miércoles, 3 de noviembre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 47

 


Paula utilizó su diminuta ducha como excusa para mandarlo a paseo. Sentía que necesitaba respirar un poco. No se había acostado con Joaquín porque este no la había excitado lo suficiente como para tenerla en el suelo bajo su cuerpo, jadeando, retorciéndose de placer… como acababa de hacer Pedro. No podía creer que le hubiera permitido hacerle todo lo que le había hecho, ni que le hubiera gustado tanto que ya empezaba a excitarse de nuevo…


Mientras se vestía se dio cuenta de que tenía hambre. Cuando bajó a por algunas verduras para su comida, encontró a Pedro en la terraza, cortando un trozo del enorme bistec que tenía ante sí.


–¿Por qué no te quedas aquí a comer? –preguntó Pedro en tono desenfadado–. Apenas debes caber en tu apartamento con todo lo que tienes amontonado. Prometo que no te morderé.


Paula no contestó de inmediato. Resultaba intrigante comprobar lo cómoda que se sentía cuando tenían relaciones sexuales y lo incómoda que parecía ante la perspectiva de pasar con él un rato normal. ¿Sería tímida en el fondo? Dado el atrevimiento con que había llevado el asunto de su virginidad, no resultaba muy lógico pensar aquello, pero, teniendo en cuenta otros detalles de su comportamiento, la idea resultaba bastante lógica.


–Yo ya casi he terminado –añadió para tratar de facilitarle las cosas.


Tres minutos después Paula estaba sentada a la mesa, con el plato lleno de comida. No era de extrañar que estuviera tan delgada. Pedro mantuvo el tono de conversación ligero hasta que Paula empezó a animarse y a responder. Él contó algunas anécdotas de su trabajo y ella sazonó la conversación con algunas de las suyas. Resultó que trabajaba unas horas a diario en la tienda de regalos de la esquina, tienda a la que no entraban casi nunca jóvenes de su generación.


Pedro no entendía por qué trabajaba La conversación siguió en un tono lo suficientemente interesante como para retenerla allí hasta que oscureciera y el dormitorio les hiciera señas.




lunes, 1 de noviembre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 46

 

Aprovechó que Paula se estaba pasando la lengua por los labios para tomarla por sorpresa y tumbarse sobre ella de manera que no pudiera escapar. Era casi enfermizo lo que le gustaba tenerla debajo. Le quitó los pantalones cortos y luego deslizó el rostro entre sus muslos. Le sujetó las muñecas contra el cuerpo y contempló sus grandes ojos azules entre sus pechos.


–¿Y qué me dices de la situación contraria? –murmuró contra la parte interior de uno de sus muslos–. ¿Te ha hecho esto alguien alguna vez?


Paula tardó un segundo en negar con la cabeza.


Pedro sintió que todo su cuerpo ardía.


–Creía que habías dicho que tu virginidad era un mero tecnicismo, que no eras una completa novata. Pero ni siquiera has experimentado el sexo oral y, a fin de cuentas, eso era lo que hacían montones de adolescentes técnicamente vírgenes. Así era como se libraban de llegar hasta el final.


Paula se ruborizó aún más y negó de nuevo con la cabeza.


–¿Y por qué conmigo sí?


–Porque sabes lo que estás haciendo… y porque creo que eres muy agradable –añadió Paula en un susurro–. Me siento muy atraída por ti, confío en que harás lo que necesito que hagas. Todo lo que necesito que hagas.


–¿Por qué te fías de mí?


–Porque ya lo has hecho.


¿Ya había hecho todo lo que necesitaba? De pronto, Pedro pensó que no era suficiente.


–Háblame de tu novio. ¿De verdad existió?


–Sí. Salimos unos meses.


–¿Unos meses? –repitió Pedro, asombrado–. ¿Tu novio había hecho voto de celibato, o algo así?


–No –Paula liberó una de sus muñecas y simuló abofetear a Pedro–. Simplemente no surgió la oportunidad.


–Seguro que podrías haber encontrado esa oportunidad.


–No quise encontrarla.


