martes, 9 de noviembre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 68

 

–Tal vez podríamos dedicarnos a viajar juntos cuando termine la temporada –sonrió Paula cuando ya estaban en un taxi–. Yo podría volver y seguir bailando con las Blade, aunque sea de sustituta. Me siento mal por haber dejado plantada a Carolina –al ver que Pedro permanecía muy quieto, sin decir nada, añadió–: Quiero volver contigo. No quiero hacer este viaje sola. Quiero ir a todos los lugares divertidos, pero quiero hacerlo contigo. No pienso dejar que te vayas.


Pedro la estrechó entre sus brazos sin decir nada. Se limitó a abrazarla como ella necesitaba ser abrazada mientras asimilaba que todo aquello era cierto, que Pedro había ido a buscarla, que la amaba y quería estar con ella.


Cuando se apartó, Pedro la miró a los ojos.


–Voy a comprar la casa del árbol –dijo.


–¡Oh, Pedro! Eso no puedo permitírtelo. No merece la pena.


–En ese caso será mejor que la saques del mercado y me dejes utilizar el dinero para arreglarla. Adoro esa casa, como tú. No vamos a desprendernos de ella.


La emoción hizo que Paula fuera incapaz de decir nada. Pedro sonrió.


–Arreglaremos el árbol, y replantaremos el huerto y el seto.


Paula respiró profundamente y logró asentir. Pedro tomó su rostro entre las manos y la besó una y otra vez. Afortunadamente, el hotel estaba cerca.


Las siguientes horas transcurrieron en una bruma de mágica sensualidad, de susurros de amor y confianza, de promesas y caricias que los llevaron a la cima del placer.


Después, mientras disfrutaban de un cálido baño con sales en la enorme bañera de la suite, Paula se estiró felinamente y sonrió viendo a Pedro ante ella, con su magnífico cuerpo semioculto entre la espuma.


–¿Y si no me hubieras encontrado en el ballet? ¿Cuántas noches más pensabas acudir al teatro?


–Algunas más. Habría hecho cualquier cosa.


–¿Y si me hubieras encontrado en algún club nocturno ligando? –preguntó Paula con expresión traviesa.


Pedro entrecerró los ojos.


–Le habría dado un buen puñetazo en la nariz a tu ligue –dijo, y en seguida sonrió–. Pero en ningún momento se me pasó por la mente que pudieras estar con otro. No tú.


–No me he acercado a ningún hombre –admitió Paula–. Estaba demasiado ocupada con mi corazón roto. Debería haberte dicho algo –añadió con pesar.


–Tenías que irte –dijo Pedro–. Llevabas mucho tiempo soñando con ese viaje. Tenías que comprobar si eso era lo que realmente querías. No quería interponerme en tu camino.


Paula asintió lentamente.


–Sabía que no quería ir al aeropuerto –admitió con tristeza–. Me sentía incapaz de separarme de ti, pero no pensé…


Pedro se inclinó hacia ella para besarla.


–Ese fue el peor momento de mi vida –murmuró contra sus labios–. Creía que querías irte de verdad. Pero en seguida supe que había cometido un terrible error. Debería haberme ido contigo. Me llevó cuatro horas organizarlo todo para poder seguirte.


Paula lo rodeó con las piernas por la cintura y lo abrazó. Cuando Pedro le devolvió el abrazo, apoyó la cabeza en su hombro, sintiendo que por fin estaba en casa.


–Te quiero, Pedro –susurró, y supo que nunca en su vida se había sentido más libre que en aquel instante.



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