viernes, 22 de octubre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 10

 

Pedro llegó al trabajo a media tarde, tras haber pasado la mañana preparando algunas cajas que había logrado llevar en tan solo dos viajes. Al salir del coche y escuchar la música que estaba atronando por los altavoces del estadio masculló una maldición. Esperaba que ya hubieran terminado para esa hora. Avanzó por los pasillos hasta su despacho y, una vez dentro, cerró la puerta. Encendió el ordenador y echó un vistazo a su correo. Excelente. Las pruebas que esperaba ya habían llegado. Se acomodó en su asiento y comenzó a leerlas. Pocos minutos después se abrió la puerta del despacho.


–Me alegra encontrarte aquí, Pedro. Necesito que eches un vistazo a una de las chicas.


Damián, el director ejecutivo del estadio. Damián, que no tenía ningún problema en asistir a las audiciones de las bailarinas.


–No –contestó Pedro sin molestarse en apartar la mirada de la pantalla.


–Necesito que lo hagas. En serio. Le ha picado una abeja y es alérgica.


–Supongo que estás bromeando. ¿Una picadura de abeja? –gruñó Pedro–. Es las excusa más patética que he escuchado hasta ahora.


–Pero auténtica. Deberías…


–He visto torceduras de tobillos, de muñecas, golpes en las pantorrillas… todos falsos. Pero lo de la picadura de una abeja es una auténtica primicia. El problemas es que no hay abejas.


Pedro


–No quiero ocuparme de otra bailarina desesperada por conseguir una cita, Damian. Ya he tenido suficiente.


Más que suficiente. Tras provocar una guerra fría en su familia por negarse a aceptar la tradición, y el horror de una examante loca que no dejaba de acecharlo, Pedro había aprendido dos cosas: la primera, que no pensaba limitar su vida casándose y teniendo que comprometer sus propias metas por el resto de sus días. Y para asegurarse de escapar de ese dogal sabía que tenía que dejar sus intenciones claras desde el principio… y no relacionarse con ninguna mujer que tuviera algo que ver con su trabajo. Especialmente en un trabajo como aquel, donde la tentación, exacerbada por los continuos viajes, era demasiado para la mayoría de los hombres. Ya había visto demasiados matrimonios vergonzosamente breves, e incluso escándalos mayores.


–Debería haberte dicho que la he traído conmigo –Damian se apartó con una maliciosa sonrisa en el rostro y Pedro comprobó que no estaba solo–. Y, por si te interesa, prácticamente he tenido que traerla a rastras. Ella dice que está bien, pero yo no me fío.


Pedro hizo una mueca de desagrado. Sin duda, la chica había escuchado toda la conversación. Tras dedicar una mirada asesina a la espalda de Damián, que ya se estaba alejando, se levantó de su silla para echar un vistazo a su nueva paciente.


jueves, 21 de octubre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 9

 

Paula trató de calmar los latidos de su corazón razonando. Aquel hombre era su nuevo inquilino, de manera que más le valía contener las respuestas. No quería estropear aquello. Pronto sería libre para viajar al extranjero y descubrir a todos los tíos buenos que había por el mundo… aunque dudaba que hubiera otro como aquel en todo el planeta.


–¿Quieres salir por la verja o por el seto? –aún no le había enseñado la parte trasera de la casa ni el jardín, y quería ser testigo de su sorpresa.


–Saldré por el seto y trataré de recolocar alguna de las ramas que he tenido que doblar para pasar. No me gustaría que alguien más entrara por ahí y te diera un susto.


–Menos mal que no me había desnudado del todo para limpiar la ducha; si lo hubiera hecho habrías sido tú el que se habría llevado el susto –dijo Paula con una risita avergonzada.


Para su sorpresa, la breve sonrisa que le dedicó Pedro antes de alejarse de ella pareció igualmente avergonzada.


