A las nueve de la mañana siguiente, Pedro tuvo que enfrentarse al hecho de que había subestimado seriamente a Paula Chaves. Al parecer había hablado muy en serio cuando le dijo que dimitía.
Unos minutos antes, le había gritado a Nina al ofrecerse ésta a llamar a Pau para averiguar si se hallaba bien. En ese momento no le quedaba más alternativa que admitir la verdad y pedirle que llamara a la agencia de trabajo temporal para solicitar que enviaran a alguien de inmediato. Antes de volver a enfrentarse a Nina, miró en el escritorio de Pau y encontró la tarjeta del fotógrafo. Entonces lo llamó por teléfono.
Como tuviera que explicarle a otro empleado disfrazado que había olvidado qué día era, gritaría.
—Simplemente, envíeme la factura por su tiempo —le dijo a la secretaria del fotógrafo después de cancelar la sesión—. Quizá podamos programar algo para el futuro, pero ya se lo comunicaré.
En ese momento, sacar fotos de una maquinaria agrícola parecía insignificante comparado con todo lo que estaba sucediendo. Después de cortar, alzó la vista y vio a Nina en el umbral de su oficina con los brazos cruzados sobre su disfraz de bailarina del vientre para Halloween.
—¿Qué está pasando? —demandó.
Resignado, le indicó que pasara.
—Cierra la puerta, Nina.
—¿Le ha pasado algo a Paula? —inquirió Nina al sentarse frente a él y redistribuir las faldas de colores con campanillas. Hacía demasiado tiempo que conocía a Pedro como para andarse con rodeos.
Él se pasó la mano por la cara. Varias tazas de café no habían terminado de compensar una noche de insomnio. Sentía la mente como pegamento espeso.
—Supongo que se podría decir que sí —repuso—. Anoche vino a cenar a mi casa.
—Ah —confirmó Nina con expresión perspicaz—. Así que yo tenía razón.
—Si has adivinado que estoy loco por ella, estarías en lo cierto —replicó—. Para lo que me ha servido.
—¿Y a qué viene la autocompasión? —quiso saber ella—. No es típico en ti.
—Tuvimos una discusión. Ella quiso dejarlo, yo la puse a prueba y lo dejó.
—¿Dejó su trabajo? —insistió Nina.
—Sí. Su trabajo, a mí, todo —no podía creer que estuviera manteniendo esa conversación con una mujer vestida como Salomé, pero sabía que podía confiar en Nina para que mantuviera la boca cerrada. Podía ser dolorosamente directa con él, pero también era extremadamente leal.
—¿Qué hiciste? —quiso saber.
La presuposición de Nina de que debía de ser culpa suya lo habría irritado de no haber tenido un estado de ánimo tan sombrío.
—Le conté la verdad —respondió—. Ese fue mi primer error —le ofreció la versión censurada desde el comienzo, cuando había tratado de hablar con Paula en el bar sin llegar a ninguna parte. Cuando terminó de describir la discusión mantenida en su casa, Nina ya movía la cabeza.
—Lo que no logró entender es cómo los hombres han podido dirigir el mundo durante miles de años sin aniquilar a toda la especie humana. ¿Cómo podéis ser todos tan torpes?
—Supongo que se trata de una pregunta retórica —indicó él con igual sarcasmo—. ¿En qué puede ayudar insultar a mis ancestros?
Ella se puso de pie y fue hacia la puerta y regresó.
—Eres un hombre lo bastante inteligente como para dirigir esta empresa, pero no tienes ni idea cuando se trata de entender a una mujer que afirmas amar.
—¡La amo! —protestó—. Pero, no, no sé cómo funciona su mente.
Debió de parecer tan perdido y confuso como se sentía, porque Nina dejó de caminar y volvió a sentarse.
—Pedro, cariño, ponte en su lugar. Piensa en cómo te sentirías tú si ella te confesara que en un principio se había sentido atraída por ti porque eres rico y triunfador, aunque no supiera nada más de ti —calló para dejar que sus palabras surtieran efecto.
Él asintió con impaciencia.
—Continúa.
—Ahora intenta centrar tu pequeña mente de varón en la idea de ser una chica bonita con un buen cerebro —lo señaló con un dedo como una maestra—. Sólo que a nadie le importa si eres lista. Lo que cuenta es tu aspecto —enarcó las cejas—. ¿Me sigues hasta ahora?
—Si —Pedro veía hacia donde se dirigía.
—Entonces aparece el príncipe —continuo ella—. Parece darse cuenta que eres una mujer inteligente. Que tienes otras cualidades aparte de un cabello lustroso y unas piernas largas. Es tu cerebro el que lo fascina y todo es color de rosa en el reino.
Pedro empezaba a sentirse enfermo.
—Pero luego admite que es como los demás —continuó él—. Le encanta tu cara bonita, pero poco puede importarle que seas dulce, inteligente y divertida…
—Creo que has captado el cuadro —Nina volvió a ponerse de pie—. Ya he terminado mi trabajo aquí —fue hacia la puerta y la abrió—. El siguiente paso es tuyo.
—No es tan sencillo —musitó ante la puerta que ella acababa de cerrar. Solo empezaba a percibir lo mucho que había herido a Pau con su egoísmo.
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