sábado, 7 de agosto de 2021

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 46

 


Si Pedro prefería negar lo obvio, no iba a gustarle oír la verdad. Ella sabía bien que la negación no servía de nada. Durante dos años había querido creer que odiaba a Pedro, que era arrogante y engreído, cuando la realidad era muy distinta: habría suplicado porque la admitiera de nuevo en su cama y repetir lo que habían hecho la noche de la boda de Dana.


Pero no pensaba contarle su sórdido secreto.


—Sólo te casaste conmigo para vengarte de ella.


—¡Que estupidez! —exclamó, atónito.


—No es ninguna estupidez —dijo ella con voz quebradiza.


—Claro que sí —los ojos de Pedro brillaban de indignación—. Nos casamos por Dante. No sé por qué insinúas que sigo enamorado de Dana cuando es mentira.


Por un instante Paula pensó que quizá se hubiera excedido en su reacción. Según el periódico, Pedro sabía que Dana y Jeremias se casaban.


No podía permitir que su actitud retadora le hiciera perder el hilo de su pensamiento. Tenía que conservar a Dante.


—Pero es distinto saber que se casaban a aceptar que era un hecho consumado —si el amor que Pedro sentía por Dana era una fracción del que ella sentía por él, debía de haberse sentido devastado—. Significaba que la habías perdido para siempre. Comprendo que…


Pedro dio un paso adelante. Sus rodillas se tocaron.


—¡No entiendes nada!


—Claro que puedo comprender que quisieras vengarte de ella — continuó Paula como si no la hubiera interrumpido—. Y que casarte era una buena manera de lograrlo —para su desesperación, Pedro no se molestó en negarlo. Tras una breve pausa, Paula continuó—: Está claro que, entre tanto, has descubierto que no quieres seguir casado conmigo — porque amaba a Dana.


Cuando Pedro habló, lo hizo con una heladora frialdad.


—Evítame el psicoanálisis —dijo con desdén—. No estamos hablando de Dana, sino de tu compromiso con Dante.


Eso no era verdad. ¿Cómo no iba a asumir su compromiso con Dante si era su hijo? Quizá hubiera llegado el momento de que Pedro lo supiera.


—Entiendo que no quieras estar casado conmigo porque no soy Dana. Pero tienes que saber que no pienso renunciar a Dante. Es…


—No vas a tener elección, Paula.


—Te equivocas. Compartimos su custodia y yo soy…


—¡Y yo soy su padre biológico!


Paula se puso en pie de un salto y se quedaron frente a frente, a apenas unos centímetros de distancia.


—¿Eres el padre de Dante? —preguntó, incrédula. Pedro asintió—: ¡No es posible! Era Miguel.


Paula estaba fuera de sí. No podía ser. Dante no podía ser hijo de Pedro. No podía haber tal aversión entre ellos y haber creado juntos un ser tan perfecto como Dante. Era demasiado cruel para ser cierto.


—Soy su padre biológico. Doné mi esperma. Dante es mi hijo y haré lo que haga falta para protegerlo.


Su tono posesivo asustó a Paula. Se llevó las manos a sus palpitantes sienes. Pedro no sabía la batalla a la que tendría que enfrentarse. Alzó la cabeza y sus miradas se encontraron.


—¿Aunque eso signifique echar a su madre de su lado? Yo doné el óvulo que Sonia llevó en su vientre. También Dante es parte de mí. ¿Qué crees que pensará cuando sea mayor y lo descubra?


Pedro la miró con ojos refulgentes.


—No te creo.


—¿Por qué iba a mentir? —Paula sabía que no podía dejarle ganar. Necesitaba convencerlo—. Puedo enseñarte el contrato de la donación que lo demuestra. No voy a consentir que me alejes de mi hijo porque no puedas superar haber perdido a tu desleal amante.





UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 45

 

A lo largo de una semana y medía, Paula hizo lo posible por evitar a Pedro. Él se comportaba amablemente y seguía leyendo un cuento a Dante mientras ella le daba el biberón de la noche, pero cuando sus miradas se cruzaban, Paula percibía una creciente turbulencia en sus ojos grises. La tormenta se aproximaba, y cobardemente, Paula se refugiaba en el trabajo para postergarla.


