domingo, 6 de junio de 2021

NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 14


A Paula no le habían dado plantón desde el primer año de instituto. Pero allí estaba, esperando a un hombre que no aparecía.


Estaba segura de que habían quedado a las cuatro para hablar del divorcio, pero eran las cinco menos cuarto y no había ni rastro de Pedro.


Nerviosa, Paula paseó por la cocina, deteniéndose de vez en cuando frente a la ventana para mirar hacia el camino.


Pedro no había parecido contento cuando se lo dijo, pero después de la llamada de Susy decidió no esperar más. Además, esa era la razón por la que estaba allí. Cuando llegasen a un acuerdo se dedicaría a organizar la gala y luego se marcharía. Tenía un negocio que llevar y una hija de la que cuidar y debía encontrar la manera de hacer las dos cosas.


–¿Dónde demonios está? –le preguntó a Maite.


La niña estaba tumbada en el suelo, sobre una mantita, entreteniéndose con una caja de música que tocaba la misma canción una y otra vez y que estaba volviendo loca a Paula. Pero Maite estaba tranquila y eso era lo importante.


Al menos, Pedro podría haber llamado, pensaba. Quince minutos antes había intentado localizarlo en el móvil, pero le saltaba el buzón de voz.


Tenía que darle el biberón a Maite y no podía esperar más, de modo que empezó a prepararlo. Pero en ese momento sonó el timbre.


–Por fin. Ven conmigo, cariño –murmuró, tomando a Maite en brazos antes de abrir la puerta. –Ah, hola, Elena.


–Hola, señora Alfonso –la saludó el ama de llaves. –Pedro ha tenido un accidente de coche esta mañana…


Paula se quedó sin aliento.


–¿Cómo está?


–Bien, bien –respondió Elena. –Creo que está más enfadado que otra cosa. Alguien se saltó un semáforo en rojo y chocó contra su camioneta, pero el airbag evitó que sufriese heridas graves.


–¿Dónde está?


–En Phoenix, con su hermano Federico. Y no parece nada contento, no había oído tantas palabrotas desde que su padre le quitó el coche cuando tenía dieciséis años.


–Pero no es nada grave, ¿verdad?


Elena negó con la cabeza.


–Ha tenido suerte. No ha sido nada.


–Vaya, qué disgusto.


–La vida es así –dijo la mujer.


La tristeza que había en su tono le recordó que había perdido a su marido diez años antes en un accidente de coche, cuando un camión se quedó sin frenos. Habían muerto siete personas ese día, dejando docenas de corazones rotos.


Pedro llegará más tarde –dijo Elena entonces, mirando a la niña. –¿Cómo va todo?


–Bien, bien… ¿quieres entrar? Estaba a punto de darle el biberón.


El ama de llaves sonrió. Paula sabía que quería a los Alfonso como si fueran sus hijos, pero sobre todo a Pedro.


–Bueno, tal vez cinco minutos.


–Voy a hacer un té… o una tila, es buena para los nervios.


–No quiero molestar.


–No es ninguna molestia, te lo aseguro. Aún no he tenido tiempo de montar la trona, pero normalmente la siento en mis rodillas para darle el biberón.


–¿Puedo tomarla en brazos un momento?


–Sí, claro.


Paula se dio cuenta de que era una abuela con mucha experiencia porque Maite apoyó la cabecita en su hombro como si la conociera desde siempre.


–Es una niña muy buena –dijo, pensativa.


Se le había parado el corazón al saber lo del accidente. En ese momento habían surgido demasiados sentimientos antiguos y el peso de esos sentimientos la asustaba.


–Sí, lo es –asintió el ama de llaves.


Después de darle el biberón la pusieron en el parque, que Paula había logrado ensamblar, y entre las dos montaron la trona.


Cuando le preguntó si quería quedarse a cenar, Elena aceptó. Había hecho una ensalada de pollo con aguacate y, mientras comían, charlaron sobre cosas sin importancia. Elena era una persona generosa, aunque se había mostrado reservada con ella mientras estaba casada con Pedro. En aquel momento, sin embargo, parecía más abierta, de modo que charlaron sobre sus programas de televisión favoritos y los mejores juguetes para niños. Elena incluso le contó algunos cotilleos sobre Red Ridge. Por supuesto, no le dijo que su regreso al rancho era la comidilla de todos. Pedro era el chico de oro de Red Ridge, una estrella de la música con corazón de vaquero, y a la gente le encantaba que siguiera viviendo allí, de modo que el regreso de su esposa debía ser una gran noticia.


