sábado, 10 de julio de 2021

IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 61

 


Paula, agarrada a la barandilla, observaba desde cubierta mientras el bote de los buceadores luchaba contra las olas. El tiempo empeoraba por segundos y el barco era sacudido de un lado a otro como una cáscara de nuez, haciéndola sentir enferma; algo extraño porque ella nunca se había mareado durante una expedición. Claro que nunca había estado en un barco en medio de un huracán.


Todo a bordo se hacía a gran velocidad porque la amenaza de chocar contra el arrecife era inminente. Pero cuando por fin el bote llegó hasta el barco y los buceadores fueron izados a bordo, en el horizonte aparecieron dos fragatas venezolanas y, por medio de un altavoz, les pidieron que echasen el ancla. Para sorpresa de todos, unos minutos después fueron abordados por un grupo de marinos armados. El jefe de la guardia costera les dijo que volvían a puerto… y que todos estaban detenidos. Jeronimo intentó averiguar por qué, pero se encontró con un silencio total.


Estaba oscureciendo cuando el barco llegó a lo que parecía una base naval.


Con camiseta y pantalones cortos, el pelo y la ropa pegados al cuerpo por la lluvia, Paula empezaba a tener miedo de verdad mientras eran sacados del barco a punta de pistola.


Los guardias se apartaron entonces y un hombre alto se abrió paso hacia ellos… Pedro.


Sus ojos negros parecían hundidos y quemaban como carbones en un rostro más delgado de lo que recordaba. Nunca lo había visto tan furioso.


Estaba lívido…


—Se acabó, Paula —le dijo, tomándola por los hombros.— ¿Qué estás intentando hacer... volverme loco? Ir a buscar un barco pirata en medio de un huracán… se acabó, vas a volver a casa conmigo y no hay nada más que hablar. No quiero ser responsable de tu muerte. Ni siquiera Maximo puede seguirte…


—Paula, ¿ese hombre está molestándote? —preguntó Jeronimo.


—¿Molestándola? —repitió él—. Y en cuanto a usted, ¿Cómo se atreve a llevar a mi mujer en una estúpida expedición que podría haberle costado la vida? No sólo debería haber hecho que lo detuvieran, debería hacer que lo expulsaran del país.


—¡Pedro! —gritó Paula.


—¿Es tu marido? —exclamó Jeronimo.


—Sí —le confesó ella.


—Ah, ahora recuerdas que eres mi esposa. ¿Por qué no te acordaste antes de empezar esta aventura? —Le espetó Pedro—. ¿Qué pasa contigo? ¿Tu misión en la vida es matarme a sustos? ¿Por qué no puedes ser feliz como otras mujeres viviendo rodeada de lujos? —siguió, como un hombre poseído—. Pero no… yo tuve que ir a buscarte a una comisaría de Nueva York, he tenido que negociar con el gobierno venezolano para que una fragata fuese a buscarte… ¿Tú sabes lo que haces, Paula? Me das miedo. Quererte me va a matar... si antes no me arruina.


Quererla…


¿Pedro había dicho que la quería? Dentro de su corazón se encendió una diminuta llama de esperanza, pero dejó de pensar cuando él la envolvió en sus brazos, buscando su boca con desesperación.


—Podrías haber muerto —siguió él, con voz ronca—. ¿Seguro que estás bien?


—¿Has dicho que me querías? —preguntó Paula.


—Quererte… claro que te quiero, Paula Alfonso. ¿Por qué si no estaría aquí, bajo la lluvia, haciendo el ridículo delante de todo el mundo?


Ella lo miró fijamente, buscando alguna señal, algo que la convenciera.


—¡Maldita sea! —Exclamó entonces Jeronimo Hardington—. Ese hombre te quiere, Paula. Dile que tú también le quieres y vamos a ponernos a cubierto de una vez.


—¿Me quieres, Pedro? —le preguntó en voz baja.


—Nunca he querido a nadie como a ti.


Al ver un brillo de vulnerabilidad en sus ojos su expresión se suavizó y la llamita que se había encendido en su corazón empezó a convertirse en una hoguera.


Tenían muchas cosas que solucionar, pero debía arriesgarse. Debía decirle que lo amaba si quería que hubiese una oportunidad para ellos.