Finalmente, la tregua se rompió una noche en la que llegó a casa y Dante ya estaba dormido. Pedro la esperaba en el salón, de pie, irradiando rabia contenida.


—Dante necesita una madre —se limitó a decir al verla entrar.


Paula se quedó muda. Dante ya tenía una madre, aunque Pedro no supiera que era ella. La ansiedad hizo que se le formara un nudo en el estómago.


—He tenido que quedarme hasta tarde porque…


—Yo tengo un negocio muy exigente —la cortó Pedro, airado—, pero llego a tiempo de ver a Dante. Estamos a miércoles, y has llegado tarde cada día de la semana.


Paula agachó la cabeza. Para no coincidir con Pedro lo que había conseguido era darle argumentos para que no la considerara una buena madre. Se lo tenía merecido.


No servía de excusa que aquella tarde hubiera tenido que retrasarse por una urgencia real. Lo cierto era que el resto de los días había cenado por el camino para poder llegar a casa, dar el biberón a Dante y acostarse.


Pasar tiempo con Pedro le resultaba demasiado doloroso. Estaba atrapada entre la necesidad de estar con su niño y la urgencia de proteger su corazón destrozado. El recuerdo de la noche que habían pasado juntos la rompía en dos.


Pedro seguía hablando con una frialdad que cortaba como un cuchillo. Paula se concentró en lo que decía.


—Si no puedes dedicarle tiempo a Dante y no vas a estar por casa, será mejor que te vayas.


—¿Qué? —Paula palideció y se dejó caer sobre un sofá—. ¿Qué quieres decir?


—Lo sabes perfectamente.


Pedro debía de referirse al divorcio.


—Pero tú me prometiste que no romperíamos —dijo Paula llevándose las manos a las sienes en un gesto de desesperación.


Oyó las pisadas de Pedro aproximándose y sus zapatos entraron en su campo visual.


—Las cosas han cambiado, Paula.


Claro, Dana y Jeremias se habían casado, y Pedro había descubierto que un matrimonio ficticio no le compensaba.


—No puedes… —dijo ella, sin levantar la vista.


—Hace diez días que apenas ves a Dante —Pedro usó las palabras como látigos—. Has trabajado hasta el fin de semana.


Para no coincidir con él, porque no podía soportar la tensión que había entre ellos. Paula alzó la mirada con expresión suplicante.


—Desde ahora…


Pedro sacudió la cabeza.


—Lo siento, Paula, pero por el bien de Dante, tengo que acabar con esto.


El miedo de Paula se convirtió en pánico y éste, en ira. Pedro no iba a arrancarla del lado de su hijo porque había perdido a la mujer que amaba. Apartó de su mente la mágica noche de bodas que habían compartido, recordándose que en el origen estaba la rabia de saber que Dana se había casado con otro. Tragó saliva para poder articular palabra.


—Todo esto es por Dana —dijo en tono amenazador con la mirada perdida.


—¿Dana? —dijo él, interpretando a la perfección el más absoluto desconcierto.


—Sí, Dana —si necesitaba que se lo especificara, lo haría—. Tu compañera de trabajo y de cama…


—Sé perfectamente quién es Dana —la cortó Pedro poniendo los brazos en jarras en actitud intimidatoria—. Pero no entiendo qué tiene que ver en todo esto.


—¡Todo! —¿iba a ser tan cruel como para obligarle a explicárselo?—. Se casó la semana pasada.


—Ya lo sé. ¿Y qué?





viernes, 6 de agosto de 2021

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 43

 


Pedro cambió a Dante de brazo mientras dejaba que el agua cayera sobre ambos. El niño lo estaba pasando tan bien que aquella ducha conjunta tendría que convertirse en un ritual de los domingos por la mañana.


Besó la cabeza de Dante. Su hijo. Le vería crecer y descubriría los rasgos que había heredado. ¿Tendría sus ojos o los de Sonia? Algún día le llamaría «papá», pero él se ocuparía de que el recuerdo de Miguel y Sonia permaneciera vivo.


—Pero la altura la vas a heredar de mí —susurró. Y al pensar que Paula lo acusaría de arrogancia, sonrió para sí.


Paula… delicada como madre y fuego en la cama. La noche anterior le había permitido imaginar cómo podía ser el futuro y estaba decidido a empezar a consolidarlo desde ese mismo día.