Menuda metedura de pata. El bochorno la enfrió por completo al recordar que el hombre del milenio ni siquiera la veía como una auténtica mujer. Moviendo la cabeza por su torpeza, volvió al baño para terminar su tarea. Al verse en el espejo casi se lleva un auténtico susto. Además de tener los ojos rojos a causa de la irritación, su camiseta estaba mojada y se había vuelto casi transparente. De algún modo, el efecto resultaba aún más revelador que si hubiera estado directamente desnuda. Sin embargo, Pedro el Macizo ni siquiera había parpadeado. No había mostrado el más mínimo interés. Se preguntó qué tendría que hacer para que alguien como él se fijara en ella dos veces seguidas.


Suspiró mientras se pasaba una mano por la desarreglada cola de caballo. No era de extrañar que Pedro ni siquiera hubiera parpadeado. Imaginó un nuevo corte y un nuevo tinte. Luego bajó la mirada hacia su pecho e imaginó que llevaba un sujetador de los que realzaba el busto. Ya era hora de cambiar de aspecto. Sin duda, lo más razonable habría sido ingresar aquel dinero en el banco en cuanto abriera al día siguiente, pero llevaba tanto tiempo sin un penique que podía permitirse algún lujo. Con aquella renta no tardaría en ahorrar lo que necesitaba, y si invertía algo en vestuario tendría un aspecto magnífico para la audición. Compraría algo para celebrarlo.


Sintiéndose más energética, puso música y empezó a practicar su baile hasta que, agotada, acabó sentada en el suelo, con la espalda apoyada contra el árbol. Sus pensamientos volvieron de inmediato a su inquilino. Escuchó su voz, sintió de nuevo la firmeza de sus manos… pero en cuanto recordó su impasible expresión sintió que su determinación aumentaba. No pensaba volver a parecer tan invisible para nadie.


Su trabajo en la casa había terminado y se merecía algo de diversión. Y no era solo por la audición por lo que pensaba tener un aspecto fabuloso. La siguiente ocasión en que viera a su inquilino iba a conseguir que la mirara dos veces.


E incluso tres.



SIN ATADURAS: CAPÍTULO 8

 


Se volvió de nuevo hacia Paula y mencionó una renta semanal que consideró razonable para la zona.

 

–Lo cierto es que pensaba cobrar algo más que eso. Mi abogado le enviará los detalles de la cuenta para que automatice los ingresos.


De manera que la Bella Durmiente no estaba tan dormida. Bien por ella. Hablaba a su favor el que estuviera al tanto del verdadero valor de su propiedad. Pedro reprimió las flirteantes frases que tenía en la punta de la lengua y sacó su cartera, de la que extrajo suficiente dinero para cubrir dos meses de alquiler. Paula lo aceptó con mano firme.


–¿No crees que deberías decirme tu nombre? –preguntó Pedro, tratando de ocultar que se moría de deseo por dentro.


–Paula Chaves–contestó Paula con la cabeza alta y sin ruborizarse.


–Es un placer hacer negocios contigo, Paula.


–¿Cuándo quiere mudarse?


–Mañana.


Paula se quedó boquiabierta.


–¿Está sin casa?


–No, pero me gusta mucho la intimidad de este sitio.


–Lo entiendo –Paula sonrió, repentinamente animada ante las perspectivas que le ofrecía el futuro.


Pedro asintió y se volvió bruscamente.


–Ahora será mejor que te deje seguir con tu trabajo.


–¿No quieres ver el resto de la casa?


–Lo veré mañana.


–De acuerdo. En cuanto estén los papeles arreglaré las cosas para que puedas meter tus cosas por el garaje.


–Eso estaría bien –dijo Pedro en un tono cargado de ironía.



SIN ATADURAS: CAPÍTULO 7


Pedro asintió y se volvió de nuevo hacia el árbol, tratando de mantener la mirada alta. Porque la camiseta blanca de la señorita Arrendadora no había resultado inmune tras el incidente en el baño. De hecho, prácticamente era como si no llevara nada. Pero ella no lo sabía y él no quería decírselo. No quería pensar ni un segundo más en ello. No quería pensar en lo preciosa que era. No aparentaba más de diecisiete años, y él no podía desear a alguien que apenas había alcanzado la edad legal. Parecía una niña.


