sábado, 21 de agosto de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 30

 

Estaba impaciente por alejar a Pau de Harían Kingman y regresar a casa. Todo el tiempo que había pasado en el concesionario y luego en el club de campo de Harían, apenas había podido contenerse de decirle al viejo verde que la dejara en paz.


No tenía ni idea de si Paula encontraba a Harían fascinante por algún motivo que él no alcanzaba a comprender o si simplemente fingía para incrementar el tamaño del siguiente pedido de Kingman. El modo en que había expuesto las estadísticas acerca de la línea de productos Alfonso y alabado los beneficios del nuevo modelo que en ese momento estaba en producción, lo había impresionado incluso a él. Era evidente que en su tiempo libre había estado estudiando.


—Ha sido maravilloso conocerte —le dijo Paula a Harían con una amplia sonrisa cuando los tres se encontraron en la nueva e impresionante sala de exposición con sus escaparates de dos plantas de alto—. Me tiene impresionada lo que has construido aquí.


—Vaya, gracias, Paula —repuso Harían mientras ella liberaba la mano que él sostenía entre las suyas—. Ven a verme cuando quieras —miró a Pedro—. Y la próxima vez deja al jefe en casa.


—No te hagas ilusiones —repuso Pedro, tratando de no sonar tan hosco como se sentía—. Gracias por el almuerzo —alargó la mano y Harían se la estrechó con entusiasmo.


—Gracias a ti —le guiñó un ojo—. Te llamaré.


Sin otra palabra, Pedro mantuvo la puerta abierta del lado del acompañante del coche de alquiler hasta que Paula se acomodó. Con un último saludo, se sentó ante el volante y arrancó.


En silencio, se metió en el tráfico y puso rumbo al aeropuerto. A su lado, Paula jugueteaba con un botón de su abrigo.


—¿Cómo crees que ha ido? —preguntó ella al final con voz baja.


Pedro trató de tragarse su irritación. No era culpa de ella que Harían fuera un ligón. ¿Es que él era mejor al contratarla con el fin de llegar a conocerla mejor? Por no haber tenido las agallas de insinuarse en el bar como hubiera hecho cualquier hombre.


—Si sé juzgar la situación —respondió Pedro con un toque de sarcasmo—, creo que el próximo trimestre podemos esperar un pedido más grande que el habitual.


—Supongo que tomarse el tiempo para visitar a los clientes sí da sus frutos —indicó ella complacida.


Pedro tuvo que pegar un frenazo para no empotrarse contra un coche que iba delante de él.


—En especial si quien hace la visita es alguien con tu aspecto —nada más pronunciar las palabras, Pedro lamentó haberlas dicho.


Al mirarla y ver su expresión atónita, se sintió incluso peor. Antes de poder disculparse, ella se giró en el asiento para encararlo.


—¿Qué quieres decir? —demandó con tono cortante. Tenía las mejillas encendidas.


—Nada. Lo siento.


De no ser porque el intenso tráfico requería toda su atención, y no se atrevía a quitar la vista de la calle, le habría palmeado la mano.


—Si el señor Kingman quedó impresionado conmigo, fue porque conocía bien los detalles de los productos, no porque yo… coqueteara con él, si es eso lo que insinúas —la voz le tembló a Pau—. Es un hombre de negocios.


Pedro aprovechó un semáforo en rojo para mirarla.


—He dicho que lo siento.


Ella cruzó los brazos sobre el pecho, se acomodó en su asiento y adelantó el mentón en un gesto de enfado.


Pedro se dio cuenta de que lo único que Paula quería era que la trataran como a una profesional, pero él lo había estropeado. Por miedo a empeorarlo, permaneció en silencio. Quizá contratarla había sido un error.


QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 29

 

¿Pedro le había dicho que era hermosa? Supo que seguía ruborizada al continuar observando por la ventanilla del pequeño jet, negándose a mirarlo a los ojos o a mostrar que su comentario improvisado la había afectado.


Infructuosamente, se dijo que quería que admirara su cerebro, no su aspecto. A pesar de su determinación, quería que Pedro Alfonso la encontrara atractiva.


