martes, 9 de noviembre de 2021

SIN ATADURAS: EPILOGO

 


Doce meses después


Pedro estaba esperando a Paula cuando salió para echar el cierre. Su tienda de ropa y zapatos de baile, de maquillaje para el teatro, y de todo tipo de artículos relacionados, llevaba abierta un mes.


Aquella iba a ser la primera noche que volvían a dormir en la casa del árbol desde su regreso. Había llevado meses completar las reformas, de manera que habían alquilado un pequeño apartamento cercano y Paula se había pasado las mañanas controlando las obras y su tienda. Por las tardes había seguido preparando coreografías con Carolina para las Blade. Cuando lo más aparatoso de las obras terminó, replantó el jardín y el huerto.


Pedro aparcó el coche en el garaje recién remozado y, tras salir, abrió la puerta de Paula con una floritura. Ella prácticamente salió bailando, feliz de estar de regreso en casa.


–Oh, mira, ya has recibido correo –Pedro tomó un sobre que estaba sujeto al tronco con una chincheta y se lo entregó.


Paula lo tomó con una sonrisa de oreja a oreja. Cuando lo abrió y vio lo que había dentro, se quedó boquiabierta.


–¿Entradas para el teatro de la ópera de París?


–Para Giselle, por supuesto.


–¿Eso quiere decir que vas a venir conmigo? –casi gritó, pensando que era imposible que aquel día mejorara más.


–No hay nada que me guste más en el mundo que estar contigo –dijo Pedro–. Y ya que vamos a estar en Francia, he pensado que podemos hacer una gira turística por las bodegas de los mejores champanes del mundo. ¿Qué te parece?


Paula dio otro gritito de alegría a la vez que lo rodeaba con los brazos por el cuello.


–¡Me parece un plan fantástico!


Pedro rio y la estrechó entre sus brazos.


–Te quiero, y también quiero esta casa.


En respuesta, Paula se limitó a besarlo apasionadamente.


–Pero aún hay un pequeño problema –dijo cuando se apartó, ocultando tímidamente el rostro en el cuello de Pedro.


–¿Qué problema?


–Solo hay dos dormitorios… y no quiero tener un solo hijo.


Pedro abrió los ojos de par en par.


–¿Estás embarazada? –preguntó a la vez que la alzaba en brazos por la cintura y daba un giro–. ¡Eso es maravilloso, cariño!


–¡No! –Paula rio, encantada ante la reacción de Pedro–. Aún no estoy embarazada. Solo he pensado que me gustaría estarlo. Algún día… y más de una vez.


Pedro dejó de girar, pero no la soltó.


–Podemos tener todos los hijos que quieras y cuando quieras.


–¿Estás seguro? Antes no querías…


–Antes estaba equivocado sobre muchas cosas. Pero todo cambió después de conocerte –dijo Pedro. Cuando Paula iba a responder, la silenció apoyando un dedo en sus labios–. También he traído unas cuantas botellas de champán para celebrar nuestro regreso… y he invitado al equipo a compartirlas, y también a las Blade, por supuesto.


–¿En serio? –Paula miró a su alrededor, desconcertada–. ¿Y cuándo van a venir?


–Les avisaré en un momento, pero antes tengo algo que hacer –Pedro rodeó la cintura de Paula con ambos brazos y la atrajo de nuevo hacia sí–. Tengo un par de condiciones para nuestro viaje a Francia.


–¿Qué condiciones?


–En mi lista, antes de los bebés está la boda, y, entre medias, está la luna de miel, en Francia.


Paula solo podía responder una cosa.


–De acuerdo.


–¿De acuerdo?


–Oh, sí. Totalmente de acuerdo –Paula rio y lloró a la vez mientras Pedro la besaba con auténtica adoración–. ¿De verdad has invitado a todo el equipo? –añadió cuando tuvieron que apartarse para retomar el aliento.


–Para la fiesta de compromiso. Eso es lo primero en mi lista. Y es esta noche –contestó Pedro con la respiración agitada–. Pero podemos tomarnos unos minutos antes de hacer sonar la bocina para avisar a todos, ¿no crees?


–Siempre te ha gustado dejar espacio para la creatividad –bromeó Paula–. ¿Qué te pareces si nos tomamos unos minutos ahora y unas cuantas horas cuando se hayan ido?


–Me parece un plan ideal… para el resto de nuestras vidas –dijo Pedro a la vez que la tomaba en brazos y empezaba a subir las escaleras que llevaban a su dormitorio.


Y Paula supo que las burbujas de felicidad que sentía en su interior no estallarían nunca.




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