miércoles, 10 de noviembre de 2021

CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 2

 


Con la eficiencia de alguien que no tenía nada que perder, abrió la base de la vitrina y sacó la pieza más aparentemente cara que pudo encontrar. No era el tipo de cosa que ella se pondría; sus gustos eran algo más exquisitos, y desde luego más baratos, pero no iba a quedarse mucho tiempo con ello. Se metió el broche en el bolsillo interior y volvió a cerrar la vitrina sin hacer ruido.


—¿Pensaba pagar por eso?


Paula estaba demasiado bien entrenada como para sobresaltarse al oír aquella voz fría y profunda, sin importar lo mucho que su cuerpo deseara hacerlo. Se dio la vuelta lentamente y alzó la mirada. Vaya. Y antes había pensado que aquel hombre era un gigante…


Debía de medir al menos un metro noventa, tal vez más, y tenía la complexión del tanque que sin duda habría conducido en alguna ocasión.


Todo ángulos duros y hierro. El estómago le dio un vuelco, pero consiguió mantener una expresión intencionadamente imprecisa.


—¿Perdón?


—¿Va a comprar eso o simplemente lo utiliza para espantar las moscas? —preguntó el desconocido, y señaló con la cabeza la postal que Paula tenía en la mano, y con la que automáticamente se abanicaba. Se le puso el vello de punta. Su tono era informal, pero reconocía perfectamente el acero tras aquella sonrisa.


Había desarrollado un detector de metales humano.


Comenzó a apartarse, ansiosa por escapar a su mirada.


—Hoy hace más calor del que esperaba.


—Podría tener algo que ver con su abrigo —dijo él mientras la seguía—. Me parece que no es el día apropiado para una chaqueta larga.


El corazón le latía cada vez con más fuerza. Si aquel hombre tuviera algo sólido en su contra, ya le habría pedido que vaciara los bolsillos, pero simplemente estaba olfateando. Paula frunció el ceño. ¿Qué era, el de seguridad? No, ella iba a hacer la entrevista para el puesto de agente de seguridad del parque en unos cuarenta minutos, ¿así que quién era ese tipo? ¿Un buen samaritano?


Se estiró para ganar al menos unos centímetros frente a él.


—Soy previsora. He oído que el clima aquí en la costa sur puede ser impredecible.


Aquellos intensos ojos verdes no se dejaban engañar. La miraron de arriba abajo como si tuviera rayos X, y cuando volvieron a mirarla a la cara, se habían vuelto fríos como el hielo.


Era el momento de marcharse.


Giró la cara unos milímetros, pero no dejó de mirar al hombre que tenía delante. No podría aunque hubiera querido.


—Lisandro, cariño, vámonos.


Su hijo fue corriendo hasta donde Paula se encontraba acorralada por el desconocido. Le mostró una tarjeta con huellas de cuatro dedos impresas y dijo:

—Mamá, mira. Son huellas de rana.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario