Era el hombre más extraño y complejo que había conocido en su vida. Ella no había querido discutir con él porque pensaba que podría estar a la defensiva y, en vez de eso, se encontraba sorprendentemente con que estaba de acuerdo con ella, como si compartieran los mismos pensamientos y opiniones. Tenía que relajarse y disfrutar de él.
Se quitó la ropa y se metió en la bañera. El agua estaba a la temperatura justa. Cerró los ojos y se relajó; casi podía sentir cómo se evaporaban las tensiones del día.
Al cabo de un corto rato, empezó a oler algo. Abrió los ojos y se encontró con otro par de ojos oscuros mirándola.
—Dale un trago —dijo Pedro sujetando una frágil copa llena de champán cerca de su boca.
Paula lo hizo, sin separar la mirada de él.
—Lo encargué pensando que tendríamos algo que celebrar esta noche.
—Nunca antes me sirvieron el champán de esta forma —dijo ella.
—Esperaba que fuera así.
A Paula le pareció la cosa más natural del mundo el estar metida en la bañera con él sentado al lado.
—¿Qué es eso? —le preguntó ella señalando algo que él tenía entre los dedos.
—Pruébalo.
Paula lo tomó con la boca.
—¿Gambas?
—Gambas.
—Mmm. Muy bueno —le dijo ella abriendo la boca para que le diera otro trozo.
—Creía que habías comido.
Ella lo negó con la cabeza mientras masticaba.
—Estaba demasiado excitada como para comer. Estoy hambrienta.
Pedro le puso la fuente delante y ella continuó comiendo.
—Me alegro de que todo fuera bien entre vosotros.
—Y yo. Sentí como si se me quitara un peso de encima. ¿Me puedes dar otro trago?
Él le llevó la copa a los labios y Paula bebió.
—¿Sabes que le caíste bien?
Pedro sonrió.
—¿Ah, sí? ¿Qué te dijo?
—Que le parecías un «tipo legal». ¡Eso es lo máximo para él!
Pedro se rió.
—¿Lo has invitado a casa?
—Sí. el fin de semana anterior al Día de Acción de Gracias. Va a pasar las vacaciones con Carolina. Luego lo volveremos a tener en Navidad, si te va bien.
—Claro. Tendremos que planear algo especial para hacer.
Pedro se terminó la copa de champán.
—¿Tiene suficiente, señora?
—Sí, gracias, señor.
Pedro la ayudó entonces a salir de la bañera y ella se envolvió en una gran toalla de baño. Luego se acercaron a la cama. Él se sentó en el borde y la hizo sentarse en sus rodillas. Empezó a pasarle la toalla por encima quitándole las gotas de agua, al parecer una a una.
—¿Qué estás haciendo?
—Secándote.
—Soy muy capaz de hacerlo por mí misma.
—Estoy seguro de que sí. Pero ésta es la primera lección de lo que te falta de educación. ¿Es que alguna vez te ha hecho esto un hombre?
—No puedo decir que sí.
—Entonces, déjame ser el primero —le dijo él rozándole con la lengua uno de los rosados pezones—. Y el último.
La tomó en brazos y la dejó sobre la cama.
Sin que ella dijera nada, la besó. Sabía a champán, gambas y a ella misma, una combinación más intoxicante que cualquier otra que hubiera probado en su vida.
—Esto no va como lo había planeado.
—¿Y cuál era el plan?
—El plan era darte un largo y relajante masaje, después del cual tú te desprenderías de todas tus ataduras y caerías rendida en mis brazos.
—Suena muy bien. ¿Debería de pelear ahora contigo para que volvamos a empezar?
—No, no creo.
Él se sentó y se dirigió al armario. A Paula se le estaba evaporando la resolución que había tomado de no hacer el amor con él y le estaba costando mucho trabajo recordar incluso la razón por la que debía de resistírsele.
Pedro volvió a la cama y la hizo tumbarse boca abajo. Algo frío le corrió por la espalda y ella gritó.
—Relájate. Sólo es loción corporal.
Las manos de Pedro la recorrieron por completo, masajeándola con fuerza.
—Me siento como un pote de mantequilla —murmuró ella con los ojos cerrados.
—Muy bien. Así es como te quiero… cremosa y lista para…
—Cuidado —le dijo ella sonriendo.
Él se rió y pasó las manos por el final de la espalda. Luego su contacto empezó a cambiar. Comenzó a acariciarla lentamente y de una forma más suave, más íntima. El cuerpo de Paula se sintió inundar por una especie de fuego.