—Te quiero, Pedro —dijo por fin, poniéndose de puntillas para buscar sus labios.



IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 60

 


Pedro intentó sujetar al caballo al oír las aspas de un helicóptero sobre su cabeza. Maximo otra vez…


Dos semanas antes lo encontró borracho y habían tenido una pelea.


Según Maximo, iba de cabeza al desastre. Había perdido a una mujer estupenda a quien, si tuviese valor, intentaría recuperar, estaba abandonando los negocios y no devolvía las llamadas…


Él le había dicho que lo dejase en paz, que no sabía nada. Pero cuando se marchó dejó de beber e hizo un par de llamadas para delegar el trabajo en sus ejecutivos. No quería volver a su antigua vida viajando por todo el mundo. De hecho, nada le interesaba… con una excepción: Paula.


Pedro volvió a los establos, desmontó y le entregó el caballo al mozo de cuadras.


—Cepíllalo bien —murmuró, dando un golpecito en el cuello del animal.


Máximo lo esperaba en la casa con cara de pocos amigos.


—¿Por qué no contestas a las llamadas? Llevo veinticuatro horas intentando ponerme en contacto contigo.


—Hola, Maximo.


—Al menos hoy tienes mejor aspecto que el otro día.


—El aire fresco ayuda mucho —admitió Pedro.


— Y para ayudar es precisamente por lo que yo estoy aquí. Es Paula.


—¿Qué pasa con Paula?


—Hemos estado vigilándola como nos pediste. Está en Caracas.


—¿En Caracas?


—Sí, ya sé que no es el sitio más seguro del mundo…


—Ahora sí que necesito una copa —Pedro entró en el salón para servirse un whisky—. ¿Qué hace en Caracas?


—Se ha unido a una expedición dirigida por Jeronimo Hardington y su mujer, Delia. Puede que hayas oído hablar de él, es un famoso buscador de tesoros. Están buscando un barco pirata hundido frente a las costas de Venezuela hace no sé cuántos años…


—¿Estás diciéndome que Paula ha ido a buscar un tesoro pirata?


—Lo sé, jefe. Suena raro, pero así es.


—No, en realidad no es tan raro —Pedro se tomó el whisky de un trago—. Es la clase de cosa que hace esa mujer... ¿por qué no se lo has impedido?


—Dijiste que la vigilásemos, nada más. Ayer intenté hablar contigo por teléfono, pero lo tenías desconectado…


—Ya, ya.


—Ahora mismo están anclados en el archipiélago de Los Roques. Y debo añadir que no es fácil localizarlos. Los buscadores de tesoros tienen mucho cuidado para no delatar su posición… levan el ancla y se marchan sin advertir a nadie.


—¿Y por qué has venido hasta aquí?


—Porque ayer hubo un aviso de huracán. Se dirige al Caribe y el barco de Paula está en su camino. Pensé que querrías saberlo. He alquilado una lancha y…


—Nos vamos en cinco minutos —lo interrumpió Pedro.



IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 59

 


Paula y Delia se apoyaron en la barandilla del barco para observar el bote que llevaba a los buceadores a una de las diminutas islas que formaban el archipiélago de Los Roques, en la costa de Venezuela.


—¿Crees que esta vez tendremos suerte? —preguntó Paula.


Delia, mayor y más sabía, hizo una mueca.


—Eso espero. Hace una semana que salirnos de Caracas y es el cuarto grupo de coordenadas que probarnos —respondió—. He estado comprobando el informe del tiempo y, por lo visto, un huracán se dirige a Florida y las islas del Caribe. Esperan que llegue a Jamaica en tres días.


Paula puso los ojos en blanco.


—Gracias por animarme, amiga. En fin, creo que voy a comprobar el ordenador. Parece que están a punto de lanzarse al agua.


Jeronimo Hardington, el jefe de la expedición, quería bajar personalmente para comprobar el fondo marino, pero su segundo de a bordo, Marco, estaba en los ordenadores.


—¿Han encontrado algo?


—No. Acaban de llegar al sitio.


Paula se sentó a su lado y observó a los buceadores en la pantalla del ordenador buscando un trozo de la quilla, los restos de un cañón…


Después de trescientos años cualquier cosa estaría enterrada y cubierta de lodo.