Eran las ocho cuando Elena se marchó. Maite estaba dormida y después de ponerle un pijamita verde con flores, Paula la colocó de lado, mirando hacia la pared, como le había indicado el pediatra.


Era asombrosa la cantidad de cosas que tenía que aprender. En esas primeras semanas había hecho docenas de llamadas al pediatra…


Suspirando, se metió en la ducha y dejó que el agua caliente la relajase durante unos minutos. Cuando salió, se puso un pantalón corto y una camiseta de algodón blanco que había visto días mejores y se sentó en el sofá para leer un libro. No había leído más de diez páginas cuando un golpecito en la puerta la interrumpió.


Cerrando el libro, Paula miró el reloj. Eran más de las nueve y solo una persona podía ir a visitarla tan tarde.


Pero al ver a Pedro al otro lado, con un hematoma en la cara y una venda en la muñeca, se llevó una mano al corazón.


Él estaba mirándola de arriba abajo y su mirada la excitó. Ningún otro hombre podía provocar esa reacción en ella. Sus ojos eran como carbones encendidos, quemándola mientras miraba sus pechos y sus piernas desnudas.


Con el corazón acelerado, susurró:

Pedro.




NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 13

 



Pedro tomó un trago de Jack Daniel’s, intentando embotar sus sentidos, pero el alcohol le quemó la garganta. Estaba consiguiendo todo lo que quería, ¿no? El divorcio de Paula y una mujer dispuesta a casarse y tener hijos como Susy Johnson. Susy no era complicada y sabía perfectamente lo que quería: a él. No se lo había dicho claramente, pero Pedro sabía que era así. De hecho, desde que Paula se marchó le había dado a entender que quería ser algo más que una amiga.


Susy era una mujer con la que podría formar una familia. Entonces ¿qué lo retenía?


Suspirando, Pedro se sentó en los escalones del porche de Héctor, mirando el líquido de color ámbar en el vaso.


–¿Vas a decirme por qué has venido? –le preguntó Hector.


–¿No puedo visitar a mi hermano?


–Ya, claro, has decidido venir a visitarme cuando acabas de verme en Penny's Song.


–No me apetecía beber solo.


–No te has quedado mucho tiempo en el fuego del campamento.


–Fui a casa de Susy para ver a su padre. Quería hablarme del viejo toro, Razor. Bueno, en realidad creo que quería un poco de compañía masculina.


–¿Cómo está el viejo Armando?


El padre de Susy había sido el mejor amigo de Rogelio Alfonso y su compañero de aventuras. Aventuras que los habían llevado a la cárcel media docena de veces antes de que se pusieran serios con el negocio de ganado.


–Haciéndose mayor y repitiendo las viejas historias de cuando éramos niños. Pero sigue tan gruñón como siempre, de modo que no está tan mal.


–¿Susy ha hecho un pastel? –le preguntó Héctor.


–De cereza.


–Madre mía.


Todo el mundo en Red Ridge sabía que Susy hacía el mejor pastel de cereza del condado. Si tenías la suerte de probarlo, estabas enganchado. De hecho, ganaba todos los años el premio en la feria local.


–Pero no te has quedado allí mucho tiempo –siguió Hector.


Pedro miró a su hermano de soslayo antes de llevarse el vaso a los labios.


–No era lo que necesitaba en ese momento.


–Quieres decir que Susy no es Paula. Tu mujer aparece y, de repente, el pastel de cereza ya no sabe tan rico.


–Yo no he dicho eso.


–Pero estás pensando en Paula.


–Sigo casado con ella, Hector. Había pensado firmar los papeles del divorcio y seguir adelante con nuestras vidas, pero de repente aparece con una niña pequeña…


–Debió ser una sorpresa enorme.


Pedro asintió la cabeza.


–Desde luego.


–Es una niña preciosa. Cecilia no para de hablar de ella.


–Sí, es preciosa –asintió Pedro, pasándose una mano por la cara. –Y la situación no es culpa de nadie. Paula está haciendo lo que le prometió a su amiga.


–Pero estás enfadado con ella, lo veo en tus ojos.


–No sabes lo que dices.


Héctor hizo una mueca.


–No te ofendas, pero te pones insoportable cuando no te sales con la tuya. Paula fue la primera mujer que no lo dejó todo para estar contigo, hizo que te esforzases y seguramente es por eso por lo que te enamoraste de ella.


