viernes, 27 de agosto de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 49

 

Cuando la música finalmente se desvaneció, Pau podría haber jurado que sentía los labios de Pedro sobre su sien antes de que él alzara la cabeza.


—No sé tú —musitó él, tomándole la mano—, pero este sitio empieza a parecerme demasiado lleno y ruidoso.


No era lo más original que Pau había oído, pero no le importó. Pedro la veía como nadie la había visto jamás, y le brindaba la libertad de ser realmente ella. Quizá algún día conociera el negocio lo bastante como para ser una verdadera compañera en todos los sentidos que de verdad importaban.


En ese momento sólo podía pensar en estar a solas en sus brazos. Nada le había parecido jamás más idóneo.


—Estoy de acuerdo —repuso con una lenta sonrisa—. Tiene que haber algún sitio más tranquilo y… —con gesto atrevido, alzó los dedos y le alisó las solapas de la chaqueta— privado.


Él entrecerró los ojos, que brillaron peligrosamente.


—Esperaba que vieras las cosas como yo.


Soltándole la mano, la condujo de vuelta a la mesa. Los otros hablaban, elevando las voces por encima de la música para poder oírse.


Pedro le entregó su copa a Pau y bebió un trago de la propia antes de volver a dejarla. Ella bebió un poco de su vino, pero el calor que se extendió por su interior no tuvo nada que ver con el alcohol.


—¿Quieres llevarla contigo? —le preguntó él.


Pau movió la cabeza. Pedro recogió el cambio y dejó un par de billetes de propina para la camarera.


—Os veré por la mañana —se despidió con afabilidad.


Entre el coro de respuestas, Pau dejó su copa en la mesa y salió del salón con él. En el vestíbulo, lejos de las tenues luces y de la música, se sintió algo nerviosa.


Tomándola por el codo, Pedro la condujo hacia la tienda de regalos cerrada y a oscuras. Delante del escaparate, volvió a tomarle la mano, pero en esa ocasión se la llevó a los labios. Girándosela, le dio un beso en la palma y luego, con gentileza, se la cerró para envolvérsela con sus propios dedos.


Pau no pudo apartar la vista de la intensidad de su mirada. No habría podido hablar ni aunque en ello le hubiera ido la vida.


—Ahora mismo no hay nada en el mundo que quiera más que estar a solas contigo —musitó él, sin dejar de sostenerle la mano entre las suyas—. ¿Subes conmigo?


Ella estudió su cara, desde la frente ancha hasta el mentón firme.


—Pau—murmuró—, sabes que puedes decirme lo que sientes de verdad que yo lo aceptaré, ¿verdad?


Ella asintió. Él había sido sincero y ella odiaba los juegos.


—Quiero lo mismo que tú —susurró.


Le apretó la mano antes de soltársela. Pedro la miró con ojos resplandecientes.


—Vamos —instó, tomándola por el brazo.


Sin perder tiempo, con la mano libre llamó el ascensor. Dos mujeres subieron con ellos, hablando de un casino próximo. Pedro y Paula no dijeron una palabra.




QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 48

 


Después de que las otras parejas se excusaran, Paula entró en el comedor del hotel con Pedro. En una esquina se había establecido un bar. La gente estaba con copas en la mano, hablando y riendo. En el otro extremo del salón, delante de un estrado, estaban las mesas con vajilla de porcelana, cubertería de plata y resplandecientes copas que reflejaban la luz del candelabro de hierro forjado que colgaba del techo. En cada una había un centro de crisantemos dorados..


—Consigamos una bebida —sugirió Pedro—, y luego me gustaría presentarte a algunas personas.


Cuando el personal hubo retirado los platos de la cena, Pau se hallaba totalmente relajada. Había conocido a todo el mundo sentado a la gran mesa redonda. Además, mucha gente había pasado para saludar a Pedro y él se había ocupado en presentarla como su asistente.


A diferencia de la recepción de la boda de los Traub, donde había interceptado varias miradas de curiosidad, todo el mundo había dado la impresión de hablar de negocios y de ponerse al día de las nuevas ofertas. Pedro se había cerciorado de incluirla en todas las charlas y Paula había podido aportar un par de comentarios inteligentes.


