jueves, 21 de octubre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 7


Pedro asintió y se volvió de nuevo hacia el árbol, tratando de mantener la mirada alta. Porque la camiseta blanca de la señorita Arrendadora no había resultado inmune tras el incidente en el baño. De hecho, prácticamente era como si no llevara nada. Pero ella no lo sabía y él no quería decírselo. No quería pensar ni un segundo más en ello. No quería pensar en lo preciosa que era. No aparentaba más de diecisiete años, y él no podía desear a alguien que apenas había alcanzado la edad legal. Parecía una niña.


Pero no lo era. Tenía el cuerpo más delicadamente femenino que había visto en su vida. Se había fijado en ello nada más entrar en el baño, sus largas piernas, su esbelta cintura, su rostro con forma de corazón, su deslumbrante piel, sus labios, carnosos y sensuales, sus vivaces ojos azules…


Y tendría que haber estado ciego para no notar cómo lo había mirado. Era una mirada a la que estaba acostumbrado, y no debería haberlo afectado. Pero le estaba costando no devolverle la misma mirada de aprecio sensual e inesperado deseo.


Tal vez él también había inhalado aquellos vapores, porque su imaginación no estaba haciendo más que empeorar las cosas. Hacía mucho que no ligaba. Demasiado. El corazón le estaba latiendo con más fuerza que hacía tiempo. Lo último que esperaba encontrar tras aquel espeso seto era una casa asombrosa con Blancanieves, la Bella Durmiente o Rapunzel dentro. No pudo evitar preguntarse dónde estarían los enanos, o las brujas…


Tenía que salir de aquel estado. Tan solo se debía a la frustración. Habría sido una locura ir a por una mujer como aquella, que debía tener la misma edad que Diana, si es que no era más joven. Sin duda querría más de la relación que él. Sería emocionalmente inmadura y aún soñaría con fantasías de amor eterno y cosas semejantes. Cuando le había dicho aquello mismo a Diana había surgido la bruja que esta llevaba dentro, intensa, necesitada, al borde de la locura… Pensar en aquello sirvió para enfriar su deseo.


Casi del todo.


Menos mal que su arrendadora se iba de viaje al extranjero. De lo contrario habría tenido que pensárselo dos veces antes de alquilar la casa. Seguro que volvería de su viaje más madura y sofisticada y, si el destino decidía volver a cruzar sus caminos, coquetearía con ella entonces. De momento iba a alquilar aquel escondite e iba a esconderse. En un par de semanas el equipo tenía un partido en Sídney y entonces pasaría un par de noches divirtiéndose como un auténtico adulto. Después de haber pasado tanto tiempo luchando para conseguir independizarse de las expectativas de su familia, no pensaba permitir que ninguna mujer obstaculizara su libertad.




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