Durante los días que siguieron, Pedro se dio cuenta de que no se casaba con Paula sólo por Dante. Aquella mujer le volvía loco. Tanto, que no recordaba haber cometido un mayor error en su vida que prohibir el sexo en su relación. Más tarde o más temprano, tendría que romper ese acuerdo, y confiaba en conseguir convencerla.
Entre tanto, tendría que conformarse con mirar, lo cual era una tortura.
Con la excusa de hablar de Dante la llamaba al trabajo varias veces al día y contaba los minutos para oír su voz ronca y, a ser posible, arrancarle una carcajada.
El deseo lo había convertido en una marioneta.
La demostración de que su vida se había transformado se la proporcionó Iris al entrar en el despacho y anunciarle que Jeremias y Dana iban a casarse. Pedro ni siquiera se inmutó.
—¿Estás bien? —preguntó Iris.
—Perfectamente —dijo él, sonriendo de oreja a oreja—. Mucho mejor de lo que jamás hubiera pensado.
De hecho, se sentía inmensamente aliviado de haber dejado de sentir rencor y de haberse librado del deseo de venganza. Su nueva vida era mucho mejor.
Iris ordenó unos papeles sobre el escritorio.
—Se dice que Dana está embarazada.
Tampoco eso lo alteró lo más mínimo. Volvió a sonreír.
—Debería haberlo imaginado. Pobre Jeremias.
—Te has librado de una buena.
Pedro miró a Iris con curiosidad.
—No sabía que Dana le cayera tan mal.
—No pediste mi opinión, y parecías contento con ella —dijo ella, frunciendo los labios.
—A Michael tampoco le gustaba. Ni a Brett —su hermano había
expresado abiertamente sus reservas desde el primer momento.
Tampoco a ella le gustaba Brett. Por eso le alegró saber que vivía en
Londres.
Iris rompió un sobre.
—Dana hacía bien su trabajo y sabía quedar bien con quien le
interesaba. Pero habría pisado a cualquiera con tal de conseguir lo que
quería.
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Tessa Radley – Una negociación millonaria
Connor cruzó las manos por detrás de su cabeza.
—No lo tenía fácil. La gente es muy dura con las mujeres de éxito —
pensó en Victoria—. Yo mismo las juzgo con severidad —se preguntó qué
pensaría Iris de ella.
—No es un problema de éxito, sino de cómo se consigue —dijo Iris sin
disimular su animadversión hacia Dana—. No sé por qué la defiendes —
concluyó, antes de dirigirse a la puerta. Al llegar se volvió—. Recuerda que
tienes una cita a las doce.
Connor asintió. Luego hizo girar su silla para mirar por el ventanal. Su
maternal ayudante pensaba que Dana lo había utilizado, pero lo cierto era
que también se había dado la situación inversa. Empezaba a darse cuenta
de que Dana le había ido bien porque no llegaba a importarle lo suficiente.
Podía estar con ella sin entregar su corazón y sin dejar de dedicarse en
cuerpo y alma al trabajo. No pensaba en ella a lo largo del día, ni ansiaba
hablar con ella como le sucedía con Victoria.
No podía negar que se trataba de un entretenimiento hermoso y que
le enorgullecía las miradas de admiración que recibía de otros hombres,
así como que sexualmente fuera muy activa.
Pero Michael había dado en el clavo al decirle que su traición le había
herido el orgullo y no el corazón.
Por otra parte, encontraba a Victoria todavía más sexy, de una
belleza más sutil… Y sospechaba que podía ser igualmente apasionada en
la cama. De lo que no cabía duda era de que era aún más inteligente que
Dana. De hecho, ésta habría utilizado el sexo para convencerle de
cualquier cosa, mientras que Victoria, después de besarlo hasta hacerle
perder el juicio, le había arrancado la promesa de un matrimonio casto.
La consecuencia era que no recordaba haber deseado nunca tanto a
nadie.
Por respeto a Suzy y Michael, habían decidido celebrar una boda
discreta. Aquella noche, después de que Dylan se durmiera, Connor fue a
la salita de Victoria. Se quedó en el umbral en silencio, observando el
cuadro y las plantas que Victoria había añadido a la decoración. Ella
estaba sentada en el sofá, bebiendo una copa de vino.
—No quiero molestar —dijo él, finalmente.
Victoria se preguntó si era tan inocente como para no saber que,
hiciera lo que hiciera, la perturbaba.
—¿Quieres una copa? —preguntó, dejando la suya sobre una mesa
junto al brazo del sofá y tomando una limpia—. Me lo ha regalado un
cliente y está muy bueno —además de servirle para relajarse y tratar de
olvidar que iba a casarse con él.
Connor pareció desconcertado. Luego asintió.
—Media copa, por favor. Me quedaré poco tiempo.
Cuando Victoria la sirvió, Connor entró y se acercó para tomarla de su
mano.
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Tessa Radley – Una negociación millonaria
—Huele bien —dijo, llevándosela a la nariz. A continuación miró a
Victoria—. Venía a preguntarte si hay alguien a quien quieras invitar a la
boda. Mi secretaria puede ocuparse de mandar las invitaciones.
—No.
—¿No estás demasiado ocupada para hacerlo tú misma?
—No quiero invitar a nadie —Victoria dio un sorbo al vino—. Pruébalo.
Está delicioso.
Connor se apoyó en un escritorio clásico que quedaba frente a
Victoria y bebió.
—Muy delicado. ¿Seguro que no quieres que venga ningún amigo?
Victoria negó con la cabeza, consciente de la intensidad con la que
Connor la miraba. Aparte de Suzy, durante los últimos años de su vida
había estado demasiado ocupada como para hacer amigos. A veces salía
con sus compañeros de trabajo, pero nunca había intimado con ellos.
—¿Y tu familia? —Connor cruzó una pierna delante de la otra—. Mi
hermano va a venir.
—Yo no tengo ningún hermano —Victoria desvió la mirada—. Mi
madre está muerta y hace años que no hablo con mi padre.
—Podrías aprovechar la oportunidad para reconciliarte con él. Yo no
tengo padre ni madre. Tú, en cambio, podrías tener a tu padre a tu lado.
Victoria hizo girar la copa en la mano.
—Pensaba que nos casábamos por Dylan —dijo finalmente.
—No tiene nada de malo aprovechar la oportunidad para
reconciliarse, Victoria.
Que Connor tuviera la arrogancia de asumir que la asistencia de su
padre a la boda podía compensarla por años de abandono e
irresponsabilidad, consiguió irritarla.
—¿Quieres decir que tú piensas invitar a Dana y a Paul?
Tras un tenso silencio, Connor se limitó a decir:
—Está bien, será mejor que nos concentremos en la boda.
—Muy bien —en un esfuerzo por reconciliarse, Victoria comentó en
tono animado—: No sabía que tuvieras un hermano.
Connor acabó el vino y dejó la copa sobre el escritorio.
—Brett vive desde hace años en Londres.
—¿Y va a venir hasta Nueva Zelanda para la boda?
Connor se incorporó y sonrió con sorna.
—¿Cómo no va a venir si sabe que será la única que celebre en mi
vida?