Pedro intentó sujetar al caballo al oír las aspas de un helicóptero sobre su cabeza. Maximo otra vez…
Dos semanas antes lo encontró borracho y habían tenido una pelea.
Según Maximo, iba de cabeza al desastre. Había perdido a una mujer estupenda a quien, si tuviese valor, intentaría recuperar, estaba abandonando los negocios y no devolvía las llamadas…
Él le había dicho que lo dejase en paz, que no sabía nada. Pero cuando se marchó dejó de beber e hizo un par de llamadas para delegar el trabajo en sus ejecutivos. No quería volver a su antigua vida viajando por todo el mundo. De hecho, nada le interesaba… con una excepción: Paula.
Pedro volvió a los establos, desmontó y le entregó el caballo al mozo de cuadras.
—Cepíllalo bien —murmuró, dando un golpecito en el cuello del animal.
Máximo lo esperaba en la casa con cara de pocos amigos.
—¿Por qué no contestas a las llamadas? Llevo veinticuatro horas intentando ponerme en contacto contigo.
—Hola, Maximo.
—Al menos hoy tienes mejor aspecto que el otro día.
—El aire fresco ayuda mucho —admitió Pedro.
— Y para ayudar es precisamente por lo que yo estoy aquí. Es Paula.
—¿Qué pasa con Paula?
—Hemos estado vigilándola como nos pediste. Está en Caracas.
—¿En Caracas?
—Sí, ya sé que no es el sitio más seguro del mundo…
—Ahora sí que necesito una copa —Pedro entró en el salón para servirse un whisky—. ¿Qué hace en Caracas?
—Se ha unido a una expedición dirigida por Jeronimo Hardington y su mujer, Delia. Puede que hayas oído hablar de él, es un famoso buscador de tesoros. Están buscando un barco pirata hundido frente a las costas de Venezuela hace no sé cuántos años…
—¿Estás diciéndome que Paula ha ido a buscar un tesoro pirata?
—Lo sé, jefe. Suena raro, pero así es.
—No, en realidad no es tan raro —Pedro se tomó el whisky de un trago—. Es la clase de cosa que hace esa mujer... ¿por qué no se lo has impedido?
—Dijiste que la vigilásemos, nada más. Ayer intenté hablar contigo por teléfono, pero lo tenías desconectado…
—Ya, ya.
—Ahora mismo están anclados en el archipiélago de Los Roques. Y debo añadir que no es fácil localizarlos. Los buscadores de tesoros tienen mucho cuidado para no delatar su posición… levan el ancla y se marchan sin advertir a nadie.
—¿Y por qué has venido hasta aquí?
—Porque ayer hubo un aviso de huracán. Se dirige al Caribe y el barco de Paula está en su camino. Pensé que querrías saberlo. He alquilado una lancha y…
—Nos vamos en cinco minutos —lo interrumpió Pedro.
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