Pedro apretó los labios. Hector olvidaba que Paula lo había abandonado. Aunque nunca le había contado a sus hermanos que no confiaba en él, que creía que la engañaba con Susy.


–¿Te estás poniendo de su lado?


Hector respiró profundamente.


–No, solo intento poner las cosas en perspectiva.


–¿Crees que yo no puedo hacerlo?


–Yo solo digo…


–Déjalo, Hector.


–Sí, claro. Te dejaré en paz como tú me dejaste en paz con Cecilia.


Pedro hizo una mueca.


–Yo tenía razón sobre Cecilia.


–Sí, es cierto –asintió Hector, poniéndole una mano en el hombro. –A veces no podemos ver lo que tenemos delante.


Pedro terminó el whisky antes de entregarle el vaso.


–Gracias por el whisky y por el sermón.


–¿Ya te vas?


–Hazme un favor, vuelve con tu mujer.


–Tal vez tú deberías hacer lo mismo –sugirió Hector. Y antes de que él pudiese replicar, entró en casa a toda prisa.


Pedro murmuró una retahíla de palabrotas mientras iba hacia su camioneta. Pero al ver la sillita de seguridad en el asiento trasero se le hizo un nudo en la garganta. El dulce aroma de Maite llenaba el interior del vehículo, una mezcla de biberón y talco.


Su vida no estaba resultando como él había esperado. Debería tener dos sillas de seguridad en el coche, una casa llena de niños y a su mujer a su lado. Ya no era el deseo de su padre sino el suyo propio… y era hora de que hiciese algo al respecto.


Un hombre podía hacer algo mucho peor que casarse con una mujer simpática que hacía pasteles de cereza. Paula tenía razón, era hora de finalizar el divorcio y empezar de nuevo, tener hijos, formar una familia.


Era hora de vivir otra vez.




NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 12

 


Mientras visitaban el rancho, Pedro había ido explicándole que todo funcionaba gracias a voluntarios y consejeros, en muchos casos universitarios que ofrecían su tiempo libre para ayudar a los niños. Visitaron los establos, donde había caballos donados por ganaderos de la zona, saltaron la cerca del corral para ver a Héctor enseñando a montar a los niños y Pedro la llevó luego a ver la casa donde dormían.


Esa noche harían un fuego de campamento y cantarían canciones…


Paula tenía un trabajo que hacer allí: organizar una gala de inauguración para recaudar fondos. Era su contribución a la causa ahora que el rancho estaba terminado.


–Funciona como una máquina bien engrasada, ¿no?


–Todavía hay que solucionar algunas cosas, pero sí, todo va bien.


Paula giró deliberadamente la cabeza para no mirar a su marido. El encanto de Pedro Alfonso no tenía rival y estar solos cuando empezaba a anochecer era un peligro.


–El tiempo lo arreglará todo.


–¿A qué te refieres?


–Te ha costado dejar que Cecilia se llevase a Maite, ¿verdad?


No era una acusación, era una afirmación, y Paula sabía que era cierto. Durante el tiempo que Cecilia había estado dando una vuelta con la niña, Paula miraba por encima de su hombro continuamente para ver si estaban bien.


–No nos hemos separado en varios meses.


–Cecilia es de fiar.


–Ya lo sé –dijo Paula. –No es eso.


La niña iba dormida en la silla de seguridad, sus mejillas rojas, los rizos brillando bajo los últimos rayos del sol.


–Debería meterla en la cuna.


–¿Se despertará si la sacamos de la silla?


–No lo sé –respondió Paula. –Maite siempre me sorprende. A veces se despierta por el sonido de una bocina, otras veces duerme aunque haya un estruendo a su alrededor.


–No debe haber sido fácil tener que hacerte cargo de una niña tan pequeña –comentó Pedro.


–No, no lo fue. Estaba trabajando en la campaña de un cliente y, de repente, me convertí en madre. Tuve que aprender a toda prisa y aún no estoy a la altura.


Él respiró profundamente.


–La ironía es…


–No lo digas –lo interrumpió Paula. Maite era su prioridad y eso significaba dejar atrás el pasado, aunque el pasado fuese un marido guapísimo que la excitaba como nadie.


El móvil de Pedro sonó en ese momento y él respondió hablando en voz baja para no despertar a la niña. Paula escuchó la voz de una mujer al otro lado…


–Muy bien, gracias. Pasaré por allí más tarde.


