Cuando Pedro se detuvo delante de Alfonso International, Pau se soltó el cinturón de seguridad.
—Gracias de nuevo —dijo animada mientras abría la puerta—. No hace falta que te enfríes.
Antes de que él pudiera reaccionar, ella bajó del coche. En el trayecto desde la recepción, Pau se había dicho que debía dejar de tratar de adivinar si realmente Pedro había querido besarla. Era la clase de pregunta que habría consumido a la antigua Pau en su búsqueda por conseguir un marido.
La nueva Pau no pensaba esperar para ver qué sucedía a continuación. Había tomado las riendas de su nueva vida y establecía sus propias reglas. Además, el propio Pedro había afirmado que el motivo para invitarla había sido no tener que asistir solo.
Paula abrió la puerta y bajó.
En sus prisas por abrir el jeep, ella dejó caer las llaves. Los dos se agacharon al mismo tiempo y a punto estuvieron de que las cabezas chocaran cuando él se adelantó a recogerlas.
—¿Va todo bien? —preguntó él, devolviéndole el llavero con una peculiar mirada.
—Por supuesto —después de abrir la puerta, Paula le dedicó otra amplia sonrisa—. Bueno, se hace tarde y mañana tengo mucho que hacer, así que me marcho.
La brisa agitó el pelo de Pedro mientras metía las manos en los bolsillos del abrigo. La miró como si intentara descifrarla.
—¿Quieres que te siga a casa? —preguntó.
Pau se puso rígida.
—¿Por qué?—soltó.
—Me ofrecía a asegurarme de que llegaras a casa a salvo —respondió con calma—. Es lo único que tenía en mente.
—Oh —a pesar del aire frío, sentía como si tuviera las mejillas en llamas—. Lo siento —farfulló, sintiéndose como una idiota por su reacción—. No es necesario, en serio, gracias.
Pedro asió el borde de su puerta y la mantuvo abierta con expresión inescrutable.
—No es ningún problema. Y para que quede constancia, jamás querría hacer que te sintieras incómoda, así que no tienes nada de qué preocuparte.
Sus palabras hicieron que se sintiera peor. Mientras esperaba que se subiera al jeep, alargó la mano y le tocó la manga.
—Debería haberlo sabido —afirmó—. ¿Te gustaría venir a tomar un café?
La invitación salió de sus labios antes de que se diera cuenta que pretendía ofrecerla. En ese momento la consideraría indecisa aparte de estar a la defensiva.
Él sonrió.
—¿Es una especie de prueba? —preguntó—. ¿La paso si me niego?
Se burlaba de ella. Se mordió el labio para evitar empeorar las cosas.
A su alrededor reinaba el silencio y la calle estaba vacía, pero se sentía a salvo con él. Su instinto le decía que no era la clase de hombre que fuera a aprovecharse. De hecho, seguro que intervendría para protegerla si necesitara ayuda.
—No soy tan complicada —le respondió—. Sólo es un café, para mostrarte que siento haber sacado conclusiones precipitadas.
Él alargó la mano y le pasó un dedo por la mejilla.
—En otra ocasión.
Su negativa la sorprendió y el contacto ligero le provocó un escalofrío. No quería volver a disculparse y no parecía que quedara nada más por decir. Asintió y subió al coche. Él cerró la puerta y retrocedió mientras arrancaba, se despedía una última vez y se marchaba.
Al mirar por el retrovisor, lo vio aún de pie bajo un rayo de luz, una figura solitaria y quieta. Se preguntó si alguna vez se sentía solo. Luchando contra el deseo de dar la vuelta, siguió hacia su casa.
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