Su trabajo consistía en localizar la posición de los pecios hundidos y determinar si lo que encontraban pertenecía a un naufragio determinado.


Aquélla era la expedición más emocionante en la que hubiera participado y, sin embargo, desde que se marchó de Perú cinco semanas antes le había costado trabajo emocionarse por nada.


Intentaba no pensar en Pedro, pero su recuerdo la perseguía día y noche. Especialmente por la noche, mientras dormía en la cama que había compartido con él. Aún no le había contado a Marina y Tomas que se habían separado, pero tendría que hacerlo cuando volviera a Londres porque su cuñada ya había empezado a hacer preguntas.


Irguiéndose en la silla, Paula concentró su atención en los ordenadores. Su matrimonio había terminado y tenía que seguir adelante.


Aquella expedición era el principio del resto de su vida.




jueves, 8 de julio de 2021

IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 58

 


Pedro la esperaba al pie de la escalera al día siguiente.


—El helicóptero esta aquí y mi jet está esperando en el aeropuerto de Lima para llevarte donde quieras. El apartamento de Londres es tuyo. Yo no volveré a usarlo y no debes temer nada respecto a la empresa… ya no estoy interesado.


—Ah, qué generoso —dijo Paula, irónica.


—Sin duda volveremos a vemos algún día, pero si esperas un divorcio rápido, te equivocas. No voy a dártelo. Y, ahora si me perdonas, tengo caballos que atender. Espero que te hayas ido cuando vuelva.


—Te aseguro que no estaré aquí. En cuanto al divorcio, me da igual. No creo que tenga intención de casarme en mucho tiempo. Y no quiero un céntimo de tu dinero, no me hace falta. Lo único que quiero es tu promesa de que no harás nada en detrimento de Ingeniería Chaves. Y lo quiero por escrito, Pedro.


—Lo tendrás —dijo él, antes de darse la vuelta. 


Paula se decía a sí misma que era lo mejor, pero lloró durante el viaje de vuelta a casa y lloró en Londres, en la cama que habían compartido.




IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 57

 


Un par de horas después Paula salía de su habitación. Aquélla sería su última cena con Pedro, pensó, mientras bajaba al comedor donde, según le había informado una criada, la esperaba «el señor».


Pero durante la cena se mantuvo en silencio.


—Parece que no te gusta la comida —comentó él cuando estaban terminando—¿O es otra cosa lo que no te permite probar bocado?


Había lanzado el guante, pero Paula estaba dispuesta para la pelea.


—Si te refieres a la carta, estoy de acuerdo en que los sentimientos que se expresan en ella son inaceptables. Te aseguro que lamento mucho lo que le pasó a tu hermana. La pobrecilla debió sufrir mucho…


—¿Eso es todo lo que tienes que decir?


—No —Paula había pensado mucho en la gente y las circunstancias que rodeaban a la carta—. Dime una cosa, Pedro, ¿tú veías mucho a tu padre?


—¿Qué tiene que ver eso?


—¿Tu padre trataba a tu hermana como si fuera una hija? ¿Era mucho mayor que tu madre?


—No trataba a Solange como si fuera una hija y tenía casi treinta años más que mi madre…


—Eso podría explicarlo todo —le interrumpió Paula.


—¿Explicar qué, que tu padre sedujo a mi hermana? No intentes inventar excusas.


—Muy bien, no lo haré —Paula se irguió en la silla—. Mi padre nunca escribió esa carta, Pedro. La letra es de mi abuelo, Elías Chaves, que debía tener más de cincuenta años cuando mantuvo una aventura con tu hermana. Lo cual, supongo, es aún peor.


—Tu abuelo —repitió Pedro, incrédulo.


—Sí, mi abuelo. Elías ha sido el nombre de todos los primogénitos de mi familia durante muchas generaciones... salvo en el caso de mi hermano Tomas. Mi padre nunca se llevó bien con mi abuelo y no quiso ponerle su nombre.


