Para Paula, el vuelo a Perú fue terrible. Doce horas soportando el amargo silencio de Pedro. Lo amaba, seguramente lo amaría siempre, pero no había ningún futuro para ellos. Su matrimonio había terminado el día de la boda.
Incluso ahora, Pedro seguía insistiendo en esa ridícula historia sobre su padre... Sin embargo, en otro momento le había dicho que debía olvidarlo porque tanto su hermana como él estaban muertos.
Paula lo miró. Tenía la cabeza inclinada, concentrado mientras leía una revista económica. Se había quitado la chaqueta y el jersey negro se ajustaba a sus anchos hombros. Mientas leía, levantó una mano para apartarse el pelo de la cara, un gesto que le había visto hacer en innumerables ocasiones y que le parecía extrañamente enternecedor.
No, enternecedor no, no debía pensar eso. Aquella pantomima de matrimonio estaba a punto de terminar y aquél era el último acto. Sólo quedaban por delante las formalidades del divorcio. No se hacía ilusiones y seguramente era lo mejor.
Pedro le había dicho una vez que dejase de portarse como una cría… muy bien, eso era lo que iba a hacer.
Una mano en su hombro la despertó. Cuando abrió los ojos, Pedro estaba a su lado en la cama, con una camisa negra y una chaqueta de cuero del mismo color.
—Puedes desayunar en el avión. Nos vamos dentro de una hora.
—¿Nos vamos? ¿Dónde?
—A Perú.
—Pero después de lo de anoche…
—¿Pensabas que te dejaría? No, Paula. Vienes a Perú conmigo. Prometo demostrar lo degenerado que era tu padre enseñándote la carta. Al contrario que tú, yo cumplo mis promesas.
Uyyyyyyyyyyyyyyyyyy la que se va a armar me parece.
ResponderBorrarQue cabeza dura son los dos!!
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