miércoles, 25 de agosto de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 43

 

De camino a casa después de un partido informal de baloncesto con unos amigos al día siguiente, paró en el supermercado para hacer unas compras. No era un gran cocinero, pero tampoco le gustaba comer fuera todos los días. Al menos no si no tenía a Pau frente a él.


Al aparcar, se recordó que no había planeado besarla la noche anterior. Se preguntó si Pau comprendía que esa era la razón por la que había dejado el motor encendido, para no sucumbir a la tentación de quedarse. Pero entonces ella lo había mirado con esos enormes ojos castaños y labios carnosos que suplicaban que los besara.


Todas sus buenas intenciones se habían evaporado.


Lo que más había deseado había sido empujarla contra la puerta, besarla hasta dejarla sin aliento y luego llevarla dentro. Para darse un festín y mitigar el dolor del deseo que cada día que pasaba con ella se tornaba más fuerte.


Menos mal que había dejado el motor en marcha, sino aún podría hallarse con ella en vez de tratar de quemar su exceso de energía metiendo una pelota por un aro. Con un gruñido de irritación, bajó de la furgoneta y entró en el supermercado.


Al ver a Rodrigo en el pasillo de los congelados, se sintió tentado de dar la vuelta para ir en la dirección opuesta. A pesar de lo bien que siempre le había caído Rodrigo, empezaba a cansarse de la creciente actitud negativa de su amigo y de sus constantes comentarios pesimistas. Sin embargo, antes de que pudiera ejecutar su huida, el otro alzó la vista y lo vio.


—¡Pedro! —exclamó con una sonrisa—. ¿Cómo estás?


—Es el último sitio en el que pensaría que te encontraría —repuso Pedro, incapaz de resistir la pulla—. ¿Ir de compras al supermercado no es algo doméstico para un don juan como tú?


—Hasta un don juan tiene que comer —respondió Rodrigo—. ¿Cuál es tu excusa?


—La misma —convino.


—Por lo que he oído, habría pensado que últimamente hacías todas tus comidas fuera —añadió Rodrigo con tono desafiante.


Pedro sacó una bolsa de guisantes congelados de la nevera y los metió en el carrito.


—¿Y eso qué se supone que significa?


Por la expresión de Rodrigo, supo que había caído directamente en la trampa. Más le habría valido reaccionar como si el comentario le hubiera resbalado y luego dar una excusa para largarse de allí lo más rápidamente posible.


—Un pajarito me ha contado que has estado comiendo con tu nueva secretaria —provocó Rodrigo—. ¿Eso también incluye el desayuno?


Pedro apretó con fuerza el manillar del carrito. No supo qué preferiría hacer, si aclararle la situación a Rodrigo o darle un puñetazo por creer lo peor.


—Los dos estamos solteros —prefirió exponer—. No veo que sea asunto de nadie.


La expresión presumida de Rodrigo se evaporó.


—El problema, amigo mío —comentó con serenidad—, es que lo único que quiere esa chica es un anillo en la mano. Mientras la piedra sea lo bastante grande, no creo que le importe quién se lo dé.


Por lo general, a Pedro le costaba enfadarse, pero controlar su temperamento ante los comentarios de Rodrigo no fue fácil.


—¿No basta con que en un tiempo saliera con tu hermano? —continuó Rodrigo implacable—. No es ningún secreto que a punto estuvo de cazar a Damián porque estaba despechado de que su hermano se casara con su ex. Y ahora que Mauricio se ha comprometido con Mia, estás a punto de cometer el mismo error que Damián.


—No me digas lo que estoy a punto de hacer —soltó Pedro con los dientes apretados—. Tú no conoces a Pau. No se parece en nada a lo que su reputación sugiere.


Rodrigo puso los ojos en blanco.


—Cuando recuperes la cordura, no digas que no te lo advertí.


Pedro lo agarró del brazo.


—Escucha, agradezco tu preocupación, pero te equivocas con la situación y realmente te equivocas con Pau. Sé lo que hago.


—Una cosa es desayunar con ella —arguyó Rodrigo—. Sólo recuerda que no tienes por qué comprar la vaca…


—Maldita sea —lo cortó—. ¡Cuida lo que dices! Aquí no me estoy rascando una simple picazón. ¡Estoy enamorado de ella!


Mientras se daba cuenta de lo que acababa de decir, Rodrigo lo miró fijamente, moviendo la cabeza.


—Hazme caso, amigo, lo que sientes puede que empiece con una A en mayúsculas, pero no quiere decir que sea amor.



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