miércoles, 10 de noviembre de 2021

CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 3

 


Ella centró la atención en su hijo y se agachó. Era su regla personal.


Lisandro no buscaba llamar la atención últimamente, así que, cuando lo hacía, se la prestaba sin dudar. Era muy distinto a su propia infancia.


Intentó ignorar la intensa mirada que caía sobre ella como una catarata.


—¿Son de verdad?


—Sí. Las ranas caminaron primero sobre la tinta, luego sobre la tarjeta. No es tóxico —contestó el niño—, teniendo en cuenta lo sensible que es la piel de las ranas, según dice Pedro.


Paula le acarició el hombro a su hijo con una mano temblorosa. Se mordió el carrillo. ¿Pedro? Dios, hasta el nombre era sexy. Y de alguna manera había sacado más del niño en dos minutos que ella en todo el día.


Le dio la vuelta a la tarjeta y miró el precio. Alto, pero no excesivo, sobre todo si bordaba la entrevista de trabajo. Se incorporó.


—¿Sabes qué, L? ¿Por qué no le llevas la tarjeta de las ranas y mi postal a la señora del mostrador y nos vamos?


—¿Es la hora de tu entrevista?


Paula se estremeció. No quería que el militar supiese lo que estaba haciendo allí. Le entregó la postal a su hijo junto con veinte dólares.


—Vamos, cariño. Enseguida voy.


En cuanto Lisandro se alejó, Pedro habló y entornó los párpados con suspicacia.


—¿Tiene una cita?


«No es asunto tuyo», pensó ella.


—Sí, y tengo que…


—¿Qué tipo de cita?


Paula se tensó al instante. Había pasado toda su vida siendo interrumpida por un abusón insoportable. No necesitaba a uno más precisamente aquel día. Tomó aire y dijo:

—He interrumpido sus compras. Y debo irme. Disculpe.


Estaba segura de que no era accidental que se hubiera colocado entre la salida y ella. Pasó frente a él por el estrecho pasillo y se echó el abrigo hacia un lado para que los objetos no chocaran contra él. Al pasar frente a él su nariz captó algo maravilloso. Sándalo, tierra y… masculinidad. Tal vez pareciera que aquel hombre vivía en las calles, pero olía al cielo. Y comprobó también que estaba duro como una piedra mientras se deslizaba hacia el mostrador, intentando que el corazón dejase de latirle con tanta fuerza.


—Puede que nos veamos por aquí —dijo él, y por el rabillo del ojo Paula vio que se alejaba hacia el fondo de la tienda y seguía curioseando.


«Dios, espero que no», pensó.


—¿Eso es todo? —preguntó la cajera educadamente.


Paula le dirigió una sonrisa, consciente de los cuatro objetos robados ocultos en sus bolsillos y de que la cajera inocente tendría que cargar con la culpa temporalmente.


«Los ángeles me perdonarán», se dijo a sí misma. «Si es necesario»



CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 2

 


Con la eficiencia de alguien que no tenía nada que perder, abrió la base de la vitrina y sacó la pieza más aparentemente cara que pudo encontrar. No era el tipo de cosa que ella se pondría; sus gustos eran algo más exquisitos, y desde luego más baratos, pero no iba a quedarse mucho tiempo con ello. Se metió el broche en el bolsillo interior y volvió a cerrar la vitrina sin hacer ruido.


—¿Pensaba pagar por eso?


Paula estaba demasiado bien entrenada como para sobresaltarse al oír aquella voz fría y profunda, sin importar lo mucho que su cuerpo deseara hacerlo. Se dio la vuelta lentamente y alzó la mirada. Vaya. Y antes había pensado que aquel hombre era un gigante…


Debía de medir al menos un metro noventa, tal vez más, y tenía la complexión del tanque que sin duda habría conducido en alguna ocasión.


Todo ángulos duros y hierro. El estómago le dio un vuelco, pero consiguió mantener una expresión intencionadamente imprecisa.


—¿Perdón?


—¿Va a comprar eso o simplemente lo utiliza para espantar las moscas? —preguntó el desconocido, y señaló con la cabeza la postal que Paula tenía en la mano, y con la que automáticamente se abanicaba. Se le puso el vello de punta. Su tono era informal, pero reconocía perfectamente el acero tras aquella sonrisa.


Había desarrollado un detector de metales humano.


Comenzó a apartarse, ansiosa por escapar a su mirada.


—Hoy hace más calor del que esperaba.


—Podría tener algo que ver con su abrigo —dijo él mientras la seguía—. Me parece que no es el día apropiado para una chaqueta larga.


