jueves, 24 de junio de 2021

IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 13

 

Pedro levantó la mirada y se encontró con la de Tomas Chaves. Se había sorprendido a sí mismo pidiéndole a Paula que se casara con él de forma tan precipitada. Lo tenía todo cuidadosamente planeado, el anillo en el bolsillo de la chaqueta, una cena romántica… en lugar de eso lo había soltado en la puerta de su casa como un idiota.


Pero, en fin, Paula estaba más sexy que el demonio esa noche, razonó.


Y había dicho que sí, de modo que… misión cumplida. Aunque no había dudado ni por un momento que ella aceptaría, se negaba a admitir que era la idea de que Paula pudiese salir con otro hombre lo que le había obligado a adelantar acontecimientos.


—Acabo de pedirle a Paula que se case conmigo —contestó, tomándola por la cintura—. Pero nos gustaría que nos dieras tu bendición.


—¿Es eso verdad, Paula? ¿Vas a casarte con Pedro? —preguntó su hermano.


—Sí, claro que sí.


—En ese caso, tenéis mi bendición —Pedro miró a su futuro cuñado a los ojos y en ellos vio ciertas reservas—. Pero eres mucho mayor que mi hermana y, si le haces daño, tendrás que responder ante mí.


—La protegeré con mi vida —anunció él. Y lo decía en serio; aunque por sus propias razones.


—Conociendo a Paula, y dada la carrera que ha elegido, no te envidio —bromeó Tomas luego.


—Tomas, por favor… vas a hacer que retire la proposición antes de que pueda darme el anillo —bromeó Paula.


—Nunca —anunció Pedro—. Yo te apoyaré en tu carrera, en todo lo que quieras hacer.


—Pues deja de mirarla con ojos de cordero degollado y vamos al salón —sonrío su hermano—. Esta noche tendremos una doble celebración… enseguida te darás cuenta de dónde te has metido, amigo mío.


Pedro sabía perfectamente dónde se estaba metiendo porque lo había preparado todo, de modo que se sorprendió al sentir algo parecido al remordimiento cuando Tomas hizo las presentaciones. A Tomas y Marina los conocía, por supuesto. Como a Antonio y Marisa Browning. Los hijos de los Browning parecían muy agradables y también su otra tía, Juana, la hermana pequeña de Sara Chaves. Luego estaba sir Camilo Deveral, con una chaqueta de terciopelo azul, una camisa amarilla y un chaleco rojo.


Aunque había leído todos los nombres en el informe del investigador privado, verlos en persona era un poco desconcertante. Y, a media que transcurría la cena, descubrió que era imposible odiarlos porque todos sin excepción le dieron la bienvenida a la familia de la manera más cálida.


—¿Qué te han parecido? —le preguntó Paula después mientras lo acompañaba a la puerta.


—Creo que tu tío Camilo es un personaje y tu familia es tan encantadora como tú —murmuró él, sacando una cajita del bolsillo.


Al verla, Paula sintió una felicidad tan profunda que no podía hablar.


—Quería hacer esto durante una cena romántica, pero las cosas no han ido como yo esperaba —sonrió Pedro, besando su mano antes de poner en su dedo anular un magnífico anillo de zafiros y diamantes.


Lágrimas de alegría asomaron a los ojos de Paula.


—Es precioso, me encanta. Te quiero, Pedro —declaró, echándole los brazos al cuello.


Él era todo lo que había soñado y que hubiese dicho delante de Tomás que la apoyaría en su carrera disipó cualquier tipo de duda.


Había conseguido lo que quería: casarse con la hija de Elías Chaves, la sobrina de un caballero de la Orden del Imperio Británico.


Aunque a él le daban igual los títulos nobiliarios, para Elias Chaves habían sido lo más importante.


Su expresión se oscureció. Según su madre, veintiséis años antes, Elias Chaves había seducido a su hermana, que entonces tenía dieciocho, durante unas vacaciones en Grecia. Él tenía once años entonces y estaba en un internado, de modo que no supo nada. Cuando su hermana murió meses después en un accidente de coche se quedó desolado, pero sólo tras la muerte de su madre había comprendido la traición de Chaves por la carta dirigida a Solange que encontró entre sus pertenencias.


