viernes, 6 de agosto de 2021

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 44

 


Un cuarto de hora más tarde, bajó y la encontró en la cocina, preparándose una tostada.


—Pensaba llevarte el desayuno a la cama —dijo desde la puerta.


—Lo siento, pero no puedo quedarme —dijo ella encogiéndose de hombros—. Tengo que trabajar.


—¿Hoy? —preguntó él, que sólo entonces vio que estaba vestida formalmente.


—Ha llamado Virginia. Tengo que ir al despacho.


Pedro fue a protestar, pero la amargura lo dejó sin palabras. Era evidente que la noche anterior no había significado nada para ella. 


Paula y él tenían distintas metas en la vida. Para ella, su profesión siempre sería lo primero. Había sido un estúpido interpretando sus caricias y su dulzura como una prueba de que compartían algo especial, de que quizá con ella las cosas serían diferentes.


Pero aunque Dana y ella fueran distintas, compartían la obsesión por alcanzar el éxito en su carrera profesional a costa de todo.


Pedro había sido víctima de ese tipo de comportamiento y había logrado sobrevivir, pero no estaba dispuesto a arriesgarse a sufrirlo por segunda vez, y menos cuando era Dante quien estaba en juego. No consentiría que Paula no cumpliera con su responsabilidad hacia él.


Hacia su hijo.


Pero esa conversación tendría que esperar. Hasta entonces le había ocultado que era el padre de Dante para no aumentar su temor a que le quitara la custodia. Pero en cuanto recuperara la calma, le diría lo que pensaba de su actitud hacia Dante y de las medidas que pensaba adoptar.


Había llegado la hora de que supiera quién llevaba las riendas.


—Como quieras —dijo. Y dio media vuelta.


—¿Qué vas a hacer? —preguntó ella con evidente inquietud.


—Lo que había planeado: ir a la playa. Pasar un día familiar —dijo él, airado.


Al ver que el rostro de Paula se ensombrecía, sintió una agridulce sensación de triunfo. Cada cual debía asumir las decisiones que tomaba




jueves, 5 de agosto de 2021

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 41

 


Pedro percibió que Paula se tensaba y actuó sin darle tiempo a reaccionar. Volvió a besarle la base de la garganta y ella dejó escapar un gemido al tiempo que se relajaba sin ofrecer signos de resistencia. Tirando con suavidad del lazo que la cerraba, Pedro le soltó la bata. Debajo llevaba un sensual camisón de seda y encaje con el que iba a volverlo loco.


Sólo tres botones le separaban de su piel, y los desabrochó en el mismo número de segundos. El escote abierto dejó a la vista el dulce surco entre sus senos, que brillaban, tersos y redondos como dos perfectas perlas.


—¡Maravillosos! —susurró al tiempo que los exponía y los cubría con sus manos—. ¿Ves? Encajan perfectamente. ¿Qué más puedo pedir?


Sintió su sexo endurecerse y se quitó la camisa. Paula le acarició el vientre y él gimió de placer. Agachó la cabeza y besó sus senos, atrapando sus pezones para mordisquearlos. Paula se arqueó contra él, jadeante.


—¿Te gusta? —preguntó Pedro, soplando sobre sus pezones y riendo cómo se endurecían y cómo se le ponía la piel de gallina.


Paula se limitó a emitir un sonido gutural de puro placer. Pedro sintió una excitación primaria y básica, tomó el camisón por la base y se lo quitó. Temblaba de deseo y el corazón le latía en los oídos. Poniéndose en pie, se quitó los pantalones y los calzoncillos.


—No pares —dijo Paula. Y al abrir los ojos y ver la prueba de cuánto la deseaba, sonrió con picardía.


Pedro temió que se echara atrás, pero no fue así. Al contrario.


Paula se irguió y alargó la mano para rodear con ella su sexo y acariciarlo. Pedro temió estallar. Dejándose caer en el sofá, la atrajo hacia sí.


—Ahora —susurró.


Paula se sentó a horcajadas sobre él, asió su miembro y lo acercó a su propio sexo. Con un suave pero decidido movimiento, lo introdujo en su interior. Pedro se sintió abrazado por su piel caliente, húmeda y pulsante.


Empezaron a moverse al unísono, incrementando el ritmo, haciéndolo cada vez más frenético. Pedro clavó la mirada en los ojos de Paula sin dejar de embestirla. Jamás había sentido nada igual… tan exquisito, tan perfecto.