Paula no le preguntó quién era y él no dijo nada, pero apostaría cualquier cosa a que Susy Johnson aparecía en el rancho esa noche.


Mientras ella llevaba a Maite a la cuna, Pedro sacó del maletero el parque y la trona que Cecilia le había prestado.


–¿Necesitas ayuda?


–No, gracias.


–Esto me vendrá muy bien –dijo Paula. –Mientras yo estoy trabajando, Maite tendrá un sitio para jugar.


–Pensé que te habías tomado unos días libres.


–Siempre hay algún problema de última hora que solucionar. Afortunadamente, Jorgelina sabe evitar los desastres.


Su ayudante hacía que siguiera cuerda. Jorgelina, que había tenido que criar sola a su hijo, era una persona fuerte y valiente que no se amedrentaba por nada. Vivía para las visitas de su hijo, que ya era un adulto, y desde que Maite apareció en su vida, Paula se preguntaba si algún día acabaría siendo como ella.


–Jorgelina, ¿eh? Nunca le caí bien.


–Eso no es verdad. Tú caes bien a todo el mundo.


–Me parece que sobrestimas mis encantos –bromeó Pedro, mientras llevaba la trona a la cocina. –¿Necesitas ayuda para montar esto?


–Pues… –Paula iba a decir que sí, pero al recordar que Susy acababa de llamarlo, su buen humor desapareció. Además, siempre había cuidado de sí misma, no necesitaba ayuda. –No, gracias. Lo haré más tarde. Estaba pensando que tal vez deberíamos hablar del divorcio.


Pedro la miró a los ojos, como si acabara de recordar la razón por la que había ido al rancho.


–¿Te parece bien mañana?


–Sí, muy bien.


–Vendré a las cuatro.


Después de decir eso salió de la casa y Paula se quedó inmóvil, escuchando el ruido de la camioneta con el estómago encogido.


Y una pregunta apareció entonces en su cabeza: ¿Había cometido un error al marcharse del rancho Alfonso?




sábado, 5 de junio de 2021

NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 11

 


Era como un milagro.


Pedro detuvo la camioneta en la cima de una colina, desde donde podía verse Penny's Song, y Paula guiñó los ojos para ver el rancho. Aquel había sido su sueño, el de los dos. No era el escenario de una antigua película del oeste sino un rancho auténtico.


–Es maravilloso, Pedro


–Lo sé –dijo él.


Nada estaba resuelto entre ellos y Paula no lo esperaba, pero al menos tenían el rancho. Si su matrimonio no se hubiera roto lo habrían hecho juntos, pero eso no era lo más importante. Lo importante era que los niños se beneficiarían de Penny's Song. Sus vidas mejorarían gracias a aquel sitio, donde harían amigos y donde se recuperarían después de meses o años de hospitalización.


Paula pensó en su hermano y en lo difícil que había sido su recuperación. Cuando volvió al colegio, Sergio se sentía como pez fuera del agua, incapaz de relacionarse con sus amigos como antes. En Penny's Song habría estado con otros niños que habían pasado por lo mismo que él…


–Aún no está terminado –dijo Pedro. –Quedan algunas cosas por hacer.


Desde allí, los niños parecían miniaturas y Paula vio un par de ellos al lado del establo, otros frente a los corrales y a una niña persiguiendo a una gallina. Además del edificio principal, pintado de un color muy alegre, vio un saloon, una tienda y una cafetería.


–¿Cuántos han venido esta semana?


–Ocho, desde los siete a los catorce años, pero la semana que viene tendremos una docena.


Sin darse cuenta, áiña le puso una mano en el brazo, emocionada. Penny's Song había sido el sueño de los dos, el hijo que no habían tenido, lo único que ambos habían amado desde el principio.


–No me lo puedo creer.


Pedro puso una mano sobre la suya.


–No puedo negar que estoy contento.


Se quedaron en silencio durante unos segundos, mirando aquel sitio como dos padres mirarían a su hijo. Estaban juntos en la cima de la colina, mirando el rancho que habían concebido juntos y, en ese momento, todo parecía estar bien.


Pero Paula empezó a protestar desde su sillita de seguridad.


–Deberíamos ponernos en marcha –dijo Pedro.


–Sí, claro.


