Cuando las luces traseras del vehículo de Pau desaparecieron en una esquina, Pedro respiró hondo y obligó a sus músculos rígidos a que se relajaran.
Al parecer, no era tan bueno como había creído en eso de ocultar sus sentimientos. Había sido sincero al querer cerciorarse de que llegaba a casa a salvo, pero no habría rechazado una invitación a entrar. Aparte de eso, no había dejado que su imaginación volara.
Exceptuando unos pocos momentos en el pasillo desierto en la recepción, cuando Pau había reflejado la misma percepción que él había tenido de ella, dudaba de que lo viera como más que un acompañante. Era algo que pretendía corregir a su debido tiempo.
Incluso las mujeres entregadas a su vida profesional a veces necesitaban un descanso. Si las cosas salían como quería, pasaría esos descansos con él.
Antes de irse a casa, comprobó si tenía algún mensaje en el móvil. No le extrañó que su hermano le hubiera dejado uno de texto.
«¿Dos bodas? ¿Estás loco?»
Con un bufido divertido, se guardó el teléfono en el bolsillo. Que Mauricio se devanara los sesos hasta el día siguiente.
Cuando el lunes por la mañana, Paula cruzó la puerta de la oficina, todo volvió a la normalidad. Dudaba de que Pedro le pidiera salir otra vez. Aunque se había demostrado que era capaz de pasar tiempo con un hombre sin pensar en él como posible marido, ¿por qué abusar de su suerte? Como el chocolate negro, Pedro Alfonso era demasiado tentador.
Con la excepción del tercer grado al que la sometió Karen Costner para que le diera todos los detalles de la boda, el resto de su fin de semana había estado ocupado con las tareas habituales. Había limpiado la cabaña, hecho la compra y la manicura.
Su hermana Emilia la había llamado el domingo, pero ella no le había mencionado la boda. Emilia era como un perro pastor, decidida a cuidar de todos. Si pensaba que estaba viendo a alguien, no descansaría hasta sonsacarle toda la información.
Ante sí misma, justificó la omisión como algo que no valía la pena mencionar… a pesar del hecho de que asistir con Pedro era exactamente la clase de asunto que normalmente le habría contado a su hermana mayor.
Antes de que tuviera la oportunidad de sentarse, Pedro apareció en el umbral de su oficina.
Con su camisa verde de «Alfonso International» y sus vaqueros ajustados, parecía menos un jefe y más uno de sus propios trabajadores. Pero, por desgracia, no menos atractivo que con el traje del viernes por la noche.
—No te da miedo volar, ¿verdad? —le preguntó antes de que ella pudiera saludarlo.
—¿Volar? —repitió Paula cuando él se acercó—. No, ¿por qué?
—Mañana tengo una reunión en Spokane —repuso él, frotándose la mandíbula—. Puedes venir conmigo para conocer al distribuidor, Harían Kingman. Vende más equipamientos agrícolas que nadie en el este de Washington.
—¿Spokane? —empezaba a sentirse como un loro, capaz sólo de repetir las palabras clave—. ¿Cuánto tiempo estaremos fuera?
—Te traeré de vuelta antes de que acabe tu jornada laboral —repuso Pedro—. Harían quiere mostrarnos su nueva sala de exposición y llevarnos a comer. Tampoco estaría mal que miraras su página Web cuando tengas un minuto. Kingmantractores.com.
Pedro ya le había dicho que viajaría de vez en cuando, pero se sintió un poco aliviada de que no fueran a pasar la noche fuera. Antes de que eso sucediera, quería estar convencida de que no sentía nada por él.
Pedro se volvió para marcharse.
—Saldremos a las ocho y media —comentó por encima del hombro—. No te quedes dormida.
No sólo había estudiado la página Web del negocio de Harían Kingman, sino que había repasado la ficha que tenían de él. Sumado a su anterior estudio del equipo que vendía Alfonso International, sintió que podía tratar con cualquier cosa que le surgiera.
Mientras esperaba que él terminara de hablar por teléfono y le indicara que era hora de marcharse, fue a dejar una serie de facturas para Nina. Al pasar por delante del despacho de Pedro a la vuelta, asomó la cabeza por la puerta abierta.
—Buenos días —saludó—. ¿Cómo estás?
Al verla, él sonrió y apartó su sillón. Tenía papeles diseminados por el escritorio como si ya llevara trabajando un rato.
—Se te ve muy bien —comentó, observando el jersey gris marengo y los pantalones a rayas a juego que llevaba Pau.
Ella no supo cómo interpretar el comentario.
—Gracias —murmuró.
Pedro llevaba una camisa de vestir abierta por el cuello y unos vaqueros negros. Se puso una cazadora de lana de estilo deportivo con mangas de piel, con los familiares colores verde y dorado de la empresa.
—He de hablar con Julián en el almacén —dijo, metiendo el ordenador portátil en su funda—. Nos veremos en la entrada en cinco minutos —echó un último vistazo alrededor, siguió a Pau fuera y cerró la puerta.
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