¿Estaba destinada a permanecer como una aventura superficial y mal preparada para alcanzar objetivos que requerían algo más que una cara bonita? ¿Era incapaz de persuadir a un hombre de que le pusiera un anillo en el dedo y la amara?


No es que considerara menos a cualquiera, hombre o mujer, que anhelara exactamente eso, pero sus aspiraciones habían cambiado.


—¿Te interesan las formaciones de nubes o intentas abrir un agujero en la ventanilla y escapar? —preguntó Pedro con tono burlón.


Pau parpadeó.


—Lo siento. Sólo estaba pensando.


—¿En qué?


Paula buscó una respuesta.


—En el CC3 —soltó—. Me preguntaba si no deberíamos ofrecerlo en más colores.


Pedro pareció perplejo.


—A las vacas no les importa el color —repuso—. Además, ¿qué le pasa al verde?


Ella se encogió de hombros.


—Nada. Sólo estoy buscando ideas nuevas.


Él se reclinó en su asiento con una leve sonrisa. A ella le recordó la expresión que había puesto cuando habían estado a solas en la boda. Cuando había pensado que la besaría.


—No tienes que pensar todo el tiempo en el trabajo —la reprendió él con gentileza—. Cuéntame qué te gusta hacer cuando no estás en la oficina.


El cambio súbito de tema la desconcertó. ¿Buscaba pasar el rato o realmente le interesaba?


—Mi vida no es muy interesante —repuso—. Me gusta leer y la jardinería. Estoy aprendiendo a tejer y practico con una bufanda para mi hermano Eric para Navidad. Algún día, cuando disponga de más tiempo y espacio, quiero aprender a hacer edredones y colchas —pensó unos instantes—. Me gusta cocinar, aunque no se me da muy bien, aparte de que no es muy divertido cocinar para uno solo —Dios, ¿era tan aburrida como sonaba?—. Y colecciono búhos —añadió con timidez—. Eso lo resume todo.


¿Por qué no se había aficionado al paracaidismo o desarrollado pasión por los artefactos aztecas, de modo que pudiera estar preparada cuando alguien se lo preguntara?


Él enarcó las cejas.


—¿Búhos? —repitió—. ¿Vivos o embalsamados?


—Estatuillas —explicó—. De cerámica, cristal, madera tallada, incluso tengo uno de mármol.


—Ah —comprendió él—. Yo colecciono modelos a escala de equipos de construcción.


—¿Cómo excavadoras o apisonadoras? —preguntó insegura. Quizá no era la única rara que iba en el avión.


Fue el turno de Pedro de reír entre dientes.


—Exacto. Están hechos en latón, en proporción perfecta y con detalles increíbles. De hecho, acabo de comprar una máquina para asfaltar en una subasta en Internet.


—¿En serio? —no se le ocurrió qué más decir, salvo quizá ¿por qué?—. Eso sí que me gustaría verlo.


Pedro rió.


—Si pudieras verte la cara —movió la cabeza—. Buhos y apisonadoras, ¿no somos un caso?


Al parecer era el día de Pau de ruborizarse, porque su comentario le coloreó las mejillas.


—Aterrizaremos en cinco minutos —anunció la voz de Erika por el sistema de altavoces—. La temperatura en Spokane es de dos grados y el cielo está despejado.


Pedro seguía sonriéndole.


—Supongo que tendrás que ver mi colección y valorarla.


—¿Es algo parecido a mostrarme tus planos y dibujos? —repuso sin pensar. ¡Dios, y encima coqueteaba con él!


Algo ardió en los ojos de él durante un instante.


—Supongo que tendremos que preparar algo y descubrirlo.





QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 28

 


Pedro intentó mantener la mente en los negocios durante el corto vuelo, pero con Paula sentada lo bastante cerca como para inhalar la fragancia a limón fresco de su champú, le resultó arduo. Al final, dejó a un lado el papeleo que había estado repasando con ella.


—¿Te gusta tu trabajo hasta ahora? —le preguntó, sirviendo un vaso de agua fría para cada uno.


Los grandes ojos castaños de Paula dejaron de mirarlo y los clavó en el bloc en el que había estado tomando notas.


—Me gusta.


No sonó del todo convincente, o quizá aún no lo había decidido.