De pronto se dio cuenta de que también Paula era mucho más que una mera tutora del niño y que, aunque no la uniera a Dante un vínculo biológico, lo amaba como si fuera su propio hijo. Lo lógico sería que ambos lo adoptaran, proporcionándole así un padre y una madre.


Sacudió al niño arriba y abajo hasta arrancarle una carcajada. Tenía muchas cosas que discutir con Paula. Lo harían mientras, tal y como planeaba, construían castillos de arena en la playa y descansaban al sol.


Aquel día era el primero del resto de su vida. Una frase que podía ser un cliché, pero que en aquel momento describía exactamente lo que sentía.


Cuando Pedro fue a buscar a Victoria con un Dante protestón en brazos, ella ya se había levantado. Había confiado en encontrarla todavía entre las sábanas, leyendo el periódico, pero la habitación estaba vacía, y la cama hecha.


En cuanto vistiera a Dante iría a por ella.




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 42

 


Paula despertó con el sonido de vajilla. Al abrir los ojos se encontró en el dormitorio de Pedro y vio a éste sirviendo dos tazas de té, en calzoncillos, con Dante en brazos. Lentamente, Paula deslizó la mirada por el torso sobre el que la noche anterior había descansado la cabeza y sonrió para sí ante la intimidad doméstica de la escena.


Se desperezó y recordó retazos de la maravillosa noche.


—¿Ya estás despierta? —dijo Pedro, sonriendo con dulzura—.¿Quieres azúcar con el té?


Paula reflexionó sobre la rareza de la situación. Pedro, que era su marido aunque apenas se conocieran, acababa de mostrarle todas las maneras de hacerla enloquecer de placer. Por su parte, ella estaba empezando a enamorarse de su guapo marido, aunque se hubiera jurado no perder la cabeza por un hombre.


—Una cucharadita, por favor.


Pedro removió el té antes de colocarse a Dante en lo alto de la cadera y llevar la taza a la cabecera de la cama. Cuando la dejó en la mesilla, Dante se revolvió e intentó tomarla. Paula, para distraerlo, le tendió los brazos y él se lanzó hacia ella, riendo. Enseguida, le sujetó con fuerza un mechón de cabello y tiró de él. Paula protestó y Pedro le ayudó a liberarlo, al tiempo que recuperaba al niño y dejaba sobre la cama varios periódicos.


—¿Por qué no le relajas y lees el periódico mientras tomas el té? — sugirió.


Paula rió.


—¿Relajarme con Dante?


—Voy a ducharme con él.


—¡Le va a encantar! —Paula sonrió de oreja a oreja—. Gracias. Ya ni me acuerdo de la última vez que pude leer la prensa en la cama.


Sus miradas se cruzaron y ambos supieron que pensaban en el mismo día: aquél en el que recibieron la noticia de la muerte de sus amigos.


Para despejar la sombra de dolor, Pedro se inclinó y le besó la frente.


—Disfruta, Pau. Dante y yo desayunaremos después de ducharnos — se volvió hacia el niño y le hizo cosquillas—. ¿A que sí, grandullón?


Paula se acomodó sobre las almohadas y sonrió con melancolía al escuchar el nombre afectuoso que Pedro había usado.


—Gracias, Pedro. Va a ser como estar en el cielo.


—Recuerdo haber oído a Sonia llamarte Pau —dijo él, tras vacilar.


—Sí. Paulita nunca me ha gustado.


—¿Y Pau?


Paula sintió una punzada de dolor.


—Sólo me llamaban así Sonia y sus padres. Siempre ha sido un nombre muy especial.


Tras un breve silencio cargado de emoción, Pedro comentó:

—Me gusta. Te pega más que Paula.


—Si piensas eso, te dejo usarlo —dijo ella.


—¿Has oído? —dijo Pedro a Dante, sonriendo—. Podemos llamarla Pau —el niño rió y Pedro, volviéndose hacia Paula, añadió—: Está de acuerdo.


Paula se quedó pensando en el sorprendente giro que habían dado las circunstancias. Y aunque no podía medir las consecuencias de la noche anterior, no se arrepentía de nada, porque había descubierto a un Pedro generoso y apasionado.


