martes, 31 de agosto de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 63

 

A las nueve de la mañana siguiente, Pedro tuvo que enfrentarse al hecho de que había subestimado seriamente a Paula Chaves. Al parecer había hablado muy en serio cuando le dijo que dimitía.


Unos minutos antes, le había gritado a Nina al ofrecerse ésta a llamar a Pau para averiguar si se hallaba bien. En ese momento no le quedaba más alternativa que admitir la verdad y pedirle que llamara a la agencia de trabajo temporal para solicitar que enviaran a alguien de inmediato. Antes de volver a enfrentarse a Nina, miró en el escritorio de Pau y encontró la tarjeta del fotógrafo. Entonces lo llamó por teléfono.


Como tuviera que explicarle a otro empleado disfrazado que había olvidado qué día era, gritaría.


—Simplemente, envíeme la factura por su tiempo —le dijo a la secretaria del fotógrafo después de cancelar la sesión—. Quizá podamos programar algo para el futuro, pero ya se lo comunicaré.


En ese momento, sacar fotos de una maquinaria agrícola parecía insignificante comparado con todo lo que estaba sucediendo. Después de cortar, alzó la vista y vio a Nina en el umbral de su oficina con los brazos cruzados sobre su disfraz de bailarina del vientre para Halloween.


—¿Qué está pasando? —demandó.


Resignado, le indicó que pasara.


—Cierra la puerta, Nina.


—¿Le ha pasado algo a Paula? —inquirió Nina al sentarse frente a él y redistribuir las faldas de colores con campanillas. Hacía demasiado tiempo que conocía a Pedro como para andarse con rodeos.


Él se pasó la mano por la cara. Varias tazas de café no habían terminado de compensar una noche de insomnio. Sentía la mente como pegamento espeso.


—Supongo que se podría decir que sí —repuso—. Anoche vino a cenar a mi casa.


—Ah —confirmó Nina con expresión perspicaz—. Así que yo tenía razón.


—Si has adivinado que estoy loco por ella, estarías en lo cierto —replicó—. Para lo que me ha servido.


—¿Y a qué viene la autocompasión? —quiso saber ella—. No es típico en ti.


—Tuvimos una discusión. Ella quiso dejarlo, yo la puse a prueba y lo dejó.


—¿Dejó su trabajo? —insistió Nina.


—Sí. Su trabajo, a mí, todo —no podía creer que estuviera manteniendo esa conversación con una mujer vestida como Salomé, pero sabía que podía confiar en Nina para que mantuviera la boca cerrada. Podía ser dolorosamente directa con él, pero también era extremadamente leal.


—¿Qué hiciste? —quiso saber.


La presuposición de Nina de que debía de ser culpa suya lo habría irritado de no haber tenido un estado de ánimo tan sombrío.


—Le conté la verdad —respondió—. Ese fue mi primer error —le ofreció la versión censurada desde el comienzo, cuando había tratado de hablar con Paula en el bar sin llegar a ninguna parte. Cuando terminó de describir la discusión mantenida en su casa, Nina ya movía la cabeza.


—Lo que no logró entender es cómo los hombres han podido dirigir el mundo durante miles de años sin aniquilar a toda la especie humana. ¿Cómo podéis ser todos tan torpes?


—Supongo que se trata de una pregunta retórica —indicó él con igual sarcasmo—. ¿En qué puede ayudar insultar a mis ancestros?


Ella se puso de pie y fue hacia la puerta y regresó.


—Eres un hombre lo bastante inteligente como para dirigir esta empresa, pero no tienes ni idea cuando se trata de entender a una mujer que afirmas amar.


—¡La amo! —protestó—. Pero, no, no sé cómo funciona su mente.


Debió de parecer tan perdido y confuso como se sentía, porque Nina dejó de caminar y volvió a sentarse.


Pedro, cariño, ponte en su lugar. Piensa en cómo te sentirías tú si ella te confesara que en un principio se había sentido atraída por ti porque eres rico y triunfador, aunque no supiera nada más de ti —calló para dejar que sus palabras surtieran efecto.