Fuera como fuere, ¿qué esperaba que contestara?


—¿Y lo llevas bien? —insistió.


Probablemente no sería inteligente mencionar que haría los cambios que pudiera querer con tal de mantenerla contenta. Sin duda se marcharía si llegara a descubrir que se había enamorado de ella.


Después de beber un sorbo de agua, Paula lo miró con expresión decidida.


—Aprendo mucho —afirmó—. Gracias por traerme contigo hoy.


—De nada —al contratar a Paula, no le cabía ninguna duda de que había recibido más que lo que había esperado. Contuvo una sonrisa arrepentida detrás de la copa mientras también él bebía.


¿Cómo transmitirle que involucrarse con su jefe no pondría en peligro su trabajo? Todo lo contrario, haría muy, muy feliz a su jefe. Tendría que improvisar.


—Harían te caerá bien —comentó—. Sólo recuerda que no levantó su negocio siendo un blando. Le gusta interpretar el papel del hombre que se queda atontado por una mujer hermosa, pero debajo de esa fachada es duro como el acero, así que no dejes que te engañe.


—Lo recordaré —repuso, ruborizándose. Giró la cara para mirar por la ventanilla, como si de pronto le fascinara la vista.



viernes, 20 de agosto de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 27

 


Cuando llegaron al aeropuerto unos minutos más tarde, él aparcó la furgoneta cerca de uno de los hangares que había a lo largo de la pista. Pau sabía que allí aterrizaban bastantes aviones privados que transportaban a esquiadores a las instalaciones próximas y a otros recién llegados a la ciudad, que había pasado de ser una tranquila atracción del oeste a una creciente oportunidad de inversión.


—Vayamos a comprobar si el piloto está listo para despegar —Pedro abrió el camino hasta la diminuta oficina conectada con el hangar. Encima, con grandes letras azules, un letrero que decía: Hansen Air Service.


Lo siguió en silencio con la esperanza de que el transporte no resultara ser una avioneta pequeña de un solo motor. Después de que Pedro se ocupara del papeleo, entraron por otra puerta al enorme hangar. Casi toda la pared más alejada se hallaba abierta, revelando la pista que había detrás. Aparcado allí había un jet aerodinámico que parecía un aparato que podría ser propiedad de una celebridad.


Pau casi esperó que una azafata apareciera en lo alto de la escalerilla.


—Vaya —musitó sin darse cuenta cuando pudo ver el elegante interior—. ¿Es tuyo?


—En absoluto —Pedro se quitó la cazadora y luego la ayudó con la suya—. No soy John Travolta.


—Si lo fueras, lo pilotarías tú mismo —sonrió ella.


Pedro alzó la vista cuando la puerta de la cabina se abrió y reveló a una rubia atractiva con un uniforme de camisa y pantalón. Llevaba el pelo muy corto, lo que enfatizaba los pómulos altos y el cuello largo.


—¡Pedro! —exclamó—. Bienvenido.


Después de que intercambiaran un breve abrazo, las presentó.


—Erika es una piloto experimentada con quien ya he volado —añadió—. No tienes que preocuparte de nada.


Por la mirada que le dedicó Erika a Pedro, Paula se preguntó si la rubia bonita y él eran algo más que conocidos. Se dijo que tampoco le importaba.


—Si estáis preparados, la torre nos ha dado luz verde para despegar —explicó Erika.


Paula se sentó en el mullido sillón de piel que Pedro le indicó y se abrochó el cinturón de seguridad. Él ocupó el sillón de enfrente e hizo lo mismo.


—¿Estás lista? —le preguntó él.


Ella asintió al tiempo que respiraba hondo. Su experiencia previa había estado limitada a aviones grandes, pero no pensaba reconocer que se sentía nerviosa.


Como si pudiera leerle la mente, él le palmeó la mano.


—Adelante —le dijo a Erika a través del teléfono interno.





QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 26

 

Cuando las luces traseras del vehículo de Pau desaparecieron en una esquina, Pedro respiró hondo y obligó a sus músculos rígidos a que se relajaran.