Elias Chaves la había dejado embarazada antes de volver a Londres y, cuando ella se puso en contacto para hablarle del embarazo, él le escribió diciendo que no creía que el niño fuera suyo. Y luego añadía que sabía que Solange era hija ilegítima y su madre, hija de la propietaria de un burdel, la amante de un millonario griego. Con tal pedigrí, le decía: «no me casaría contigo aunque fuese un hombre libre, que no lo soy». El orgulloso apellido Chaves nunca se vería emparentado con el apellido Alfonso.


Cinco meses después, Solange había leído en un periódico británico el anuncio de su boda con la hermana de sir Camilo Tomas Deveral, Sara Deveral, y abandonando toda esperanza, se suicidó. Matándose ella misma y al hijo que llevaba en su seno.



miércoles, 23 de junio de 2021

IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 12

 


Las semanas que siguieron fueron como un cuento de hadas para Paula.


Estaba enamorada de Pedro Alfonso.


El amor que había creído sentir por Nicolás no era nada comparado con lo que Pedro la hacía sentir y sería absurdo negárselo a sí misma. Sólo tenía que oír el tono melodioso de su voz para que se le doblaran las rodillas y, cuando la tocaba, un escalofrío la recorría de arriba abajo. Lo deseaba como nunca había soñado desear a un hombre; un deseo que la mantenía en estado de perpetua excitación.


Cuatro semanas después, pensando en esa primera noche mientras se maquillaba frente al espejo, sintió un cosquilleo en el vientre. Pero eso era algo que le pasaba cada vez que pensaba en Pedro. Una sonrisa secreta iluminó su cara mientras se pasaba un cepillo por el pelo.


Pedro llevaba una semana en Nueva York y estaba deseando volver a verlo. De hecho, estaba más que deseando verlo porque, por alguna razón desconocida, lo que ocurrió esa primera noche no había vuelto a repetirse.


Habían cenado juntos, habían ido al teatro y se habían besado. Y en una ocasión, cuando acudieron juntos a un estreno de cine, Pedro les confirmó a los fotógrafos que eran pareja.


Pero era la parte sexual de la relación lo que sorprendía a Paula.


Aunque ella era inocente, sabía en su corazón que deseaba hacer el amor con él. Dada su reputación de mujeriego, lo único que podía esperar era que la invitase a tomar una copa en su casa, pero no había sido así. Al contrario, Pedro se apartaba después de un beso o dos mientras ella se quedaba esperando más…


Después de estar separados una semana, al día siguiente sería el día, pensó mientras se ponía unos diminutos diamantes en las orejas. Pero antes iba a disfrutar de la fiesta de cumpleaños de su tío, sir Camilo Deveral.


El hermano de su madre era soltero y cenar con él el día de su cumpleaños se había convertido en una tradición familiar. Paula se había arreglado con sumo cuidado porque sabía que a su tío le gustaba que las mujeres se pusieran muy guapas.


Era un encanto y ella lo adoraba. Había pasado muchos veranos en su casa, Deveral Hall en Lincolnshire, o en su villa de Corfú. Cuando sus sueños infantiles de ser bailarina se esfumaron debido a su estatura, fue su tío quien le dijo que no perdiese el tiempo llorando por las cosas que no podía cambiar. Y luego hizo que se interesase por la arqueología marina, por la vela y la natación en las cálidas agua del mar Egeo.


En realidad, había sido fundamental en su decisión de convertirse en arqueóloga marina.


Paula sonrió. El vestido de lamé plateado se ajustaba a cada curva de su cuerpo como una segunda piel, para terminar por encima de la rodilla.


Llevaba el pelo suelto y unas sandalias de tacón altísimo que realzaban sus piernas.


Seguía sonriendo mientras bajaba para reunirse con su familia. A su tío le encantaría el vestido; Nicolas siempre decía que los hombres de la familia Chaves eran demasiado conservadores y, por esa razón, siempre aparecía el día de su cumpleaños con chaquetas de terciopelo y chalecos escandalosos.


Llegó al pie de la escalera y se dirigía al salón, donde oía risas, cuando oyó que sanaba el timbre.


—Yo abro, Monica —le dijo al ama de llaves cuando la mujer salió apresuradamente de la cocina.