—No puedo creer que Solange…


—Mi padre y mi tía se quedaron horrorizados por el comportamiento de su padre cuando tuvieron edad para descubrir qué clase de hombre era —siguió Paula—. Era un mujeriego, la oveja negra de la familia. Mi abuelo y mi abuela llevaban vidas totalmente separadas, pero compartían la misma casa. Cuando murió, su nombre no volvió a ser mencionado nunca. Era un hombre terrible y toda la familia estaba avergonzada de él. ¿Nunca te has preguntado por qué mi tío Antonio, que es un pariente político, es el presidente del consejo de administración de Ingeniería Chaves?


Pedro la escuchaba, atónito.


—Mi tío Antonio era el gerente y la persona que se ocupaba de que la empresa no se hundiera hasta que mi padre fue mayor de edad. Mi abuelo no tenía cabeza para los negocios y se gastó una fortuna en mujeres. Así que ya ves, era una vergüenza para los Chaves.


—Paula…


—Ahora ya sabes la verdad. No soy psiquiatra, pero lo que intentaba decir antes es que quizá tu madre y tu hermana estaban buscando una figura paterna. ¿Quién sabe? Es asombroso cómo algunos episodios de la infancia afectan a la gente. Mira mi tío Camilo… ¿sabes por qué viste de esa forma y me anima a hacerlo a mí? ¿Te acuerdas del vestido de lamé plateado? Mi tío Camilo cree que mi padre y Tomas se han pasado intentando ser todo lo contrario a mi abuelo. Demasiado conservadores, demasiado estrictos, demasiado asustados de convertirse en Elias Chaves, el libertino. Y a lo mejor tiene razón.


—Paula… —Pedro alargó una mano para tocarla, pero ella se levantó a toda prisa.


—Que haya sido mi abuelo en vez de mi padre no cambia nada. Aunque me sorprende. Sueles ser tan concienzudo en todo lo que haces… ¿No te habías dado cuenta de que en la carta dice «si fuera un hombre libre, que no lo soy»? Eso debería haberte indicado que era un hombre casado. Cuando fue escrita, mis padres ni siquiera se conocían.


—No sé qué decir...


—No hay nada que decir. Aunque hubiera sido mi padre quien dejó embarazada a tu hermana… ¿por qué ibas a castigar a su hija? ¿Qué clase de retorcida venganza es ésa? —Le espetó Paula—. Pero la verdad es que, aunque estabas equivocado, has acabado siendo el ganador. Como siempre, supongo.


—Siento mucho haberme equivocado, Paula. No habría dicho nada aquel día en el yate de haberlo sabido… deja que te compense de alguna forma. Dime lo que quieres y será tuyo.


Paula quería su amor, pero sabía que nunca podría dárselo porque era una emoción desconocida para él.


—No lo entiendes, Pedro. No ha cambiado nada. Sólo te casaste para vengarte de los Chaves… y luego te indignas al saber que tomo la píldora —Paula sacudió la cabeza—. Me engañaste el día que me pediste que me casara contigo y me engañaste el día de nuestra boda. ¿Puedes devolverme la confianza, la ilusión? No, no lo creo. Y ahora, si no te importa, me voy a dormir. Me gustaría marcharme por la mañana. Lo antes posible.


Después de decir eso salió del comedor sin mirar atrás.




IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 56

 


El ama de llaves sirvió el café en un patio de estilo español y los dejó solos enseguida.


—No sabía que tu casa fuera tan antigua —murmuró ella, mirando alrededor. La casa de Pedro, a doscientos kilómetros de Lima, era una finca de estilo español, llena de cuadros, tapices y obras de arte originales que debían costar una fortuna.


—La familia Alfonso ha vivido aquí desde que mi antepasado, Sebastián Alfonso, llegó a Sudamérica con los conquistadores —respondió él, levantándose.


—Pero me contaste que tu bisabuelo había desheredado a tu abuela. ¿Cómo has recuperado la casa? Ah, espera, no me lo digas: le hiciste al propietario una oferta que no pudo rechazar —dijo Paula, sarcástica.


—No, no fue así. Mi bisabuelo la echó de aquí, pero años más tarde su hermano mayor, que lo había heredado todo, se arruinó y mi abuela le compró la casa. Durante los últimos diez años de su vida, mi madre y yo vivimos aquí con ella.


—Ah, ya veo. Tu abuela debió ser una mujer asombrosa —murmuró Paula. Hija desheredada de un rico hacendado, propietaria de un burdel para volver luego a la casa de su infancia… esa sí que era una jornada extraordinaria.


