A Paula no le habían dado plantón desde el primer año de instituto. Pero allí estaba, esperando a un hombre que no aparecía.
Estaba segura de que habían quedado a las cuatro para hablar del divorcio, pero eran las cinco menos cuarto y no había ni rastro de Pedro.
Nerviosa, Paula paseó por la cocina, deteniéndose de vez en cuando frente a la ventana para mirar hacia el camino.
Pedro no había parecido contento cuando se lo dijo, pero después de la llamada de Susy decidió no esperar más. Además, esa era la razón por la que estaba allí. Cuando llegasen a un acuerdo se dedicaría a organizar la gala y luego se marcharía. Tenía un negocio que llevar y una hija de la que cuidar y debía encontrar la manera de hacer las dos cosas.
–¿Dónde demonios está? –le preguntó a Maite.
La niña estaba tumbada en el suelo, sobre una mantita, entreteniéndose con una caja de música que tocaba la misma canción una y otra vez y que estaba volviendo loca a Paula. Pero Maite estaba tranquila y eso era lo importante.
Al menos, Pedro podría haber llamado, pensaba. Quince minutos antes había intentado localizarlo en el móvil, pero le saltaba el buzón de voz.
Tenía que darle el biberón a Maite y no podía esperar más, de modo que empezó a prepararlo. Pero en ese momento sonó el timbre.
–Por fin. Ven conmigo, cariño –murmuró, tomando a Maite en brazos antes de abrir la puerta. –Ah, hola, Elena.
–Hola, señora Alfonso –la saludó el ama de llaves. –Pedro ha tenido un accidente de coche esta mañana…
Paula se quedó sin aliento.
–¿Cómo está?
–Bien, bien –respondió Elena. –Creo que está más enfadado que otra cosa. Alguien se saltó un semáforo en rojo y chocó contra su camioneta, pero el airbag evitó que sufriese heridas graves.
–¿Dónde está?
–En Phoenix, con su hermano Federico. Y no parece nada contento, no había oído tantas palabrotas desde que su padre le quitó el coche cuando tenía dieciséis años.
–Pero no es nada grave, ¿verdad?
Elena negó con la cabeza.
–Ha tenido suerte. No ha sido nada.
–Vaya, qué disgusto.
–La vida es así –dijo la mujer.
La tristeza que había en su tono le recordó que había perdido a su marido diez años antes en un accidente de coche, cuando un camión se quedó sin frenos. Habían muerto siete personas ese día, dejando docenas de corazones rotos.
–Pedro llegará más tarde –dijo Elena entonces, mirando a la niña. –¿Cómo va todo?
–Bien, bien… ¿quieres entrar? Estaba a punto de darle el biberón.
El ama de llaves sonrió. Paula sabía que quería a los Alfonso como si fueran sus hijos, pero sobre todo a Pedro.
–Bueno, tal vez cinco minutos.
–Voy a hacer un té… o una tila, es buena para los nervios.
–No quiero molestar.
–No es ninguna molestia, te lo aseguro. Aún no he tenido tiempo de montar la trona, pero normalmente la siento en mis rodillas para darle el biberón.
–¿Puedo tomarla en brazos un momento?
–Sí, claro.
Paula se dio cuenta de que era una abuela con mucha experiencia porque Maite apoyó la cabecita en su hombro como si la conociera desde siempre.
–Es una niña muy buena –dijo, pensativa.
Se le había parado el corazón al saber lo del accidente. En ese momento habían surgido demasiados sentimientos antiguos y el peso de esos sentimientos la asustaba.
–Sí, lo es –asintió el ama de llaves.
Después de darle el biberón la pusieron en el parque, que Paula había logrado ensamblar, y entre las dos montaron la trona.
Cuando le preguntó si quería quedarse a cenar, Elena aceptó. Había hecho una ensalada de pollo con aguacate y, mientras comían, charlaron sobre cosas sin importancia. Elena era una persona generosa, aunque se había mostrado reservada con ella mientras estaba casada con Pedro. En aquel momento, sin embargo, parecía más abierta, de modo que charlaron sobre sus programas de televisión favoritos y los mejores juguetes para niños. Elena incluso le contó algunos cotilleos sobre Red Ridge. Por supuesto, no le dijo que su regreso al rancho era la comidilla de todos. Pedro era el chico de oro de Red Ridge, una estrella de la música con corazón de vaquero, y a la gente le encantaba que siguiera viviendo allí, de modo que el regreso de su esposa debía ser una gran noticia.
Eran las ocho cuando Elena se marchó. Maite estaba dormida y después de ponerle un pijamita verde con flores, Paula la colocó de lado, mirando hacia la pared, como le había indicado el pediatra.
Era asombrosa la cantidad de cosas que tenía que aprender. En esas primeras semanas había hecho docenas de llamadas al pediatra…
Suspirando, se metió en la ducha y dejó que el agua caliente la relajase durante unos minutos. Cuando salió, se puso un pantalón corto y una camiseta de algodón blanco que había visto días mejores y se sentó en el sofá para leer un libro. No había leído más de diez páginas cuando un golpecito en la puerta la interrumpió.
Cerrando el libro, Paula miró el reloj. Eran más de las nueve y solo una persona podía ir a visitarla tan tarde.
Pero al ver a Pedro al otro lado, con un hematoma en la cara y una venda en la muñeca, se llevó una mano al corazón.
Él estaba mirándola de arriba abajo y su mirada la excitó. Ningún otro hombre podía provocar esa reacción en ella. Sus ojos eran como carbones encendidos, quemándola mientras miraba sus pechos y sus piernas desnudas.
Con el corazón acelerado, susurró:
–Pedro.
Complicadita esta historia, ojalá aflojen y no se divorcien. Está muy buena.
ResponderBorrarMuy buena historia!
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