.


Las sábanas de seda se sentían tibias contra su piel. Usualmente Paula no se fijaría en cosas tan prosaicas pero por alguna razón eso se sentía importante en ese momento. Ella sintió el peso de un cuerpo que se posaba tras el suyo y la envolvía; manos fuertes y seguras acariciaban sus piernas sobre la delicada tela de sus sábanas, haciéndola estremecer. Él tomó el control de la situación y la hizo girar para enfrentarlo. Paula sonrió de la misma manera que Tom Hardy en la foto de su pizarra. Justo como él sonreía ahora.


Hombros anchos, brazos duros como la piedra y tatuajes cubriendo su piel. Un vello oscuro y suave que salpicaba su pecho y disminuía a medida que bajaba por su abdomen, hasta perderse en la cinturilla de su ropa interior. Paula quería acariciar la piel bronceada de su estómago. Quería trazar esa línea de vellos con su lengua mientras aquellos músculos firmes temblaban bajo su toque...


La sonrisa de Tom se hizo más amplia. Él también lo deseaba. Mientras Paula lo miraba, él se excitó, y ella dejó de preocuparse por sus abdominales para concentrarse en algo más. 


Tenía un miembro largo y grueso que se alzaba bajo sus bóxers. En un parpadeo Tom estaba totalmente desnudo. Eso era lo bueno de los sueños, solo tenía que desear algo y lo tenía.


Él recorrió los brazos de Paula con la punta de sus dedos, haciendo erizar su piel. Tomó ambas muñecas y las llevó a su boca, depositando delicados besos en las palmas de sus manos antes de elevarlas sobre su cabeza. Entonces separó las piernas de Paula usando una de sus rodillas. Ella podía sentir la humedad en sus braguitas, y estaba segura de que él también podía hacerlo ahora que tentaba su parte más sensible con la rodilla. Paula dejó escapar un gemido que parecía complacer al actor, y él se inclinó para susurrar en su oído.


—¿Estás preparada, Paula? —le pidió—. Esta noche es solo para nosotros. ¿Vas a complacerme?


Ella asintió, enloquecida por el deseo. Ya había tenido suficiente de los preliminares. Su cuerpo estaba a punto de ser consumido por las llamas y dudaba mucho que los bomberos lo consideraran una emergencia.


—Solo para nosotros,Pau —insistió Tom.


—Solo nosotros… —respondió ella. Su voz era demasiado ronca, demasiado necesitada.


—Sujétate del cabecero de la cama —le exigió él—. Y no te sueltes, o me detendré.


—No me soltaré —aseguró Paula.


Tom bajó por su cuerpo, plantando un reguero de besos mientras se deshacía de su ropa.


 Subió la camiseta y solo le permitió separar las manos del cabecero para despojarla de la horrorosa pieza.Paula hizo una nota mental para dormir con ropa interior sexy la próxima vez que Tom la visitara. El pensamiento la hizo reír.


—Concéntrate —la reprendió.


Paula asintió, incapaz de hilar un pensamiento coherente cuando él deslizó la lengua sobre su vientre, hacia el sur y de regreso a su ombligo. Su cuerpo dolía de necesidad. Tom cruzó su mirada con la de ella mientras se incorporaba entre sus piernas y sujetaba su miembro con ambas manos, tentando su entrada. Sentía la ligera presión que hacía su pene sobre ella, como pidiendo permiso para entrar. Ella gimió y arqueó su cuerpo en invitación. Un brillo travieso brilló en sus ojos cuando dejó caer su peso sobre una de sus manos, mientras que con la otra seguía sujetando la base de su pene.


—Sí, hazlo —suplicó Paula apremiándolo.


Tom se mordió el labio inferior mientras empezaba a empujar contra ella. Se sentía deliciosamente dolorida en los sitios correctos mientras se expandía para él.


—Quédate quieta —le pidió entonces. Y ella obedeció.


Entonces un zumbido empezó desconcentrarla.


—Ignóralo… no quiero que te vayas, Pau ¿de verdad quieres perderte esto? —se burló él, empujando un poco más, haciéndola gemir, para luego salir completamente de ella.


—Yo no… —pero ahí estaba nuevamente ese molesto zumbido, y luego el molesto repique de su celular. Entonces Tom había desaparecido completamente.


Con el corazón retumbando a toda velocidad contra su pecho, Paula se incorporó en la cama y respiró profundamente para intentar calmarse. Allí estaba otra vez. Zumbido y repique. Ella cogió su celular de la mesita de noche y tuvo que arquear una ceja al ver el
nombre en el identificador de llamadas. Era Vicky, su editora.


—Más te vale que llames por una emergencia del tipo “estamos siendo invadidos por extraterrestres y tienes que evacuar tu casa” —se quejó Paula.


—Oh querida —suspiró Vicky—. No sabía que te interesaba la ciencia ficción, pero apostaría que puedes hacer una historia sexy en el espacio ¿no es así?


—Tú no llamaste para hablar de sexo en el espacio a esta hora de la madrugada, Vicky —le respondió—. ¿Qué rayos sucede?


—En primer lugar —empezó a decir su editora como si le hablara a una niña pequeña—. Son las 7 de la mañana y deberías estar levantada, preparándote para nuestra reunión de las 8… por cierto, esa es la razón por la que llamo. Tengo un par de ideas para resolver tu pequeño bloqueo.


¿Pequeño bloqueo?


Para Paula no tenía nada de pequeño o insignificante. Pero concentrándose en algo más importante… ella no podía creer que ya fueran las 7.


¿Tan rápido pasa el tiempo cuando sueñas con cosas agradables? Y ni siquiera tuvo el final feliz de ese sueño.


Era totalmente injusto.


—¿Paula? —la voz de su editora la trajo de vuelta a la realidad.


—Allí estaré —respondió secamente antes de terminar la llamada y dejarse caer nuevamente contra el colchón.


—Eso estuvo cerca —se dijo—. Pero no taaaan cerca.


La llamada telefónica había apagado totalmente su excitación, pero eso no quería decir que no siguiera frustrada. Habían pasado dos meses desde que terminó con Sergio. Dos meses sin sexo. Una temporada de sequía que amenazaba con extenderse, no solo en el dormitorio sino también frente al ordenador.


Desde que Paula descubrió que Sergio Cardenas, su novio de la secundaria y con quien se había comprometido, era un imbécil, ella lo había echado de su apartamento y de su vida. 


Todo bien hasta allí. A la gente estúpida hay que apartarla antes de que te contagie. El problema empezó cuando, un día después de la discusión con él y de la subsecuente separación, ella no pudo escribir más de 80 palabras seguidas sin que sintiera que estaba escribiendo mierda. ¿Estresada? Quizás… pero el cuadro se repitió el día siguiente, y el siguiente a ese… y todos los demás hasta el presente.


Ahora no solo tenía una vida sexual frustrada, sino que su vida profesional estaba seriamente amenazada por la sombra de Sergio.


—Tengo que hacer algo —se dijo Paula—. Aunque eso signifique seguir las ideas maravillosas de Vicky.


Ella no pudo endulzar el sarcasmo en ese pensamiento, pero no tenía alternativas. Era confiar en que el plan de su editora funcionara o no lograr completar el manuscrito antes de la fecha. Lo segundo no era siquiera una posibilidad.


No iba a darle el gusto a Sergio de arruinar su carrera.





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