Después de la cena, el presidente les había dado la bienvenida a todos y presentado al resto de su personal.


—¿Dónde has aprendido tanto de recogida de ganado? —le preguntó a Paula mientras salían con el resto de los comensales—. Cualquiera pensaría que creciste en un rancho.


Con su pelo negro y sus ojos castaño dorados, no cabía duda de que era uno de los hombres más atractivos de los allí presentes. Él no daba muestras de ser consciente de las miradas de reojo que recibía de otras mujeres, pero Paula sí lo notaba. Se acercó a él.


—Te dije que he estado haciendo los deberes —respondió—. Saqué un libro de la biblioteca sobre cómo llevar un rancho.


A pesar de que sus sandalias de tacón alto le añadían unos centímetros de altura, Pedro aún le sacaba una buena diferencia.


—Por lo general en el salón toca una orquesta bastante buena —comentó él—. ¿Quieres que vayamos a echar un vistazo?


Esperó que su sugerencia significara que, al igual que a ella, no le apetecía que la velada terminara.


—Suena divertido —convino Pau.


No habría mencionado eso si no pensara sacarla a bailar. El corazón se le desbocó ante la perspectiva de sentir sus brazos en torno a ella. Haría que fuera más difícil mantener la distancia cuando regresaran a casa, pero era un placer del que no pensaba privarse.


Al llegar al salón tenuemente iluminado, no había ni una mesa vacía. De pie en la puerta, un ganadero que habían conocido durante la cena le hizo señas a Pedro.


—Venid aquí —invitó desde una mesa próxima—. Haremos sitio.


Pedro la miró.


—¿Te parece bien si nos sentamos con ellos?


Paula se preguntó si sería su imaginación o si parecía tan decepcionado como ella.


Ella asintió y se unieron a los demás. Después de los saludos, Pedro le dijo a la camarera lo que querían beber.


—¿Bailas? —le preguntó a Paula.


Su expresión le provocó un hormigueo de anticipación.


—Sí, por favor.


La tomó de la mano y la condujo a la pista atestada. A diferencia de la primera vez que habían bailado juntos, en esa ocasión no se molestó con ceremonias. La tomó en brazos, suspiró cuando ella se arrebujó contra él y apoyó la mejilla en su cabello.


—Hace tiempo que tenía ganas de repetirlo —le susurró con voz ronca mientras le acariciaba la espalda.


A medida que la melodía urdía un hechizo, Pau sintió que era perfecto estar en sus brazos. Y a su lado. Ser compañeros en todos los sentidos. Sonriendo, apoyó la mejilla contra su pecho y liberó la imaginación.




jueves, 26 de agosto de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 47

 


Lleno de expectación, esa noche Pedro se plantó delante de la habitación de Pau. Antes de ir le había dicho que el vestuario para la cena iba desde vaqueros hasta trajes y vestidos largos. Podía llegar a ser la única noche del año en que algunas mujeres disfrutaban de la ocasión de arreglarse. Él se había puesto una chaqueta con los vaqueros negros, pero no se había molestado en ponerse una corbata.


Pau debía de estar justo al lado de la puerta, porque abrió en cuanto llamó.


Llevaba el pelo largo suelto. Iba toda vestida de negro, con un top y pantalones a juego.


—Pasa —invitó—. Deja que recoja mi bolso.


Pedro permaneció clavado en la entrada, sin hacer caso de su ya familiar reacción ante ella. Sólo cuando se encontraron en la seguridad del pasillo respiró hondo.


—Estás espectacular —comentó después de llamar al ascensor.


Aunque Paula se lo agradeció, murmurando que también él se veía bien, tuvo la impresión de que el cumplido no la había complacido. Antes de poder preguntarle si algo iba mal, las puertas del ascensor se abrieron y revelaron a dos parejas que él ya había conocía.


Entraron en el ascensor entre presentaciones. Terminaron por dirigirse a la sala de banquetes como un grupo, de modo que no dispuso de tiempo para hablar con ella en privado.


