Mientras visitaban el rancho, Pedro había ido explicándole que todo funcionaba gracias a voluntarios y consejeros, en muchos casos universitarios que ofrecían su tiempo libre para ayudar a los niños. Visitaron los establos, donde había caballos donados por ganaderos de la zona, saltaron la cerca del corral para ver a Héctor enseñando a montar a los niños y Pedro la llevó luego a ver la casa donde dormían.
Esa noche harían un fuego de campamento y cantarían canciones…
Paula tenía un trabajo que hacer allí: organizar una gala de inauguración para recaudar fondos. Era su contribución a la causa ahora que el rancho estaba terminado.
–Funciona como una máquina bien engrasada, ¿no?
–Todavía hay que solucionar algunas cosas, pero sí, todo va bien.
Paula giró deliberadamente la cabeza para no mirar a su marido. El encanto de Pedro Alfonso no tenía rival y estar solos cuando empezaba a anochecer era un peligro.
–El tiempo lo arreglará todo.
–¿A qué te refieres?
–Te ha costado dejar que Cecilia se llevase a Maite, ¿verdad?
No era una acusación, era una afirmación, y Paula sabía que era cierto. Durante el tiempo que Cecilia había estado dando una vuelta con la niña, Paula miraba por encima de su hombro continuamente para ver si estaban bien.
–No nos hemos separado en varios meses.
–Cecilia es de fiar.
–Ya lo sé –dijo Paula. –No es eso.
La niña iba dormida en la silla de seguridad, sus mejillas rojas, los rizos brillando bajo los últimos rayos del sol.
–Debería meterla en la cuna.
–¿Se despertará si la sacamos de la silla?
–No lo sé –respondió Paula. –Maite siempre me sorprende. A veces se despierta por el sonido de una bocina, otras veces duerme aunque haya un estruendo a su alrededor.
–No debe haber sido fácil tener que hacerte cargo de una niña tan pequeña –comentó Pedro.
–No, no lo fue. Estaba trabajando en la campaña de un cliente y, de repente, me convertí en madre. Tuve que aprender a toda prisa y aún no estoy a la altura.
Él respiró profundamente.
–La ironía es…
–No lo digas –lo interrumpió Paula. Maite era su prioridad y eso significaba dejar atrás el pasado, aunque el pasado fuese un marido guapísimo que la excitaba como nadie.
El móvil de Pedro sonó en ese momento y él respondió hablando en voz baja para no despertar a la niña. Paula escuchó la voz de una mujer al otro lado…
–Muy bien, gracias. Pasaré por allí más tarde.
Paula no le preguntó quién era y él no dijo nada, pero apostaría cualquier cosa a que Susy Johnson aparecía en el rancho esa noche.
Mientras ella llevaba a Maite a la cuna, Pedro sacó del maletero el parque y la trona que Cecilia le había prestado.
–¿Necesitas ayuda?
–No, gracias.
–Esto me vendrá muy bien –dijo Paula. –Mientras yo estoy trabajando, Maite tendrá un sitio para jugar.
–Pensé que te habías tomado unos días libres.
–Siempre hay algún problema de última hora que solucionar. Afortunadamente, Jorgelina sabe evitar los desastres.
Su ayudante hacía que siguiera cuerda. Jorgelina, que había tenido que criar sola a su hijo, era una persona fuerte y valiente que no se amedrentaba por nada. Vivía para las visitas de su hijo, que ya era un adulto, y desde que Maite apareció en su vida, Paula se preguntaba si algún día acabaría siendo como ella.
–Jorgelina, ¿eh? Nunca le caí bien.
–Eso no es verdad. Tú caes bien a todo el mundo.
–Me parece que sobrestimas mis encantos –bromeó Pedro, mientras llevaba la trona a la cocina. –¿Necesitas ayuda para montar esto?
–Pues… –Paula iba a decir que sí, pero al recordar que Susy acababa de llamarlo, su buen humor desapareció. Además, siempre había cuidado de sí misma, no necesitaba ayuda. –No, gracias. Lo haré más tarde. Estaba pensando que tal vez deberíamos hablar del divorcio.
Pedro la miró a los ojos, como si acabara de recordar la razón por la que había ido al rancho.
–¿Te parece bien mañana?
–Sí, muy bien.
–Vendré a las cuatro.
Después de decir eso salió de la casa y Paula se quedó inmóvil, escuchando el ruido de la camioneta con el estómago encogido.
Y una pregunta apareció entonces en su cabeza: ¿Había cometido un error al marcharse del rancho Alfonso?