En la casa reinaba el silencio.
Brian y Ana se habían ido y Paula, tras ducharse y cambiarse, daba el último biberón a Dante. Lo dejó a un lado y besó la cabecita del bebé, que ya dormía. Pedro la observaba desde el suelo, apoyado sobre el codo.
—¿Te pesa? —preguntó.
—Un poco —dijo ella.
Pedro se puso en pie de un ágil movimiento.
—Lo meteré en la cuna. Luego podemos bajar a brindar por nuestro matrimonio —actuó sin dar tiempo a que Paula reaccionara.
El vacío que quedó en sus brazos la llenó de una irracional inquietud y tuvo que recordarse que tenía toda la vida para pasarla junto a Dante, que lo vería crecer y convertirse en un adulto. Casarse con Pedro le había proporcionado esa seguridad.
Se acercó a la cuna, donde Pedro acomodaba al niño.
—Está creciendo deprisa —dijo con orgullo de madre—. Va a ser muy alto.
—Sólo es un bebé y ya dependen de él nuestros sueños y esperanzas.
Aquellas palabras conmovieron a Paula.
—¿Tú también piensas eso?
Pedro se volvió hacia ella, pero su rostro quedó parcialmente ocultó en la penumbra.
—Lo adoro.
Paula no había imaginado que Pedro fuera capaz de amar y, sin embargo, quería a Brian y miraba a Dante con una ternura que la emocionó.
Tal y como había explicado su hermano, Pedro no hablaba de sí mismo, así que tendría que ser ella quien consiguiera que expresara sus sentimientos, ya que lo poco que lograba atisbar de él le hacía pensar que merecía la pena seguir indagando.
En el primer piso las luces iluminaban el salón y la gran terraza de madera desde la que se veía la piscina, que lanzaba destellos bajo las estrellas.
—¿Una copa de champán? —ofreció Pedro. Y Paula asintió.
Pedro apretó unos botones para reducir la potencia de las luces y crear un ambiente más acogedor. Luego sacó una botella del frigorífico y dos copas de un armario. Se acercó a Paula y, al darle una de ellas, le tomó la mano.
Al instante Paula se sintió invadida por sensaciones contradictorias y demasiado parecidas al deseo como para poder relajarse. Sin embargo, en lugar de soltarse, dejó que Pedro la guiara hasta un sofá mientras su corazón latía con tanta fuerza que le retumbaba en los oídos.
—Preferiría sentarme en la terraza y tomar el aire, pero hace un poco de frío —dijo Pedro, aumentando su confusión al sentarse a su lado. Tras llenar ambas copas, añadió—: Es el precio que debemos pagar por haber tenido un día tan despejado.
—No me extraña que te guste salir a la terraza. La vista es espectacular —dijo ella, esforzándose por mantener la conversación impersonal.
Pedro alzó su copa para brindar.
—Por la novia —dijo con una expresión que Paula no supo interpretar.
—Por el novio —replicó a su vez, decidiendo aceptar el brindis sin suspicacias ni dobles sentidos.
Entrechocaron las copas y bebieron mirándose por encima del borde.
El aire se cargó de electricidad y Paula acabó por desviar la mirada.
Pedro se quitó la corbata y se desabrochó el primer botón de la camisa. Paula contuvo el aliento al ver que su pulso acelerado palpitaba en la base de su garganta. Pedro se deslizó sobre el sofá, acercándose.
Ella se quedó paralizada al sentir el roce de su muslo. Él se inclinó unos centímetros hacia ella.
—Será mejor…
—Creo que debería…
Hablaron al unísono. Paula rió con nerviosismo v lanzó una mirada furtiva a Pedro.
—Iba a decir que debería irme a la cama. Estoy cansada.
—Y yo iba a decir que debería besar a la novia —dijo él con sorna.
—Ah.
La maliciosa sonrisa de Pedro indicó a Paula que le divertía haberla alarmado.
—De hecho, sigo pensando lo mismo —Pedro superó la distancia que los separaba y presionó sus labios contra los de ella. Luego alzó la cabeza—. No es como para asustarse, ¿verdad?
—No estaba asustada —protestó ella sin poder apartar la mirada de sus ojos grises.
Pedro le pasó la mano por la frente.
—¿Y por qué tienes los ojos desencajados?
—Porque habíamos quedado en que no habría sexo —dijo ella precipitadamente—. El trato era que nos casábamos por la estabilidad de Dante
—Un trato millonario por un bebé —dijo él, trazando la línea de su barbilla.
A Paula no le gustó la implicación.
—Sabes que no quiero tu dinero —dijo con una Firmeza que contradecía la sensación interior de estar derritiéndose bajo la caricia de Pedro.
Este detuvo los dedos bajo su mentón.
—¿Debería haberte ofrecido dinero para que cedieras la custodia?
No podía estar hablando en serio, pero por si acaso, decidió aclararlo.
—Estás loco. Dylan es más valioso para mí que cualquier cantidad de
dinero.
—Lo mismo digo —Connor avanzó con el dedo hasta la delicada piel
de detrás de su oreja—. Así que no podemos librarnos el uno del otro.
—Lo que no significa que vaya a haber sexo entre nosotros —dijo ella,
jadeante.
—Si estás tan segura, ¿por qué tienes el pulso acelerado? —dijo él, sonriendo con malicia—. Acabaremos haciéndolo. Y te aseguro que repetiremos.
—¡Eres tan arrogante!
—¿Tú crees? —Pedro se acercó y, sin darle tiempo a reaccionar, la atrapó entre sus brazos—. No pienso soltarte.
—Pero acordamos…
—Pensar en estar casado y no hacer el amor es… —Pedro dejó la frase suspendida en el aire y le besó el cuello.
—¿Es qué? —preguntó ella, intentado retener el uso de la razón.
—Una estupidez —Pedro abrió los labios sobre su piel—. ¿A quién se le ocurrió semejante idea?
—No lo sé —dijo ella con voz ronca.
Pedro sopló suavemente y a Paula se le puso la carne de gallina.
—Ahora te voy a hacer la pregunta del millón: ¿Qué quieres que haga en este momento, Paula?
¿Le estaba pidiendo permiso? ¿De verdad le importaba lo que ella quisiera o la tomaría sin más para después dejarla, tal y como habían hecho todos los hombres de su vida?
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