Desde el cuarto de baño le llegaba el rumor de la grave voz de su amante y los grititos de placer de Dante. Quizá fuera posible llegar a crear una familia. Al menos eran sinceros, no habían hecho promesas que no pudieran cumplir.


Por un instante recordó que no le había dicho a Pedro que había sido la donante de los óvulos que sirvieron para concebir a Dante, pero se dijo que. si lo había guardado en secreto, era porque así se lo había prometido a Sonia. Aun así, llegaría un momento en que tendría que decírselo. Y lo haría.


Con un suspiro de bienestar, abrió el periódico. Los titulares eran demasiado deprimentes. Ni siquiera le interesaron las páginas de Economía, que solía devorar. Pasó a las de Sociedad y una fotografía reclamó su atención. Pedro… Al lado de otra fotografía en la que una pareja celebraba su boda.


¿Sabía Pedro que Dana y Jeremias se habían casado? 


Paula leyó precipitadamente. La noticia contaba cómo la relación entre Dana y Jeremias habían supuesto la ruptura entre los socios.


Pero fue la última frase lo que perturbó a Paula. Insinuaba que la discreta boda de Pedro el mismo día era una venganza de éste, que no había querido hacer declaraciones.


Dejando el periódico a un lado, Paula volvió la cabeza hacia la ventana con la mirada perdida. ¿Sería posible que Pedro la hubiera convertido en su arma de venganza?, que el rencor estuviera en la base de lo sucedido por la noche.


No podía ser. Era ella quien había sugerido mudarse a su casa… Pero él quien había hablado de boda. Y quizá la razón fuera que todavía amaba a Dana.


Se giró boca abajo y ocultó el rostro entre las almohadas con un gemido de dolor. Necesitaría tiempo para calmarse antes de enfrentarse a Pedro. Lo haría en cuanto se sintiera menos dolida, menos vulnerable.




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 44

 


Un cuarto de hora más tarde, bajó y la encontró en la cocina, preparándose una tostada.


—Pensaba llevarte el desayuno a la cama —dijo desde la puerta.


—Lo siento, pero no puedo quedarme —dijo ella encogiéndose de hombros—. Tengo que trabajar.


—¿Hoy? —preguntó él, que sólo entonces vio que estaba vestida formalmente.


—Ha llamado Virginia. Tengo que ir al despacho.


Pedro fue a protestar, pero la amargura lo dejó sin palabras. Era evidente que la noche anterior no había significado nada para ella. 


Paula y él tenían distintas metas en la vida. Para ella, su profesión siempre sería lo primero. Había sido un estúpido interpretando sus caricias y su dulzura como una prueba de que compartían algo especial, de que quizá con ella las cosas serían diferentes.


Pero aunque Dana y ella fueran distintas, compartían la obsesión por alcanzar el éxito en su carrera profesional a costa de todo.


Pedro había sido víctima de ese tipo de comportamiento y había logrado sobrevivir, pero no estaba dispuesto a arriesgarse a sufrirlo por segunda vez, y menos cuando era Dante quien estaba en juego. No consentiría que Paula no cumpliera con su responsabilidad hacia él.


Hacia su hijo.


Pero esa conversación tendría que esperar. Hasta entonces le había ocultado que era el padre de Dante para no aumentar su temor a que le quitara la custodia. Pero en cuanto recuperara la calma, le diría lo que pensaba de su actitud hacia Dante y de las medidas que pensaba adoptar.


Había llegado la hora de que supiera quién llevaba las riendas.


—Como quieras —dijo. Y dio media vuelta.


—¿Qué vas a hacer? —preguntó ella con evidente inquietud.


—Lo que había planeado: ir a la playa. Pasar un día familiar —dijo él, airado.


Al ver que el rostro de Paula se ensombrecía, sintió una agridulce sensación de triunfo. Cada cual debía asumir las decisiones que tomaba




jueves, 5 de agosto de 2021

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 41

 


Pedro percibió que Paula se tensaba y actuó sin darle tiempo a reaccionar. Volvió a besarle la base de la garganta y ella dejó escapar un gemido al tiempo que se relajaba sin ofrecer signos de resistencia. Tirando con suavidad del lazo que la cerraba, Pedro le soltó la bata. Debajo llevaba un sensual camisón de seda y encaje con el que iba a volverlo loco.


