jueves, 5 de agosto de 2021

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 41

 


Pedro percibió que Paula se tensaba y actuó sin darle tiempo a reaccionar. Volvió a besarle la base de la garganta y ella dejó escapar un gemido al tiempo que se relajaba sin ofrecer signos de resistencia. Tirando con suavidad del lazo que la cerraba, Pedro le soltó la bata. Debajo llevaba un sensual camisón de seda y encaje con el que iba a volverlo loco.


Sólo tres botones le separaban de su piel, y los desabrochó en el mismo número de segundos. El escote abierto dejó a la vista el dulce surco entre sus senos, que brillaban, tersos y redondos como dos perfectas perlas.


—¡Maravillosos! —susurró al tiempo que los exponía y los cubría con sus manos—. ¿Ves? Encajan perfectamente. ¿Qué más puedo pedir?


Sintió su sexo endurecerse y se quitó la camisa. Paula le acarició el vientre y él gimió de placer. Agachó la cabeza y besó sus senos, atrapando sus pezones para mordisquearlos. Paula se arqueó contra él, jadeante.


—¿Te gusta? —preguntó Pedro, soplando sobre sus pezones y riendo cómo se endurecían y cómo se le ponía la piel de gallina.


Paula se limitó a emitir un sonido gutural de puro placer. Pedro sintió una excitación primaria y básica, tomó el camisón por la base y se lo quitó. Temblaba de deseo y el corazón le latía en los oídos. Poniéndose en pie, se quitó los pantalones y los calzoncillos.


—No pares —dijo Paula. Y al abrir los ojos y ver la prueba de cuánto la deseaba, sonrió con picardía.


Pedro temió que se echara atrás, pero no fue así. Al contrario.


Paula se irguió y alargó la mano para rodear con ella su sexo y acariciarlo. Pedro temió estallar. Dejándose caer en el sofá, la atrajo hacia sí.


—Ahora —susurró.


Paula se sentó a horcajadas sobre él, asió su miembro y lo acercó a su propio sexo. Con un suave pero decidido movimiento, lo introdujo en su interior. Pedro se sintió abrazado por su piel caliente, húmeda y pulsante.


Empezaron a moverse al unísono, incrementando el ritmo, haciéndolo cada vez más frenético. Pedro clavó la mirada en los ojos de Paula sin dejar de embestirla. Jamás había sentido nada igual… tan exquisito, tan perfecto.


—¡No puedo controlarme…! —dijo, jadeante.


Y el placer lo sacudió al tiempo que Paula estallaba en su propio orgasmo y sacudida por unas contracciones que Pedro sintió reverberar en su sexo.




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