Cuando llegaron al aeropuerto unos minutos más tarde, él aparcó la furgoneta cerca de uno de los hangares que había a lo largo de la pista. Pau sabía que allí aterrizaban bastantes aviones privados que transportaban a esquiadores a las instalaciones próximas y a otros recién llegados a la ciudad, que había pasado de ser una tranquila atracción del oeste a una creciente oportunidad de inversión.
—Vayamos a comprobar si el piloto está listo para despegar —Pedro abrió el camino hasta la diminuta oficina conectada con el hangar. Encima, con grandes letras azules, un letrero que decía: Hansen Air Service.
Lo siguió en silencio con la esperanza de que el transporte no resultara ser una avioneta pequeña de un solo motor. Después de que Pedro se ocupara del papeleo, entraron por otra puerta al enorme hangar. Casi toda la pared más alejada se hallaba abierta, revelando la pista que había detrás. Aparcado allí había un jet aerodinámico que parecía un aparato que podría ser propiedad de una celebridad.
Pau casi esperó que una azafata apareciera en lo alto de la escalerilla.
—Vaya —musitó sin darse cuenta cuando pudo ver el elegante interior—. ¿Es tuyo?
—En absoluto —Pedro se quitó la cazadora y luego la ayudó con la suya—. No soy John Travolta.
—Si lo fueras, lo pilotarías tú mismo —sonrió ella.
Pedro alzó la vista cuando la puerta de la cabina se abrió y reveló a una rubia atractiva con un uniforme de camisa y pantalón. Llevaba el pelo muy corto, lo que enfatizaba los pómulos altos y el cuello largo.
—¡Pedro! —exclamó—. Bienvenido.
Después de que intercambiaran un breve abrazo, las presentó.
—Erika es una piloto experimentada con quien ya he volado —añadió—. No tienes que preocuparte de nada.
Por la mirada que le dedicó Erika a Pedro, Paula se preguntó si la rubia bonita y él eran algo más que conocidos. Se dijo que tampoco le importaba.
—Si estáis preparados, la torre nos ha dado luz verde para despegar —explicó Erika.
Paula se sentó en el mullido sillón de piel que Pedro le indicó y se abrochó el cinturón de seguridad. Él ocupó el sillón de enfrente e hizo lo mismo.
—¿Estás lista? —le preguntó él.
Ella asintió al tiempo que respiraba hondo. Su experiencia previa había estado limitada a aviones grandes, pero no pensaba reconocer que se sentía nerviosa.
Como si pudiera leerle la mente, él le palmeó la mano.
—Adelante —le dijo a Erika a través del teléfono interno.
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