Al parecer, no era tan bueno como había creído en eso de ocultar sus sentimientos. Había sido sincero al querer cerciorarse de que llegaba a casa a salvo, pero no habría rechazado una invitación a entrar. Aparte de eso, no había dejado que su imaginación volara.


Exceptuando unos pocos momentos en el pasillo desierto en la recepción, cuando Pau había reflejado la misma percepción que él había tenido de ella, dudaba de que lo viera como más que un acompañante. Era algo que pretendía corregir a su debido tiempo.


Incluso las mujeres entregadas a su vida profesional a veces necesitaban un descanso. Si las cosas salían como quería, pasaría esos descansos con él.


Antes de irse a casa, comprobó si tenía algún mensaje en el móvil. No le extrañó que su hermano le hubiera dejado uno de texto.


«¿Dos bodas? ¿Estás loco?»


Con un bufido divertido, se guardó el teléfono en el bolsillo. Que Mauricio se devanara los sesos hasta el día siguiente.


Cuando el lunes por la mañana, Paula cruzó la puerta de la oficina, todo volvió a la normalidad. Dudaba de que Pedro le pidiera salir otra vez. Aunque se había demostrado que era capaz de pasar tiempo con un hombre sin pensar en él como posible marido, ¿por qué abusar de su suerte? Como el chocolate negro, Pedro Alfonso era demasiado tentador.


Con la excepción del tercer grado al que la sometió Karen Costner para que le diera todos los detalles de la boda, el resto de su fin de semana había estado ocupado con las tareas habituales. Había limpiado la cabaña, hecho la compra y la manicura.


Su hermana Emilia la había llamado el domingo, pero ella no le había mencionado la boda. Emilia era como un perro pastor, decidida a cuidar de todos. Si pensaba que estaba viendo a alguien, no descansaría hasta sonsacarle toda la información.


Ante sí misma, justificó la omisión como algo que no valía la pena mencionar… a pesar del hecho de que asistir con Pedro era exactamente la clase de asunto que normalmente le habría contado a su hermana mayor.


Antes de que tuviera la oportunidad de sentarse, Pedro apareció en el umbral de su oficina.


Con su camisa verde de «Alfonso International» y sus vaqueros ajustados, parecía menos un jefe y más uno de sus propios trabajadores. Pero, por desgracia, no menos atractivo que con el traje del viernes por la noche.


—No te da miedo volar, ¿verdad? —le preguntó antes de que ella pudiera saludarlo.


—¿Volar? —repitió Paula cuando él se acercó—. No, ¿por qué?


—Mañana tengo una reunión en Spokane —repuso él, frotándose la mandíbula—. Puedes venir conmigo para conocer al distribuidor, Harían Kingman. Vende más equipamientos agrícolas que nadie en el este de Washington.


—¿Spokane? —empezaba a sentirse como un loro, capaz sólo de repetir las palabras clave—. ¿Cuánto tiempo estaremos fuera?


—Te traeré de vuelta antes de que acabe tu jornada laboral —repuso Pedro—. Harían quiere mostrarnos su nueva sala de exposición y llevarnos a comer. Tampoco estaría mal que miraras su página Web cuando tengas un minuto. Kingmantractores.com.


Pedro ya le había dicho que viajaría de vez en cuando, pero se sintió un poco aliviada de que no fueran a pasar la noche fuera. Antes de que eso sucediera, quería estar convencida de que no sentía nada por él.


Pedro se volvió para marcharse.


—Saldremos a las ocho y media —comentó por encima del hombro—. No te quedes dormida.


No sólo había estudiado la página Web del negocio de Harían Kingman, sino que había repasado la ficha que tenían de él. Sumado a su anterior estudio del equipo que vendía Alfonso International, sintió que podía tratar con cualquier cosa que le surgiera.


Mientras esperaba que él terminara de hablar por teléfono y le indicara que era hora de marcharse, fue a dejar una serie de facturas para Nina. Al pasar por delante del despacho de Pedro a la vuelta, asomó la cabeza por la puerta abierta.


—Buenos días —saludó—. ¿Cómo estás?


Al verla, él sonrió y apartó su sillón. Tenía papeles diseminados por el escritorio como si ya llevara trabajando un rato.


—Se te ve muy bien —comentó, observando el jersey gris marengo y los pantalones a rayas a juego que llevaba Pau.