Pero al abrir la puerta se quedó boquiabierta.


Pedro, ¿qué haces aquí? Pensé que no volvías hasta mañana.


—Evidentemente, he llegado justo a tiempo —replicó él, mirándola de arriba abajo—. Estás increíble… aunque me resulta imposible creer que te vistas así para pasar la noche en casa. ¿Quién es mi competidor? —le preguntó. Y, sin darle tiempo a contestar, la tomó por la cintura para buscar sus labios en un beso posesivo.


Cuando por fin la saltó, Paula tuvo que hacer un esfuerzo para llevar aire a sus pulmones.


—¿Por qué has hecho eso?


—Para recordarte que eres mía. Dime, ¿quién es él?


—Estás celoso —rió Paula—. No lo estés, Pedro. No hay otro hombre. Hoy es el cumpleaños de mi tío Camilo. Ven, contigo seremos un número par en la mesa.


—Te he echado de menos —murmuró él, mirándola ansiosamente—. Pero tengo que hablar con Tomas.


—¿Por qué?


—Quiero casarme contigo y antes tengo que pedirle permiso.


—¿Qué?


—Ya me has oído. Cásate conmigo, Paula. No puedo esperar más.


No era la proposición más romántica del mundo, pero los ojos de Paula se llenaron de lágrimas. De repente, lo entendió todo. Pedro, el maravilloso Pedro, el hombre al que amaba con toda su alma, quería casarse con ella. Ahora su comportamiento tenía sentido. Había oído rumores sobre sus muchas amantes, pero con ella se había portado como un caballero anticuado porque que ría algo más… quería que fuera su mujer.


—¡Sí, oh, sí! —exclamó, echándose en sus brazos.


—¿Se puede saber qué pasa aquí?




IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 11

 


La llevó a un exclusivo restaurante en la mejor zona de Londres donde la cocina era soberbia y Pedro el perfecto compañero. Tenía una conversación interesante, ingeniosa y, poco a poco, Paula fue relajándose.


Le contó que pasaba mucho tiempo viajando porque su trabajo lo llevaba a Nueva York, Sidney, Londres y Grecia, donde poseía una isla a la que sólo se podía llegar en helicóptero. Pero intentaba pasar los meses de invierno en su finca de Perú.


Sin darse cuenta, Paula estaba ya casi enamorada de él para cuando la llevó de vuelta a casa.


—Admítelo, Paula, lo has pasado bien —Pedro sonreía mientras detenía el coche en la puerta de su casa—. No soy el ogro que pensabas que era, ¿no?


—Es verdad que eres más civilizado de lo que yo esperaba y sí, lo he pasado bien —admitió ella. Quizá porque el champán que había bebido la hacía sentir un poquito demasiado alegre—. Pero sigues siendo demasiado arrogante.


—Es posible, pero… ¿podemos cenar juntos mañana?


—Sí, podemos.


Paula cerró los ojos cuando él inclinó la cabeza para buscar sus labios.


El segundo beso fue mejor que el primero y, esa vez, cuando le echó los brazos al cuello sabía lo que estaba haciendo. Pero cuando sintió el roce de su mano acariciando sus pechos por encima del vestido empezó a temblar.


Respiraba su aroma masculino, medio mareada, el beso tan apasionado, tan ardiente que no quería parar. Cuando Pedro deslizó los tirantes del vestido sobre sus hombros se estremeció, pero no puso ninguna objeción mientras los bajaba para revelar sus pechos desnudos.


Mientras los acariciaba, sus largos dedos rozando la punta de los pezones, una fiera sensación viajó desde sus pechos hasta su vientre, creando un río de lava entre sus muslos. Paula dejó escapar un gemido cuando se metió uno en la boca y empezó a tirar de él con los labios hasta dejarla convertida en una masa temblorosa de sensaciones que nunca había experimentado antes, que nunca había sabido que existieran.


A la vez que ella enterraba los dedos en su pelo para sujetarlo allí, para que no se apartase, sintió que metía las manos bajo la falda del vestido, sus largos dedos trazando la delgada tira de encaje entre sus piernas. Involuntariamente, Paula las abrió y él apartó a un lado las braguitas…


—¡Dios mío! —exclamó Pedro, apartándose—. ¿Qué estoy haciendo?