Aquella era la respuesta que Pedro estaba buscando. Le satisfacía enormemente saber que ponía caliente a Paula como ningún otro hombre lo había hecho hasta entonces. Pero quería que disfrutara de algunas de sus otras habilidades. Sí, su exvirgen no accidental estaba a punto de obtener algo más de lo que había esperado.


SIN ATADURAS: CAPÍTULO 45

 

Pero Pedro no le devolvió la sonrisa. Estaba observándola con el ceño ligeramente fruncido, como si estuviera pensando en algo que le resultara incómodo. Cuando bajó la mirada hacia los labios de Paula, ella supo exactamente en qué estaba pensando. Pero, en lugar de acercarse a ella, se dio la vuelta. Decepcionada, Paula vio cómo se encaminaba hacia la casa. ¿Acaso no iban a poner en práctica aquella noche algo de su lista? Llevaba todo el día esperando a que llegara aquel momento… ¿Lo habría ofendido de algún modo? ¿Cómo podía recuperarlo?


–¿Quieres saber cuál es uno de los planes favoritos de mi lista? –preguntó, repentinamente inspirada.


Pedro giró en redondo.


–Espera un momento –Paula subió corriendo a su apartamento, temiendo que Pedro la dejara plantada, ardiendo, y sola.


Pero Pedro la siguió escaleras arriba.


–Déjame adivinar. ¿Vas a por una botella de champán?


–No. Esto –Paula se volvió y le mostró la botella que sostenía en las manos.


Era una botella de sirope.


Pedro sintió que se le ponía la carne de gallina.


–¿Qué tienes planeado?


–Lo sabes muy bien –replicó Paula con su sonrisa más audaz.


Pedro experimentó una sensación de anticipación que alejó la absurdamente desagradable sensación que le había producido que Paula dijera que no se preocupara, que ella no se iba a volver loca por él. No entendía su propia reacción, pero, ¿por qué luchar contra la seductora visión que tenía ante sí? Ya no tenía por qué luchar, pues ambos querían lo mismo: retozar y divertirse juntos unas semanas…


Paula terminó de abrir la botella de sirope. La diversión de su mirada socavó la inocencia de su sonrisa.


–Creía que te gustaba la espontaneidad.


–Y me gusta –murmuró Pedro, sin aliento.


Unos minutos después estaba tumbado de espaldas en el suelo, temiendo sufrir un infarto.


–¿Dónde aprendiste a hacer eso? –preguntó, jadeante.


–En una revista para mujeres –Paula se irguió. Tenía las mejillas sonrosadas y los labios brillantes por el sirope que había lamido del animado miembro de Pedro.


–Larga vida a las revistas femeninas –murmuró Pedro fervientemente. De pronto surgió una duda en su cabeza–. ¿Ha sido esta tu primera vez?


–Mmm, hmm –Paula sonó realmente satisfecha de sí misma.


Pedro se irguió, totalmente concentrado en ella. ¿Nunca le había hecho aquello a un hombre y ya lo hacía así de bien?


SIN ATADURAS: CAPÍTULO 44

 


Cuando Pedro despertó a la mañana siguiente, solo, vio una nota en la mesilla. Mientras leía la lista escrita en la nota, rio, y también se ruborizó. Al parecer, Paula tenía una imaginación realmente fecunda, o un manual de tantrismo guardado en algún sitio. Él estaba totalmente dispuesto a empezar con la lista.


El único problema fue soportar el lento paso del tiempo de aquella jornada de trabajo en el estadio.


Cuando volvió a casa encontró a Paula en el jardín. Pensó que al menos debía contenerse durante cinco minutos, aunque solo fuera para demostrarse que podía. Simuló fijarse en la variedad de verduras que crecían en el huerto, y tuvo que esforzarse para no perder el control cuando Paula le acarició el pecho a modo de saludo.


–Hay suficiente verdura para alimentar a todo el equipo.


Paula sonrió y se encogió de hombros.


–No creo que haya tantas.


Pedro parecía haber centrado toda su atención en el tomate más cercano. Se inclinó para comprobar si estaba maduro.


–Diana… –dijo Paula con suavidad.


–¿Qué te han contado?