—Sí, lo era —asintió Pedro—. Una Alfonso con el coraje necesario para hacerle frente a todo. Desgraciadamente, mi madre y mi hermana no heredaron esa fuerza de carácter —dijo luego, tomándola del brazo—. Ven, creo que ha llegado el momento de la gran revelación.


La llevó a un estudio con paredes forradas de madera y, después de indicarle que se sentara en un sillón de cuero, abrió un cajón del que sacó un sobre.


—Lee la carta —le dijo—. Y luego llámame mentiroso si te atreves.


Con desgana, Paula tomó el sobre. El remite era la dirección de su casa en Kensington. No, no podía ser...


Luego empezó a leer.


Dos minutos después, doblaba cuidadosamente el papel y volvía a guardarlo en el sobre.


—Muy interesante —dijo, levantándose—. Pero, ¿te importaría que la estudiase en mi habitación? Estoy agotada del viaje. Podemos hablar de ello durante la cena.


—Sigues sin creerlo —murmuró Pedro, perplejo—. Nunca deja de asombrarme lo que es capaz de hacer una mujer para negar una verdad desagradable. Pero como tú quieras… cenaremos temprano, a las siete, para que puedas irte pronto a dormir.


Pedro no sabía qué pensar. Creyó que se pondría a llorar al leer la carta y comprobar que todo lo que había dicho de su padre era cierto, pero Paula no había mostrado emoción alguna. Claro que no debería sorprenderlo. Una vez lamentó haberle contado la verdad sobre su padre, pero ya no. Una vez había pensado que ése sería el único obstáculo en su matrimonio, pero fue antes de descubrir que Paula no tenía intención de ser la madre de sus hijos. Habría sido feliz como su amante, pero en cuanto a ser su esposa… era tan clasista como su padre.


Llevaba toda la vida soportando comentarios o rumores despectivos sobre su familia y ya no le molestaban. Pero había esperado que su mujer lo respetase. Sí, se alegraría de librarse de ella, pensó. Entonces se le ocurrió algo…


¿Por qué no mantenerla como amante hasta que se cansara de ese delicioso cuerpo suyo? Al fin y al cabo, eso era lo que Paula parecía querer.


No, inmediatamente decidió que su orgullo no se lo permitiría. Paula lo había utilizado como un semental. Y nadie usaba a Pedro Alfonso.


Airado, salió del estudio para echarles un vistazo a sus caballos… al menos, ellos eran leales.




martes, 6 de julio de 2021

IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 55

 


Para Paula, el vuelo a Perú fue terrible. Doce horas soportando el amargo silencio de Pedro. Lo amaba, seguramente lo amaría siempre, pero no había ningún futuro para ellos. Su matrimonio había terminado el día de la boda.


Incluso ahora, Pedro seguía insistiendo en esa ridícula historia sobre su padre... Sin embargo, en otro momento le había dicho que debía olvidarlo porque tanto su hermana como él estaban muertos.


Paula lo miró. Tenía la cabeza inclinada, concentrado mientras leía una revista económica. Se había quitado la chaqueta y el jersey negro se ajustaba a sus anchos hombros. Mientas leía, levantó una mano para apartarse el pelo de la cara, un gesto que le había visto hacer en innumerables ocasiones y que le parecía extrañamente enternecedor.


No, enternecedor no, no debía pensar eso. Aquella pantomima de matrimonio estaba a punto de terminar y aquél era el último acto. Sólo quedaban por delante las formalidades del divorcio. No se hacía ilusiones y seguramente era lo mejor.


Pedro le había dicho una vez que dejase de portarse como una cría… muy bien, eso era lo que iba a hacer.


Una mano en su hombro la despertó. Cuando abrió los ojos, Pedro estaba a su lado en la cama, con una camisa negra y una chaqueta de cuero del mismo color.


—Puedes desayunar en el avión. Nos vamos dentro de una hora.


—¿Nos vamos? ¿Dónde?


—A Perú.


—Pero después de lo de anoche…


—¿Pensabas que te dejaría? No, Paula. Vienes a Perú conmigo. Prometo demostrar lo degenerado que era tu padre enseñándote la carta. Al contrario que tú, yo cumplo mis promesas.