domingo, 6 de junio de 2021

NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 13

 



Pedro tomó un trago de Jack Daniel’s, intentando embotar sus sentidos, pero el alcohol le quemó la garganta. Estaba consiguiendo todo lo que quería, ¿no? El divorcio de Paula y una mujer dispuesta a casarse y tener hijos como Susy Johnson. Susy no era complicada y sabía perfectamente lo que quería: a él. No se lo había dicho claramente, pero Pedro sabía que era así. De hecho, desde que Paula se marchó le había dado a entender que quería ser algo más que una amiga.


Susy era una mujer con la que podría formar una familia. Entonces ¿qué lo retenía?


Suspirando, Pedro se sentó en los escalones del porche de Héctor, mirando el líquido de color ámbar en el vaso.


–¿Vas a decirme por qué has venido? –le preguntó Hector.


–¿No puedo visitar a mi hermano?


–Ya, claro, has decidido venir a visitarme cuando acabas de verme en Penny's Song.


–No me apetecía beber solo.


–No te has quedado mucho tiempo en el fuego del campamento.


–Fui a casa de Susy para ver a su padre. Quería hablarme del viejo toro, Razor. Bueno, en realidad creo que quería un poco de compañía masculina.


–¿Cómo está el viejo Armando?


El padre de Susy había sido el mejor amigo de Rogelio Alfonso y su compañero de aventuras. Aventuras que los habían llevado a la cárcel media docena de veces antes de que se pusieran serios con el negocio de ganado.


–Haciéndose mayor y repitiendo las viejas historias de cuando éramos niños. Pero sigue tan gruñón como siempre, de modo que no está tan mal.


–¿Susy ha hecho un pastel? –le preguntó Héctor.


–De cereza.


–Madre mía.


Todo el mundo en Red Ridge sabía que Susy hacía el mejor pastel de cereza del condado. Si tenías la suerte de probarlo, estabas enganchado. De hecho, ganaba todos los años el premio en la feria local.


–Pero no te has quedado allí mucho tiempo –siguió Hector.


Pedro miró a su hermano de soslayo antes de llevarse el vaso a los labios.


–No era lo que necesitaba en ese momento.


–Quieres decir que Susy no es Paula. Tu mujer aparece y, de repente, el pastel de cereza ya no sabe tan rico.


–Yo no he dicho eso.


–Pero estás pensando en Paula.


–Sigo casado con ella, Hector. Había pensado firmar los papeles del divorcio y seguir adelante con nuestras vidas, pero de repente aparece con una niña pequeña…


–Debió ser una sorpresa enorme.


Pedro asintió la cabeza.


–Desde luego.


–Es una niña preciosa. Cecilia no para de hablar de ella.


–Sí, es preciosa –asintió Pedro, pasándose una mano por la cara. –Y la situación no es culpa de nadie. Paula está haciendo lo que le prometió a su amiga.


–Pero estás enfadado con ella, lo veo en tus ojos.


–No sabes lo que dices.


Héctor hizo una mueca.


–No te ofendas, pero te pones insoportable cuando no te sales con la tuya. Paula fue la primera mujer que no lo dejó todo para estar contigo, hizo que te esforzases y seguramente es por eso por lo que te enamoraste de ella.


Pedro apretó los labios. Hector olvidaba que Paula lo había abandonado. Aunque nunca le había contado a sus hermanos que no confiaba en él, que creía que la engañaba con Susy.


–¿Te estás poniendo de su lado?


Hector respiró profundamente.


–No, solo intento poner las cosas en perspectiva.


–¿Crees que yo no puedo hacerlo?


–Yo solo digo…


–Déjalo, Hector.


–Sí, claro. Te dejaré en paz como tú me dejaste en paz con Cecilia.


Pedro hizo una mueca.


–Yo tenía razón sobre Cecilia.


–Sí, es cierto –asintió Hector, poniéndole una mano en el hombro. –A veces no podemos ver lo que tenemos delante.


Pedro terminó el whisky antes de entregarle el vaso.


–Gracias por el whisky y por el sermón.


–¿Ya te vas?


–Hazme un favor, vuelve con tu mujer.


–Tal vez tú deberías hacer lo mismo –sugirió Hector. Y antes de que él pudiese replicar, entró en casa a toda prisa.


Pedro murmuró una retahíla de palabrotas mientras iba hacia su camioneta. Pero al ver la sillita de seguridad en el asiento trasero se le hizo un nudo en la garganta. El dulce aroma de Maite llenaba el interior del vehículo, una mezcla de biberón y talco.


Su vida no estaba resultando como él había esperado. Debería tener dos sillas de seguridad en el coche, una casa llena de niños y a su mujer a su lado. Ya no era el deseo de su padre sino el suyo propio… y era hora de que hiciese algo al respecto.


Un hombre podía hacer algo mucho peor que casarse con una mujer simpática que hacía pasteles de cereza. Paula tenía razón, era hora de finalizar el divorcio y empezar de nuevo, tener hijos, formar una familia.


Era hora de vivir otra vez.




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