Si Pedro prefería negar lo obvio, no iba a gustarle oír la verdad. Ella sabía bien que la negación no servía de nada. Durante dos años había querido creer que odiaba a Pedro, que era arrogante y engreído, cuando la realidad era muy distinta: habría suplicado porque la admitiera de nuevo en su cama y repetir lo que habían hecho la noche de la boda de Dana.
Pero no pensaba contarle su sórdido secreto.
—Sólo te casaste conmigo para vengarte de ella.
—¡Que estupidez! —exclamó, atónito.
—No es ninguna estupidez —dijo ella con voz quebradiza.
—Claro que sí —los ojos de Pedro brillaban de indignación—. Nos casamos por Dante. No sé por qué insinúas que sigo enamorado de Dana cuando es mentira.
Por un instante Paula pensó que quizá se hubiera excedido en su reacción. Según el periódico, Pedro sabía que Dana y Jeremias se casaban.
No podía permitir que su actitud retadora le hiciera perder el hilo de su pensamiento. Tenía que conservar a Dante.
—Pero es distinto saber que se casaban a aceptar que era un hecho consumado —si el amor que Pedro sentía por Dana era una fracción del que ella sentía por él, debía de haberse sentido devastado—. Significaba que la habías perdido para siempre. Comprendo que…
Pedro dio un paso adelante. Sus rodillas se tocaron.
—¡No entiendes nada!
—Claro que puedo comprender que quisieras vengarte de ella — continuó Paula como si no la hubiera interrumpido—. Y que casarte era una buena manera de lograrlo —para su desesperación, Pedro no se molestó en negarlo. Tras una breve pausa, Paula continuó—: Está claro que, entre tanto, has descubierto que no quieres seguir casado conmigo — porque amaba a Dana.
Cuando Pedro habló, lo hizo con una heladora frialdad.
—Evítame el psicoanálisis —dijo con desdén—. No estamos hablando de Dana, sino de tu compromiso con Dante.
Eso no era verdad. ¿Cómo no iba a asumir su compromiso con Dante si era su hijo? Quizá hubiera llegado el momento de que Pedro lo supiera.
—Entiendo que no quieras estar casado conmigo porque no soy Dana. Pero tienes que saber que no pienso renunciar a Dante. Es…
—No vas a tener elección, Paula.
—Te equivocas. Compartimos su custodia y yo soy…
—¡Y yo soy su padre biológico!
Paula se puso en pie de un salto y se quedaron frente a frente, a apenas unos centímetros de distancia.
—¿Eres el padre de Dante? —preguntó, incrédula. Pedro asintió—: ¡No es posible! Era Miguel.
Paula estaba fuera de sí. No podía ser. Dante no podía ser hijo de Pedro. No podía haber tal aversión entre ellos y haber creado juntos un ser tan perfecto como Dante. Era demasiado cruel para ser cierto.
—Soy su padre biológico. Doné mi esperma. Dante es mi hijo y haré lo que haga falta para protegerlo.
Su tono posesivo asustó a Paula. Se llevó las manos a sus palpitantes sienes. Pedro no sabía la batalla a la que tendría que enfrentarse. Alzó la cabeza y sus miradas se encontraron.
—¿Aunque eso signifique echar a su madre de su lado? Yo doné el óvulo que Sonia llevó en su vientre. También Dante es parte de mí. ¿Qué crees que pensará cuando sea mayor y lo descubra?
Pedro la miró con ojos refulgentes.
—No te creo.
—¿Por qué iba a mentir? —Paula sabía que no podía dejarle ganar. Necesitaba convencerlo—. Puedo enseñarte el contrato de la donación que lo demuestra. No voy a consentir que me alejes de mi hijo porque no puedas superar haber perdido a tu desleal amante.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario