Mientras la observaba, Pedro vio que los labios de Paula se curvaban levemente y que parpadeaba. La mirada que le dedicó fue más directa, más fuerte, más verdadera.
–¿Todo?
El matiz burlón de su pregunta hizo regresar a la Paula de siempre, y Pedro sintió que sus huesos se derretían.
–Todo –prometió.
Paula se aferró a él como si no fuera a soltarlo nunca. Se puso de puntillas y susurró.
–Ya sabes que tengo una gran imaginación…
–Estoy deseando ver qué piensas añadir a mi lista –murmuró Pedro contra sus labios.
–¿Tienes una lista?
–Ven conmigo y te la enseñaré –contestó Pedro antes de besarla.
Paula sintió que su espíritu se elevaba con la fuerza del corcho de una botella de champán al ser descorchada.
–Por favor, no me dejes marchar nunca más.
–Nunca –dijo Pedro con firmeza–. Y ahora, vamos a algún sitio antes de que nos arresten por escándalo público.
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