martes, 24 de marzo de 2015
INEVITABLE: CAPITULO 2
—Necesitas unas vacaciones
Con esa frase Victoria Newmann recibió a Paula en su oficina.
—De todas las personas en el mundo, eres la última de quien pensé escuchar eso —
respondió ella —. Buenos días por cierto.
—Bueno, puedo ser algo exigente a veces, sí —admitió Vicky encogiéndose de hombros y señalándole una silla para que tomara asiento—. Pero necesitas un descanso y buscar la conexión con tu historia en otra parte.
—Y ahí estás tú de nuevo —se burló Paula—. Estoy bien, solo necesito… —suspiró cansada—. No sé qué rayos necesito. Un milagro, posiblemente.
—Oye, yo solo me preocupo por ti... y por tu deadline, claro —respondió la editora—. La gerencia está presionándome y debo entregarles algo antes de terminar el año. Una de las autoras está fuera de la pauta porque acaba de dar a luz, digamos que... necesitamos que salga. No solo tu carrera está en riesgo, sino también la mía.
—Hace dos meses que solo escribo porquería, Vicky.
—Envíamela —pidió—. Envíame esa porquería. Lo haremos funcionar, te lo prometo —entonces le tendió un sobre amarillo—. Pero toma esas vacaciones, Lucy. Allí está la información de un crucero por el Caribe que reservé para ti. La salida es en un par de días y dejé la cuenta abierta para cualquier cambio que desees… no sé, más tiempo en el spa, bebidas, ropa nueva… lo que sea. Al menos dime que lo pensarás.
—Lo pensaré —prometió Paula, pero sin demasiado entusiasmo. Tomó el sobre y la miró—. ¿Algo más?
—Eso era todo.
Paula se levantó de su asiento, se despidió y salió de la oficina de su Victoria. En el camino de regreso a casa hizo una parada en una cafetería. Pero no cualquier cafetería, sino una que era muy especial para ella.
Con las prisas por llegar a tiempo a su reunión no tuvo oportunidad de tomar su desayuno.
Ni siquiera pudo prepararse un café.
Entró en el pequeño local y se acercó a la barra para hacer su pedido. Tomó el café que le sirvió la encargada y luego se sentó en una de las mesas que tenía vistas hacia la calle.
Mientras tomaba su café observaba a la gente pasar. Niños con sus padres, adultos paseando a sus mascotas, parejas enamoradas que cruzaban la calle. La escena era tan idílica que parecía una película romántica.
—Claro, porque vivo en Hollywood —se burló—. Todo tiene que ser tan perfecto como en el cine, ¿no?
Pero ella sabía que la vida real no era así. Su vida real no era así, porque la de sus personajes era otra cosa.
Ella conoció a Sergio cuando eran adolescentes. Él era un deportista popular y ella se sentía feliz de tenerlo a su lado. Se hicieron adultos, fueron a la universidad y la relación siguió. Ya tenían 7 años juntos y ella imaginó, como era lógico, que su relación debía ir más allá.
Pero ellos no estaban en la misma página.
—Esta no es una de tus novelas, Pau —la acusó él—. Soy muy joven para una relación así.
Paula se había burlado del comentario. Una relación de 7 años ¿y él se sentía demasiado joven para la formalidad?
—Pero hemos estado juntos por años —le había dicho ella entonces.
—Yo no puedo seguir con alguien que solo va por allí escribiendo sobre hombres perfectos… es como si te burlaras de mí todo el tiempo —respondió Sergio—. Estoy lejos de ser así de perfecto… ¿cómo quieres que me sienta?
Ella estuvo tentada a decirle que todos sus personajes masculinos se basaban en él, en la forma en que ella lo veía, pero...
—Yo no puedo seguir encadenado en esto —siguió Sergio—. No es lo que quiero.
—Sergio, yo...
—Es lo mejor, Paula. Después me lo agradecerás.
Y allí fue donde él intentó hacer su salida de héroe sacrificado, como en las novelas que tanto le desagradaban. Pero justo sonó el teléfono de la casa y saltó al contestador automático. Una voz femenina saludó al aparato.
—Sergio, cariño, ¿ya lo hiciste? —Preguntó la voz—. Estaré en casa esperándote con las bragas nuevas que...
El mensaje fue interrumpido repentinamente y él tuvo la decencia de parecer avergonzado.
—Bien, yo… lo siento, no tenías que escuchar eso.
La furia de mil ejércitos invadió a Paula, a quien le faltó poco romper los jarrones de la casa contra la cabeza de su novio. Ahora ex.
—Fuera de mi casa, Sergio —le pidió ella—. Y tienes razón. No eres como los hombres en mis libros. Jamás habría sido capaz de escribir a un idiota como tú.
Ella había llorado esa noche, lanzado los cojines contra la pared y comido cantidades indecentes de helado mientras veía una versión de Cumbres Borrascosas en la televisión.
—Disculpa, ¿este asiento está ocupado? —una voz masculina la trajo de vuelta a la realidad.
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