Él asintió con impaciencia.


—Continúa.


—Ahora intenta centrar tu pequeña mente de varón en la idea de ser una chica bonita con un buen cerebro —lo señaló con un dedo como una maestra—. Sólo que a nadie le importa si eres lista. Lo que cuenta es tu aspecto —enarcó las cejas—. ¿Me sigues hasta ahora?


—Si —Pedro veía hacia donde se dirigía.


—Entonces aparece el príncipe —continuo ella—. Parece darse cuenta que eres una mujer inteligente. Que tienes otras cualidades aparte de un cabello lustroso y unas piernas largas. Es tu cerebro el que lo fascina y todo es color de rosa en el reino.


Pedro empezaba a sentirse enfermo.


—Pero luego admite que es como los demás —continuó él—. Le encanta tu cara bonita, pero poco puede importarle que seas dulce, inteligente y divertida…


—Creo que has captado el cuadro —Nina volvió a ponerse de pie—. Ya he terminado mi trabajo aquí —fue hacia la puerta y la abrió—. El siguiente paso es tuyo.


—No es tan sencillo —musitó ante la puerta que ella acababa de cerrar. Solo empezaba a percibir lo mucho que había herido a Pau con su egoísmo.





QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 62

 

Después de permanecer bajo la ducha hasta haber dejado de temblar, se secó y se puso un pijama de franela, su bata más vieja y las zapatillas forradas. Se preparó una taza de té, sacó una galleta del bote pintado con una abeja, y pensó en llamar a Emilia.


Su hermana mayor siempre había sido como una segunda madre para ella. Emilia no sólo le diría lo que quería oír, como podría hacer Karen, sino que no se andaría con medias tintas y ella necesitaba saber si estaba totalmente confundida o si tenía razón en sentirse furiosa con Pedro.


Por supuesto, lo primero que haría sería soltarle un discurso por haber dejado un trabajo más, probablemente el mejor que había tenido jamás, y luego la reprendería por enamorarse de Pedro tan rápidamente. Emilia pensaba que había cambiado de trabajo demasiadas veces y no se había molestado en ocultar la opinión que le había merecido su compromiso con Damián.


Hizo una mueca al recordar la reacción de Emilia. Quizá lo mejor era no llamarla. Añadió miel al té y lo removió mientras rumiaba sus ideas.


Sin importar si su hermana se mostraba exasperada con ella, necesitaba desesperadamente hablar con alguien que la conociera, con defectos y todo. Aunque parecía que hacía días que había ido a la casa de Pedro, tan llena de jubilosa expectación, tal vez aún fuera temprano para llamar a Emilia. Y aunque la despertara, no se quejaría. Era una de las pocas personas a las que le encantaba que la necesitaran, y ella la necesitaba en ese momento.




lunes, 30 de agosto de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 61

 


Cuando Paula llegó a la cabaña, el dolor en su pecho no se había mitigado, aunque a él se había sumado una sensación de pánico.


No sólo había dejado al hombre al que amaba, sino que le había arrojado a la cara su trabajo… el mismo trabajo que necesitaba para pagar sus facturas. ¿En qué había estado pensando?


Apoyó la frente contra el volante, escuchando el batir de la lluvia sobre el techo del jeep. Luego, sintiéndose como si hubiera recibido una paliza, recogió el bolso y el abrigo, respiró hondo y subió a la carrera los escalones.


Mojada y con frío, abrió la puerta y entró. Los dientes le castañeteaban. Necesitaba una ducha y una taza caliente de té. Luego debería sentarse y pensar qué iba a hacer.


Una cosa era segura… quedaba descartado pedirle a Pedro que le devolviera el puesto de trabajo.




QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 60

 

—Vuelve —musitó Pedro, deseando que las luces de freno continuaran, que ella cambiara de parecer. Pero vio cómo el jeep desaparecía en la noche lluviosa—. Maldita sea, vuelve y deja que te lo explique.


Volvió a la sala de estar, se sentó delante del fuego y vacío la copa de vino. Pensó en tirarla a la chimenea para reducir su frustración, pero se contuvo, ya que el juego de copas había sido un regalo de Gaston.


