miércoles, 23 de junio de 2021

IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 10

 


El destino, o lo que fuera, hizo que sonara el teléfono cuando entraba en el salón. Era Pedro.


—Es muy difícil localizarte, Paula. Pero me gustan los retos. ¿Cenamos juntos esta noche?


Paula decidió entonces hacer lo que llevaba días deseando hacer secretamente y le dijo que sí.


Luego fue a ver un apartamento, pero no le gustó. Pasó el resto de la mañana en el museo y la tarde de compras, buscando un vestido que dejase Pedro Alfonso boquiabierto.


Paula sonrió, contenta, al verse reflejada en el espejo. Estirando los hombros, tomó el bolso y un chal azul a juego con el vestido y salió de la habitación. Estaba nerviosa, pero no se le notaba cuando entró en el salón.


Pedro Alfonso iría a buscarla a las siete y eran las siete menos diez.


—¿Qué tal estoy, Marina?


—Estás preciosa, Paula.


Ella se volvió al oír una voz masculina, sorprendida al ver a Pedro.


—Gracias —aceptó el cumplido con una sonrisa, aunque le costó trabajo. Le había parecido peligroso con su disfraz de ángel caído, pero con un traje gris, camisa blanca y corbata de seda estaba para quitar el hipo—. Llegas temprano.


Se había detenido a un metro de ella, mirándola de arriba abajo con un deseo que no podía disimular. Pero cuando la miró a los ojos, algo en ellos hizo que Paula se quedara sin aliento.


Por segunda vez en una semana, Pedro Alfonso no pudo controlar su excitación al ver a Paula Chaves. La había visto con un traje de látex y el pelo suelto, pero la Paula que estaba delante de él ahora era la sofisticación personificada.


El pelo rubio sujeto en un moño francés, los enormes ojos azules acentuados inteligentemente por el uso de cosméticos, el brillo de sus labios rojos…


En cuanto al vestido, era evidentemente de diseño. Él había comprado suficientes como para saberlo. Azul claro, a juego con sus ojos, cortado al bies, el cuerpo sujeto por dos finos tirantes, se ajustaba sobre sus firmes pechos marcando la cintura y cayendo luego en capa por encima de las rodillas. No demasiado corto, lo suficiente como para que un hombre fantasease con la idea de meter la mano por debajo…


—Estás preciosa, Paula. Seré la envidia de todos los hombres del restaurante —Pedro tomó el chal de cachemira que llevaba en las manos y se lo puso sobre los hombros—. ¿Nos vamos?


Desde luego, no sería esfuerzo alguno acostarse con Paula Chaves; los detalles de cuándo y cómo eran lo único que tenía que decidir, pensó mientras intentaba controlar su libido.


Tomas Chaves, a pesar de su agradable disposición, lo había llevado aparte cuando había llegado para decirle que esperaba que se comportase como un caballero y volviese a casa a una hora razonable. Y Pedro, a quien nadie se atrevía a dar consejos, se había sorprendido demasiado como para contestar cuando Paula había entrado en el salón.


Podía entender la preocupación de Tomas, claro, pero eso le recordó que él no pudo cuidar de su hermana y el recuerdo lo enfureció.


Pedro le abrió la puerta de un Bentley plateado antes de sentarse frente al volante.


—¿Dónde me llevas? —preguntó Paula, intentando disimular los nervios.


—A cenar —contestó él, acariciando su pelo y, a la vez, empujando su cabeza sutilmente hacia delante—. Pero después a mi cama.


La provocativa respuesta hizo que Paula se quedase boquiabierta y Pedro aprovechó la oportunidad para besarla; un beso cálido, apasionado y tierno a la vez. Le temblaban los labios mientras él sujetaba su barbilla con dedos firmes, la punta de su lengua buscando la suya en un gesto tan erótico que despertó un incendio en su interior. Sin darse cuenta de lo que hacía, levantó los brazos para ponerlos alrededor de su cuello…


—Paula —dijo él entonces—. Paula, tenernos que irnos.


Ella estaba atónita. ¿De verdad le había echado los brazos al cuello?


De repente, el calor que sentía se convirtió en rubor.


—¿Por qué has hecho eso?


—Creo que el primer beso hay que darlo de inmediato en lugar de esperar toda la noche. Y tú me has hecho esperar una semana.


—Me sorprende que hayas seguido llamando —sonrió Paula, sintiéndose de repente increíblemente feliz. Todas las dudas y miedos sobre Pedro disipadas por aquel beso.


—Yo también estoy sorprendido. Normalmente si una mujer no se muestra interesada no vuelvo a molestarme. Pero en tu caso he hecho una excepción. Deberías sentirte halagada.


Paula soltó una carcajada.


—Eres increíblemente arrogante.


—Sí, pero te gusto —sonrió Pedro, mientras arrancaba el coche.



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