Ella no supo cómo interpretar el comentario.


—Gracias —murmuró.


Pedro llevaba una camisa de vestir abierta por el cuello y unos vaqueros negros. Se puso una cazadora de lana de estilo deportivo con mangas de piel, con los familiares colores verde y dorado de la empresa.


—He de hablar con Julián en el almacén —dijo, metiendo el ordenador portátil en su funda—. Nos veremos en la entrada en cinco minutos —echó un último vistazo alrededor, siguió a Pau fuera y cerró la puerta.




QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 25

 

Cuando Pedro se detuvo delante de Alfonso International, Pau se soltó el cinturón de seguridad.


—Gracias de nuevo —dijo animada mientras abría la puerta—. No hace falta que te enfríes.


Antes de que él pudiera reaccionar, ella bajó del coche. En el trayecto desde la recepción, Pau se había dicho que debía dejar de tratar de adivinar si realmente Pedro había querido besarla. Era la clase de pregunta que habría consumido a la antigua Pau en su búsqueda por conseguir un marido.


La nueva Pau no pensaba esperar para ver qué sucedía a continuación. Había tomado las riendas de su nueva vida y establecía sus propias reglas. Además, el propio Pedro había afirmado que el motivo para invitarla había sido no tener que asistir solo.


Paula abrió la puerta y bajó.


En sus prisas por abrir el jeep, ella dejó caer las llaves. Los dos se agacharon al mismo tiempo y a punto estuvieron de que las cabezas chocaran cuando él se adelantó a recogerlas.


—¿Va todo bien? —preguntó él, devolviéndole el llavero con una peculiar mirada.


—Por supuesto —después de abrir la puerta, Paula le dedicó otra amplia sonrisa—. Bueno, se hace tarde y mañana tengo mucho que hacer, así que me marcho.


La brisa agitó el pelo de Pedro mientras metía las manos en los bolsillos del abrigo. La miró como si intentara descifrarla.


—¿Quieres que te siga a casa? —preguntó.


Pau se puso rígida.


—¿Por qué?—soltó.


—Me ofrecía a asegurarme de que llegaras a casa a salvo —respondió con calma—. Es lo único que tenía en mente.


—Oh —a pesar del aire frío, sentía como si tuviera las mejillas en llamas—. Lo siento —farfulló, sintiéndose como una idiota por su reacción—. No es necesario, en serio, gracias.


Pedro asió el borde de su puerta y la mantuvo abierta con expresión inescrutable.


—No es ningún problema. Y para que quede constancia, jamás querría hacer que te sintieras incómoda, así que no tienes nada de qué preocuparte.


Sus palabras hicieron que se sintiera peor. Mientras esperaba que se subiera al jeep, alargó la mano y le tocó la manga.


—Debería haberlo sabido —afirmó—. ¿Te gustaría venir a tomar un café?


La invitación salió de sus labios antes de que se diera cuenta que pretendía ofrecerla. En ese momento la consideraría indecisa aparte de estar a la defensiva.


Él sonrió.


—¿Es una especie de prueba? —preguntó—. ¿La paso si me niego?


Se burlaba de ella. Se mordió el labio para evitar empeorar las cosas.


A su alrededor reinaba el silencio y la calle estaba vacía, pero se sentía a salvo con él. Su instinto le decía que no era la clase de hombre que fuera a aprovecharse. De hecho, seguro que intervendría para protegerla si necesitara ayuda.


—No soy tan complicada —le respondió—. Sólo es un café, para mostrarte que siento haber sacado conclusiones precipitadas.


Él alargó la mano y le pasó un dedo por la mejilla.


—En otra ocasión.


Su negativa la sorprendió y el contacto ligero le provocó un escalofrío. No quería volver a disculparse y no parecía que quedara nada más por decir. Asintió y subió al coche. Él cerró la puerta y retrocedió mientras arrancaba, se despedía una última vez y se marchaba.