Ella lo miró, tumbada sobre el asiento, totalmente abandonada, los ojos azules brillando de auténtico deseo carnal por primera vez en sus veinticuatro años de vida.


Rápidamente, él estiró su falda, colocando luego los tirantes del vestido sobre sus hombros.


—Así está mejor —murmuró con los ojos oscurecidos.


Paula seguía temblando, pero se dio cuenta de que Pedro no parecía tan afectado como ella.


—Lo siento, no quería llegar tan lejos… en el coche, además. Le prometí a tu hermano que cuidaría de ti.


—Le prometiste a mi hermano… ¿quieres decir que Tomas ha tenido valor para…? ¡Lo mato! Por lo visto se le ha olvidado que soy una adulta y perfectamente capaz de cuidar de mí misma.


— Yo no estoy tan seguro —murmuró él entonces—. Pero será mejor que entres en casa… antes de que pierda el control por completo —añadió, saliendo del coche para abrirle la puerta—. No voy a entrar, no me atrevo —dijo luego, depositando un beso en su frente—. Te llamaré mañana.


Luego esperó mientras Paula, nerviosa y, sobre todo, frustrada, buscaba la llave en el bolso y desaparecía en el interior.




IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 10

 


El destino, o lo que fuera, hizo que sonara el teléfono cuando entraba en el salón. Era Pedro.


—Es muy difícil localizarte, Paula. Pero me gustan los retos. ¿Cenamos juntos esta noche?


Paula decidió entonces hacer lo que llevaba días deseando hacer secretamente y le dijo que sí.


Luego fue a ver un apartamento, pero no le gustó. Pasó el resto de la mañana en el museo y la tarde de compras, buscando un vestido que dejase Pedro Alfonso boquiabierto.


Paula sonrió, contenta, al verse reflejada en el espejo. Estirando los hombros, tomó el bolso y un chal azul a juego con el vestido y salió de la habitación. Estaba nerviosa, pero no se le notaba cuando entró en el salón.


Pedro Alfonso iría a buscarla a las siete y eran las siete menos diez.


—¿Qué tal estoy, Marina?


—Estás preciosa, Paula.


Ella se volvió al oír una voz masculina, sorprendida al ver a Pedro.


—Gracias —aceptó el cumplido con una sonrisa, aunque le costó trabajo. Le había parecido peligroso con su disfraz de ángel caído, pero con un traje gris, camisa blanca y corbata de seda estaba para quitar el hipo—. Llegas temprano.


Se había detenido a un metro de ella, mirándola de arriba abajo con un deseo que no podía disimular. Pero cuando la miró a los ojos, algo en ellos hizo que Paula se quedara sin aliento.


Por segunda vez en una semana, Pedro Alfonso no pudo controlar su excitación al ver a Paula Chaves. La había visto con un traje de látex y el pelo suelto, pero la Paula que estaba delante de él ahora era la sofisticación personificada.


El pelo rubio sujeto en un moño francés, los enormes ojos azules acentuados inteligentemente por el uso de cosméticos, el brillo de sus labios rojos…


En cuanto al vestido, era evidentemente de diseño. Él había comprado suficientes como para saberlo. Azul claro, a juego con sus ojos, cortado al bies, el cuerpo sujeto por dos finos tirantes, se ajustaba sobre sus firmes pechos marcando la cintura y cayendo luego en capa por encima de las rodillas. No demasiado corto, lo suficiente como para que un hombre fantasease con la idea de meter la mano por debajo…


—Estás preciosa, Paula. Seré la envidia de todos los hombres del restaurante —Pedro tomó el chal de cachemira que llevaba en las manos y se lo puso sobre los hombros—. ¿Nos vamos?


Desde luego, no sería esfuerzo alguno acostarse con Paula Chaves; los detalles de cuándo y cómo eran lo único que tenía que decidir, pensó mientras intentaba controlar su libido.


Tomas Chaves, a pesar de su agradable disposición, lo había llevado aparte cuando había llegado para decirle que esperaba que se comportase como un caballero y volviese a casa a una hora razonable. Y Pedro, a quien nadie se atrevía a dar consejos, se había sorprendido demasiado como para contestar cuando Paula había entrado en el salón.