Unos minutos después estaban visitando el rancho, con Pedro llevando la bolsa de los pañales y Maite en brazos de Paula. La niña parecía intrigada por los animales, pero sobre todo por los niños.


Una niña en particular, cuyos rizos dorados empezaban a crecer de nuevo, se acercó para mirarla con mucho interés y Paula se la presentó.


–Se llama Maite y pronto cumplirá cinco meses.


–Es muy guapa.


–¿Cómo te llamas?


–Wanda.


–Encantada de conocerte, Wanda.


Maite alargó la manita para tocar su cara y la niña sonrió.


–Yo voy a cumplir ocho años… ¿Ella también está malita?


Había preocupación en la pecosa cara de Wanda y cuando Paula miró a Pedro, en sus ojos vio un brillo de tristeza.


–No, está bien.


Los niños no deberían sufrir enfermedades, era tan injusto. Deberían disfrutar de su infancia sin tener que pasar por el hospital. Esa era la razón por la que habían creado Penny's Song.


Un niño llamado Edu se acercó a ellos y Paula presentó a Maite de nuevo. Pronto, los ocho niños los rodearon y empezaron a hacer preguntas a las que Paula respondía sucintamente: sí, Maite era su hija. No, no tenía hermanos. No era de allí, no, Maite aún no sabía hablar.


Su hija daba pataditas, entusiasmada por tanta atención.


Después, uno por uno, los niños volvieron a sus tareas y Paula se encontró a solas con Pedro de nuevo.


–El saloon es en realidad un cuarto de juegos.


Estaban entrando en el saloon cuando Cecilia apareció tras ellos, empujando un cochecito con grandes ruedas que se agarrarían bien en la tierra del rancho.


–¿Qué te parece el nuevo vehículo de Maite?


–Típico de mi hermano, tenía que comprar un cuatro por cuatro a su hijo –Pedro soltó una carcajada.


–Tú harías lo mismo, Pedro Alfonso.


–Yo sigo esperando mi oportunidad.


Paula se quedó callada. Pedro tenía seis años más que ella, había disfrutado de una carrera llena de éxitos y estaba listo para formar una familia. Ella, en cambio, estaba empezando a afianzar su carrera y ser madre no había sido su objetivo hasta que Maite apareció en su vida. Sencillamente, se habían encontrado en el peor momento.


–Vamos a llevar a Maite a dar un paseo –dijo Cecilia.


–¿Estás segura? El cochecito es nuevo y…


–Estoy segura –dijo la joven. –Y parece que llegó justo a tiempo, a la pobrecita se le cierran los ojos.


–Sí, es verdad. Y pesa una tonelada –Paula puso a la niña en el cochecito y la cubrió con una manta blanca.


–Puedo llevarla yo, si quieres –se ofreció Cecilia –Así tú podrás ver el rancho.


Maite y ella no se habían separado durante los últimos meses y le costaba trabajo dejarla con otra persona. No había tenido niñera, nadie había cuidado de ella más que Paula.


–Sí, claro –respondió. –Me parece una idea estupenda.


–Prometo no ir muy lejos.


–Que lo pases bien –Paula estaba sonriendo, pero tuvo que disimular su angustia al ver que se alejaban.


–No le pasará nada –dijo Pedro.


–Sí, lo sé. Es que no me he separado de ella en todo este tiempo. En fin, no pasa nada.


–¿Quieres ver el resto del rancho? –le preguntó él, tomándola del brazo.


–Por supuesto –distraída por el calor de su mano, Paula lo siguió.


Esa tarde, Pedro detuvo la camioneta frente a la casa de invitados. Con una mano en el volante y la otra sobre el salpicadero, se volvió hacia Paula.


–Ya hemos llegado.


Ella asintió con la cabeza.


–El resultado es mucho mejor de lo que yo esperaba.




NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 10

 

Paula parpadeó, sorprendida. ¿La había invitado él?


Se había marchado a Nashville después de una pelea y volvió unos días después con la intención de arreglar su matrimonio, pero los encontró sentados en el sofá, con sendas copas de vino en la mano, riendo. Paula se había sentido como una extraña en su propia casa, traicionada de la peor manera posible.


Susy, que había usurpado su puesto, no pudo disimular una mueca de satisfacción. Esa había sido la gota que colmó el vaso y Paula había subido a su habitación para hacer las maletas.


No debería haberla sorprendido porque Pedro había hecho lo mismo con las mujeres que la habían precedido y, sin embargo, fue como si le clavase un puñal en el corazón. Porque había sido tan tonta como para pensar que ella era diferente, que era única.


