Estaba impaciente por alejar a Pau de Harían Kingman y regresar a casa. Todo el tiempo que había pasado en el concesionario y luego en el club de campo de Harían, apenas había podido contenerse de decirle al viejo verde que la dejara en paz.
No tenía ni idea de si Paula encontraba a Harían fascinante por algún motivo que él no alcanzaba a comprender o si simplemente fingía para incrementar el tamaño del siguiente pedido de Kingman. El modo en que había expuesto las estadísticas acerca de la línea de productos Alfonso y alabado los beneficios del nuevo modelo que en ese momento estaba en producción, lo había impresionado incluso a él. Era evidente que en su tiempo libre había estado estudiando.
—Ha sido maravilloso conocerte —le dijo Paula a Harían con una amplia sonrisa cuando los tres se encontraron en la nueva e impresionante sala de exposición con sus escaparates de dos plantas de alto—. Me tiene impresionada lo que has construido aquí.
—Vaya, gracias, Paula —repuso Harían mientras ella liberaba la mano que él sostenía entre las suyas—. Ven a verme cuando quieras —miró a Pedro—. Y la próxima vez deja al jefe en casa.
—No te hagas ilusiones —repuso Pedro, tratando de no sonar tan hosco como se sentía—. Gracias por el almuerzo —alargó la mano y Harían se la estrechó con entusiasmo.
—Gracias a ti —le guiñó un ojo—. Te llamaré.
Sin otra palabra, Pedro mantuvo la puerta abierta del lado del acompañante del coche de alquiler hasta que Paula se acomodó. Con un último saludo, se sentó ante el volante y arrancó.
En silencio, se metió en el tráfico y puso rumbo al aeropuerto. A su lado, Paula jugueteaba con un botón de su abrigo.
—¿Cómo crees que ha ido? —preguntó ella al final con voz baja.
Pedro trató de tragarse su irritación. No era culpa de ella que Harían fuera un ligón. ¿Es que él era mejor al contratarla con el fin de llegar a conocerla mejor? Por no haber tenido las agallas de insinuarse en el bar como hubiera hecho cualquier hombre.
—Si sé juzgar la situación —respondió Pedro con un toque de sarcasmo—, creo que el próximo trimestre podemos esperar un pedido más grande que el habitual.
—Supongo que tomarse el tiempo para visitar a los clientes sí da sus frutos —indicó ella complacida.
Pedro tuvo que pegar un frenazo para no empotrarse contra un coche que iba delante de él.
—En especial si quien hace la visita es alguien con tu aspecto —nada más pronunciar las palabras, Pedro lamentó haberlas dicho.
Al mirarla y ver su expresión atónita, se sintió incluso peor. Antes de poder disculparse, ella se giró en el asiento para encararlo.
—¿Qué quieres decir? —demandó con tono cortante. Tenía las mejillas encendidas.
—Nada. Lo siento.
De no ser porque el intenso tráfico requería toda su atención, y no se atrevía a quitar la vista de la calle, le habría palmeado la mano.
—Si el señor Kingman quedó impresionado conmigo, fue porque conocía bien los detalles de los productos, no porque yo… coqueteara con él, si es eso lo que insinúas —la voz le tembló a Pau—. Es un hombre de negocios.
Pedro aprovechó un semáforo en rojo para mirarla.
—He dicho que lo siento.
Ella cruzó los brazos sobre el pecho, se acomodó en su asiento y adelantó el mentón en un gesto de enfado.
Pedro se dio cuenta de que lo único que Paula quería era que la trataran como a una profesional, pero él lo había estropeado. Por miedo a empeorarlo, permaneció en silencio. Quizá contratarla había sido un error.