Podía entender la preocupación de Tomas, claro, pero eso le recordó que él no pudo cuidar de su hermana y el recuerdo lo enfureció.


Pedro le abrió la puerta de un Bentley plateado antes de sentarse frente al volante.


—¿Dónde me llevas? —preguntó Paula, intentando disimular los nervios.


—A cenar —contestó él, acariciando su pelo y, a la vez, empujando su cabeza sutilmente hacia delante—. Pero después a mi cama.


La provocativa respuesta hizo que Paula se quedase boquiabierta y Pedro aprovechó la oportunidad para besarla; un beso cálido, apasionado y tierno a la vez. Le temblaban los labios mientras él sujetaba su barbilla con dedos firmes, la punta de su lengua buscando la suya en un gesto tan erótico que despertó un incendio en su interior. Sin darse cuenta de lo que hacía, levantó los brazos para ponerlos alrededor de su cuello…


—Paula —dijo él entonces—. Paula, tenernos que irnos.


Ella estaba atónita. ¿De verdad le había echado los brazos al cuello?


De repente, el calor que sentía se convirtió en rubor.


—¿Por qué has hecho eso?


—Creo que el primer beso hay que darlo de inmediato en lugar de esperar toda la noche. Y tú me has hecho esperar una semana.


—Me sorprende que hayas seguido llamando —sonrió Paula, sintiéndose de repente increíblemente feliz. Todas las dudas y miedos sobre Pedro disipadas por aquel beso.


—Yo también estoy sorprendido. Normalmente si una mujer no se muestra interesada no vuelvo a molestarme. Pero en tu caso he hecho una excepción. Deberías sentirte halagada.


Paula soltó una carcajada.


—Eres increíblemente arrogante.


—Sí, pero te gusto —sonrió Pedro, mientras arrancaba el coche.



martes, 22 de junio de 2021

IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 9

 


—Por favor, Paula, ¿quieres dejar de comer esos asquerosos huevos fritos y hacerme caso? —Exclamó Marina—. Tienes que cenar con él. Te ha enviado rosas todos los días y el ama de llaves está cansada de apuntar sus mensajes. Esta casa está llena de flores y, en mi estado, voy a terminar con fiebre del heno.


Paula terminó sus huevos fritos y sonrió a su cuñada.


—Ya te he dicho que podéis tirar las flores a la basura. No me interesan.


—Mentirosa. Ninguna mujer es inmune a los encantos de Pedro Alfonso. El problema es que te dan miedo los hombres desde lo que pasó con Nicolás. No has salido con nadie en serio desde entonces.


—¿Moi? —Paula se llevó una mano al corazón—. Yo no tengo miedo de nadie, pero Pedro Alfonso es un demonio. No hay más que verlo.


—Tonterías…


—Es un hombre con el que ninguna mujer sensata tendría una relación.


—Olvídate de ser sensata y vive un poco. Llevas varios meses en casa y la investigación en el museo sólo te ocupa un par de días a la semana. Estamos en primavera, cuando los jóvenes piensan en el amor…


Pedro Alfonso no es precisamente joven.


—¿Qué más da que tenga diez o doce años más que tú? Una aventura apasionada con un hombre experimentado te vendría muy bien.


—No lo creo. Además, ahora mismo no tengo tiempo para esas cosas. Voy a ver apartamentos —respondió Paula para cambiar de tema porque Pedro Alfonso había ocupado gran parte de sus pensamientos desde que lo conoció y eso no le gustaba en absoluto. Se había negado a responder a sus llamadas, pero sobre las rosas no podía hacer nada.


—Por favor, olvídate del apartamento. Ésta es la casa de tu familia, lo ha sido durante generaciones y es suficientemente grande para todos.


Marina puso los ojos en blanco, sin entender que alguien quisiera irse a un apartamento teniendo una casa como aquélla en el corazón de Kensington.


—Ya tengo edad para vivir sola —dijo Paula.


—Yo no quiero que te vayas y a ti no te gustaría vivir sola, admítelo. Y también deberías admitir que Pedro Alfonso te gusta. Me he dado cuenta de que te pones colorada cada vez que alguien menciona su nombre. A mí no me engañas.


Paula suspiró.


