Pedro llegó al trabajo a media tarde, tras haber pasado la mañana preparando algunas cajas que había logrado llevar en tan solo dos viajes. Al salir del coche y escuchar la música que estaba atronando por los altavoces del estadio masculló una maldición. Esperaba que ya hubieran terminado para esa hora. Avanzó por los pasillos hasta su despacho y, una vez dentro, cerró la puerta. Encendió el ordenador y echó un vistazo a su correo. Excelente. Las pruebas que esperaba ya habían llegado. Se acomodó en su asiento y comenzó a leerlas. Pocos minutos después se abrió la puerta del despacho.
–Me alegra encontrarte aquí, Pedro. Necesito que eches un vistazo a una de las chicas.
Damián, el director ejecutivo del estadio. Damián, que no tenía ningún problema en asistir a las audiciones de las bailarinas.
–No –contestó Pedro sin molestarse en apartar la mirada de la pantalla.
–Necesito que lo hagas. En serio. Le ha picado una abeja y es alérgica.
–Supongo que estás bromeando. ¿Una picadura de abeja? –gruñó Pedro–. Es las excusa más patética que he escuchado hasta ahora.
–Pero auténtica. Deberías…
–He visto torceduras de tobillos, de muñecas, golpes en las pantorrillas… todos falsos. Pero lo de la picadura de una abeja es una auténtica primicia. El problemas es que no hay abejas.
–Pedro…
–No quiero ocuparme de otra bailarina desesperada por conseguir una cita, Damian. Ya he tenido suficiente.
Más que suficiente. Tras provocar una guerra fría en su familia por negarse a aceptar la tradición, y el horror de una examante loca que no dejaba de acecharlo, Pedro había aprendido dos cosas: la primera, que no pensaba limitar su vida casándose y teniendo que comprometer sus propias metas por el resto de sus días. Y para asegurarse de escapar de ese dogal sabía que tenía que dejar sus intenciones claras desde el principio… y no relacionarse con ninguna mujer que tuviera algo que ver con su trabajo. Especialmente en un trabajo como aquel, donde la tentación, exacerbada por los continuos viajes, era demasiado para la mayoría de los hombres. Ya había visto demasiados matrimonios vergonzosamente breves, e incluso escándalos mayores.
–Debería haberte dicho que la he traído conmigo –Damian se apartó con una maliciosa sonrisa en el rostro y Pedro comprobó que no estaba solo–. Y, por si te interesa, prácticamente he tenido que traerla a rastras. Ella dice que está bien, pero yo no me fío.
Pedro hizo una mueca de desagrado. Sin duda, la chica había escuchado toda la conversación. Tras dedicar una mirada asesina a la espalda de Damián, que ya se estaba alejando, se levantó de su silla para echar un vistazo a su nueva paciente.