Resistiendo el impulso de rodearle la cintura con el brazo, comprendió que era hora de desechar su habitual enfoque temporal. Por lo general era un hombre paciente, pero ya no podía esperar mucho para averiguar si Pau lo veía como a un jefe… u otra cosa.




QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 46

 


Al llegar a las afueras de Billings a Pedro no le pareció que hubiera transcurrido otra hora. Entró en el aparcamiento del hotel y dejó el vehículo en una plaza techada, justo delante de la entrada principal.


—¿Quieres echarle un vistazo al vestíbulo mientras yo voy a registrarnos? —le preguntó a Paula—. Tenemos tiempo de sobra para instalarnos antes de la cena.


—Buena idea.


Su sonrisa fue tan fresca como lo había sido en Thunder Canyon.


Juntos cruzaron las puertas de cristal al interior del lujoso vestíbulo de dos plantas. El tema vaquero quedaba acentuado por un caballo y un jinete en bronce a tamaño real, expuestos sobre un pedestal de granito.


Mientras Pau iba a dar una vuelta, él fue a la recepción.


—¿Habitaciones contiguas? —preguntó la bonita recepcionista después de buscar sus nombres.


Con una mirada melancólica hacia Pau, movió la cabeza. No en ese viaje.


—Bastará con algo en la misma planta.


—Desde luego, señor —después de buscar a través del ordenador durante unos minutos y de pasar la tarjeta de crédito de él, le entregó dos sobres que contenían las llaves electrónicas de ambos cuartos—. Habitaciones trescientos tres y trescientos catorce. Que disfruten su estancia aquí.


Vio a Pau estudiando un cuadro enmarcado de un vaquero portando una silla de montar al hombro.


Se permitió unos momentos para admirar el modo en que los téjanos prietos le ceñían sus tentadoras curvas. La idea de deslizar la mano alrededor de su estrecha cintura y pegarla a él lo encendió como a un adolescente. Si no se andaba con cuidado, podría abochornarlos a ambos.


Por suerte para él, recobró el control antes de que ella se volviera. Con una sonrisa que lo dejó sin aliento, regresó a su lado.


—Bonito lugar —dijo, mirando el techo abovedado—. ¿Sabías que tienen un balneario? Si hay tiempo, puede que me regale un masaje.


Él abrió la boca y la cerró sin decir nada. ¿Es que intentaba volverlo loco?


—Pero no pasa nada si no lo hay —se apresuró a añadir Pau—. He venido aquí a trabajar, no a divertirme.


¿Había un mensaje oculto en el comentario? Deseó entender mejor a las mujeres. Mientras sus amigos habían estado adquiriendo experiencia con el sexo opuesto, él había estado metido en su taller, levantando su negocio. Mientras esperaban el ascensor, pensó que una vez que había encontrado a Pau, quería alzarla entre sus brazos y no soltarla.





QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 45

 


Tenía la suficiente experiencia como para saber cuándo alguien coqueteaba con ella, y decididamente Pedro lo estaba haciendo. Lo que no podía descubrir era la razón. ¿Para pasar el tiempo? ¿Por hábito? ¿O porque de verdad se sentía atraído por ella?


—Dudo que alguna vez hayas sido un «pobre hombre indefenso» —observó ella.


Él enarcó las cejas.


—No me conocías en el instituto. Flaco, tímido, aficionado a la ciencia y con el don de ruborizarme y tartamudear si había una chica en un radio de diez kilómetros —logró poner una expresión patética—. Fue muy triste. Hasta tú te hubieras apiadado de mí.


—¿Hasta yo? —exclamó—. ¿Insinúas que debía ser insensible?


—Créeme, te habría tenido un susto de muerte en el instituto. Probablemente eras una de esas chicas que con sólo doblar el dedo índice, provocabas una descarga de hormonas en los estudiantes varones que bastaría para levantar el tejado del edificio.


—¡Qué malo eres! —Pau tuvo que reír—. Si hubieras podido verme con mis rodillas huesudas, el pecho plano…


Pedro la miró.