Clavo la vista en la copa a medio llenar de Pau. Se encogió de hombros y la tomo entre los dedos. Al ver la mancha de carmín en el borde, puso los labios donde habían estado sus labios y bebió.


Al levantarse noto el papel que ella había dejado. Había estado tan entusiasmada con el proyecto, que no podía creer que no se presentara a la sesión por la mañana, una vez que hubiera tenido la oportunidad de calmarse.


Jamás debería haberla empujado como lo había hecho, nunca debería haber admitido el motivo principal que había tenido para contratarla. Diablos ¿es que no le había dicho el trabajo estupendo que estaba haciendo?


Pensó que se sentiría satisfecha, incluso alagada. Pero había estallado como los fuegos de artificio que le recordaba. Las chispas habían volado en todas direcciones el drama había abundado. Hasta sospechaba que derramaría alguna lágrima de camino a casa.


¿Por qué tenía que irritarse de esa manera, culpándolo de algo que él no podía controlar, cuando se había enamorado tanto de ella como para crearle un puesto en la empresa? ¡La mayoría de las mujeres se sentirían halagadas! Era una pena que Paula Chaves no fuera como la mayoría de las mujeres.


Al parecer, la mujer que su hermano le había dicho que quería casarse por encima de todo, no quería casarse con él. O tener algo más que ver con él




QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 59

 

La explicación de Pedro hizo que su corazón se convirtiera en un bloque de hielo.


—No te enfades —instó él al verla experimentar un escalofrío—. Como ya te he dicho, todo ha salido realmente bien. Estás haciendo un gran trabajo —le soltó la mano para poder acariciarle la mejilla—. Lo importante es cómo nos sentimos —añadió—. ¿Verdad?


Pau lo miró fijamente. ¿Qué importaba por qué se había sentido atraído por ella la primera vez? En ese momento, Pedro sabía que era más que una cara bonita. Los hombres eran criaturas visuales. No era culpa suya; la culpa recaía en los siglos de evolución. En la revista Playboy, en la MTV y no estaba segura de qué cosas más.


—Tienes razón —respondió, obligándose a sonreír—. Me complace mucho que llegáramos a conocernos.


Él suspiró.


—Vaya. Desde luego que me alegra que hayamos dejado este tema atrás. Quizá algún día se convierta en una historia graciosa sobre cómo nos conocimos.


—Y cómo empecé en Alfonso International —agregó ella—. Tal vez cuando sea vicepresidenta de la empresa.


Él rió, aunque ella no bromeaba precisamente. «Es posible, ¿verdad?», pensó. Si trabajaba duro y aprendía todo lo que podía del negocio.


—Créeme, en unos años apenas recordarás que has trabajado aquí —Pedro tomó las copas de vino y le entregó la suya a Pau—. Brindemos por el futuro.


Aturdida, ella sostuvo su copa.


—Creía que íbamos a ser un equipo, a trabajar juntos.


—Desde luego, ésa es una manera de decirlo —sonriendo con calor, Pedro entrechocó las copas—. Por nosotros —dijo—. Compañeros de equipo.


La realidad penetró en ella.


Él no le había ofrecido una carrera de negocios, porque nunca había creído que fuera lo bastante inteligente como para llevarla.


—No en Alfonso International —indicó Pau en voz alta y apagada, tanto como se sentía por dentro, una vez evaporado el alborozo.


Él en realidad no la conocía, y lo que era peor, no quería conocerla, porque sólo veía lo que quería ver.


Un envoltorio bonito sin nada de valor por dentro.


—¿Qué? —preguntó él, sinceramente desconcertado—. No te has imaginado pasando el resto de tu vida trabajando en Alfonso International como mi asistente, ¿verdad?


—Algo parecido —Pau dejó la copa en la mesa—. He de irme.


—No, aguarda —Pedro apoyó la mano en su brazo—. Nos estamos adelantando, pero desde luego tienes trabajo en Alfonso International durante el tiempo que quieras, ¿de acuerdo? Y cuando llegue el momento de… de revaluar la situación, los dos pensaremos en todas las opciones y lo discutiremos.