—¡No puedo controlarme…! —dijo, jadeante.


Y el placer lo sacudió al tiempo que Paula estallaba en su propio orgasmo y sacudida por unas contracciones que Pedro sintió reverberar en su sexo.




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 40

 


En la casa reinaba el silencio.


Brian y Ana se habían ido y Paula, tras ducharse y cambiarse, daba el último biberón a Dante. Lo dejó a un lado y besó la cabecita del bebé, que ya dormía. Pedro la observaba desde el suelo, apoyado sobre el codo.


—¿Te pesa? —preguntó.


—Un poco —dijo ella.


Pedro se puso en pie de un ágil movimiento.


—Lo meteré en la cuna. Luego podemos bajar a brindar por nuestro matrimonio —actuó sin dar tiempo a que Paula reaccionara.


El vacío que quedó en sus brazos la llenó de una irracional inquietud y tuvo que recordarse que tenía toda la vida para pasarla junto a Dante, que lo vería crecer y convertirse en un adulto. Casarse con Pedro le había proporcionado esa seguridad.


Se acercó a la cuna, donde Pedro acomodaba al niño.


—Está creciendo deprisa —dijo con orgullo de madre—. Va a ser muy alto.


—Sólo es un bebé y ya dependen de él nuestros sueños y esperanzas.


Aquellas palabras conmovieron a Paula.


—¿Tú también piensas eso?


Pedro se volvió hacia ella, pero su rostro quedó parcialmente ocultó en la penumbra.


—Lo adoro.


Paula no había imaginado que Pedro fuera capaz de amar y, sin embargo, quería a Brian y miraba a Dante con una ternura que la emocionó.


Tal y como había explicado su hermano, Pedro no hablaba de sí mismo, así que tendría que ser ella quien consiguiera que expresara sus sentimientos, ya que lo poco que lograba atisbar de él le hacía pensar que merecía la pena seguir indagando.


En el primer piso las luces iluminaban el salón y la gran terraza de madera desde la que se veía la piscina, que lanzaba destellos bajo las estrellas.


—¿Una copa de champán? —ofreció Pedro. Y Paula asintió.


Pedro apretó unos botones para reducir la potencia de las luces y crear un ambiente más acogedor. Luego sacó una botella del frigorífico y dos copas de un armario. Se acercó a Paula y, al darle una de ellas, le tomó la mano.


Al instante Paula se sintió invadida por sensaciones contradictorias y demasiado parecidas al deseo como para poder relajarse. Sin embargo, en lugar de soltarse, dejó que Pedro la guiara hasta un sofá mientras su corazón latía con tanta fuerza que le retumbaba en los oídos.


—Preferiría sentarme en la terraza y tomar el aire, pero hace un poco de frío —dijo Pedro, aumentando su confusión al sentarse a su lado. Tras llenar ambas copas, añadió—: Es el precio que debemos pagar por haber tenido un día tan despejado.


—No me extraña que te guste salir a la terraza. La vista es espectacular —dijo ella, esforzándose por mantener la conversación impersonal.


Pedro alzó su copa para brindar.


—Por la novia —dijo con una expresión que Paula no supo interpretar.


—Por el novio —replicó a su vez, decidiendo aceptar el brindis sin suspicacias ni dobles sentidos.


Entrechocaron las copas y bebieron mirándose por encima del borde.


El aire se cargó de electricidad y Paula acabó por desviar la mirada.


Pedro se quitó la corbata y se desabrochó el primer botón de la camisa. Paula contuvo el aliento al ver que su pulso acelerado palpitaba en la base de su garganta. Pedro se deslizó sobre el sofá, acercándose.


Ella se quedó paralizada al sentir el roce de su muslo. Él se inclinó unos centímetros hacia ella.


—Será mejor…


—Creo que debería…


Hablaron al unísono. Paula rió con nerviosismo v lanzó una mirada furtiva a Pedro.


—Iba a decir que debería irme a la cama. Estoy cansada.


—Y yo iba a decir que debería besar a la novia —dijo él con sorna.


—Ah.


La maliciosa sonrisa de Pedro indicó a Paula que le divertía haberla alarmado.


—De hecho, sigo pensando lo mismo —Pedro superó la distancia que los separaba y presionó sus labios contra los de ella. Luego alzó la cabeza—. No es como para asustarse, ¿verdad?