El corazón le latía cada vez con más fuerza. Si aquel hombre tuviera algo sólido en su contra, ya le habría pedido que vaciara los bolsillos, pero simplemente estaba olfateando. Paula frunció el ceño. ¿Qué era, el de seguridad? No, ella iba a hacer la entrevista para el puesto de agente de seguridad del parque en unos cuarenta minutos, ¿así que quién era ese tipo? ¿Un buen samaritano?


Se estiró para ganar al menos unos centímetros frente a él.


—Soy previsora. He oído que el clima aquí en la costa sur puede ser impredecible.


Aquellos intensos ojos verdes no se dejaban engañar. La miraron de arriba abajo como si tuviera rayos X, y cuando volvieron a mirarla a la cara, se habían vuelto fríos como el hielo.


Era el momento de marcharse.


Giró la cara unos milímetros, pero no dejó de mirar al hombre que tenía delante. No podría aunque hubiera querido.


—Lisandro, cariño, vámonos.


Su hijo fue corriendo hasta donde Paula se encontraba acorralada por el desconocido. Le mostró una tarjeta con huellas de cuatro dedos impresas y dijo:

—Mamá, mira. Son huellas de rana.



CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 1

 

Era difícil saber qué era lo que le aceleraba el corazón a Paula Chaves; la emoción ilícita de deslizar un bonito adorno de cristal en el bolsillo de su abrigo sin ser vista, o el hombre alto, delgado y atractivo agachado y charlando con su hijo a dos pasillos de distancia. Miró subrepticiamente a través del espejo convexo situado sobre el mostrador. Se suponía que les ayudaba a controlar la tienda de regalos del parque, pero, en aquel momento, le proporcionaba la herramienta perfecta para observar a cualquiera que estuviera observándola.


El adorno chocó suavemente contra los otros dos objetos que había robado mientras se acomodaba en las profundidades de su abrigo.


Volvió a mirar al hombre agachado que hablaba con Lisandro. Su hijo estaba escuchando, pero no respondía, como hacía últimamente. Silencio o conflicto. Debía de ser algo relacionado con tener ocho años de edad. El hecho de que no hubiera salido ya directo a buscarla significaba que se sentía cómodo con la presencia del desconocido, lo que hizo que Paula se sintiese cómoda también. El hombre se incorporó y alcanzó algo de una estantería cercana.


Paula sintió un vuelco en el estómago.


Era militar.


Daba igual su pelo ligeramente largo, o la barba de tres días, porque la actitud militar no desaparecía. Aquel desconocido ostentaba la informalidad forzada que ocultaba una alerta subliminal bien entrenada.


Se movía igual que su padre.


El hombre le dirigió una sonrisa a su hijo y luego se apartó para darle el espacio que necesitaba. Lisandro se relajó más al ver que la vía de escape hacia su madre no estaba cortada por una persona, y la buscó con su mirada de ojos grises.


Y justo detrás, los penetrantes ojos verdes del desconocido, que se fijaron en Paula a través del espejo. Ella apartó la mirada y sintió que el corazón iba a salírsele por la boca.


De acuerdo… definitivamente era por el hombre y no por estar robando en una tienda.


Se apartó del rango de alcance del espejo y se centró en la tarea que tenía entre manos, abanicándose con la postal que acababa de sacar del muestrario. Estaba arriesgando mucho aquella mañana para tener éxito. No a causa de la cajera, cuya atención estaba centrada únicamente en el militar; aquello hacía que la tarea de Paula fuese más fácil aún. Eran aquellos ojos verdes que observaban todos sus movimientos… Ellos eran la mayor amenaza para sus probabilidades de salir de allí con lo que necesitaba.


Paula se movió de un lado a otro, sintiendo su mirada pegada a ella incluso aunque hubiese devuelto la atención a Lisandro. Otro rasgo militar.


Solo uno más. Algo espectacular. Algo que le hizo recapacitar. Uno a uno fue depositando los objetos con cuidado en sus lugares y se acercó disimuladamente hacia la vitrina de cristal que contenía un muestrario de joyas de oro y ópalo que probablemente se vendieran como churros entre los turistas adinerados que frecuentaban el Retiro de WildSprings. El muestrario estaba estúpidamente colocado, perfecto para llamar la atención del consumidor, pero en un lugar muy difícil para que una única cajera pudiera vigilarlo. Y el espejo no llegaba hasta allí.


Lo cual a ella le venía perfecto.



CORAZON INDOMABLE: SINOPSIS

 


¿Se convertiría en la mujer que domaría aquel corazón solitario?


El imponente exmilitar Pedro Alfonso vivía aislado en la profundidad de Australia. No confiaba en nadie, pero su parque natural necesitaba un coordinador de seguridad; alguien tan duro como él, tan intuitivo como él.