Ella se soltó y se puso de pie.


—He de irme.


Él se incorporó para plantarse ante ella, cortándole el camino.


—¿Qué sucede? ¿Qué quieres que diga, Pau? Creía que ya habíamos aclarado todo por ahora.


—Mañana me espera un día ajetreado —dijo sin mirarlo a los ojos—. Gracias por la cena. Quizá algún día consiga la receta de tu madre para la lasaña.


—Quizá debamos frenar un poco las cosas —soltó él—. Creo que has malinterpretado todo lo que he dicho.


—Tienes razón —convino Pau—. Frenemos. Probablemente, sólo deberíamos concentrarnos en el trabajo, para poder demostrarte la labor fantástica que puedo desempeñar.


No había tenido la intención de romper con él, pero una vez pronunciadas las palabras, veía que era la única manera. Tenía que saber en el fondo de su ser que mantenía el trabajo por ser una empleada valiosa, no porque se acostaba con él jefe.


—No lo entiendo —exclamó él—. Creía que me deseabas tanto como yo a ti.


Alzó la mano como si quisiera tocarle el rostro, pero ella se retiró.


—¿Estás diciendo que no puedo trabajar en Alfonso International a menos que me acueste contigo? —preguntó con suavidad, agarrando el bolso como si fuera un salvavidas—. ¿Es ése el trato?


Él se mostró escandalizado.


—No podemos volver sólo a trabajar juntos.


Ella soslayó el dolor que le retorció las entrañas y no pudo creer que hubiera sido tan ciega.


—Entonces no tendré más elección que presentarte mi dimisión.


Él alzó los brazos.


—Vamos, Pau—pidió—. No vas a dejarlo. Te encanta tu trabajo.


«Pero no tanto como te amo a ti», pensó.


—Tienes razón —sacó el papel doblado otra vez de su bolso—. Los dos nos volveríamos locos si siguiera trabajando para ti —le mostró la lista.


Automáticamente, él la tomó.


—¿Para qué es esto? —preguntó. Estaba decidida a no llorar, al menos hasta no hallarse sola.


—El fotógrafo se presentará a las diez de la mañana.


—¿Y por qué me lo dices?


No le hizo caso a la vocecilla de la razón en su cerebro que se desesperaba por obtener su atención.


—Lamento no poder ofrecerte los días reglamentarios que marca la ley —expuso—. En estas circunstancias, no creo que sea una buena idea —respiró hondo —Dimito.


Sin otra mirada a Pedro, huyó. Recogió el abrigo sin molestarse en ponérselo, sacó las llaves del bolsillo y salió por la puerta de entrada.


Tan enfrascados habían estado el uno en el otro, que no se habían dado cuenta de que había empezado a llover con fuerza. Pau se empapó antes de poder llegar al jeep y las gotas se mezclaron con las lágrimas que caían por su rostro.


Al dar marcha atrás, miró hacia la casa de la que se había enamorado a primera vista. En el ventanal de la fachada se perfilaba una figura solitaria.


Durante un momento triste, su pie flotó sobre el pedal del freno cuando todas las células de su cuerpo la instaron a volver. Quizá si él fuera a la puerta, si bajara los escalones… pero la figura ante el ventanal no se movió.


Con un sollozo, pisó el pedal del acelerador y salió de la vida de Pedro.




domingo, 29 de agosto de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 58

 


El resto de la casa fue como un espejismo para Pau. No le extrañó que hubiera querido que se quedara con él esa noche, y en ese instante lamentó no haber llevado una bolsa. Casi no podía soportar la idea de dejarlo.


El recorrido terminó con el dormitorio principal. Impresionada con el tamaño y la decadencia del cuarto de baño contiguo, esperaba que la retuviera allí, pero la llevó de vuelta abajo sin soltarle la mano.


—¿Te apetece otra copa de vino o una taza de café? —le preguntó—. Había pensado que podía poner algo de música en el equipo de audio y disfrutar del fuego durante un rato.