—¡No me lo creo! —exclamó.


Ella le dio un golpe en el brazo.


—Era tu equivalente femenino. Tímida, apocada, una sombra flaca que vagaba por los pasillos —no se molestó en añadir que un año después había florecido, ganando curvas que le provocaron una súbita popularidad que explotó al máximo—. ¿Qué fue lo que lo cambió para ti? —preguntó.


—Los deportes —repuso—. Descubrí el fútbol casi al mismo tiempo que gané algo de peso. A nadie le importó que fuera un cerebrito mientras pudiera dar un buen pase. ¿Y contigo?


—Los pechos —sonrió—. A nadie le importó que yo no pudiera dar un pase.


Le agradó la carcajada que le provocó.


—Sí —jadeó—. No me cabe ninguna duda. Me habrías asustado.


A mitad de camino de Billings, se detuvieron en una zona de descanso donde había una tienda. Al lado había un destartalado local de antigüedades y otra estructura pequeña con un «Cerrado» pintado en la puerta.


—Hora de un descanso —dijo él, aparcando entre dos furgonetas que llevaban equipo de acampada y que probablemente pertenecían a cazadores—. Estiremos las piernas y bebamos algo.


—Me parece bien.


Al bajar del vehículo, el aire estaba frío y despejado, de modo que Paula se enfundó la parka plateada que había echado en el asiento de atrás. Como de costumbre, Pedro parecía salido de una revista de modelos masculinos con esa chaqueta de ante que encajaba a la perfección en sus hombros anchos.


Al subir los escalones delanteros, un canoso hombre mayor le mantuvo la puerta abierta. Al darle las gracias, él se llevó dos dedos al extremo de la visera de su gorra anaranjada.


—De nada.


De inmediato, Pau sintió el contacto de la mano de Pedro en su hombro.


—¿Café? —preguntó, yendo directamente al mostrador de autoservicio.


—Creo que tomaré un refresco bajo en calorías —repuso ella, deteniéndose ante la nevera.


Al reunirse frente a la caja, él insistió en pagar.


—¿Algo más? —preguntó Pedro, sacando la cartera del bolsillo trasero—. La cena no será hasta las siete.


—No, gracias —prescindió del impulso de fingir que se habían embarcado en un viaje distinto, con rumbo a un fin de semana romántico—. Estaré fuera —necesitaba un poco de aire antes de volver al habitáculo de la furgoneta.


—¿Estás bien? —preguntó él un momento más tarde, después de que ambos se hubieran quitado las cazadoras y Pedro hubiera dejado el café en el hueco especial para ello en el reposabrazos—. Hay aseos detrás del edificio si los necesitas.


Ella se concentró en abrir la lata del refresco.


—No, estoy bien.





miércoles, 25 de agosto de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 44

 


El día que tenían fijado viajar a Billings, Paula dejó la bolsa con su ropa en el coche. Cuando llegó la hora, depositó en su mesa una caja con los folletos que habían enviado de la imprenta y luego asomó la cabeza en el despacho de Nina.


—Te veré en uno o dos días —dijo—. Si surgiera algo, tienes el número de mi móvil.


Nina se puso de pie. Sentía predilección por los adornos navajos y ese día llevaba un collar de plata con turquesas ovaladas y pendientes a juego.


—Pásatelo bien —dijo—. Haz que Pedro te lleve al asador que hay frente al hotel. Sirven la mejor carne de Montana.


Pau experimentó una sensación completamente irracional de decepción.


—¿Tú ya has estado en esa conferencia? —preguntó.


La otra movió la cabeza.


—Le pido a mi marido que me lleve a cenar allí cada vez que vamos a Billings.


—Gracias por el consejo —dijo, animándose—. Adiós.


Mientras iba por el pasillo, oyó la voz de Pedro después de terminar una llamada telefónica.


—¿Lista? —preguntó, alzando la vista cuando ella titubeó en el umbral. También él llevaba unos vaqueros con una camisa con el logotipo de la empresa.