–Ah, la invitaste –murmuró.


–No me gusta que me acusen de algo que no he hecho, Paula. Deja que te lo aclare de una vez por todas: esa noche no ocurrió nada.


–¿No te has acostado con ella?


–No –respondió Pedro, con una seguridad que la sorprendió.


–¿La has besado?


Él apartó la mirada.


–¡La has besado!


–¡Maldita sea, Paula, tú me abandonaste!


–Y nadie te había hecho eso antes –dijo ella.


Su ego no había podido soportar el golpe o tal vez se había dado cuenta de que ya no la amaba. Fuera cual fuera la razón, Pedro ni siquiera había intentado arreglar su matrimonio. Sencillamente, había aceptado su decisión de marcharse.


–No, la verdad es que no, pero eso no es lo importante. Lo importante es que te fuiste de aquí.


–Y tú no hiciste nada.


Paula había esperado que la buscase, que intentase una reconciliación. La había llamado dos veces por teléfono, pero esas conversaciones no los habían llevado a ningún sitio.


–Estabas deseando pedir el divorcio.


–No es solo culpa mía –dijo Pedro. –O me crees o no, es así de sencillo. Pero vamos a trabajar juntos organizando la gala de inauguración y quiero que empecemos de cero.


Paula no podía dejarlo pasar cuando aquello era algo que no había admitido nunca.


–¿Por qué invitaste a Susy esa noche?


Él se pasó una mano por la cara.


–Necesitaba saber su opinión sobre algo.


–¿Sobre qué?


–Quería darte algo que pertenece a mi familia desde siempre.


–¿El collar de rubíes? –exclamó Paula. Había oído hablar del famoso collar Alfonso. Según la leyenda, ese collar había salvado al rancho de la ruina y había unido a Marta y Carlos Alfonso, el tatarabuelo de Pedro, cien años antes. Nunca lo había visto porque su marido lo guardaba en el banco…


Pero nada de aquello tenía sentido. Pedro y ella no se entendían y último que haría sería regalarle una joya tan valiosa a una mujer que se negaba a darle hijos cuando él daba la orden.


–No, un anillo a juego que había encargado.


–¿Y por qué no me lo dijiste antes?


–Porque estaba enfadada. Que me acusaras de tener una relación ilícita con Susy era injusto. Tu deberías haber sabido que yo no…


–¿Cómo iba a saberlo?


–Porque contigo siempre ha sido diferente –respondió Pedro. –Yo nunca había querido casarme hasta que te conocí, Paula. Me casé contigo y creí que sabías lo que eso significaba. O se tiene confianza en alguien o no se tiene.


Hacía que algo tan complicado pareciese tan sencillo… pero ella sabía que no lo era. Tener confianza plena en alguien era algo que no había podido hacer nunca, tal vez porque se había llevado demasiadas desilusiones en la vida.


–No siempre es tan sencillo.


–A veces lo es –replicó él.


Maite se movió en la cuna, impaciente, y Paula la tomó en brazos para consolarla. Aunque era ella quien necesitaba consuelo.


–Creo que deberíamos irnos.


Pedro apretó los labios, airado.


–Sí, vámonos de aquí.





NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 9


Afortunadamente, cuando sonó el timbre estaba lista. Tenía la bolsa de los pañales con lo esencial, una niña bien descansada y comida y unos nervios de acero. Al menos, eso era lo que se decía a sí misma.


Mientras iba hacia la puerta se preparaba para ver a Pedro otra vez. Aquel día debían hablar del divorcio, no tenía sentido retrasar lo inevitable.


Susy Johnson tendría derecho legal a clavar sus garras en él.


Pero cuando abrió la puerta se quedó sorprendida al ver que no era Pedro sino una joven de pelo oscuro.


–Hola, soy Cecilia Alfonso, la mujer de Hector. Espero que no te importe que haya pasado por aquí.


–No, claro que no. Encantada de conocerte –dijo Paula. –¿Quieres entrar?


Paula sabía que Hector se había casado, de modo que, al menos por el momento, Cecilia y ella eran cuñadas.


–Me gustaría mucho, pero sé que os marcháis a Penny's Song. He hablado con Pedro esta mañana y me ha contado lo de la niña –respondió Cecilia.


–¿Pedro te ha hablado de Maite?