–Lo primero que hicieron las demás bailarinas fue advertirme sobre ti.


Pedro se volvió a mirarla.


–Pero has ignorado la advertencia.


Paula se encogió de hombros.


–Supongo que no soy tan vulnerable como debía serlo Diana.


Aparentemente incómodo, Pedro se volvió de nuevo y empezó a recolectar tomates cherry maduros.


–No era precisamente saludable, no. Pero yo no sabía eso cuando empezamos a salir.


–¿Y qué pasó? –Paula se acercó a él y extendió las manos para que fuera dándole los tomates.


Pedro suspiró.


–De acuerdo. Empezamos a salir normalmente, fase que para mí suele durar poco, pero di por zanjada la relación incluso antes de lo habitual. Pero a Diana se le había metido en la cabeza que estábamos hechos el uno para el otro, o algo así. Las cosas se fueron complicando y se fue poniendo más y más histérica. Se presentaba en mi casa en cualquier momento y en acontecimientos oficiales a los que tenía que asistir. Tuve que viajar con el equipo y cuando volví la encontré instalada en mi apartamento. Se había llevado todas sus cosas, y se estaba comportando como… No sé. Las cosas se pusieron directamente peligrosas. Me amenazó con todo tipo de cosas. Llamé a un amigo psiquiatra y me puse en contacto con su familia, pero las cosas se pusieron muy feas. Después de eso decidí dejar de ligar una temporada.


Paula fue a dejar los tomates en la mesa del jardín, alegrándose de que Pedro hubiera sido tan sincero con ella.


–Supongo que sabrás que yo no te voy a hacer lo mismo, ¿no?


–Sí, lo sé.


Pedro apartó la mirada y se produjo un incómodo silencio.


–¿Y qué piensa tu familia de tu carrera? –preguntó Paula finalmente–. Supongo que no les decepcionará que te hayas hecho médico.


–Mi padre no quería que hiciera medicina. A fin de cuentas, estás mirando a Pedro Alfonso sexto, el primero en traicionar a su familia y abandonar la granja; mi familia es granjera.


–¿Y las cosas fueron mal? –preguntó–. ¿Te desheredaron?


–Durante una temporada. Pero yo no pensaba echarme atrás. No estaba dispuesto a aceptar que mi vida fuera dictada por las expectativas que otros tuvieran sobre mí.


De manera que la libertad también era importante para él. Paula fue a aclararse las manos en el grifo que había al fondo del garaje.


–¿Y cómo te libraste? –preguntó cuando Pedro se acercó para hacer lo mismo.


–Hui a la ciudad. No fue la mejor idea pero no tenía otra opción. No es fácil ir contra los deseos de tu familia cuando te han estado metiendo en la cabeza desde pequeño que algún día todo será tuyo y bla, bla bla.


–¿Fueron a por ti?


Pedro negó con la cabeza.


–Tenía diecisiete años y estuvimos sin comunicarnos durante un año. No fue tan malo –Pedro sonrió al ver la expresión preocupada de Paula–. Tenía amigos. Estudié, jugué al rugby. También me mantuve en contacto con mi hermana, que estaba en un internado. Lo cierto es que lo que más echaba de menos eran los corderos que criaba, y a mi perro.


–¿Tenías corderos?


–Me quedaba con los huérfanos de cada temporada –explicó Pedro tras beber un poco de agua antes de cerrar el grifo.


Paula no quiso preguntar si se los comían en navidad.


–No, no me los comía –dijo Pedro, como si acabara de leer su mente–. El caso es que mamá empezó a enfadarse más y más con papa y al final tuvieron una gran bronca.


–Hurra por tu mamá.


–Consiguió que nos viéramos. Le dije a mi padre lo que pensaba hacer con mi vida y que si quería formar parte de ello tenía que aceptarlo.


–¿Y lo hizo?


–Con el tiempo.


–¿Y tu hermana? ¿También tenía tu padre organizado su futuro?


–Lo irónico del asunto es que a ella le encanta ser granjera. Pero es una chica.


–¿Y las chicas no pueden ser granjeras? –preguntó Paula de inmediato con el ceño fruncido.


