lunes, 23 de marzo de 2015

DELICIAS DE AMOR: CAPITULO 24




Cuando Teresa se lo dijo, la reacción instintiva de Paula fue escabullirse. Sabía que, si le daba alguna excusa que justificara que no podía ir a servir las pastas en el evento, la mujer la aceptaría.


Pero eso habría supuesto mentirle a una mujer que era como una segunda madre para ella. Además, supondría un problema para Teresa, que le había dicho que andaba escasa de ayuda. Por lo visto, en el último momento, dos de las camareras se habían puesto enfermas y no iban a poder ir a trabajar.


A Paula no le importaba trabajar, y menos estar rodeada de gente que alababa sus postres. Pero ese evento en concreto era una feria de adopción de animales abandonados, que organizaba el refugio de la localidad. Y eso significaba que Pedro podría estar allí.


Sabía que ofrecía sus servicios voluntarios periódicamente, e iba al refugio a tratar a los que estaban enfermos. Era curioso que lo mismo que la había llevado a adorarlo, en ese momento la inquietara.


Habían pasado más de dos semanas desde que había salido de su casa sin intención de volver. Dos semanas en las que había funcionado, más o menos, como si careciera de corazón. No había contestado a ninguna de sus llamadas desde entonces.


Aquella noche había empezado siendo una de las mejores de su vida para convertirse en una de las peores poco después.


Durante un momento, breve y luminoso, había creído encontrar al hombre que había buscado toda su vida. 


Pedro y ella parecían almas gemelas respecto a muchas cosas.


Había terminado corriendo hacia él, cuando debería haber caminado lentamente. Muy despacio, hasta conocerlo bien.


Pero había corrido y, de repente, una bomba había caído sobre su mundo, devastándolo.


Además de no decirle que había estado comprometido, había sido él quien había roto el compromiso, y hacía muy poco tiempo. Eso implicaba que se comprometía con seriedad. Si podía romper un compromiso una vez, era muy capaz de volver a hacerlo. La llevaría a las cumbres del paraíso para luego dejarla caer en el abismo de la amargura. Incluso si él podía olvidar dejar el pasado atrás y cambiar, requería tiempo. No podía estar preparado para algo sólido tan poco tiempo después de romper su compromiso. Antes o después, Pedro se daría cuenta de eso, y cuando lo hiciera se alejaría de ella por su propio pie.


No estaba dispuesta a correr ese riesgo. A arriesgarse a que le arrancara el corazón del pecho y la dejara hundirse en la soledad y la desesperanza. Sencillamente, no podía. 


Prefería no soñar a ver cómo sus sueños se rasgaban para convertirse en jirones.


En ese momento sentía dolor, pero habría sentido mucho más si seguía viendo a Pedro, seguía amándolo, para acabar siendo abandonada.


—Eres mi salvavidas —estaba diciendo Teresa, saboteando con su elogio cualquier excusa para escabullirse—. Tengo tan poco personal para este evento, que es posible que tenga que llamar a mis hijos para que vengan a echar una mano. Esta Feria de Adopción promete ser monumental —Teresa miró de reojo a su protegida—. No te molesta hacer esto, ¿verdad, Paula?


Paula se obligó a sonreír. No iba a fallarle a Teresa, incluso si tenía que pasarse toda la velada mirando por encima del hombro para evitar un encuentro indeseado.


—No, claro que no.


—Es por una buena causa —le recordó Teresa—. Pero no hace falta que te lo diga. Una vez que acoges a una mascota en tu casa y le abres tu corazón, empiezas a ver a todos los animales sin hogar de forma diferente —Teresa miró las cajas de pastas, listas para su transporte—. Por cierto, has vuelto a superarte a ti misma. Todo huele divino, incluso embalado —sonrió de oreja a oreja—. ¿Estás lista?


—¿Para irnos? Claro —respondió Paula, saliendo de su ensimismamiento.


Estaba lista para transportar las pastas que había hecho, lista para hacer su trabajo. Pero, de ninguna manera, estaba lista para volver a ver a Pedro.


Solo podía desear que no apareciera. Al fin y al cabo, no iba a haber animales enfermos en el evento. El objetivo de la feria era conseguir tantas adopciones como fuera posible. 