Sólo tres botones le separaban de su piel, y los desabrochó en el mismo número de segundos. El escote abierto dejó a la vista el dulce surco entre sus senos, que brillaban, tersos y redondos como dos perfectas perlas.


—¡Maravillosos! —susurró al tiempo que los exponía y los cubría con sus manos—. ¿Ves? Encajan perfectamente. ¿Qué más puedo pedir?


Sintió su sexo endurecerse y se quitó la camisa. Paula le acarició el vientre y él gimió de placer. Agachó la cabeza y besó sus senos, atrapando sus pezones para mordisquearlos. Paula se arqueó contra él, jadeante.


—¿Te gusta? —preguntó Pedro, soplando sobre sus pezones y riendo cómo se endurecían y cómo se le ponía la piel de gallina.


Paula se limitó a emitir un sonido gutural de puro placer. Pedro sintió una excitación primaria y básica, tomó el camisón por la base y se lo quitó. Temblaba de deseo y el corazón le latía en los oídos. Poniéndose en pie, se quitó los pantalones y los calzoncillos.


—No pares —dijo Paula. Y al abrir los ojos y ver la prueba de cuánto la deseaba, sonrió con picardía.


Pedro temió que se echara atrás, pero no fue así. Al contrario.


Paula se irguió y alargó la mano para rodear con ella su sexo y acariciarlo. Pedro temió estallar. Dejándose caer en el sofá, la atrajo hacia sí.


—Ahora —susurró.


Paula se sentó a horcajadas sobre él, asió su miembro y lo acercó a su propio sexo. Con un suave pero decidido movimiento, lo introdujo en su interior. Pedro se sintió abrazado por su piel caliente, húmeda y pulsante.


Empezaron a moverse al unísono, incrementando el ritmo, haciéndolo cada vez más frenético. Pedro clavó la mirada en los ojos de Paula sin dejar de embestirla. Jamás había sentido nada igual… tan exquisito, tan perfecto.


—¡No puedo controlarme…! —dijo, jadeante.


Y el placer lo sacudió al tiempo que Paula estallaba en su propio orgasmo y sacudida por unas contracciones que Pedro sintió reverberar en su sexo.




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 40

 


En la casa reinaba el silencio.


Brian y Ana se habían ido y Paula, tras ducharse y cambiarse, daba el último biberón a Dante. Lo dejó a un lado y besó la cabecita del bebé, que ya dormía. Pedro la observaba desde el suelo, apoyado sobre el codo.


—¿Te pesa? —preguntó.


—Un poco —dijo ella.


Pedro se puso en pie de un ágil movimiento.


—Lo meteré en la cuna. Luego podemos bajar a brindar por nuestro matrimonio —actuó sin dar tiempo a que Paula reaccionara.


El vacío que quedó en sus brazos la llenó de una irracional inquietud y tuvo que recordarse que tenía toda la vida para pasarla junto a Dante, que lo vería crecer y convertirse en un adulto. Casarse con Pedro le había proporcionado esa seguridad.


Se acercó a la cuna, donde Pedro acomodaba al niño.


—Está creciendo deprisa —dijo con orgullo de madre—. Va a ser muy alto.


—Sólo es un bebé y ya dependen de él nuestros sueños y esperanzas.


Aquellas palabras conmovieron a Paula.


—¿Tú también piensas eso?


Pedro se volvió hacia ella, pero su rostro quedó parcialmente ocultó en la penumbra.


—Lo adoro.


Paula no había imaginado que Pedro fuera capaz de amar y, sin embargo, quería a Brian y miraba a Dante con una ternura que la emocionó.


Tal y como había explicado su hermano, Pedro no hablaba de sí mismo, así que tendría que ser ella quien consiguiera que expresara sus sentimientos, ya que lo poco que lograba atisbar de él le hacía pensar que merecía la pena seguir indagando.


En el primer piso las luces iluminaban el salón y la gran terraza de madera desde la que se veía la piscina, que lanzaba destellos bajo las estrellas.


—¿Una copa de champán? —ofreció Pedro. Y Paula asintió.


Pedro apretó unos botones para reducir la potencia de las luces y crear un ambiente más acogedor. Luego sacó una botella del frigorífico y dos copas de un armario. Se acercó a Paula y, al darle una de ellas, le tomó la mano.