–Nunca. No existen las granjeras –bromeó Pedro–. El caso es que mi padre tenía delante de las narices una heredera dispuesta a ocuparse de la granja y no la veía. Animé a mi hermana a hacer lo que quería y le dije que la apoyaría.


Paula sintió un poco de lástima por la madre de Pedro. Debió ser duro tener dos hijos que sintieron la necesidad de escapar de casa.


–Mi hermana hizo un grado en agricultura y sacó las mejores notas de su promoción. Deberías haber visto lo orgulloso que se sintió mi padre cuando se graduó. Ahora trabajan juntos en las granjas, todo el mundo es feliz y el gran conflicto familiar quedó en el pasado.


Paula captó un matiz ligeramente irónico en el tono de Pedro e intuyó que aún le quedaban cicatrices de lo sucedido.


–¿Y mereció la pena?


–Claro. Ahora nadie me dice lo que tengo que hacer –replicó Pedro con firmeza–. Y supongo que ese es el motivo por el que me gusta trabajar con el equipo y ayudar a los jóvenes jugadores a alcanzar sus metas. Todo el mundo debería ser libre para seguir sus propios sueños –miró a Paula con expresión repentinamente avergonzada–. Eso ha sonado muy cursi, ¿no?


–No, claro que no. Seguro que a tu hermana le encantó contar con tu apoyo.


Pedro rio.


–En realidad fui totalmente egoísta. Solo quería seguir en la facultad de medicina y vivir la vida en la ciudad. Me interesaba que mi hermana y mi padre resolvieran sus diferencias. Ahora están encantados con mi trabajo porque les consigo buenas entradas para los partidos.


–Supongo que podrían permitirse comprar las entradas si quisieran, ¿no?


Pedro se puso repentinamente serio.


–Sí. Hay mucho dinero. Y yo vuelvo a estar en el testamento; soy accionista del negocio. El clan Alfonso ha aterrizado finalmente en el siglo XXI. Ese es el motivo por el que lo tengo fácil con las mujeres; conocen el valor de mi apellido.


Paula se quedó momentáneamente paralizada y luego rompió a reír.


–No eso por lo que tienes éxito, Pedro –dijo, divertida.



domingo, 31 de octubre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 43

 

Paula respiró profundamente y sonrió. No podía dejarse dominar por la triste después de haber obtenido justo lo que quería: la experiencia sexual más increíble. Y daba igual que ya se hubiera terminado. No pensaba colarse por Pedro, que le había dado todo lo que siempre había deseado: diversión, amabilidad y éxtasis. Después de aquello le resultaba fácil entender por qué algunas chicas se volvían locas por Pedro. Pero ella no iba a perder la cabeza.


Con una vez había sido suficiente. Lo cierto era que estaba agotada y apenas podía moverse.


Tras tomar una rápida ducha, se metió en la cama. La mezcla de agotamiento y satisfacción le hicieron sumirse en un profundo sueño, aunque lo último que pasó por su mente fue lo acontecido durante aquella increíble noche con Pedro.


–Paula.


Paula gimió y dio la vuelta en la cama. Estaba soñando con Pedro, con el modo en que había pronunciado su nombre una y otra vez cuando había alcanzado el orgasmo.


–¡Paula!


Pero lo cierto era que nunca lo había oído gritar así en sus sueños.


–¡Abre la maldita puerta!


Paula parpadeó, se apartó el pelo de la frente, se levantó y fue tambaleante hacia la puerta.


–¿Estás bien? –preguntó Pedro en cuanto la puerta se abrió–. Llevo rato llamando.


Llevaba unos pantalones cortos y una camiseta ceñida, y era obvio que había estado corriendo. La mente de Paula se llenó de imágenes en las que Pedro aparecía sin pantalones.


–Sí, claro –murmuró–. Estaba dormida. ¿Querías… algo? –preguntó, sintiendo que el aroma de Pedro, su altura, el ronco tono de su voz, estaban haciendo que su cuerpo reviviera. Tensó los músculos pélvicos para tratar de reprimir la sensación de estar derritiéndose.