Pero no lo era. Tenía el cuerpo más delicadamente femenino que había visto en su vida. Se había fijado en ello nada más entrar en el baño, sus largas piernas, su esbelta cintura, su rostro con forma de corazón, su deslumbrante piel, sus labios, carnosos y sensuales, sus vivaces ojos azules…


Y tendría que haber estado ciego para no notar cómo lo había mirado. Era una mirada a la que estaba acostumbrado, y no debería haberlo afectado. Pero le estaba costando no devolverle la misma mirada de aprecio sensual e inesperado deseo.


Tal vez él también había inhalado aquellos vapores, porque su imaginación no estaba haciendo más que empeorar las cosas. Hacía mucho que no ligaba. Demasiado. El corazón le estaba latiendo con más fuerza que hacía tiempo. Lo último que esperaba encontrar tras aquel espeso seto era una casa asombrosa con Blancanieves, la Bella Durmiente o Rapunzel dentro. No pudo evitar preguntarse dónde estarían los enanos, o las brujas…


Tenía que salir de aquel estado. Tan solo se debía a la frustración. Habría sido una locura ir a por una mujer como aquella, que debía tener la misma edad que Diana, si es que no era más joven. Sin duda querría más de la relación que él. Sería emocionalmente inmadura y aún soñaría con fantasías de amor eterno y cosas semejantes. Cuando le había dicho aquello mismo a Diana había surgido la bruja que esta llevaba dentro, intensa, necesitada, al borde de la locura… Pensar en aquello sirvió para enfriar su deseo.


Casi del todo.


Menos mal que su arrendadora se iba de viaje al extranjero. De lo contrario habría tenido que pensárselo dos veces antes de alquilar la casa. Seguro que volvería de su viaje más madura y sofisticada y, si el destino decidía volver a cruzar sus caminos, coquetearía con ella entonces. De momento iba a alquilar aquel escondite e iba a esconderse. En un par de semanas el equipo tenía un partido en Sídney y entonces pasaría un par de noches divirtiéndose como un auténtico adulto. Después de haber pasado tanto tiempo luchando para conseguir independizarse de las expectativas de su familia, no pensaba permitir que ninguna mujer obstaculizara su libertad.




miércoles, 20 de octubre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 6

 

Pedro se acercó hasta el rincón en que estaba el árbol. La atención de Paula se vio inmediatamente atraída por su imagen. La parte trasera de su cuerpo, con sus anchos hombros y estrechas caderas, resultaba tan atractiva como la delantera. Tragó saliva mientras sentía que su cuerpo se acaloraba. Estaba claro que había llegado el momento de explorar parte del mundo… y de los hombres que lo habitaban. Era evidente que llevaba demasiado tiempo esperando…


Pedro se volvió de nuevo hacia ella.


–Firmaré por un año.


Paula abrió los ojos de par en par y, por un instante, olvidó el calor que aún le recorría el cuerpo.


–Ni siquiera sabe cuál es la renta…


–Eso da igual. Y quiero tener prioridad si en algún momento decide vender la casa.


–Hay un par de cosas que aún no le he dicho.


–¿Lleva algunas condiciones incluidas?


Paula asintió.


La expresión de Pedro se endureció.


–Tengo que seguir viviendo aquí mientras esté en la ciudad –explicó Paula precipitadamente.


–¿No suele estar normalmente en la ciudad? –preguntó Pedro con aspereza.


–Me voy al extranjero.


–¿Cuándo?


–Pronto –en cuanto tuviera el dinero, pero Paula decidió no mencionar que le iba a llevar unos meses conseguir la cantidad que necesitaba–. Tengo algunas cosas que hacer antes de irme.


Pedro asintió lentamente.


–De acuerdo.


Paula experimentó una repentina oleada de pánico. Iba a resultar duro ver a un extraño viviendo en la casa, pero no iba a quedarse allí para siempre y la casa seguiría siendo suya.