—No estaba asustada —protestó ella sin poder apartar la mirada de sus ojos grises.


Pedro le pasó la mano por la frente.


—¿Y por qué tienes los ojos desencajados?


—Porque habíamos quedado en que no habría sexo —dijo ella precipitadamente—. El trato era que nos casábamos por la estabilidad de Dante


—Un trato millonario por un bebé —dijo él, trazando la línea de su barbilla.


A Paula no le gustó la implicación.


—Sabes que no quiero tu dinero —dijo con una Firmeza que contradecía la sensación interior de estar derritiéndose bajo la caricia de Pedro.


Este detuvo los dedos bajo su mentón.


—¿Debería haberte ofrecido dinero para que cedieras la custodia?

No podía estar hablando en serio, pero por si acaso, decidió aclararlo.

—Estás loco. Dylan es más valioso para mí que cualquier cantidad de

dinero.

—Lo mismo digo —Connor avanzó con el dedo hasta la delicada piel

de detrás de su oreja—. Así que no podemos librarnos el uno del otro.

—Lo que no significa que vaya a haber sexo entre nosotros —dijo ella,

jadeante.

—Si estás tan segura, ¿por qué tienes el pulso acelerado? —dijo él, sonriendo con malicia—. Acabaremos haciéndolo. Y te aseguro que repetiremos.


—¡Eres tan arrogante!


—¿Tú crees? —Pedro se acercó y, sin darle tiempo a reaccionar, la atrapó entre sus brazos—. No pienso soltarte.


—Pero acordamos…


—Pensar en estar casado y no hacer el amor es… —Pedro dejó la frase suspendida en el aire y le besó el cuello.


—¿Es qué? —preguntó ella, intentado retener el uso de la razón.


—Una estupidez —Pedro abrió los labios sobre su piel—. ¿A quién se le ocurrió semejante idea?


—No lo sé —dijo ella con voz ronca.


Pedro sopló suavemente y a Paula se le puso la carne de gallina.


—Ahora te voy a hacer la pregunta del millón: ¿Qué quieres que haga en este momento, Paula?


¿Le estaba pidiendo permiso? ¿De verdad le importaba lo que ella quisiera o la tomaría sin más para después dejarla, tal y como habían hecho todos los hombres de su vida?




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 39

 

—Brian tenía quince años —dijo él.


Paula aceptó la rama de olivo. Alzó la barbilla y se dejó llevar por el impulso de querer saber más cosas sobre él.


—¿Y tú?


—Veintidós.


—¡Veintidós! Asumiste una gran responsabilidad —tras esperar en vano una respuesta de Pedro, añadió—: Fuiste muy bueno cuidando de él.


—Cualquiera habría hecho lo mismo.


—Sabes que no es verdad —Paula pensó en la incapacidad de su padre para cuidar de su madre y de ella. Miró a Pedro y admiró la determinación de su gesto, la firmeza de su mentón y el cabello negro que la brisa alborotaba, dándole un atractivo aire informal—. Y ahora vuelves a actuar de la misma manera con Dante.


Pedro se encogió de hombros.


—Miguel era mi amigo. De hecho, era mi mejor amigo, tal y como descubrí con el tiempo.


A Paula no se le escapó el tono sarcástico del comentario.


—Háblame de tu socio.


—Brian también te ha hablado de Jeremias.


—No.


—Entonces, ¿a qué se debe esta súbita curiosidad?


La mirada penetrante de Pedro puso nerviosa a Paula, que ocultó los ojos tras unas gafas de sol.


—Me gustaría comprender por qué alguien puede comportarse de esa manera.


—¿Insinúas que yo le provoqué?


—¡En absoluto! —protestó Paula—. Pienso que actuó de una manera despreciable.


—¿Y qué opinas de lo que hizo Dana?


Paula lo miró fijamente.


—Lo mismo.


Pedro asintió lentamente, como si la respuesta le resultara satisfactoria. Luego, clavando una mirada acusadora en ella, comentó:

—En cierta ocasión te oí decirle a Sonia que no te extrañaba lo que Dana había hecho.


—¿Cuándo?


—El día que nos conocimos. Dijiste que era un estúpido.


Paula abrió los ojos como platos tras las gafas.


—¿Me oíste?


—Así que te acuerdas.


—Sí, estaba furiosa contigo por atacar a Sonia —tras una breve pausa, Paula preguntó—: ¿Por eso fuiste tan desagradable conmigo en la boda?