—Tu problema, Marina, es que me conoces demasiado bien. Pero voy a buscar apartamento de todas formas. Después de todo, si voy a tener una apasionada aventura, debería tener mi propio apartamento. Supongo que no querrías que trajese a mis amantes aquí, donde tu preciosa niñita podría ver y oír cosas inconvenientes —dijo, sonriendo.


—¿Vas a hacerlo? ¿Vas a salir con él?


—No lo sé. Si vuelve a llamar a lo mejor me lo pienso. ¿Contenta?


—¿Qué vas a pensarte? —preguntó Tomas, entrando en la cocina con su hija en brazos.


—Paula va a salir con Pedro Alfonso —anunció Marina.


—¿Tú crees que eso es sensato? —Preguntó su hermano—. Es mucho mayor que tú. ¿Seguro que sabes lo que haces? Pedro Alfonso es un genio de las finanzas, pero como persona… es el tipo de hombre que hace que uno quiera encerrar a su mujer o a sus hermanas en casa. Tiene fama de mujeriego y…


—¡No me lo puedo creer! —Exclamó Paula—. Os quiero mucho, pero deberíais coordinar vuestras opiniones.


Riendo, salió de la cocina.





IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 8

 


Fue una sorpresa que Pedro Alfonso le pidiera el siguiente baile.


Paula iba a decir que no, pero Máximo había tomado la mano de Eloísa para llevarla a la pista y la mirada hostil que la mujer lanzó sobre Pedro dejaba claro que no le gustaba nada el cambio de pareja.


—Vamos, Paula—la animó su hermano—. A ti te encanta bailar. Y, por lo visto, Antonio y yo somos unos inútiles. Pedro es tu única oportunidad.


—Gracias, hermano —replicó ella, levantándose de mala gana.


—Tu hermano no es muy sutil —sonrió Pedro—. Pero si así consigo tenerte entre mis brazos, no me quejaré.


Le pasó un brazo firmemente por la cintura, la fuerte mano rozando su cadera. El roce era demasiado personal en opinión de Paula, pero en cuanto llegaron a la pista y la tomó entre sus brazos se estiró, decidida a resistir el inexplicable deseo de dejarse caer sobre su pecho.


—Bailas el tango de maravilla… la verdad es que Máximo me ha dado mucha envidia. Aunque, si quieres que te sea sincero, el baile no es uno de mis talentos. Espero que no te lleves una desilusión.


Desilusión… Paula no lo creía. Mientras bailaban, su capa negra los envolvía a los dos, creando una extraña intimidad. Y el roce de las piernas masculinas aceleraba su pulso. El maldito traje de látex no ayudaba nada; al contrario, enfatizaba cada roce. Y dudaba que Pedro Alfonso hubiera desilusionado alguna vez a una mujer. Desde luego, no a la bonita Eloísa.


Pensar eso la animó lo suficiente como para contestar:

—No lo creo.


Sabía que era atractiva y estaba acostumbrada a que los hombres intentasen coquetear con ella, pero desde que rompió con Nicolás había aprendido a quitárselos de encima sin ningún problema.


— Y también creo, señor Alfonso, que un hombre como usted es absolutamente consciente de sus talentos y los explota para su propio interés.


Pedro Alfonso podía hacer que su corazón se acelerase y sintiera calor por todo el cuerpo, pero no tenía intención de dejarse seducir por él.


—Como estoy segura de que las revistas del corazón, y su amiga Eloísa, podrían confirmar —añadió, irónica.


—Ah, veo que has estado escuchando cotilleos. ¿Qué te han contado, que crecí en un burdel rodeado de mujeres? Pues siento desilusionarte, pero no es verdad. Aunque mi abuela tenía uno —admitió él—. Y dice bien poco de los hombres que ganase tanto dinero. El suficiente para enviar a su hija a los mejores colegios de Suiza.


Paula lo miró, atónita por aquella admisión.


—En Europa se enamoró de un hombre griego que, desgraciadamente, estaba casado —siguió Pedro—. Pero tuvo la decencia de comprarle una casa en Corinto, donde yo nací. Murió cuando yo tenía doce años y mi madre decidió volver a Perú.


—Lo siento mucho. Pobrecito… —murmuró ella, compadecida.