–La propiedad se ocupará del jardín –Paula vio la sonrisa de incredulidad de Pedro.


–Ya he comprobado lo denso que es el seto. ¿Me está diciendo en serio que tiene un jardinero?


–Totalmente en serio –replicó Paula–. El seto necesita muchos cuidados. Esa condición no es negociable.


La sonrisa que le dedicó Pedro estuvo a punto de distraerla peligrosamente.


–¿Y cómo se supone que accederé a la casa si no es a través del pasadizo del seto o del garaje?


–Hay una puerta oculta en el lateral del parque.


–¿Una puerta oculta? –Pedro rio.


El sonido de su risa era cálido, contagioso… y muy sexy. Paula tuvo que hacer esfuerzos para no quedarse boquiabierta y derretirse allí mismo. Se dio la vuelta para dejar de mirarlo y poder pensar.


–Parte del encanto de esta casa reside en su intimidad. ¿No es eso lo que busca?


–Muy astuta –dijo Pedro, repentinamente serio–. De acuerdo, las condiciones no suponen un problema. Sigo queriendo alquilarla por un año.


Paula se sintió aún más mareada que después de inhalar los perniciosos vapores del limpiador.


–Voy a necesitar referencias.


–Por supuesto. ¿Qué le parece si le dejo un depósito para asegurarme el alquiler? Nuestros abogados pueden redactar un contrato mañana mismo. Tiene abogado, ¿no?


–Claro. Su número aparece en el cartel. Haré que se ocupe de redactar el contrato.


SIN ATADURAS: CAPÍTULO 5

 


Paula sabía que había pensado que era demasiado joven como para ser la dueña de la casa. Seguro que pensaba que era una limpiadora adolescente. Pero lo cierto era que ya tenía veintidós años y hacía cinco que se ocupaba de aquella casa. Le molestó que no la viera como una mujer adulta y capaz. Resultaba irónico que, para una vez en la vida que se encontraba con un hombre espectacularmente atractivo, su aspecto fuera el de una desaliñada adolescente.


Salió del baño con toda la calma que le permitió su agitado corazón.


–La casa nunca estará en venta –dijo con toda la firmeza que pudo–. Siento que se haya esforzado en llegar hasta aquí para nada.


–No para nada –replicó Pedro mientras la seguía–. Siempre he sentido curiosidad por este lugar. Si no le importa, me gustaría echar un vistazo.


Consciente de que no podía negarse después de que acababa de ayudarla, Paula asintió y abrió los brazos.


–La casa es conocida como La Casa del Árbol. El motivo es obvio.


Pedro recorrió el cuarto de estar con la mirada.


–Sin duda lo es –dijo con evidente aprecio–. ¿Por qué la alquila?


–Porque necesito el dinero.


–Podría obtener una buena cantidad si la vendiera.


–No voy a venderla. Y no me preocupa asegurarme un inquilino –mintió Paula.


Pedro la observó un momento y luego volvió a mirar la habitación.


–Es única.


Sí. No era la típica construcción moderna con ventanales del suelo al techo, y tampoco era muy grande, pero era una auténtica casa del árbol, pues un viejo y sólido roble que servía a la vez de estructura y de decoración surgía del suelo en uno de los rincones del cuarto de estar. Había sido construida por los abuelos de Paula, que habían volcado tanto amor, sudor y energía en construir la casa como en cuidarla a ella. Hasta que la enfermedad hizo que todo cambiara y que Paula tuviera que ocuparse de ambos y también de la casa. No pensaba desprenderse de ella, pero tenía que tener algunas aventuras en aquellos momentos de su vida, o de lo contrario nunca saldría de allí. Era hora de volar libre… pero pensaba conservar su nido para regresar cuando lo necesitara.


–A la mayoría de la gente le encanta. Mi abuelo solía decir que no había nada como la belleza natural.


Pedro posó su oscura mirada en ella un momento antes de hablar.