—En parte, sí.


Paula intentó justificar su comportamiento.


—Sonia me había contado que se iba a casar durante un fin de semana en el que había trabajado a destajo —hizo una pausa y decidió contar toda la verdad—. Estaba preocupada por ella y agotada, así que no pude soportar que te comportaras con tanta arrogancia —por eso reaccionó como lo hizo, echando a rodar con ello una bola de nieve—. ¿Qué otro motivo hubo para que me trataras tan mal? —preguntó con curiosidad.


—Es complicado de explicar.


Paula decidió intentarlo por el lado humorístico.


—Vamos, no puede ser tan complicado. Se supone que los hombres sois simples.


—Personalmente, soy facilísimo —dijo él con cara inexpresiva.


Paula puso los ojos en blanco.


—No te salgas por la tangente jugando a las insinuaciones sexuales.


—Quería que volvieras a sonrojarte tan encantadoramente como acostumbras.


—Yo no me sonrojo —dijo ella, sintiendo que lo hacía a la vez que lo negaba de palabra.


—Ha sido mucho más sencillo de lo que esperaba —bromeó él con ojos chispeantes.


—¡Déjalo ya y dime la otra razón de una vez!


—Me recordaste a Dana —dijo Pedro sin titubear.


Paula se quedó perpleja.


—Yo jamás haría lo que ella te hizo.


En ese momento Pedro se volvió hacia Brian y Ana, que se aproximaban con Dante.


—No me confundas con Dana, Pedro, no tengo nada que ver con ella.


—No, claro —dijo él. Pero no sonó convencido.





miércoles, 4 de agosto de 2021

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 38

 


La boda tuvo lugar menos de una semana después de que Pedro se lo pidiera a Paula.


Al contrario que la de Sonia y Miguel, se trató de una ceremonia civil discreta, en un juzgado impersonal. Después, acompañados del hermano de Pedro y de Ana, que habían actuado de testigos, fueron a un encantador restaurante en el parque de Auckland. Sentados en una mesa en la terraza, desde la que se divisaba un estanque surcado por cisnes y rodeado de sauces llorones, Paula miró de reojo a Dante, que estaba sentado en una sillita alta, atendido por Ana, y finalmente se relajó.


Estaba casada. Había conseguido asegurarse un lugar en la vida del niño.


—Enhorabuena —dijo Brian, alzando una copa de champán—. Bienvenida a la familia.


Paula sonrió y alzó su copa en respuesta. La personalidad de Brian le había sorprendido. Era más joven que Pedro y tenía un estilo coqueto de relacionarse que le resultaba divertido.


Pedro necesita estar casado —añadió Brian, mientras Pedro organizaba el menú con el dueño del restaurante.


—¿Cómo que necesita estar casado? —preguntó ella con una sonrisa de escepticismo.


—Desde luego. Le encanta la vida doméstica.


—¿A Pedro? —Paula miró hacia el hombre que con un solo gesto había atraído la atención del dueño y de tres camareros. Su hermano pequeño debía de estar equivocado. A Pedro le gustaba la vida doméstica tanto como a un tigre de Bengala.


Brian asintió enfáticamente.


—Sufre el síndrome del nido vacío —Paula lo miró desconcertada, así que Brian explicó—: Desde que me fui de casa. ¿No te ha dicho que me crió?


—No.


Paula se dio cuenta de que no sabía nada del hombre con el que se había casado.


—Hasta hace unos días ni siquiera sabía que tuviera un hermano.


—¿Qué maldades le estás contando a la novia? —preguntó Pedro nada más acabar la conversación con el dueño.


—Ninguna… todavía. Por ahora quiero darle una buena impresión. Ya llegaremos a los detalles escabrosos.


Pedro sonrió con malicia.


—Esos sólo te corresponden a ti, hermano.


El almuerzo se desarrolló en un ambiente divertido y ruidoso al que Dante contribuyó con sus gorjeos. La comida era exquisita y la luz dorada del atardecer contribuyó a la relajada atmósfera. Las bromas entre los hermanos hicieron reír a carcajadas a Ana y a Paula.


En cierto momento Dante pareció cansarse de estar sentado.


—Le llevaré a ver a los cisnes —dijo Ana, poniéndose en pie y tomando al niño—. Probablemente necesite que le cambie los pañales.


—Voy a por una manta al coche para que puedas echarlo —sugirió Pedro.