–Estaba agotada. He pasado una noche bastante… agitada –dio un paso atrás al ver que Pedro se acercaba a la nevera, abría la puerta y sacaba la botella marcada con la V.


–¿Por qué no has abierto la botella de champán para celebrar tu nueva condición de exvirgen?


–Iba a reservarla para la cena –lo cierto era que Paula había olvidado por completo la botella–. Pero puede que la abra ahora –sentía la boca tan seca en aquellos momentos que no le pareció mala idea. Alargó la mano hacia la botella para que Pedro se la diera.


–Creo que aún no la mereces –dijo él, apartando la botella de su alcance.


–Como creo que ya sabes, ya no soy virgen.


–No estoy de acuerdo.


Paula miró a Pedro con expresión de asombro.


–Dime que no lo he soñado.


–No –Pedro rio–. Pero sigues siendo virgen en muchos aspectos. Has probado un poco de sexo estilo misionero. ¿No crees que deberías probar las demás opciones?


–¿En qué otras opciones estabas pensando? –preguntó Paula, fascinada.


–Intuyo que tienes una imaginación bastante fértil, Paula. ¿Qué otras opciones se te ocurren a ti?


Paula sintió que todo su cuerpo se acaloraba, pero no sabía si debía responder a aquello.


Pedro se inclinó hacia ella.


–No trates de hacerme creer que no has pensado en unas cuantas cosas.


De acuerdo, de manera que iba a ser más de una vez, pensó Paula. Gabe tenía razón; aún le quedaban muchas cosas por experimentar. Y quería probarlas todas con él.


–Puede que lamentes tu oferta. Mientras tú hacías ejercicio yo dormía, y no sé si vas a tener la energía suficiente para mantener mi ritmo –dijo en tono remilgado.


–Creo que me las arreglaré –Pedro carraspeó–. De manera que quieres seguir investigando esto, ¿no?


–No hay ningún esto entre nosotros –replicó Paula. No podía haberlo. Ella era libre.


–Me refería a tu naturaleza sensual. ¿No quieres explorarla un poco más? Aún no me has dicho si te han gustado más tus fantasías o la realidad.


–Todo esto es una especie de fantasía.


–De acuerdo –Pedro asintió–. Pero creo que hay un par de cosas para las que me necesitas en carne y hueso, ¿no?


Oh, sí, claro que lo necesitaba. Paula dio un paso más hacia Pedro.


–Me voy cuando termine la temporada.


–Ya habremos acabado para entonces –Pedro también dio un paso hacia ella–. ¿Qué otras formas habías imaginado de hacerlo, Paula? –preguntó con voz ronca–. ¿De pie, sentada, a cuatro patas, sobre la mesa, en la ducha…?


–Tú por detrás y yo vestida de chica vaquera, con botas… y sin pantalones.


Pedro carraspeó de nuevo.


–Por supuesto, eso también.


–¿Escribimos una lista? –preguntó Paula, que ya tenía un montón de ideas en la cabeza.


–Por supuesto, mientras yo pueda añadir mis propias ideas. Sujeta esto –Pedro entregó la botella a Paula y luego la tomó a ella en brazos para llevársela–. Y tiene que haber margen para la creatividad –añadió mientras salía.


A veces, la espontaneidad implicaba una ducha de champán.




SIN ATADURAS: CAPÍTULO 42

 


Condujo hasta la playa, donde se puso a correr con intención de quitársela de su cabeza, aunque no lo logró. Lo único que deseaba era estar en la cama con ella. Entonces empezaron las dudas, las preocupaciones. De pronto se encontró caminando en lugar de corriendo. Quería asegurarse de que Paula se encontraba bien. Tal vez había vuelto a la casa sintiéndose peor de lo que había aparentado. Tal vez su desenfadada despedida de la mañana no había sido más que una fachada, un intento de mostrarse sofisticada…


¡Diablos! Debía asegurarse de que se encontraba bien.



SIN ATADURAS: CAPÍTULO 41

 


Pedro temió no volver a respirar normalmente nunca más. Siempre se había preocupado de que sus parejas disfrutaran, y en aquella ocasión se había esforzado especialmente.