Con la partida inminente, Pau experimentó un ataque súbito de nervios. Estar durante un par de horas en el espacio reducido del habitáculo de su camioneta tendría que ser tenso.


Deseó poder decidir qué sería peor, si ver ese destello de interés en los ojos de Pedro o su total ausencia.


—Lamento que no podamos llevar el Lexus —dijo él una vez que salieron del aparcamiento—. El volquete es demasiado pesado para acoplarlo al coche.


—No pasa nada —repuso Pau.


Remolcaban un modelo nuevo montado en su propio tráiler. La unidad había quedado resplandeciente y en ese momento se hallaba cubierta con una lona azul para evitar que se manchara.


—Es un paisaje bonito, ¿verdad? —preguntó él pasados unos minutos—. Jamás me canso de él.


El camino serpenteaba por el pintoresco terreno montañoso en un descenso gradual. Aunque ya había nieve en las zonas más elevadas, el pavimento estaba limpio y húmedo.


—No creo que yo pudiera vivir en una ciudad grande —indicó Pau—. Me sentiría hacinada. ¿Y tú? ¿Te has sentido alguna vez tentado a trasladarte? —debía de haber obstáculos para dirigir un negocio internacional desde su pequeña ciudad.


Pedro rió entre dientes.


—Una de las ventajas de ser el jefe es que puedes elegir el lugar donde instalarte. Además, mi familia está aquí. Puede que los gemelos elijan vivir en otra parte una vez que se gradúen, pero la consulta de Mauricio está creciendo y mi padre tiene más trabajo que el que puede llevar.


—A mí me parece una excelente seguridad de trabajo —indicó sin pensárselo—. Y también para el resto de tus empleados —añadió de inmediato para que no pensara que daba por sentadas demasiadas cosas.


—A la mayoría le encanta vivir en Thunder Canyon, como a mí —convino—. Con el complejo hotelero abierto todo el año, creo que la gente seguirá trasladándose a la zona —miró por el retrovisor el tráiler que remolcaban—. Rodrigo lo odia, pero mientras el desarrollo esté controlado, creo que es bueno para todos los demás.


Tuvo ganas de preguntarle si pensaba casarse y establecerse, pero no quería que pensara que lo hacía por interés personal, de modo que guardó silencio.


—Hay unos cuantos CDs en la guantera —indicó él—. ¿Por qué no eliges algo para poner?


Curiosa por conocer su gusto en música, sacó unos cuantos y les echó un vistazo. Además de las selecciones de música country que prácticamente eran obligatorias si se vivía en Montana, había algunos artistas que no reconoció.


—¿Quién es? —preguntó, dándole la vuelta para leer la información posterior.


—Toca la guitarra acústica —explicó Pedro—. Algunos de los otros son de jazz. He descubierto que me calma mientras conduzco.


Paula dudó de que fuera la clase de persona que se volvía un energúmeno al volante, pero nunca se podía estar segura. Quizá bajo esa superficie serena que proyectaba, había turbulencias o pasiones desencadenadas.


¿Cómo sería perdiendo el control, dominado por el deseo, arrollado por el apetito de poseer a la mujer que adoraba? La imagen la hizo temblar, pero no de miedo.


—La expresión de tu cara despierta mi curiosidad por lo que pasa por tu cabeza —comentó él—. ¿Te apetece compartirlo?


Aturdida, logró esbozar una sonrisa de ecuanimidad.


—Ni lo sueñes. Una mujer tiene derecho a algunos secretos.


La mirada de él pareció atravesarla, pero no le quedó más opción que volver a concentrarse en la carretera.


—Quizá —concedió—, pero por lo general eso no detiene a un pobre hombre indefenso de tratar de descubrirlos.


QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 43

 

De camino a casa después de un partido informal de baloncesto con unos amigos al día siguiente, paró en el supermercado para hacer unas compras. No era un gran cocinero, pero tampoco le gustaba comer fuera todos los días. Al menos no si no tenía a Pau frente a él.


Al aparcar, se recordó que no había planeado besarla la noche anterior. Se preguntó si Pau comprendía que esa era la razón por la que había dejado el motor encendido, para no sucumbir a la tentación de quedarse. Pero entonces ella lo había mirado con esos enormes ojos castaños y labios carnosos que suplicaban que los besara.