—Habrás notado que Pedro apenas habla de sí mismo —comentó Brian a Paula cuando su hermano se fue. Paula le sonrió con complicidad—. ¿Sabías que nuestros padres fallecieron? —preguntó él.


—Sí, pero no sé nada de los detalles.


—Murieron en un accidente de tren —tras una pausa, Brian siguió—. Por eso la muerte de Miguel resultó aún más dolorosa. Creo que le hizo revivir el pasado.


Paula comprendió que Pedro hubiera intentado ocultar su dolor bajo una forzada frialdad.


Brian se inclinó hacia ella con aire conspiratorio.


—¿Te ha hablado de Dana?


—¿Su ex?


—La víbora.


—¡Brian! —dijo Paula sin poder contener la risa.


—Tengo que reconocer que fue un alivio. Estaba aterrorizado de que se casara con ella.


—¿Crees que su nueva mujer debe tener ese tipo de información?


—Es esencial que lo sepas —bajó la voz—. Dana era puro veneno. Le dijo a Pedro que quería tener un hijo, pero él no la creyó.


Paula no pudo reprimir la curiosidad.


—¿Por qué?


—Pensaba que su trabajo era demasiado importante para ella como para que le dedicara tiempo a un hijo.


Eso explicaba sus suspicacias respecto a ella y Dante.


—¿Cómo sabes todo eso? —preguntó Paula.


Brian se reclinó en el respaldo de la silla y tomó un palillo.


—Soy muy observador. Además, cuando rompieron, Pedro vino a Londres y lo llevé a tomar unas copas —al ver que Paula fruncía el ceño, añadió—: Fue terapéutico. Sólo así conseguí que me lo contara.


—Eres astuto.


—Mucho —dijo Brian con satisfacción—. Y será mejor que no lo olvides, porque cuento contigo para hacer feliz a mi hermano.


Paula rió, pero su risa quedó congelada cuando sintió una mano en la cintura y la grave voz de Pedro susurrándole al oído:

—Ten cuidado con mi hermano pequeño.


—Me estaba advirtiendo que podía ser muy peligroso —bromeó ella, mirándolo de reojo.


Pedro apoyó el brazo en el respaldo de su silla e, inclinándose aún más sobre ella, añadió:

—Lo peor es que no miente.


Paula se estremeció al sentirse envuelta en el calor y la fragancia de su cuerpo.


—¿Ves? Quedas advertida —dijo Brian con expresión inocente—. Ahora me voy a contarle unas cuantas cosas a Dante.


—Mejor dirás, a flirtear con Ana —dijo Pedro. Y ocupó el asiento que su hermano dejó vacío.


Paula sintió que el nudo que tenía en el estómago se apretaba y la sonrisa abandonó sus labios.


—Brian me ha dicho que lo criaste.


—Exagera un poco.


—¿Cuántos años tenía cuando vuestros padres murieron?


—Veo que te lo ha contado todo —dijo él con expresión distante.


—No ha tenido suficiente tiempo. Pero creía que era su obligación. Recuerda que ahora soy tu mujer.


—Sólo en teoría.


La fría respuesta fue como una bofetada para Paula. Bajó la mirada para ocultar su dolor.




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 37

 


Durante los días que siguieron, Pedro se dio cuenta de que no se casaba con Paula sólo por Dante. Aquella mujer le volvía loco. Tanto, que no recordaba haber cometido un mayor error en su vida que prohibir el sexo en su relación. Más tarde o más temprano, tendría que romper ese acuerdo, y confiaba en conseguir convencerla.


Entre tanto, tendría que conformarse con mirar, lo cual era una tortura.


Con la excusa de hablar de Dante la llamaba al trabajo varias veces al día y contaba los minutos para oír su voz ronca y, a ser posible, arrancarle una carcajada.


El deseo lo había convertido en una marioneta.


La demostración de que su vida se había transformado se la proporcionó Iris al entrar en el despacho y anunciarle que Jeremias y Dana iban a casarse. Pedro ni siquiera se inmutó.


—¿Estás bien? —preguntó Iris.


—Perfectamente —dijo él, sonriendo de oreja a oreja—. Mucho mejor de lo que jamás hubiera pensado.


De hecho, se sentía inmensamente aliviado de haber dejado de sentir rencor y de haberse librado del deseo de venganza. Su nueva vida era mucho mejor.


Iris ordenó unos papeles sobre el escritorio.


