miércoles, 23 de junio de 2021

IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 11

 


La llevó a un exclusivo restaurante en la mejor zona de Londres donde la cocina era soberbia y Pedro el perfecto compañero. Tenía una conversación interesante, ingeniosa y, poco a poco, Paula fue relajándose.


Le contó que pasaba mucho tiempo viajando porque su trabajo lo llevaba a Nueva York, Sidney, Londres y Grecia, donde poseía una isla a la que sólo se podía llegar en helicóptero. Pero intentaba pasar los meses de invierno en su finca de Perú.


Sin darse cuenta, Paula estaba ya casi enamorada de él para cuando la llevó de vuelta a casa.


—Admítelo, Paula, lo has pasado bien —Pedro sonreía mientras detenía el coche en la puerta de su casa—. No soy el ogro que pensabas que era, ¿no?


—Es verdad que eres más civilizado de lo que yo esperaba y sí, lo he pasado bien —admitió ella. Quizá porque el champán que había bebido la hacía sentir un poquito demasiado alegre—. Pero sigues siendo demasiado arrogante.


—Es posible, pero… ¿podemos cenar juntos mañana?


—Sí, podemos.


Paula cerró los ojos cuando él inclinó la cabeza para buscar sus labios.


El segundo beso fue mejor que el primero y, esa vez, cuando le echó los brazos al cuello sabía lo que estaba haciendo. Pero cuando sintió el roce de su mano acariciando sus pechos por encima del vestido empezó a temblar.


Respiraba su aroma masculino, medio mareada, el beso tan apasionado, tan ardiente que no quería parar. Cuando Pedro deslizó los tirantes del vestido sobre sus hombros se estremeció, pero no puso ninguna objeción mientras los bajaba para revelar sus pechos desnudos.


Mientras los acariciaba, sus largos dedos rozando la punta de los pezones, una fiera sensación viajó desde sus pechos hasta su vientre, creando un río de lava entre sus muslos. Paula dejó escapar un gemido cuando se metió uno en la boca y empezó a tirar de él con los labios hasta dejarla convertida en una masa temblorosa de sensaciones que nunca había experimentado antes, que nunca había sabido que existieran.


A la vez que ella enterraba los dedos en su pelo para sujetarlo allí, para que no se apartase, sintió que metía las manos bajo la falda del vestido, sus largos dedos trazando la delgada tira de encaje entre sus piernas. Involuntariamente, Paula las abrió y él apartó a un lado las braguitas…


—¡Dios mío! —exclamó Pedro, apartándose—. ¿Qué estoy haciendo?


Ella lo miró, tumbada sobre el asiento, totalmente abandonada, los ojos azules brillando de auténtico deseo carnal por primera vez en sus veinticuatro años de vida.


Rápidamente, él estiró su falda, colocando luego los tirantes del vestido sobre sus hombros.


—Así está mejor —murmuró con los ojos oscurecidos.


Paula seguía temblando, pero se dio cuenta de que Pedro no parecía tan afectado como ella.


—Lo siento, no quería llegar tan lejos… en el coche, además. Le prometí a tu hermano que cuidaría de ti.


—Le prometiste a mi hermano… ¿quieres decir que Tomas ha tenido valor para…? ¡Lo mato! Por lo visto se le ha olvidado que soy una adulta y perfectamente capaz de cuidar de mí misma.


— Yo no estoy tan seguro —murmuró él entonces—. Pero será mejor que entres en casa… antes de que pierda el control por completo —añadió, saliendo del coche para abrirle la puerta—. No voy a entrar, no me atrevo —dijo luego, depositando un beso en su frente—. Te llamaré mañana.


Luego esperó mientras Paula, nerviosa y, sobre todo, frustrada, buscaba la llave en el bolso y desaparecía en el interior.




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