Al mirar por el retrovisor, lo vio aún de pie bajo un rayo de luz, una figura solitaria y quieta. Se preguntó si alguna vez se sentía solo. Luchando contra el deseo de dar la vuelta, siguió hacia su casa.




jueves, 19 de agosto de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 24

 

Adivinaba cuando un hombre quería besarla y Pedro mostraba todos los síntomas mientras el silencio giraba en torno a ellos. Los ojos, clavados en los suyos, se habían oscurecido y tenía los pómulos un poco encendidos. La expectación la dejaba sin aliento.


Sonó un portazo y él se irguió de golpe, haciendo que ella se preguntara si hubiera seguido adelante o habría resistido la tentación. Mientras les llegaban voces del pasillo, él se metió las manos en los pantalones.


—¿Volvemos dentro? —preguntó él.


Asintiendo, lo siguió de regreso al ruido y a la multitud. Con la vista clavada en sus anchos hombros, habría dado mucho por saber qué pensaba.


—¿Te apetece otra copa? —preguntó, indicando el bar con un gesto de la cabeza—. La cola se ha hecho más corta.


—Lo que me gustaría es que nos marcháramos, si no te importa —respondió.


Lo había acompañado, pero no le apetecía alternar socialmente. Lo único que lamentaba era no tener la oportunidad de volver a bailar lento con él, aunque probablemente no sería una buena idea. No mientras su proximidad le provocara un cosquilleo en la piel.


—Claro, no hay problema —Pedro apoyó la mano fugazmente en su espalda—. Primero despidámonos de Darío y Ailín.


A pesar de su resolución, se sintió un poco triste cuando él no trató de disuadirla de marcharse.


Pedro estaba decepcionado. Había pensado en sacarla a bailar otra vez, pero ella lo había acompañado como un favor, de modo que no podía insistir en que se quedaran.


—Discúlpame un minuto —le dijo ella después de despedirse de la feliz pareja—. ¿Quedamos en la puerta?


—Iré a buscar los abrigos —la observó moverse entre la multitud con una mezcla de orgullo e irritación cuando las cabezas masculinas giraron para seguirla con la vista.


No sólo era hermosa, sino una buena compañía. Hacía tiempo que no se sentía tan relajado con una mujer. En el pasillo, había sentido la tentación de robarle un beso, pero no había querido precipitar las cosas.


—¿Has conseguido tu cita de rebote? —preguntó Mauricio detrás de Pedro mientras éste recogía los abrigos—. Te has dado cuenta de que a Damián no se lo ve por ninguna parte, ¿verdad?


—Me ha dicho que es algo que ya ha superado —Pedro observó a la gente que los rodeaba—. ¿Dónde está tu acompañante?


—Debes referirte a mi novia, Mia —lo corrigió Mauricio con expresión satisfecha.


Pedro extendió la mano.


—Felicidades hermano. No puedo creer que al fin vayas a sentar la cabeza.


—Yo tampoco —Mauricio meneó la cabeza—. Nuestros padres van a llevarse una sorpresa. Creo que esperaban que llegaras antes al altar, siento tú el serio y todo eso.


Pedro vio a Paula junto a la puerta.


—No me descartes todavía —dijo, medio para sí mismo—. Esa es mi intención.


También Mauricio se volvió.


—O sea, que he tenido razón en todo momento… bebes los vientos por ella —palmeó a Pedro en la espalda—. ¡Bien hecho! Sólo asegúrate de que tu cerebro mantiene el ritmo de tu…


—No es eso —lo interrumpió Pedro, mientras agitaba la mano para llamar su atención—. Se merece mucho más de lo que alguien como Damián podría darle jamás.


Pau le devolvió el gesto mientras lo esperaba.


—¿Y crees que eres tú quien se lo va a dar? —preguntó Mauricio—. Perdona lo que he dicho. Pero no te precipites en nada, ¿de acuerdo?


—¿De modo que está bien para ti pero no para mí? —le preguntó Pedro, irritado por la actitud de Mauricio—. Y yo que iba a preguntarte qué te parecería una boda doble.


Por una vez, Mauricio no tuvo una réplica ingeniosa mientras Pedro se marchaba con una sonrisa. Había hecho ese último comentario para irritar a su sabelotodo hermano. Pero al llegar junto a ella y ayudarla a ponerse el abrigo blanco, supo exactamente lo que quería.


Simplemente, a Paula.