Al instante Paula se sintió invadida por sensaciones contradictorias y demasiado parecidas al deseo como para poder relajarse. Sin embargo, en lugar de soltarse, dejó que Pedro la guiara hasta un sofá mientras su corazón latía con tanta fuerza que le retumbaba en los oídos.


—Preferiría sentarme en la terraza y tomar el aire, pero hace un poco de frío —dijo Pedro, aumentando su confusión al sentarse a su lado. Tras llenar ambas copas, añadió—: Es el precio que debemos pagar por haber tenido un día tan despejado.


—No me extraña que te guste salir a la terraza. La vista es espectacular —dijo ella, esforzándose por mantener la conversación impersonal.


Pedro alzó su copa para brindar.


—Por la novia —dijo con una expresión que Paula no supo interpretar.


—Por el novio —replicó a su vez, decidiendo aceptar el brindis sin suspicacias ni dobles sentidos.


Entrechocaron las copas y bebieron mirándose por encima del borde.


El aire se cargó de electricidad y Paula acabó por desviar la mirada.


Pedro se quitó la corbata y se desabrochó el primer botón de la camisa. Paula contuvo el aliento al ver que su pulso acelerado palpitaba en la base de su garganta. Pedro se deslizó sobre el sofá, acercándose.


Ella se quedó paralizada al sentir el roce de su muslo. Él se inclinó unos centímetros hacia ella.


—Será mejor…


—Creo que debería…


Hablaron al unísono. Paula rió con nerviosismo v lanzó una mirada furtiva a Pedro.


—Iba a decir que debería irme a la cama. Estoy cansada.


—Y yo iba a decir que debería besar a la novia —dijo él con sorna.


—Ah.


La maliciosa sonrisa de Pedro indicó a Paula que le divertía haberla alarmado.


—De hecho, sigo pensando lo mismo —Pedro superó la distancia que los separaba y presionó sus labios contra los de ella. Luego alzó la cabeza—. No es como para asustarse, ¿verdad?


—No estaba asustada —protestó ella sin poder apartar la mirada de sus ojos grises.


Pedro le pasó la mano por la frente.


—¿Y por qué tienes los ojos desencajados?


—Porque habíamos quedado en que no habría sexo —dijo ella precipitadamente—. El trato era que nos casábamos por la estabilidad de Dante


—Un trato millonario por un bebé —dijo él, trazando la línea de su barbilla.


A Paula no le gustó la implicación.


—Sabes que no quiero tu dinero —dijo con una Firmeza que contradecía la sensación interior de estar derritiéndose bajo la caricia de Pedro.


Este detuvo los dedos bajo su mentón.


—¿Debería haberte ofrecido dinero para que cedieras la custodia?

No podía estar hablando en serio, pero por si acaso, decidió aclararlo.

—Estás loco. Dylan es más valioso para mí que cualquier cantidad de

dinero.

—Lo mismo digo —Connor avanzó con el dedo hasta la delicada piel

de detrás de su oreja—. Así que no podemos librarnos el uno del otro.

—Lo que no significa que vaya a haber sexo entre nosotros —dijo ella,

jadeante.

—Si estás tan segura, ¿por qué tienes el pulso acelerado? —dijo él, sonriendo con malicia—. Acabaremos haciéndolo. Y te aseguro que repetiremos.


—¡Eres tan arrogante!


—¿Tú crees? —Pedro se acercó y, sin darle tiempo a reaccionar, la atrapó entre sus brazos—. No pienso soltarte.


—Pero acordamos…


—Pensar en estar casado y no hacer el amor es… —Pedro dejó la frase suspendida en el aire y le besó el cuello.


—¿Es qué? —preguntó ella, intentado retener el uso de la razón.


—Una estupidez —Pedro abrió los labios sobre su piel—. ¿A quién se le ocurrió semejante idea?


—No lo sé —dijo ella con voz ronca.


Pedro sopló suavemente y a Paula se le puso la carne de gallina.


—Ahora te voy a hacer la pregunta del millón: ¿Qué quieres que haga en este momento, Paula?


¿Le estaba pidiendo permiso? ¿De verdad le importaba lo que ella quisiera o la tomaría sin más para después dejarla, tal y como habían hecho todos los hombres de su vida?