Pero debía enfrentarse a la incómoda verdad de lo sucedido. No solo había tenido relaciones sexuales con Paula. También le había hecho el amor, algo tan novedoso para él como para ella. Mientras la tenía entre sus brazos habría hecho cualquier cosa por ella, lo que suponía una pérdida de la propia voluntad que nunca había experimentado hasta entonces. Era posible que Paula hubiera perdido la virginidad, pero él también había perdido algo, algo que ahora poseía ella y que no sabía si lograría recuperar alguna vez, un trozo de su corazón de cuya existencia se había hecho consciente tras aquella experiencia.


–¿Te gusta dormir aquí? –preguntó Paula perezosamente, estirándose a la vez que dejaba escapar un gemidito que hizo que la sangre le ardiera de nuevo en las venas a Pedro.


–Tiene muy buenas vistas –contestó él sin pensar.


Desde su ventana podía ver la del dormitorio de Paula.


–¿Me has estado espiando? –preguntó ella con una risita.


–Te he visto en el jardín algunas veces, ya lo sabes.


Pedro carraspeó, esperando que Paula no creyera que la había estado observando porque estuviera colado por ella, o algo así.


Paula apoyó un codo en la cama para erguirse y mirarlo.


–Deja de preocuparte, Pedro. No voy a enamorarme de ti –dijo en tono burlón.


Pedro se quedó mirándola un momento, perplejo. ¿Desde cuándo era un libro abierto?


Paula sonrió, divertida y feliz.


–Ya te dije anoche que no voy a pedirte nada más.


Pedro pensó que eso estaba bien… aunque lo cierto era que sí quería más. Más de lo mismo.


Paula se inclinó hacia él.


–Por fantástica que haya sido esta experiencia, y por muy guapo que seas, ya sabes que no estoy interesada en una relación.


Pedro consiguió asentir mientras recordaba la de veces que él había dicho aquello mismo en el pasado.


–Solo ha sido una aventura de una noche –añadió Paula.


–Claro –dijo Pedro a la vez que simulaba una sonrisa.


Sin embargo, la que le devolvió Paula fue totalmente genuina.


–Estupendo. En cuanto acabe la temporada me voy de aquí. Voy a reservar el billete en cuanto pueda.


–¿En serio?


–Sí, así que haz el favor de no dejar el alquiler ahora. Necesito el dinero para pagarme el viaje.


–No lo dejaré.


–Estupendo –Paula salió de la cama rápidamente–. Aprecio realmente el esfuerzo que has hecho. Gracias.


¿De manera que eso era todo? ¿Le había ayudado a perder la virginidad y ella le agradecía el esfuerzo? Algún día comprendería que la experiencia sexual que habían tenido había sido increíblemente intensa comparada con la media…


Pedro trató de controlar la dirección que estaban tomando sus pensamientos, porque pensar en Paula en brazos de algún otro hombre no era lo que más le apetecía en aquellos momentos.


De pronto vio que Paula bajaba la mirada hacia las sábanas y se ruborizaba.


–Siento lo de…


Pedro siguió la dirección de su mirada y cubrió rápidamente la mancha roja que había en la sábana.


–Olvídalo –dijo, pero era como si Paula ya lo hubiera olvidado. Resultaba irónico que fuera él quien sintiera que había perdido la inocencia emocional. Pero no podía sentirse utilizado, porque Paula había dejado muy claro desde un principio lo que quería, y era lo mismo que él quería. Sus deseos habían convergido y ahora todo había acabado.


Paula se puso el vestido sin molestarse en ponerse antes las braguitas y el sujetador. Pedro trató de no excitarse viéndola, pero fracasó.


–¿Te vas? –preguntó.


–Sí, y tú tendrás que irte a trabajar luego, ¿no? Además, tengo cosas que hacer en el jardín.


¿Prefería trabajar en el jardín a pasar más tiempo en la cama con él? Aquello habría enfriado a cualquiera. Un minuto después de que Paula hubiera salido de la habitación, Pedro se levantó. No podía pasarse el día observándola desde la ventana.