Pedro intentó mantener la mente en los negocios durante el corto vuelo, pero con Paula sentada lo bastante cerca como para inhalar la fragancia a limón fresco de su champú, le resultó arduo. Al final, dejó a un lado el papeleo que había estado repasando con ella.
—¿Te gusta tu trabajo hasta ahora? —le preguntó, sirviendo un vaso de agua fría para cada uno.
Los grandes ojos castaños de Paula dejaron de mirarlo y los clavó en el bloc en el que había estado tomando notas.
—Me gusta.
No sonó del todo convincente, o quizá aún no lo había decidido.
Fuera como fuere, ¿qué esperaba que contestara?
—¿Y lo llevas bien? —insistió.
Probablemente no sería inteligente mencionar que haría los cambios que pudiera querer con tal de mantenerla contenta. Sin duda se marcharía si llegara a descubrir que se había enamorado de ella.
Después de beber un sorbo de agua, Paula lo miró con expresión decidida.
—Aprendo mucho —afirmó—. Gracias por traerme contigo hoy.
—De nada —al contratar a Paula, no le cabía ninguna duda de que había recibido más que lo que había esperado. Contuvo una sonrisa arrepentida detrás de la copa mientras también él bebía.
¿Cómo transmitirle que involucrarse con su jefe no pondría en peligro su trabajo? Todo lo contrario, haría muy, muy feliz a su jefe. Tendría que improvisar.
—Harían te caerá bien —comentó—. Sólo recuerda que no levantó su negocio siendo un blando. Le gusta interpretar el papel del hombre que se queda atontado por una mujer hermosa, pero debajo de esa fachada es duro como el acero, así que no dejes que te engañe.
—Lo recordaré —repuso, ruborizándose. Giró la cara para mirar por la ventanilla, como si de pronto le fascinara la vista.
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