—Se dice que Dana está embarazada.


Tampoco eso lo alteró lo más mínimo. Volvió a sonreír.


—Debería haberlo imaginado. Pobre Jeremias.


—Te has librado de una buena.


Pedro miró a Iris con curiosidad.


—No sabía que Dana le cayera tan mal.


—No pediste mi opinión, y parecías contento con ella —dijo ella, frunciendo los labios.

—A Michael tampoco le gustaba. Ni a Brett —su hermano había

expresado abiertamente sus reservas desde el primer momento.

Tampoco a ella le gustaba Brett. Por eso le alegró saber que vivía en

Londres.

Iris rompió un sobre.

—Dana hacía bien su trabajo y sabía quedar bien con quien le

interesaba. Pero habría pisado a cualquiera con tal de conseguir lo que

quería.

Nº Páginas 64—99

Tessa Radley – Una negociación millonaria

Connor cruzó las manos por detrás de su cabeza.

—No lo tenía fácil. La gente es muy dura con las mujeres de éxito —

pensó en Victoria—. Yo mismo las juzgo con severidad —se preguntó qué

pensaría Iris de ella.

—No es un problema de éxito, sino de cómo se consigue —dijo Iris sin

disimular su animadversión hacia Dana—. No sé por qué la defiendes —

concluyó, antes de dirigirse a la puerta. Al llegar se volvió—. Recuerda que

tienes una cita a las doce.

Connor asintió. Luego hizo girar su silla para mirar por el ventanal. Su

maternal ayudante pensaba que Dana lo había utilizado, pero lo cierto era

que también se había dado la situación inversa. Empezaba a darse cuenta

de que Dana le había ido bien porque no llegaba a importarle lo suficiente.

Podía estar con ella sin entregar su corazón y sin dejar de dedicarse en

cuerpo y alma al trabajo. No pensaba en ella a lo largo del día, ni ansiaba

hablar con ella como le sucedía con Victoria.

No podía negar que se trataba de un entretenimiento hermoso y que

le enorgullecía las miradas de admiración que recibía de otros hombres,

así como que sexualmente fuera muy activa.

Pero Michael había dado en el clavo al decirle que su traición le había

herido el orgullo y no el corazón.

Por otra parte, encontraba a Victoria todavía más sexy, de una

belleza más sutil… Y sospechaba que podía ser igualmente apasionada en

la cama. De lo que no cabía duda era de que era aún más inteligente que

Dana. De hecho, ésta habría utilizado el sexo para convencerle de

cualquier cosa, mientras que Victoria, después de besarlo hasta hacerle

perder el juicio, le había arrancado la promesa de un matrimonio casto.

La consecuencia era que no recordaba haber deseado nunca tanto a

nadie.

Por respeto a Suzy y Michael, habían decidido celebrar una boda

discreta. Aquella noche, después de que Dylan se durmiera, Connor fue a

la salita de Victoria. Se quedó en el umbral en silencio, observando el

cuadro y las plantas que Victoria había añadido a la decoración. Ella

estaba sentada en el sofá, bebiendo una copa de vino.

—No quiero molestar —dijo él, finalmente.

Victoria se preguntó si era tan inocente como para no saber que,

hiciera lo que hiciera, la perturbaba.

—¿Quieres una copa? —preguntó, dejando la suya sobre una mesa

junto al brazo del sofá y tomando una limpia—. Me lo ha regalado un

cliente y está muy bueno —además de servirle para relajarse y tratar de

olvidar que iba a casarse con él.

Connor pareció desconcertado. Luego asintió.

—Media copa, por favor. Me quedaré poco tiempo.

Cuando Victoria la sirvió, Connor entró y se acercó para tomarla de su

mano.

Nº Páginas 65—99

Tessa Radley – Una negociación millonaria

—Huele bien —dijo, llevándosela a la nariz. A continuación miró a

Victoria—. Venía a preguntarte si hay alguien a quien quieras invitar a la

boda. Mi secretaria puede ocuparse de mandar las invitaciones.

—No.

—¿No estás demasiado ocupada para hacerlo tú misma?

—No quiero invitar a nadie —Victoria dio un sorbo al vino—. Pruébalo.

Está delicioso.

Connor se apoyó en un escritorio clásico que quedaba frente a

Victoria y bebió.

—Muy delicado. ¿Seguro que no quieres que venga ningún amigo?