–Sí, me ha dicho que es una niña preciosa.


–Desde luego que sí.


–Nosotros estamos esperando un bebé –dijo Cecilia tocándose el abdomen.


Paula se dio cuenta entonces de que su blusa parecía un poco abultada.


–Me alegro por ti y por Hector… –el llanto de Maite desde la cuna hizo que interrumpiese la frase. –¿Por qué no entras un momento?


Cecilia la siguió al dormitorio y encontraron a la niña despierta, con los ojos abiertos de par en par.


–Te presento a Maite.


La niña llevaba un vestidito de color amarillo con una margarita gigante en la pechera y calcetines a juego.


–Hola, Maite. Pareces lista para dar un paseo –la saludó Cecilia, volviéndose hacia Paula. –Me han contado lo que le pasó a tu amiga y lo siento mucho.


–Sí, yo también. La echo de menos.


–Tú eres la mejor amiga que pueda tener nadie. Que te hayas hecho cargo de su hija es maravilloso.


–Gracias –murmuró Paula. –¿Qué vas a tener, una niña o un niño?


Cecilia negó con la cabeza.


–Aún no lo sé, es demasiado pronto.


Como no había usado el cliché: «Me da lo mismo mientras esté sano», Paula decidió que aquella chica le caía bien.


Pedro me ha dicho que pensabas alquilar la cuna y todo lo demás, pero Hector y yo nos volvimos locos comprando el otro día y tenemos de todo. Puedes pedirme cualquier cosa que necesites.


–¿En serio?


–Claro que sí. Puedo prestarte el cochecito, el moisés, el parque, la trona, juguetes… tengo de todo. Nosotros no vamos a necesitarlo hasta dentro de unos meses.


En otra ocasión, Paula no habría aceptado la oferta, pero Cecilia parecía sincera y su ofrecimiento le ahorraría tiempo y dinero.


–Sería estupendo. No he podido traer nada en el avión.


–Te llevaré el cochecito a Penny's Song, así Maite podrá probarlo hoy mismo.


–No sé qué decir. Muchas gracias.


–De nada –Cecilia sonrió, apretando su mano. –Bueno, será mejor que me vaya. Pedro estará…


–¿Pedro estará qué? –escucharon una voz masculina.


Las dos se volvieron para verlo apoyado en el quicio de la puerta, la camisa negra dentro del pantalón vaquero y el pelo asomando bajo un Stetson. Allí estaba, un vaquero alto y fibroso con una sonrisa increíble y unos ojos que te derretían el corazón.


–Nos vemos luego –se despidió Cecilia. –Adiós, Paula


–Adiós.


Conocer a la mujer de Hector la había puesto de buen humor. No había esperado una bienvenida tan calurosa.


–Es muy agradable –le dijo cuando la joven desapareció.


–Sí, lo es –asintió Pedro, poniéndose serio. –Antes de irnos, me gustaría hablar contigo.


Paula miró a Maite, que estaba ocupada rodando por la cuna.


–Muy bien.


–Es sobre Susy.


El buen humor de áiña desapareció. Se le encogía el estómago cada vez que escuchaba ese nombre, recordando las veces que Susy había aparecido en el rancho tras divorciarse de su alcohólico marido. Al principio, Paula había sentido compasión de ella y le había ofrecido su amistad, pero unas semanas después había quedado claro que Susy solo quería la amistad de Pedro.


Héctor y Federico la apreciaban, Julian la apreciaba. Todo el mundo decía que era estupenda, de modo que Paula la toleraba… hasta que un día estalló.


–Lo que haya entre Susy y tú no es asunto mío –le dijo.


–Has sacado conclusiones precipitadas, Paula.


–Ya, claro, Susy es una amiga. Vuestras familias se conocen desde siempre y…


–No es lo que crees. No lo ha sido nunca.


Maite empezó a balbucear y Paula miró hacia la cuna, intentando contener sus sentimientos.


–Ya da igual.


–Quiero que sepas que vas a ver a Susy en Penny's Song. Trabaja como voluntaria en la enfermería durante su tiempo libre y no voy a malgastar saliva defendiéndome a mí mismo cada vez que creas ver algo entre nosotros.


–No te defendiste ayer, cuando apareció con las galletas.


–¿De qué habría servido? Tú ya has tomado una decisión.


–Susy aparece siempre en el momento adecuado –murmuró Paula– justo cuando yo acababa de llegar.


