viernes, 27 de agosto de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 48

 


Después de que las otras parejas se excusaran, Paula entró en el comedor del hotel con Pedro. En una esquina se había establecido un bar. La gente estaba con copas en la mano, hablando y riendo. En el otro extremo del salón, delante de un estrado, estaban las mesas con vajilla de porcelana, cubertería de plata y resplandecientes copas que reflejaban la luz del candelabro de hierro forjado que colgaba del techo. En cada una había un centro de crisantemos dorados..


—Consigamos una bebida —sugirió Pedro—, y luego me gustaría presentarte a algunas personas.


Cuando el personal hubo retirado los platos de la cena, Pau se hallaba totalmente relajada. Había conocido a todo el mundo sentado a la gran mesa redonda. Además, mucha gente había pasado para saludar a Pedro y él se había ocupado en presentarla como su asistente.


A diferencia de la recepción de la boda de los Traub, donde había interceptado varias miradas de curiosidad, todo el mundo había dado la impresión de hablar de negocios y de ponerse al día de las nuevas ofertas. Pedro se había cerciorado de incluirla en todas las charlas y Paula había podido aportar un par de comentarios inteligentes.


Después de la cena, el presidente les había dado la bienvenida a todos y presentado al resto de su personal.


—¿Dónde has aprendido tanto de recogida de ganado? —le preguntó a Paula mientras salían con el resto de los comensales—. Cualquiera pensaría que creciste en un rancho.


Con su pelo negro y sus ojos castaño dorados, no cabía duda de que era uno de los hombres más atractivos de los allí presentes. Él no daba muestras de ser consciente de las miradas de reojo que recibía de otras mujeres, pero Paula sí lo notaba. Se acercó a él.


—Te dije que he estado haciendo los deberes —respondió—. Saqué un libro de la biblioteca sobre cómo llevar un rancho.


A pesar de que sus sandalias de tacón alto le añadían unos centímetros de altura, Pedro aún le sacaba una buena diferencia.


—Por lo general en el salón toca una orquesta bastante buena —comentó él—. ¿Quieres que vayamos a echar un vistazo?


Esperó que su sugerencia significara que, al igual que a ella, no le apetecía que la velada terminara.


—Suena divertido —convino Pau.


No habría mencionado eso si no pensara sacarla a bailar. El corazón se le desbocó ante la perspectiva de sentir sus brazos en torno a ella. Haría que fuera más difícil mantener la distancia cuando regresaran a casa, pero era un placer del que no pensaba privarse.


Al llegar al salón tenuemente iluminado, no había ni una mesa vacía. De pie en la puerta, un ganadero que habían conocido durante la cena le hizo señas a Pedro.


—Venid aquí —invitó desde una mesa próxima—. Haremos sitio.


Pedro la miró.


—¿Te parece bien si nos sentamos con ellos?


Paula se preguntó si sería su imaginación o si parecía tan decepcionado como ella.


Ella asintió y se unieron a los demás. Después de los saludos, Pedro le dijo a la camarera lo que querían beber.


—¿Bailas? —le preguntó a Paula.


Su expresión le provocó un hormigueo de anticipación.


—Sí, por favor.


La tomó de la mano y la condujo a la pista atestada. A diferencia de la primera vez que habían bailado juntos, en esa ocasión no se molestó con ceremonias. La tomó en brazos, suspiró cuando ella se arrebujó contra él y apoyó la mejilla en su cabello.


—Hace tiempo que tenía ganas de repetirlo —le susurró con voz ronca mientras le acariciaba la espalda.


A medida que la melodía urdía un hechizo, Pau sintió que era perfecto estar en sus brazos. Y a su lado. Ser compañeros en todos los sentidos. Sonriendo, apoyó la mejilla contra su pecho y liberó la imaginación.




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