Victoria negó con la cabeza, consciente de la intensidad con la que

Connor la miraba. Aparte de Suzy, durante los últimos años de su vida

había estado demasiado ocupada como para hacer amigos. A veces salía

con sus compañeros de trabajo, pero nunca había intimado con ellos.

—¿Y tu familia? —Connor cruzó una pierna delante de la otra—. Mi

hermano va a venir.

—Yo no tengo ningún hermano —Victoria desvió la mirada—. Mi

madre está muerta y hace años que no hablo con mi padre.

—Podrías aprovechar la oportunidad para reconciliarte con él. Yo no

tengo padre ni madre. Tú, en cambio, podrías tener a tu padre a tu lado.

Victoria hizo girar la copa en la mano.

—Pensaba que nos casábamos por Dylan —dijo finalmente.

—No tiene nada de malo aprovechar la oportunidad para

reconciliarse, Victoria.

Que Connor tuviera la arrogancia de asumir que la asistencia de su

padre a la boda podía compensarla por años de abandono e

irresponsabilidad, consiguió irritarla.

—¿Quieres decir que tú piensas invitar a Dana y a Paul?

Tras un tenso silencio, Connor se limitó a decir:

—Está bien, será mejor que nos concentremos en la boda.

—Muy bien —en un esfuerzo por reconciliarse, Victoria comentó en

tono animado—: No sabía que tuvieras un hermano.

Connor acabó el vino y dejó la copa sobre el escritorio.

—Brett vive desde hace años en Londres.

—¿Y va a venir hasta Nueva Zelanda para la boda?

Connor se incorporó y sonrió con sorna.

—¿Cómo no va a venir si sabe que será la única que celebre en mi

vida?

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 36

 


Irresistible.


Y el vacío sería ocupado por Pedro y por Dante. Una familia. La oportunidad de tener lo que Sonia había tenido. Lo que jamás había soñado alcanzar.


Sin pensárselo, se inclinó hacia delante y besó a Pedro en los labios.


Él se quedó paralizado.


Paula entreabrió los labios y recorrió los de Pedro delicadamente con la punta de la lengua.


Él apretó su torso contra los senos de ella y su respiración se aceleró.


Paula le mordisqueó los labios, saboreó su boca; él la abrazó por la cintura, estrechándola contra sí, haciéndole sentir la dureza de su sexo contra su vientre. Luego la asió con firmeza por las nalgas y la presionó con fuerza. Ella dejó escapar un gemido. Pedro deslizó la lengua en su boca y ella aceptó la invasión con un escalofrío. Pedro exploró su boca, los lados de sus mejillas, la piel sensible del paladar. Ella dejó escapar un gemido profundo, entrecortado y anhelante.


Perdiendo la noción de dónde estaba o del transcurso del tiempo, Paula sólo era capaz de pensar en el deseo que estallaba en su interior.


Pedro metió un muslo entre sus piernas y ella se restregó contra él.


Hasta que oyeron protestar a Dante y Paula se separó de Pedro de un salto, como si se hubiera quemado.


Pedro se quedó inmóvil, con los ojos desencajados, y Paula reconoció en su mirada la misma expresión de estupor que había visto la noche que había acudido a anunciarle la muerte de Miguel y Sonia.


Paula apretó las manos para evitar alzarlas hacia su rostro y dijo:

—¿Ves lo que me haces hacer? Ha sido un error monumental.


Vio que Pedro enfurecía.


—Me he dejado llevar, eso es todo. Y tú me has provocado —dijo él.


—No quiero hacer el amor con alguien por quien no siento nada —dijo ella tras una pausa.


—No es eso lo que te he pedido —replicó él, recuperando la paciencia —. Sólo que te cases conmigo.


Paula se sintió desilusionada.


—¿Me propones un matrimonio en papel? ¿Sin sexo? —alzó la mirada hacia él con precaución. Su rostro era impenetrable.


—¿Quieres decir que, si eliminamos el sexo, estás dispuesta a considerar la oferta? —preguntó él, suspirando con fuerza.


—Puede que sí —respondió Paula, mientras su cuerpo gritaba: «Más, más».


—«Puede» no es una respuesta, Victoria. ¿Sí o no?


Aunque no se estaban tocando, Paula podía sentir el calor y la fuerza que irradiaba el cuerpo de Pedro. Se estremeció. Habría dicho cualquier cosa por romper la tensión.


—Sí —concluyó con un suspiro.