Eso casi garantizaba que solo estarían en exposición los animales más sanos.


Era muy probable que Pedro no estuviera allí.


Paula seguía repitiéndose eso mismo más de una hora después.


La feria de adopciones estaba en marcha, y al menos una cuarta parte de los habitantes de Brandon habían ido a echar un vistazo a los animales disponibles y, también, a probar la comida.


Sus pastas estaban desapareciendo a toda velocidad. Tenía la esperanza de que los que se las estaban comiendo también estuvieran planteándose adoptar a uno de los gatos, perros, conejos o hámsteres que había en la exposición.


—Está claro que tus pastas son una de las mayores atracciones —dijo Teresa, acercándose a la mesa en la que estaba Paula—. Creo que para el final del día, tu «contribución», será la que haya recaudado más dinero para el refugio —comentó Teresa con aprobación. En honor al carácter benéfico del evento, Teresa solo había cobrado la mitad de su tarifa habitual—. Deberías estar muy orgullosa de ti misma.


Aunque a Paula le gustaba recibir elogios, siempre hacían que se sintiera un poco incómoda. Nunca sabía qué decir ni cómo responder, así que solía limitarse a sonreír. Esa vez hizo lo mismo. Después, Paula simuló observar a un grupo de niños que estaban jugando con una camada de gatitos, mezcla de siamés y birmano. Por lo visto, la madre había llegado al refugio ya embarazada.


Teresa le dio una palmadita en la mano y, tras murmurar que iba a ver cómo iban los demás, se perdió entre la multitud.


Acababa de irse cuando Paula oyó una voz a su espalda.


—¿Cuánto cuesta esa pasta de frambuesa?


Paula se puso rígida. Habría reconocido esa voz en cualquier sitio. Era la voz que oía en sueños casi todas las noches. La voz que hacía que se despertara al borde de las lágrimas casi todas las mañanas.


—Dos dólares —contestó con formalidad.


—Un precio muy razonable —Pedro rodeó la mesa para situarse frente a ella. Él le dio dos billetes de dólar y ella empujó un plato con la pasta de frambuesa hacia él. 


Pedro alzó los ojos hacia ella—. ¿Cuánto cuestan cinco minutos de tu tiempo?


—No tienes tanto dinero —replicó ella con voz tersa.


Deseaba, más que nada, irse de allí, marcharse y dejarlo atrás. Pero no había nadie que pudiera sustituirla y no podía fallarle a Teresa tras haber accedido a estar allí.


Iba a tener que sobrellevar la situación de la mejor manera posible.


—Te he llamado a diario, Paula —dijo él en voz baja, para que nadie más lo oyera—. No has devuelto una sola de mis llamadas.


Ella lo miró con fijeza. Ignorar las llamadas había supuesto una agonía, sobre todo cuando estaba en casa. El sonido de su voz dejando un mensaje en el contestador llenaba la casa. Le llenaba la cabeza. Hacía que fuera muy difícil mantenerse firme en su postura.


—No veía ningún sentido a hacerlo, Pedro. No habría funcionado. Por favor, acéptalo —le dijo, con tanta calma como pudo.


Pedro no estaba dispuesto a dejar que se le escapara la oportunidad de convencerla.


—Paula, siento no haberte dicho lo de Irene, sobre todo porque es bastante reciente. Tienes todo el derecho a estar enfadada por eso. No debería habértelo ocultado.


—No estoy enfadada porque no me lo dijeras. No niego que me doliera, descubrirlo así, pero esa no es la razón de que no haya devuelto tus llamadas.


—Entonces, no lo entiendo —confesó, con expresión de sentirse perdido.


—Fuiste tú quien rompió el compromiso. ¿Cómo podías estar listo para tener otra relación? —le preguntó—. Te comprometiste, Pedro. Un compromiso para toda la vida —recalcó—. Y luego lo rompiste sin más. De repente, aparezco yo. ¿Quién me dice que no me dejarías a mí también, sin más? —chasqueó los dedos para dar fuerza a su argumento.