Y contrató a Paula Chaves, que además de poseer un gran atractivo, sabía que algo faltaba en la vida de Pedro y, si lograba superar sus inhibiciones, tal vez se convirtiera en la mujer que finalmente domara su corazón.




martes, 9 de noviembre de 2021

SIN ATADURAS: EPILOGO

 


Doce meses después


Pedro estaba esperando a Paula cuando salió para echar el cierre. Su tienda de ropa y zapatos de baile, de maquillaje para el teatro, y de todo tipo de artículos relacionados, llevaba abierta un mes.


Aquella iba a ser la primera noche que volvían a dormir en la casa del árbol desde su regreso. Había llevado meses completar las reformas, de manera que habían alquilado un pequeño apartamento cercano y Paula se había pasado las mañanas controlando las obras y su tienda. Por las tardes había seguido preparando coreografías con Carolina para las Blade. Cuando lo más aparatoso de las obras terminó, replantó el jardín y el huerto.


Pedro aparcó el coche en el garaje recién remozado y, tras salir, abrió la puerta de Paula con una floritura. Ella prácticamente salió bailando, feliz de estar de regreso en casa.


–Oh, mira, ya has recibido correo –Pedro tomó un sobre que estaba sujeto al tronco con una chincheta y se lo entregó.


Paula lo tomó con una sonrisa de oreja a oreja. Cuando lo abrió y vio lo que había dentro, se quedó boquiabierta.


–¿Entradas para el teatro de la ópera de París?


–Para Giselle, por supuesto.


–¿Eso quiere decir que vas a venir conmigo? –casi gritó, pensando que era imposible que aquel día mejorara más.


–No hay nada que me guste más en el mundo que estar contigo –dijo Pedro–. Y ya que vamos a estar en Francia, he pensado que podemos hacer una gira turística por las bodegas de los mejores champanes del mundo. ¿Qué te parece?


Paula dio otro gritito de alegría a la vez que lo rodeaba con los brazos por el cuello.


–¡Me parece un plan fantástico!


Pedro rio y la estrechó entre sus brazos.


–Te quiero, y también quiero esta casa.


En respuesta, Paula se limitó a besarlo apasionadamente.


–Pero aún hay un pequeño problema –dijo cuando se apartó, ocultando tímidamente el rostro en el cuello de Pedro.


–¿Qué problema?


–Solo hay dos dormitorios… y no quiero tener un solo hijo.


Pedro abrió los ojos de par en par.


–¿Estás embarazada? –preguntó a la vez que la alzaba en brazos por la cintura y daba un giro–. ¡Eso es maravilloso, cariño!


–¡No! –Paula rio, encantada ante la reacción de Pedro–. Aún no estoy embarazada. Solo he pensado que me gustaría estarlo. Algún día… y más de una vez.


Pedro dejó de girar, pero no la soltó.


–Podemos tener todos los hijos que quieras y cuando quieras.


–¿Estás seguro? Antes no querías…


–Antes estaba equivocado sobre muchas cosas. Pero todo cambió después de conocerte –dijo Pedro. Cuando Paula iba a responder, la silenció apoyando un dedo en sus labios–. También he traído unas cuantas botellas de champán para celebrar nuestro regreso… y he invitado al equipo a compartirlas, y también a las Blade, por supuesto.


–¿En serio? –Paula miró a su alrededor, desconcertada–. ¿Y cuándo van a venir?


–Les avisaré en un momento, pero antes tengo algo que hacer –Pedro rodeó la cintura de Paula con ambos brazos y la atrajo de nuevo hacia sí–. Tengo un par de condiciones para nuestro viaje a Francia.


–¿Qué condiciones?


–En mi lista, antes de los bebés está la boda, y, entre medias, está la luna de miel, en Francia.


Paula solo podía responder una cosa.


–De acuerdo.


–¿De acuerdo?


–Oh, sí. Totalmente de acuerdo –Paula rio y lloró a la vez mientras Pedro la besaba con auténtica adoración–. ¿De verdad has invitado a todo el equipo? –añadió cuando tuvieron que apartarse para retomar el aliento.


–Para la fiesta de compromiso. Eso es lo primero en mi lista. Y es esta noche –contestó Pedro con la respiración agitada–. Pero podemos tomarnos unos minutos antes de hacer sonar la bocina para avisar a todos, ¿no crees?


–Siempre te ha gustado dejar espacio para la creatividad –bromeó Paula–. ¿Qué te pareces si nos tomamos unos minutos ahora y unas cuantas horas cuando se hayan ido?


–Me parece un plan ideal… para el resto de nuestras vidas –dijo Pedro a la vez que la tomaba en brazos y empezaba a subir las escaleras que llevaban a su dormitorio.