–La verdad es que no la he visto mucho en los últimos meses, solo cuando voy a Penny's Song.


Paula no lo creía. ¿Cómo iba a creerlo? Susy había aparecido en el rancho en cuanto ella llegó, como si fuera su casa.


–La última vez que os vi juntos –empezó a decir, recordando el golpe final para su matrimonio– apareció en casa cuando sabía que yo estaba fuera.


–No apareció, la invité yo.




NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 8



Pedro caminaba a toda velocidad hacia su casa.


Paula tenía una hija. No sabía si iba a poder acostumbrarse a la idea. Paula había destrozado su matrimonio negándole hijos cuando él tenía más dinero y más recursos que el noventa y nueve por ciento de la población para mantener a una familia. Pero Paula no había confiado en él y, además, lo había acusado de mantener una relación con Susy Johnson…


La aparición de Paula con la niña lo había dejado estupefacto. Tal vez debería haber dejado que los abogados se encargasen de todo, pero la verdad era que quería volver a verla, quería terminar con aquel matrimonio de manera civilizada. Ese había sido el plan.


Seguía siendo el plan, se recordó a sí mismo.


Pedro entró en casa y cerró la puerta con demasiada fuerza.


–¿Eres tú, Pedro? –escuchó la voz de Elena en el piso de arriba.


Y después oyó un estruendo.


–¿Elena?


–Estoy aquí, en el ático. Y necesito ayuda.


Pedro subió las escaleras de dos en dos y cuando llegó al primer piso giró a la derecha, hacia la escalerilla que llevaba al ático.


–¿Se puede saber qué haces?


–He tenido que apartar un montón de cosas, pero he encontrado una cuna –respondió el ama de llaves. –También hay sábanas y mantitas. Hay que lavarlo todo, pero están en buenas condiciones.


Pedro dejó escapar un suspiro de alivio.


–No deberías haber subido sola. Podrías haberte hecho daño.


–Tonterías. Venga, tenemos que bajar todo esto.


–Paula va a alquilar una cuna en el pueblo.


–¿Para qué si tenemos una aquí? Esa mujer necesita ayuda, Pedro.


Elena nunca se metía en su vida, de modo que no había crítica en ese comentario. Y tenía razón; Paula parecía agotada.


Además, él no discutía con Elena, que siempre había sido como una madre para sus hermanos y para él.


–Muy bien, de acuerdo.

 

Dos horas más tarde, Pedro había montado la cuna de nogal en el dormitorio principal de la casa de invitados y cuando se volvió encontró a Paula con un vaso de té helado en las manos.


–Imagino que tendrás sed después de tanto esfuerzo.


Él se lo tomó de un trago.


–Ah, justo como a mí me gusta.


–Algunas cosas no cambian nunca –bromeó Paula.


¿Era una crítica o un comentario burlón?


–No sé cómo darte las gracias –dijo luego. –No tenías por qué hacer esto, pero a Maite le encantará.


Pedro no quería sonreír, pero no pudo evitarlo. Paula se había puesto unos vaqueros y una blusa de cuadros rojos, pero incluso con la ropa más sencilla tenía un aspecto elegante. Y su pelo rubio, mojado, olía a limón y a azúcar.


–Será mejor que me vaya.


Ella asintió con la cabeza, tomando las sábanas recién lavadas y secas.


–Te acompaño a la puerta.


La niña levantó la cabecita en ese momento, mirándolo con unos ojitos tan azules como las aguas del lago. Era preciosa, tuvo que reconocer, con las mejillas regordetas y los diminutos rizos rubios.


–Vaya, mira quién se ha despertado –dijo Paula, sonriendo.


Pedro puso la mano en el picaporte. Él no debía estar allí, no era parte de aquel escenario feliz.


–Buenas noches –se despidió, mientras Paula levantaba a la niña del suelo.


Madre e hija.


–Hasta mañana.


Pedro abrió la puerta y la cerró tras él.


Había hecho su buena obra del día.


Sacar a Maite de la cuna, darle el biberón, bañarla y vestirla fue el típico remolino de actividad al que Paula aún no estaba acostumbrada. A las nueve en punto, después de vestirse a toda prisa, se sujetó el pelo en una coleta y se puso brillo en los labios.


Estaba deseando ver Penny's Song por primera vez. Solo había visto los planos mientras diseñaba el rancho con Pedro y se preguntó si la realidad estaría a la altura de sus sueños.