sábado, 7 de agosto de 2021

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 45

 

A lo largo de una semana y medía, Paula hizo lo posible por evitar a Pedro. Él se comportaba amablemente y seguía leyendo un cuento a Dante mientras ella le daba el biberón de la noche, pero cuando sus miradas se cruzaban, Paula percibía una creciente turbulencia en sus ojos grises. La tormenta se aproximaba, y cobardemente, Paula se refugiaba en el trabajo para postergarla.


Finalmente, la tregua se rompió una noche en la que llegó a casa y Dante ya estaba dormido. Pedro la esperaba en el salón, de pie, irradiando rabia contenida.


—Dante necesita una madre —se limitó a decir al verla entrar.


Paula se quedó muda. Dante ya tenía una madre, aunque Pedro no supiera que era ella. La ansiedad hizo que se le formara un nudo en el estómago.


—He tenido que quedarme hasta tarde porque…


—Yo tengo un negocio muy exigente —la cortó Pedro, airado—, pero llego a tiempo de ver a Dante. Estamos a miércoles, y has llegado tarde cada día de la semana.


Paula agachó la cabeza. Para no coincidir con Pedro lo que había conseguido era darle argumentos para que no la considerara una buena madre. Se lo tenía merecido.


No servía de excusa que aquella tarde hubiera tenido que retrasarse por una urgencia real. Lo cierto era que el resto de los días había cenado por el camino para poder llegar a casa, dar el biberón a Dante y acostarse.


Pasar tiempo con Pedro le resultaba demasiado doloroso. Estaba atrapada entre la necesidad de estar con su niño y la urgencia de proteger su corazón destrozado. El recuerdo de la noche que habían pasado juntos la rompía en dos.


Pedro seguía hablando con una frialdad que cortaba como un cuchillo. Paula se concentró en lo que decía.


—Si no puedes dedicarle tiempo a Dante y no vas a estar por casa, será mejor que te vayas.


—¿Qué? —Paula palideció y se dejó caer sobre un sofá—. ¿Qué quieres decir?


—Lo sabes perfectamente.


Pedro debía de referirse al divorcio.


—Pero tú me prometiste que no romperíamos —dijo Paula llevándose las manos a las sienes en un gesto de desesperación.


Oyó las pisadas de Pedro aproximándose y sus zapatos entraron en su campo visual.


—Las cosas han cambiado, Paula.


Claro, Dana y Jeremias se habían casado, y Pedro había descubierto que un matrimonio ficticio no le compensaba.


—No puedes… —dijo ella, sin levantar la vista.


—Hace diez días que apenas ves a Dante —Pedro usó las palabras como látigos—. Has trabajado hasta el fin de semana.


Para no coincidir con él, porque no podía soportar la tensión que había entre ellos. Paula alzó la mirada con expresión suplicante.


—Desde ahora…


Pedro sacudió la cabeza.


—Lo siento, Paula, pero por el bien de Dante, tengo que acabar con esto.


El miedo de Paula se convirtió en pánico y éste, en ira. Pedro no iba a arrancarla del lado de su hijo porque había perdido a la mujer que amaba. Apartó de su mente la mágica noche de bodas que habían compartido, recordándose que en el origen estaba la rabia de saber que Dana se había casado con otro. Tragó saliva para poder articular palabra.


—Todo esto es por Dana —dijo en tono amenazador con la mirada perdida.


—¿Dana? —dijo él, interpretando a la perfección el más absoluto desconcierto.


—Sí, Dana —si necesitaba que se lo especificara, lo haría—. Tu compañera de trabajo y de cama…


—Sé perfectamente quién es Dana —la cortó Pedro poniendo los brazos en jarras en actitud intimidatoria—. Pero no entiendo qué tiene que ver en todo esto.


—¡Todo! —¿iba a ser tan cruel como para obligarle a explicárselo?—. Se casó la semana pasada.


—Ya lo sé. ¿Y qué?





No hay comentarios.:

Publicar un comentario