Incapaz de seguir junto a Pedro más tiempo, alzó las manos con gesto de desesperación y empezó a alejarse. Pero él tenía la zancada más larga, y si no echaba a correr, la alcanzaría en seguida. No quería montar una escena, así que dejó de andar. Tal vez, si escuchaba lo que tenía que decirle, la dejaría en paz.


—No fue así, «sin más» —contradijo Pedro, enfadado y frustrado por la acusación—. No me diste oportunidad de explicar lo que ocurrió. No estuve comprometido con Irene un día, ni una semana, fueron cinco meses. Durante ese periodo, la persona con la que creía que iba a casarme, empezó a transformarse en una mujer completamente distinta. No solo eso, también me dejó claro que esperaba que yo cambiase, que me transformara en lo que ella y su familia consideraban la pareja apropiada en su mundo.
»Comprendí que nuestro matrimonio no iba a ser feliz. Lo que había creído que sería nuestra vida juntos, simplemente no iba a ser. Irene quería que renunciara a ser veterinario y empezara a trabajar para la empresa financiera de su padre. Resumiendo, quería que renunciara a ser quien soy. Así que rompí el compromiso, contraté a una empresa de mudanzas y volví al sitio que siempre he considerado mi hogar.


Con los ojos fijos en los de ella, Pedro agarró su mano, en parte para intentar conectar, en parte para evitar que saliera corriendo antes de que él terminara de hablar. No la conocía lo bastante bien para saber lo que era capaz de hacer en un momento de tensión.


—Tras la ruptura, lo último que quería era involucrarme en otra relación, pero no había contado con conocer a alguien tan especial como tú. Hiciste resurgir todas las cosas
buenas que me esforzaba por enterrar —confesó—. Hiciste que me sintiera útil y entero, y también que deseara protegerte.


Tenía que conseguir que Paula lo entendiera, abrirle su alma para que viera lo mucho que ella significaba para él.


—Estaba seguro de nunca podría volver a sentirme tan vivo como ahora, pero ocurrió gracias a ti. Sé lo que siento por ti. No quiero volver a la oscuridad, Paula. Por favor, no me obligues a hacerlo —aumentó un poco la presión de sus manos y lo alivió ver que ella no las apartaba—. No he podido concentrarme, ni pensar a derechas, desde que te marchaste aquella mañana. De hecho —añadió con expresión solemne—, los animales están empezando a darse cuenta de que me pasa algo.


Eso hizo reír a Paula. Y se dio cuenta de que era la primera vez que se reía desde antes de haber huido de la casa de Pedro.


—Digamos, solo por hablar —puntualizó—, que te creo…


—¿Vas a darme una segunda oportunidad? —se adelantó él, interrumpiéndola.


—Si tuvieras una segunda oportunidad en esta relación, ¿qué harías con ella?


—Te pediría que te casaras conmigo —dijo él sin el menor titubeo, sin concederse siquiera un instante para pensarlo. 


Estaba seguro de lo que quería.


Ella alzó la barbilla. Pedro conocía el gesto: se preparaba para una confrontación.


—Igual que se lo pediste a Irene —dijo ella.


—No, porque ahora sé que hay que evitar a las Irenes de este mundo en la medida de lo posible —afirmó él—. No quieren un esposo, quieren un proyecto de bricolaje. Yo quiero a alguien que me quiera, a quien le guste por lo que soy y lo que tengo que ofrecer. Más que eso —la sinceridad de sus ojos era tanta que a Paula le llegó al alma—. Te quiero a ti.


—¿Durante cuánto tiempo? —lo retó ella, aunque estaba perdiendo toda capacidad de resistencia.


—No tengo ni idea de cuánto viviré —dijo él, sin recurrir a frases poéticas—, pero sea el tiempo que sea, quiero poder abrir los ojos cada mañana y verte a mi lado. Estas dos semanas sin ti han sido un infierno y estoy dispuesto a hacer cualquier cosa, lo que sea, por una segunda oportunidad.


—¿Cualquier cosa? —preguntó ella, ladeando la cabeza.


—Lo que sea —repitió él con sentimiento.


—Bueno —hizo una pausa—, podrías empezar por besarme.


—¡Hecho! —exclamó él, rodeándola con los brazos.


Y la besó





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