Y Paula supo que las burbujas de felicidad que sentía en su interior no estallarían nunca.




SIN ATADURAS: CAPÍTULO 68

 

–Tal vez podríamos dedicarnos a viajar juntos cuando termine la temporada –sonrió Paula cuando ya estaban en un taxi–. Yo podría volver y seguir bailando con las Blade, aunque sea de sustituta. Me siento mal por haber dejado plantada a Carolina –al ver que Pedro permanecía muy quieto, sin decir nada, añadió–: Quiero volver contigo. No quiero hacer este viaje sola. Quiero ir a todos los lugares divertidos, pero quiero hacerlo contigo. No pienso dejar que te vayas.


Pedro la estrechó entre sus brazos sin decir nada. Se limitó a abrazarla como ella necesitaba ser abrazada mientras asimilaba que todo aquello era cierto, que Pedro había ido a buscarla, que la amaba y quería estar con ella.


Cuando se apartó, Pedro la miró a los ojos.


–Voy a comprar la casa del árbol –dijo.


–¡Oh, Pedro! Eso no puedo permitírtelo. No merece la pena.


–En ese caso será mejor que la saques del mercado y me dejes utilizar el dinero para arreglarla. Adoro esa casa, como tú. No vamos a desprendernos de ella.


La emoción hizo que Paula fuera incapaz de decir nada. Pedro sonrió.


–Arreglaremos el árbol, y replantaremos el huerto y el seto.


Paula respiró profundamente y logró asentir. Pedro tomó su rostro entre las manos y la besó una y otra vez. Afortunadamente, el hotel estaba cerca.


Las siguientes horas transcurrieron en una bruma de mágica sensualidad, de susurros de amor y confianza, de promesas y caricias que los llevaron a la cima del placer.


Después, mientras disfrutaban de un cálido baño con sales en la enorme bañera de la suite, Paula se estiró felinamente y sonrió viendo a Pedro ante ella, con su magnífico cuerpo semioculto entre la espuma.


–¿Y si no me hubieras encontrado en el ballet? ¿Cuántas noches más pensabas acudir al teatro?


–Algunas más. Habría hecho cualquier cosa.


–¿Y si me hubieras encontrado en algún club nocturno ligando? –preguntó Paula con expresión traviesa.


Pedro entrecerró los ojos.


–Le habría dado un buen puñetazo en la nariz a tu ligue –dijo, y en seguida sonrió–. Pero en ningún momento se me pasó por la mente que pudieras estar con otro. No tú.


–No me he acercado a ningún hombre –admitió Paula–. Estaba demasiado ocupada con mi corazón roto. Debería haberte dicho algo –añadió con pesar.


–Tenías que irte –dijo Pedro–. Llevabas mucho tiempo soñando con ese viaje. Tenías que comprobar si eso era lo que realmente querías. No quería interponerme en tu camino.


Paula asintió lentamente.


–Sabía que no quería ir al aeropuerto –admitió con tristeza–. Me sentía incapaz de separarme de ti, pero no pensé…


Pedro se inclinó hacia ella para besarla.


–Ese fue el peor momento de mi vida –murmuró contra sus labios–. Creía que querías irte de verdad. Pero en seguida supe que había cometido un terrible error. Debería haberme ido contigo. Me llevó cuatro horas organizarlo todo para poder seguirte.


Paula lo rodeó con las piernas por la cintura y lo abrazó. Cuando Pedro le devolvió el abrazo, apoyó la cabeza en su hombro, sintiendo que por fin estaba en casa.


–Te quiero, Pedro –susurró, y supo que nunca en su vida se había sentido más libre que en aquel instante.



SIN ATADURAS: CAPÍTULO 67

 


Mientras la observaba, Pedro vio que los labios de Paula se curvaban levemente y que parpadeaba. La mirada que le dedicó fue más directa, más fuerte, más verdadera.


–¿Todo?


El matiz burlón de su pregunta hizo regresar a la Paula de siempre, y Pedro sintió que sus huesos se derretían.


–Todo –prometió.


Paula se aferró a él como si no fuera a soltarlo nunca. Se puso de puntillas y susurró.


–Ya sabes que tengo una gran imaginación…


–Estoy deseando ver qué piensas añadir a mi lista –murmuró Pedro contra sus labios.


–¿Tienes una lista?


–Ven conmigo y te la enseñaré –contestó Pedro antes de besarla.


Paula sintió que su espíritu se elevaba con la fuerza del corcho de una botella de champán al ser descorchada.


–Por favor, no me dejes marchar nunca más.


–Nunca –dijo Pedro con firmeza–. Y ahora, vamos a algún sitio antes de que nos arresten por escándalo público.