Podría haberle sugerido que lavaran sus calcetines en la bañera de hidromasaje y habría aceptado. Al verlo encender el fuego, tuvo que poner freno a sus pensamientos, recordándose que los sentimientos eran demasiado nuevos como para que se precipitaran en algo. Saber que la amaba era suficiente, de hecho, más que suficiente, en ese momento.


—Me apetecería un poco más de vino —musitó, acariciándole el pecho. Le encantaba la idea de tener derecho a tocarlo, a besarlo. Y el brillo en sus ojos le reveló que lo afectaba de igual manera que él a ella.


Pedro se llevó una mano de Pau a los labios.


—Me has hecho tan feliz —comentó—. Siéntate, que enseguida vuelvo.


—Oh, necesito mostrarte la lista de empleados para la foto de mañana —casi lo había olvidado—. Traeré mi bolso. Está en el comedor.


—Creo que esta noche tenemos cosas más importantes de las que hablar que del trabajo —con una sonrisa, Pedro desapareció.


Pau sacó la lista del bolso. No quería darle demasiada importancia y estropear la velada, pero el jefe del almacén le había pedido que hablara con Pedro acerca de uno de los operarios que quería usar como modelo.


La desplegó y se sentó en el sofá mientras él le rellenaba la copa.


—No tardaremos mucho —le prometió.


Pedro depositó las copas en la mesita de centro.


—Estás decidida a hablar de negocios, ¿verdad? —indicó, ligeramente irritado—. Cuando te contraté, no tenía ni idea de lo adicta al trabajo que te volverías.


—No digas que no te lo advertí —bromeó ella—. Te dije que quería centrarme en una carrera.


Pedro se sentó a su lado.


—Y yo he quedado agradablemente sorprendido por cómo has llevado el trabajo.


—¿Sorprendido? —repitió ella, dejando de sonreír—. ¿A qué te refieres? ¿A que no pensaste que podría desempeñarlo? —estudió su cara—. ¿Por qué me ofreciste el puesto en primer lugar?


—Me avergüenza admitirlo, pero supongo que lo mejor será despejar la atmósfera —se encogió de hombros—. Quería llegar a conocerte mejor, pero cada vez que intentaba hablar contigo en el bar, o estabas ocupada o yo, mmm, olvidaba lo que quería decirte.


Pau se sintió complacida de que él se hubiera sentido atraído por ella. Siempre había parecido tan silencioso, reservado.


—La primera vez que me fijé en ti salías con Mauricio —agregó él—. Cuando me enteré de que estaba con Mia, me alegré por ellos, pero también por mí, porque significaba que ya no salía contigo.


Pau recordó que había pensado que Pedro era agradable e incluso más atractivo que su hermano, pero que sólo parecía importarle el trabajo.


—Pero eso fue antes de Damian —reflexionó ella en voz alta.


Pedro pareció incómodo.


—Exacto.


Ella movió la cabeza. Quiso liberar las manos y taparse los oídos, pero él debió de pensar que seguía sin entenderlo.


—Tenía que hacer algo drástico para sacarte del Lounge antes de que tu separación de Traub te impulsara a caer en brazos de otro hombre —explicó—. La mejor manera para mí de llegar a conocerte mejor, y rápidamente, era contratarte.




QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 57

 

Al aparcar, Pedro salió por las puertas dobles de la entrada vestido con unos vaqueros y una camisa a cuadros. Su sonrisa de bienvenida la llenó de calor a pesar del frío aire. Bajó del jeep y él le dio un beso rápido.


—¿Has tenido algún problema? —le preguntó.


—Ninguno —Pau le entregó la ensaladera antes de recoger el bolso y el aliño.


—¿Y el resto? —preguntó él después de que Pau cerrara el vehículo—. ¿No has traído una bolsa?


No había esperado que se lo planteara en la entrada.


—Mi casa no está lejos —repuso, aunque los dos sabían que eso no era precisamente cierto—. Tengo muchas ganas de ver tu casa —añadió entusiasmada—. ¿La mandaste construir para ti?


Para su alivio, él aceptó la insinuación y la condujo escalones arriba.