—Debería haber imaginado que sentirías pena por mí. Eres tan ingenua —dijo Pedro entonces—. Como amante de un millonario, mi madre nunca fue pobre y tampoco lo fui yo —añadió, mirándola a los ojos—. Siento desilusionarte, pero estás desperdiciando tu compasión conmigo.


—¿Y por qué me has contado todo eso?


No parecía el tipo de hombre que desnudaba su alma delante de un extraño.


—Quizá porque quería que te relajases.


—¿Todo es mentira? —preguntó ella, sorprendida.


—No todo. Soy un bastardo —sonrió Pedro, deslizando la mano por su espalda, empujándola un poco más hacia su torso—. Y como tú misma has dicho, uso mi talento para conseguir lo que quiero. Y te quiero a ti, Paula Chaves.


Atónita, ella miró esos ojos negros y vio un brillo de deseo que no intentaba esconder.


—Eres un demonio…


—Un ángel caído —la corrigió Pedro, apretándola contra sí para que notase su evidente excitación—. Y por cómo tiemblas, sé que tú también me deseas. La atracción entre nosotros ha sido inmediata. Y no me digas que no porque yo sé que es así.


—Eres increíble —consiguió decir Paula. Aunque no podía negar que estaba temblando, no tenía la menor intención de sucumbir ante aquel hombre—. Coquetear conmigo cuando has venido con tu novia…


—Eloísa es una vieja amiga, no mi novia. Y está casada. Es una estrella de la televisión famosa en Sudamérica, pero quiere ser famosa en el mundo entero. Por eso está aquí. Ha venido para firmar un contrato como protagonista de un musical el año que viene. Mañana volverá con su marido, así que no tienes por qué estar celosa.


—¿Celosa yo? ¿Estás loco? Pero si ni siquiera te conozco…


—Eso podemos remediarlo. Mañana te llamaré para cenar —anunció Pedro, soltándola—. Pero ahora creo que lo mejor será volver a la mesa antes de que la gente empiece a murmurar. La música ha terminado.


Paula no se había dado cuenta y, avergonzada, lo siguió.


Lo siguió como un cordero yendo al matadero, se dio cuenta después… mucho después.




IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 7

 


Aquella mujer no tenía miedo de exhibirse, pensó. Y, dado el fuego y la pasión que había mostrado durante el tango, no debía de ser tan inocente. Tanta pasión no podía ceñirse sólo a una pista de baile. Según el informe que le había enviado el investigador privado había estado prometida una vez y, seguramente, habría habido más hombres en su vida.


De repente, después de decidir que no la tocaría aunque fuese la última mujer en la tierra, Pedro estaba imaginando su cuerpo desnudo y tuvo que hacer un esfuerzo para controlarse… algo que no le había pasado en años.


Pensativo, frunció el ceño mientras volvía con Eloísa a la mesa. Había decidido destruir a la familia Chaves quedándose con su empresa, pero ahora veía un escenario alternativo, una manera maquiavélica de conseguir lo que quería. Y esa posibilidad de justicia romántica le hizo sonreír de forma siniestra.


El matrimonio no le había interesado nunca pero tenía treinta y siete años, un momento ideal para casarse y tener un heredero. Él criaba caballos en Perú y, al menos físicamente, Paula Chaves parecía un buen espécimen para criar, pensó, sarcástico. En cuanto a sus valores morales, no le molestaba que hubiera habido hombres en su pasado. Claro que podría haber alguno en su vida en aquel momento, pero él no tenía miedo de la competencia. Con su dinero, el problema para él era quitarse a las mujeres de en medio. Y Paula había ido sola al baile, de modo que, por el momento, tenía el camino libre.


—Gracias, Máximo —Paula seguía sonriendo mientras su compañero de baile la llevaba a la mesa—. Lo he pasado muy bien.


—Me alegra comprobar que el dinero que se gastaron nuestros padres enviándonos a una escuela de baile no fue un gasto inútil —rió Tomas.


—En tu caso, sí —replicó Marina—. Me has pisado más de cuatro veces.


—A mí me pasa igual —protesto su tía Marisa—. Después de cuarenta años de matrimonio e innumerables intentos, Antonio sigue sin saber dar un paso de baile.


Paula soltó una carcajada, sin darse cuenta de que la otra pareja había vuelto a la mesa.