–Y tenía razón.


Paula le devolvió la mirada mientras sentía que se le ponía la carne de gallina. ¿Estaba hablando de la casa? Pero Pedro se había vuelto y no pudo ver su expresión.


–¿Para cuánto tiempo quiere el inquilino?


–Para un mínimo de seis meses, y preferiblemente para un año –contestó Paula, aunque en realidad se habría conformado con menos.


SIN ATADURAS: CAPÍTULO 4

 


Nadie entraba así como así en aquella casa. La estratégica hilera de arbustos y árboles se aseguraba de ello. La mayoría de la gente creía que aquel lugar era una extensión del parque junto al que se hallaba, la antigua casa del jardinero, o algo parecido. Paula había entrado por el garaje y lo había cerrado a continuación. De manera que no sabía si creerlo. ¿Habría saltado la valla para robar algo… o para hacer algo peor? Pero si realmente fuera un asesino en serie, o un violador, no la estaría ayudando en aquellos momentos.


–Tiene los ojos realmente irritados –dijo Pedro en tono sinceramente preocupado… y también divertido.


–Desde luego –Paula apenas podía mantenerlos abiertos, porque le picaban mucho.


–Tendremos que lavarlos.


«Tendremos que nada», pensó Paula.


–Estaré bien en un minuto –dijo.


–No. Habrá que lavarlos. Soy médico.


Paula resopló. Tal vez no fuera un asesino en serie, pero no creía que fuera médico.


–Soy médico –repitió Pedro al ver la escéptica expresión de Paula–. Póngase esto sobre los ojos un momento –añadió a la vez que apoyaba un paño húmedo sobre los ojos de Paula, que alzó instintivamente una mano para sujetarlo. El agua volvió a correr en el lavabo.


–Alce el rostro –dijo Pedro, y la tomó con delicadeza por la barbilla para que lo hiciera. Retiró el paño y le hizo ladear la cabeza de un lado a otro mientras derramaba un poco de agua sobre cada ojo–. Trate de mantenerlos abiertos –murmuró–. Esto la aliviará.


Su voz sonó junto al oído de Paula, cuyo corazón comenzó a latir más deprisa. Hacía casi un año que no estaba tan cerca de nadie…


–¿Mejor? –preguntó Pedro.


Paula se sintió repentinamente acalorada al recordar que tan solo vestía unos pantalones cortos de lycra y una camiseta. No llevaba sujetador. Notó que el agua se deslizaba de sus ojos a su pecho.


–Me estoy mojando –dijo a la vez que se apartaba.


–No más de lo que ya está –replicó él en un tono ligeramente más impaciente.

 

–Ya puedo arreglármelas sola –Paula apartó su barbilla de la mano de Pedro–. Gracias.


El picor de los ojos prácticamente se le había pasado y los abrió para mirar al hombre que tenía ante sí. Parpadeó rápidamente. ¿Estaría alucinando? El hombre debía medir al menos un metro ochenta y tenía los hombros anchos y el pelo y los ojos negros. Vestía vaqueros, camiseta roja y zapatillas deportivas… ¡y era increíblemente atractivo!


–Gracias –repitió para romper el repentino silencio–. ¿En qué puedo ayudarlo?


–He visto el cartel en que se anuncia el alquiler de la casa.


–Acabo de ponerlo esta tarde –dijo Paula mientras se levantaba.


–Lo sé.


–¿Quiere alquilar el lugar? –no parecía un posible inquilino. Parecía la clase de hombre que poseía cosas. Muchas cosas. El reloj que llevaba en la muñeca aquel hombre era muy caro, como su calzado y su camiseta de marca.


–Quiero comprarlo –contestó Pedro sin rodeos.


–No está en venta –replicó Paula con firmeza.


–¿Dónde está el dueño?


–Lo tiene delante –contestó Paula con aspereza.


La sorpresa fue evidente en los oscuros ojos de Pedro.


–¿No me cree?


–No parece… –Pedro negó con la cabeza–. Da igual.