—Se la compré a alguien a quien trasladaron al este justo después de que la terminaran —explicó, manteniendo abierta una de las puertas de madera tallada—. Mi padre trabaja en la construcción, de modo que él la inspeccionó.


Se detuvieron en la entrada de dos niveles, donde él dejó la ensaladera en una mesa lateral mientras la ayudaba a quitarse el abrigo y lo colgaba.


—Es preciosa —exclamó, girando en un círculo lento.


Las paredes y el techo abovedado se hallaban cubiertos de madera que relucía suavemente a la luz del candelabro. Éste, compuesto de formas de cristal irregulares, colgaba de una pesada cadena. Una escalera con una barandilla tallada ascendía por una pared lateral hasta un rellano abierto en la primera planta.


Más allá de la entrada se encontraba el salón, donde dos sofás de piel de un rojo oscuro estaban frente a frente delante de una chimenea de piedra. Unas alfombras de tonalidades brillantes adornaban diversos puntos del suelo de parqué barnizado.


—Posterguemos el recorrido hasta después de la cena —dijo Pedro.


La condujo al comedor, donde dos manteles individuales adornaban un extremo de la larga mesa. Dejó la ensaladera y Pau depósito el aliño al lado.


—Ven —instó él—. Te mostraré la cocina.


Al entrar en la lujosa habitación, el olor a lasaña ayudó a que se le hiciera la boca agua.


—Tu madre debe de ser una cocinera magnífica —comentó, respirando hondo.


—Para ella es una obra de amor —repuso mientras se ponía un guante de cocina y abría el horno—. Le haré llegar tu comentario.


Extrajo la fuente y una barra de pan envuelta en papel de plata. Mientras los llevaba a la mesa, Pau llevó un cuenco con cuscurros de pan y otro con queso parmesano rallado.


—Creo que ya estamos listos —comentó él después de regresar de la cocina con una botella de vino.


Después de apartarle la silla, la imitó y se sentó. Durante la cena, Pau pudo relajarse y hacer a un lado sus reservas. Al terminar, recogerlo todo en esa cocina moderna sólo requirió unos minutos.


—Ahora comprendo por qué consideraste que a mi cabaña le faltaban algunas comodidades —bromeó mientras pasaba las yemas de los dedos por el granito pulido de la encimera—. Esta cocina es un sueño.


—Me hace feliz que te guste —cerró la puerta del lavavajillas y apretó unas teclas del panel de control.


Pau ladeó la cabeza.


—¿Está funcionando? —preguntó—. No oigo nada.


—Es muy silencioso —explicó, pasándole el brazo por el hombro—. Y ahora, ¿prefieres quedarte aquí hablando de electrodomésticos o quieres ver el resto de la casa?


Ella le pasó el brazo por la cintura y le sonrió.


—¿Tú qué crees?


Se inclinó y le plantó un breve beso en los labios.


—Lo que creo es que para mí es muy importante que te guste esta casa.


La implicación de esas palabras, junto con el calor de la expresión que mostraba, hizo que el espíritu de Pau surcara los cielos.


Cuando volvió a besarla, fue a su encuentro. La pegó a él, dejando que probara el vino de sus labios. Y cuando la soltó, apenas pudo recobrar el aliento.


—Sé que no llevamos mucho tiempo —dijo él con las manos en sus hombros—, pero no puedo evitarlo —apoyó la frente en la suya—. Te amo, Pau —susurró—. Lo único que quiero es hacerte feliz.


—Oh, Pedro —murmuró, pegando la mejilla contra su camisa—. Yo también te amo.


Durante unos instantes, se abrazaron con fuerza sin decir una palabra. Comprendía que ese hombre era todo lo que alguna vez había querido. Él había mirado más allá de la superficie y visto lo que nadie había logrado ver. Y la amaba, la amaba de verdad.


—Soy la mujer más afortunada del mundo —exclamó cuando al final se separaron un poco para sonreírse.


—No —corrigió él con firmeza—. Yo soy el afortunado. Vamos —dijo—. Ahora es aún más importante que te muestre la casa.