Todas sus buenas intenciones se habían evaporado.


Lo que más había deseado había sido empujarla contra la puerta, besarla hasta dejarla sin aliento y luego llevarla dentro. Para darse un festín y mitigar el dolor del deseo que cada día que pasaba con ella se tornaba más fuerte.


Menos mal que había dejado el motor en marcha, sino aún podría hallarse con ella en vez de tratar de quemar su exceso de energía metiendo una pelota por un aro. Con un gruñido de irritación, bajó de la furgoneta y entró en el supermercado.


Al ver a Rodrigo en el pasillo de los congelados, se sintió tentado de dar la vuelta para ir en la dirección opuesta. A pesar de lo bien que siempre le había caído Rodrigo, empezaba a cansarse de la creciente actitud negativa de su amigo y de sus constantes comentarios pesimistas. Sin embargo, antes de que pudiera ejecutar su huida, el otro alzó la vista y lo vio.


—¡Pedro! —exclamó con una sonrisa—. ¿Cómo estás?


—Es el último sitio en el que pensaría que te encontraría —repuso Pedro, incapaz de resistir la pulla—. ¿Ir de compras al supermercado no es algo doméstico para un don juan como tú?


—Hasta un don juan tiene que comer —respondió Rodrigo—. ¿Cuál es tu excusa?


—La misma —convino.


—Por lo que he oído, habría pensado que últimamente hacías todas tus comidas fuera —añadió Rodrigo con tono desafiante.


Pedro sacó una bolsa de guisantes congelados de la nevera y los metió en el carrito.


—¿Y eso qué se supone que significa?


Por la expresión de Rodrigo, supo que había caído directamente en la trampa. Más le habría valido reaccionar como si el comentario le hubiera resbalado y luego dar una excusa para largarse de allí lo más rápidamente posible.


—Un pajarito me ha contado que has estado comiendo con tu nueva secretaria —provocó Rodrigo—. ¿Eso también incluye el desayuno?


Pedro apretó con fuerza el manillar del carrito. No supo qué preferiría hacer, si aclararle la situación a Rodrigo o darle un puñetazo por creer lo peor.


—Los dos estamos solteros —prefirió exponer—. No veo que sea asunto de nadie.


La expresión presumida de Rodrigo se evaporó.


—El problema, amigo mío —comentó con serenidad—, es que lo único que quiere esa chica es un anillo en la mano. Mientras la piedra sea lo bastante grande, no creo que le importe quién se lo dé.


Por lo general, a Pedro le costaba enfadarse, pero controlar su temperamento ante los comentarios de Rodrigo no fue fácil.


—¿No basta con que en un tiempo saliera con tu hermano? —continuó Rodrigo implacable—. No es ningún secreto que a punto estuvo de cazar a Damián porque estaba despechado de que su hermano se casara con su ex. Y ahora que Mauricio se ha comprometido con Mia, estás a punto de cometer el mismo error que Damián.


—No me digas lo que estoy a punto de hacer —soltó Pedro con los dientes apretados—. Tú no conoces a Pau. No se parece en nada a lo que su reputación sugiere.


Rodrigo puso los ojos en blanco.


—Cuando recuperes la cordura, no digas que no te lo advertí.


Pedro lo agarró del brazo.


—Escucha, agradezco tu preocupación, pero te equivocas con la situación y realmente te equivocas con Pau. Sé lo que hago.


—Una cosa es desayunar con ella —arguyó Rodrigo—. Sólo recuerda que no tienes por qué comprar la vaca…


—Maldita sea —lo cortó—. ¡Cuida lo que dices! Aquí no me estoy rascando una simple picazón. ¡Estoy enamorado de ella!


Mientras se daba cuenta de lo que acababa de decir, Rodrigo lo miró fijamente, moviendo la cabeza.


—Hazme caso, amigo, lo que sientes puede que empiece con una A en mayúsculas, pero no quiere decir que sea amor.